ESTUDIOS

UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 23 , n° Extra 3, 2018, pp . 17-24 REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL

CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA. ISSN 1315-5216 / ISSN-e: 2477-9555


Perfiles de la hermenéutica analógica

Profiles of Analogic Hermeneutics


Mauricio BEUCHOT

mbeuchot50@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2517-7286 Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México


Este trabajo está depositado en Zenodo:

DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.2425882


RESUMEN


En este artículo se intenta presentar un resumen de la hermenéutica analógica. Se procederá exponiendo primeramente qué se entiende por hermenéutica; después, la teoría de la analogía y, luego, qué añade una hermenéutica analógica. Allí se mencionarán algunos temas filosóficos como la verdad, la objetividad en la interpretación.


Palabras clave: Hermenéutica; analogía; hermenéutica analógica; objetividad interpretativa.

ABSTRACT


This article intends to present the essentials of an analogic hermeneutics. The procedure will be to expose in the first place what is understood by hermeneutics; then, the theory of analogy, and, lastly, what an analogic hermeneutics adds to the hermeneutics as such. Other topics, as the objectivity in the interpretation, will be mentioned.


Keywords: Hermeneutics; Analogy; Analogic Hermeneutics; Interpretative Objectivity.


Recibido: 01-10-2018 ● Aceptado: 11-11-2018


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Utopía y Praxis Latinoamericana publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported (CC BY-NC-SA 3.0). Para más información diríjase a https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es_ES


INTRODUCCIÓN


En este ensayo haré una somera exposición de la hermenéutica analógica. Es una hermenéutica que trata de aprovechar la rica noción de analogía, para evitar los extremos de la univocidad y la equivocidad y, así, sortear la hermenéutica unívoca y la equívoca. Es una hermenéutica intermedia y mediadora, que pretende la proporción y el equilibrio, como el de la phrónesis aristotélica; pero que se aplica a los textos y a las cosas configuradas como textos. Es decir, tiene mucha relación con la ontología, con el estudio no sólo de lo escrito, sino de la realidad. Por eso comenzaré exponiendo la noción de hermenéutica, luego la de analogía y, finalmente, lo que entiendo por hermenéutica analógica.

La hermenéutica analógica puede tener muchas ventajas, a la hora de interpretar un texto. Escapa a la univocidad, así como a la equivocidad; evita el absolutismo y el relativismo excesivo, y se coloca en el medio, sirve de mediación, y nos da una postura interpretativa en la línea de la phrónesis, que es la que en verdad le sirve de esquema o modelo. En efecto, la phrónesis es a la ética lo que la interpretación a la hermenéutica, pues es un saber contextuado, siempre exige contextuación, y un punto medio virtuoso que es difícil de encontrar y alcanzar. Pero eso es lo propio de la analogía, que es proporción, precisamente la de la virtud.


LA HERMENÉUTICA


Comencemos con la hermenéutica. Es la disciplina de la interpretación de textos, que ha llegado a ser una filosofía, con Gadamer, y que se pretende crítica, como añade Foucault (1978: p. 38). Es, pues, interpretación crítica de textos, y los textos son muchos: el escrito, el diálogo y la acción significativa, como dice Ricoeur.

Lo principal que pretende la hermenéutica es, según explica Jean Grondin en seguimiento de Gadamer, la fusión de horizontes (Grondin: 2008, p. 83ss). Interpretamos un texto para fundir nuestro horizonte de comprensión con el del autor. Es decir, se lo hace desde una perspectiva de la comprensión; por ello, como añade Vattimo, es un pensamiento débil, atento y respetuoso, y no impositivo o violento.

En un principio la hermenéutica era una técnica interpretativa, para la comprensión de textos. Poco a poco fue pasando a ser toda una postura filosófica, como lo vemos en Schleiermacher, que tiene ya una filosofía hermenéutica. Esto se ve sobre todo con Dilthey, quien orienta su filosofar desde la hermenéutica y la pone como fundamento (en lugar de la ontología o metafísica) de las ciencias del espíritu, sobre todo de la historia. Heidegger llega a poner la hermenéutica como la manera de hacer filosofía, junto con la fenomenología, que habría de llevar a la ontología fundamental, entendida como hermenéutica de la facticidad. Dentro de ella, el conocer, el comprender, y, por lo tanto, el interpretar (la hermenéutica), es un existenciario del ser ahí, o una característica propia de la existencia del hombre. Su discípulo Gadamer elabora una hermenéutica filosófica, que recupera la ontología, es una hermenéutica ontológica. En cambio, un discípulo de éste, Vattimo habla de una ontología hermenéutica, esto es, debilitada por la interpretación.

Pero en la actualidad la hermenéutica se debate entre corrientes unívocas y equívocas. Es una hermenéutica unívoca la que pretende una interpretación completamente clara y distinta del texto, rescatar plenamente la intención del autor, llegar al sentido literal del texto mismo. A diferencia de ella, una hermenéutica equívoca desespera de encontrar siquiera la aproximación a esa intencionalidad del autor; casi abandona la interpretación en manos del lector, para que diga lo que se le antoje sobre el significado del texto. Por eso hace falta rescatar la analogía, la analogicidad, que nos dé la mediación entre esos extremos opuestos y permita una interpretación abierta, pero seria (Beuchot: 2008, p. 48ss).

Se ha pensado, con el mismo Vattimo, que la hermenéutica tiene que debilitar la ontología, y también,

como agrega Rorty, la epistemología, de modo que no tengamos que preocuparnos por la verdad ni la objetividad, sino por la fecundidad y la creatividad. Pero no dejaremos de lado la ontología, sino que será debilitada como nos piden Vattimo y otros pensadores de la posmodernidad, y tampoco dejaremos de lado la verdad y la objetividad, sólo que les restaremos las pretensiones que tenían en la modernidad. Al fin y al cabo, Vattimo sostiene que no es relativista, y Rorty llega a decir que no niega la verdad ni la objetividad,


solamente no las considera, pues su pragmatismo lo lleva a interesarse más en la filosofía práctica que en la teórica.

Pero sabemos que la praxis no anda bien si no tiene una adecuada teoría que la respalde. Por eso nosotros sí aceptamos esa reflexión epistemológica, y tratamos de alcanzar lo más que podamos de verdad y objetividad en las interpretaciones. A pesar de que algunos, como Derrida, llegan a sostener que hay infinitas interpretaciones y que no tenemos criterios para decidir cuáles son válidas y cuáles no, por lo menos los tenemos para ver cuáles son mejores y cuáles peores; esto nos acerca a ver cuáles son verdaderas y cuáles falsas.

La hermenéutica no tiene, pues, por qué ser subjetivista o relativista, cosa que la llevaría, a la postre, al escepticismo. Es posible y válida una hermenéutica que tenga una pretensión moderada de verdad y objetividad, de adecuación de las interpretaciones a los textos que se interpretan. Esto redunda en lo que podemos llamar una ética de la interpretación y una política del reconocimiento de las pretensiones de los autores de los textos.

Y es que, en efecto, en la situación hermenéutica se reúnen el texto, el autor (pues todo texto supone un autor; si no, no es texto, sino cualquier otra cosa aleatoriamente surgida) y el lector (que es el intérprete de ese texto). No podemos dar toda la preferencia al autor, pues siempre se inmiscuye la subjetividad del lector, pero tampoco podemos dar toda la preferencia al lector, so pena de perder la objetividad y hacer injusticia al autor. Tenemos que tratar de recuperar la intencionalidad del autor (intentio auctoris) sabiendo que va a predominar la intencionalidad del lector (intentio lectoris), pero no demasiado, en esa intencionalidad del texto, como la llama Umberto Eco (intentio operis, a la que podríamos llamar intentio textus) (Eco: 1992, pp.30-31).

La hermenéutica, que ha llegado a ser la episteme de la actualidad posmoderna, es una disciplina de la comprensión, y se requiere mucho para esta época en la que hay tanta falta de comprensión y en la que hay tanta crisis de la cultura, de las culturas, incluso en la que tanto se trata la multicultura y la interculturalidad, el pluralismo cultural. Es, sobre todo, cuando hay crisis cultural, o dificultad para la comprensión y la comunicación entre culturas, cuando más florece la hermenéutica.


LA ANALOGÍA


La de la analogía es una idea antiquísima (Ramírez: 1970, p. 76ss). En la filosofía griega, fue introducida por los pitagóricos, geniales presocráticos que fueron al mismo tiempo grandes matemáticos y profundos místicos. Ellos metieron la analogía, como proporción, en las cosas donde no se puede alcanzar la exactitud, pero que, a fin de no caer en el desorden, son llevadas a una reducción u orden intermedio. Así resolvieron su encuentro con la infinitud. Ellos, que, como buenos griegos, tenían terror al vacío, a lo indeterminado e infinito, se toparon con lo infinito, con los infinitésimos, los que se van hasta el infinito. Lo hicieron a través de los números irracionales y la inconmensurabilidad de la diagonal, en la que siempre quedaba un resto, un pequeño desfase que impedía la exactitud. Pero lo afrontaron y lo superaron. Precisamente con la proporción o analogía.

Platón adopta, de sus maestros pitagóricos, la analogía o proporción como ideal de virtud, de excelencia, pero también por el uso que hace del mito, y no solamente de la razón, en filosofía. Aristóteles aporta a la analogía una aceptable sistematicidad. Recoge la analogía de proporción de los pitagóricos, y le añade una más de tipo platónico, jerárquica y ordenada según grados de aproximación a un paradigma primero y principal. Es la predicación pròs hén, esto es, de acuerdo a un término principal, lo que después sería llamado analogía de atribución.

Los estoicos la tomaron como simpatía universal, como armonía cósmica, que ha de reflejarse principalmente en la sociedad. Todas las cosas tienen semejanza; sobre todo con nosotros, por lo que las podemos conocer. Y esa analogicidad se refleja en los hombres, los cuales son todos ciudadanos del mundo, en una sociedad cosmopolita. Los neoplatónicos le imprimieron un sesgo simbólico, pues eran muy dados a encontrar símbolos en las cosas, como en una escritura cifrada. De todas formas, la


analogía se coloca entre la univocidad y la equivocidad, trata de llegar a un significado proporcional entre ambas, y favorece la iconicidad o la simbolicidad.

En la Edad Media, la analogía fue usada para el conocimiento de Dios, sobre todo, pero también para el conocimiento de las cosas humanas (Beuchot: 2002, p. 151ss). Fue usada para mediar la alegoricidad, tanto de las Sagradas Escrituras como del cosmos, ya en san Agustín y, en seguimiento de él, en San Buenaventura. Pero el campeón del conocimiento analógico y del ser como análogo fue Santo Tomás de Aquino. Se le opuso Juan Duns Escoto, que hablaba del ser como unívoco a Dios y las creaturas. Pero otros salieron en defensa de la analogía. Por ejemplo, el gran místico Juan Eckhart, que usó principalmente la analogía de atribución, para poner de relieve la gran excedencia de Dios por encima de las creaturas. En el renacimiento, el cardenal Cayetano (Tomás de Vio) dio una estructuración lógica muy consistente a la analogía, con dos principales: la de atribución y la de proporcionalidad, tanto propia (o metonímica) como impropia (o metafórica). Los tomistas privilegiaron la analogía de proporcionalidad. Y Francisco Suárez prefirió la de atribución, aunque no faltaron casos, como el de Francisco de Araújo, en que se unieron y conciliaron las dos formas de la analogía.

De hecho, analogía es lo mismo que proporción, proporcionalidad (Secretan: 1984, pp. 7-8). Con esto ya se implica que a cada cosa se le respete su porción, su portio, para obtener y guardar una pro-portio. Dar a cada quien lo que le compete o le es conveniente, tanto a nivel ontológico-antropológico como a nivel ético-político. Es un término que se origina en la matemática griega, y después pasa a la filosofía, para designar un modo de significación y de predicación. Es, sobre todo, un modo de predicación o atribución. En efecto, hay tres modos fundamentales de predicar: unívoco, equívoco y análogo. En la univocidad, un término se aplica como predicado de sus sujetos de manera completamente igual. Por ejemplo “hombre” se aplica de manera igual o unívoca a todos los hombres. En la equivocidad, un término se predica de sus sujetos de manera completamente diferente. Por ejemplo, “gato” se aplica de manera diferente o equívoca al animal y al instrumento. En la analogicidad, un término se predica de sus sujetos de manera en parte igual y en parte diferente, predominando la diferencia. Por ejemplo, “sano” se predica del organismo y del clima, pero sólo de manera proporcional o analógica.

La analogía es proporción, y puede serlo de manera simple o de manera compuesta. A la primera suele llamársele analogía de atribución, e implica una marcada jerarquía entre un analogado principal y otros analogados secundarios. Así, “sano” se predica primeramente del organismo, y después (o secundariamente) del clima, del alimento, de la medicina o de la orina. El primero recibe la atribución con mayor propiedad que los segundos, los cuales reciben esa atribución precisamente por relación con él. La analogía de proporcionalidad es una proporción compuesta. En ella lo que se compara no es un analogado con otro, sino que se comparan dos proporciones simples. No se comparan correlatos, sino relaciones. Aquí no se ve tanto la jerarquía como en la otra, pero hay un cierto orden, ya que toda analogía implica un más y un menos. La analogía de proporcionalidad puede ser propia o metafórica. Ejemplo de la propia es “la razón es para el hombre lo que el instinto para el animal”, por eso entendemos la expresión “el animal se adapta (instintivamente) al medio ambiente”. Ejemplo de la metafórica es “la risa es al hombre lo que las flores al prado”, por eso entendemos la expresión metafórica “el prado ríe”. Esta última es de singular importancia, pero no es el único tipo de analogía. Por eso, como decía Octavio Paz, los poetas románticos, y aun los filósofos de esa corriente, usaban la analogía (Paz: 1990, pp. 85-86); pero era ésta, la de proporcionalidad impropia, la metáfora, la cual es sólo una parte de la analogía, y la más cercana de todas a la equivocidad. Eso hace pensar que es conveniente recuperar todos los modos de la analogía para el pensamiento contemporáneo.

Además, la analogía ha encontrado un trabajo muy importante en la semiótica actual. Gracias a Charles S. Peirce, que la conectó con la iconicidad, la analogía se coloca en el signo icónico. Peirce dividía el signo en tres: el índice, que es unívoco, porque es el signo natural, que tiene una relación de causa-efecto con su significado, y no se puede tergiversar; el símbolo, que es equívoco, porque depende de la cultura, y, por ejemplo, el lenguaje es distinto según cada entorno cultural; y el ícono, que es el signo analógico, pues es en parte natural, en cuanto requiere de semejanza con su significado, y en parte cultural, pues es interpretado con diferencias según la cultura en la que se lo toma (Peirce: 1974, p. 45ss). Asimismo, el ícono se divide en tres: la imagen, que nunca es completamente unívoca, aunque tiende a la


univocidad, el diagrama, que sería el más propiamente analógico, y la metáfora, que nunca es equívoca, aunque se inclina hacia la equivocidad. También aquí vemos la oscilación de la analogía o iconicidad entre la metonimia y la metáfora, pues la imagen es metonímica, en el otro polo se coloca la metáfora, y el diagrama va en medio. Por eso hemos dicho que sería el más analógico. Esta idea de la iconicidad enriquece la analogicidad.

De esta manera la analogía se nos presenta como un modo de significar intermedio entre la univocidad y la equivocidad, salvándose de sus deficiencias y aprovechando sus ventajas, y que abarca tanto la metonimia como la metáfora, teniendo la posibilidad de oscilar entre una y otra. Esto le da una notable versatilidad, pero también seriedad.


LA HERMENÉUTICA ANALÓGICA


Una hermenéutica vertebrada a través de la analogía evita los inconvenientes que tendría una hermenéutica unívoca y una equívoca. La hermenéutica unívoca se excede en su exigencia de rigor en la interpretación, pretende llegar a una interpretación clara y definitiva, completamente adecuada. La hermenéutica equívoca se excede en la apertura, en el relativismo o falta de objetividad en la interpretación. En cambio, una hermenéutica analógica no se queda en la estrechez de la univocidad; es abierta, pero con límite; no cae en la deriva de la equivocidad, o no es una equivocidad excesiva, sino una equivocidad con límite (y univocidad con límite, también) (Beuchot: 2009: p. 51ss).

Una hermenéutica unívoca sólo da lugar a una única interpretación como válida, siendo todas las

demás inválidas. En cambio, una hermenéutica equívoca da lugar a prácticamente todas las interpretaciones como válidas. Una hermenéutica analógica supera el absolutismo de la unívoca, y el relativismo excesivo de la equívoca. Permite varias interpretaciones como válidas, pero ordenadas y, de preferencia, observando cierta jerarquía.

Además, una hermenéutica analógica aprovecha los dos modos principales de la analogía, la de atribución y la de proporcionalidad. La de proporcionalidad reúne y aglutina, conecta y aproxima, crea cierta igualdad (proporcional) entre los análogos. La de atribución jerarquiza e introduce grados, tiene un analogado principal y varios analogados secundarios. De esta manera, aplicada a la interpretación, la analogía de proporcionalidad, en la hermenéutica analógica, nos permite mediar y acercar diferentes interpretaciones de un texto, que tengan semejanzas entre sí. En cambio, aplicada a la interpretación, la analogía de atribución, en la hermenéutica analógica, nos permite aceptar varias interpretaciones como válidas, pero guardando un orden jerárquico, según el grado de aproximación a la verdad textual. Llegará a un punto en el que las interpretaciones ya dejen de ser válidas y comiencen a ser inapropiadas.

También, una hermenéutica analógica aprovecha que la analogía tiene un polo metonímico y otro metafórico, lo cual permite interpretar textos científicos y textos literarios. Preservar el sentido literal y el sentido alegórico, predominando el último. Además, según se dijo, para Ch. S. Peirce, la analogía es iconicidad, la cual se divide en imagen, diagrama y metáfora. Por eso podemos ver las interpretaciones como imágenes, diagramas o metáforas del texto, en una gradación de lo más ajustado a lo más libre de la comprensión del mismo.

Encontramos allí una polarización igual entre la metonimia, que tira a la univocidad, pero sólo tendencialmente, y la metáfora, que se inclina a la equivocidad, pero sin ser nunca completa. Son sólo cercanías. Y, así, hay una cara metonímica y otra cara metafórica en la analogía, lo cual permite que una hermenéutica analógica tenga un extremo metonímico y otro metafórico, permitiendo oscilar entre ambos según lo requiera el texto. A veces será más científico, pidiendo una interpretación de tipo más metonímico, y a veces será más literario, pidiendo una interpretación de tipo más metafórico.

Es una hermenéutica que sirve de mediación, que ejerce de mediadora. Lo hace entre extremos, como los de la univocidad y la equivocidad, los de la metonimia y la metáfora. Pero también lo hace con los contrarios, con los opuestos. Sólo que no encuentra propiamente una síntesis o reconciliación plena, sino una dialéctica inconclusa, que más bien vive de la tensión, que hace que los contrarios convivan o coexistan, y se ayuden mutuamente, que trabajen para fomentarse, para enriquecerse. En esta


colaboración y cooperación podrán encontrar la fórmula que necesitan, a saber, afanarse la una por la otra, y, en lugar de destruirse, ayudarse mutuamente a seguir adelante.

En efecto, la hermenéutica analógica tiene, gracias a la noción de analogía, un aspecto dialéctico. La analogía tiene una dialéctica detrás de ella, o que la acompaña. No es una dialéctica como la hegeliana, que llega a una síntesis, asunción y superación de los opuestos, sino una dialéctica abierta, que no concluye, que no lleva a los opuestos a una síntesis perfectamente conciliadora. Tiene una conciliación frágil y hasta trágica.

No es como la dialéctica de Hegel, sino como la de Heráclito, Empédocles, Cusa, Bruno, Kierkegaard, Nietzsche y Freud. Es decir, Heráclito plantea la coexistencia de los opuestos, como el fuego y el leño, el arco y la lira; y no hay reconciliación. Los opuestos viven de su propio conflicto, en la tensión; conservan sus propiedades antitéticas, y de su propia lucha va surgiendo su mutua colaboración. Acaban por trabajar el uno para el otro. Así, Heráclito dice que el fuego vive del leño y, si se acaba el leño, se acaba el fuego; la armonía surge de la oposición del arco y la lira, etc. En el caso de Nietzsche, que tanto invoca a Heráclito y a Empédocles, se muestra esta dialéctica inconclusa y de conflicto. Así, Apolo y Dioniso, según Nietzsche, tienen que ser reconciliados; pues, a pesar de que son hermanos, viven en disenso, en oposición. Pero no hay síntesis posible entre ellos, de ambos no surge una superación (por más que se haya pensado que es Sócrates músico, en El origen de la tragedia). Nietzsche llegó a pensar en un Jano bifronte, con la cara de Dioniso, por una parte, y la de Apolo, por la otra (Santiago Guervos: 2004, p. 604). Algo parecido ocurre con Freud. Opuestos como el ello y el superyó, dentro del aparato psíquico, atosigan al yo con sus demandas y sus prohibiciones. No hay una síntesis, pero sí una negociación, con una especie de acuerdo o pacto (de no agresión); eso evita la angustia y la mera pugna sin sentido.

Esta dialéctica, además, tiene un sentido trágico. Pero no de una tragedia absoluta, unívoca, sino

equilibrada y moderada, analógica, y con ello se plantea una posibilidad de vivir la crisis y aprovecharla para avanzar, para que haya dinamismo y movimiento. Es una tragedia mediada, normal, la que pertenece a la vida misma.

La analogía es la dialéctica entre los extremos opuestos de la univocidad y la equivocidad. La analogía consiste no en la síntesis de una y otra, sino en la concordancia de ambas; tal es el tercer término en esta dialéctica. También tienen un rasgo trágico, pues la univocidad es el destino fatal e inapelable, mientras que la equivocidad quiere ser la libertad omnímoda (que es inexistente); pero la libertad ganada por el héroe es analógica, es lo que cabe humanamente entre el azar y la necesidad. Así, entre la ciega univocidad y la vacía equivocidad, la analogía es una conquista del hombre. Hay que luchar por ella.

Ya que la iconicidad está muy asociada a la analogía, se puede hablar de una hermenéutica analógico-icónica. El ícono es un signo que, según Peirce, se divide en imagen, diagrama y metáfora. Por eso el ícono (o la iconicidad) nos hace ver que hay un polo metafórico y otro metonímico, que es el de la imagen, y otro intermedio entre ambos. Eso permite que la interpretación oscile entre la metáfora y la metonimia, según lo requiera el texto por su contexto. A veces necesitará que la interpretación sea más literal, o metonímica (esto es, tendiente a la literalidad) y otras veces una interpretación metafórica, o alegórica (esto es, tendiente a un sentido simbólico). Asimismo, permite que las interpretaciones sean a veces imágenes de los textos (cuando se pueda), o diagramas de los mismos o, en último caso, metáforas suyas.

En la historia de la hermenéutica se ha dado la lucha entre los que privilegian demasiado el sentido literal de los textos y los que lo hacen con el sentido alegórico de los mismos. El sentido literal es unívoco, de modo que los que lo procuran promueven una hermenéutica univocista. El sentido alegórico tiene el peligro de equivocidad, de falta de límites; por eso quienes lo desean en realidad están apoyando una hermenéutica equivocista. En cambio, una hermenéutica analógica trata de conservarse en el medio, en la mediación; no pretende una interpretación literal del texto, pero tampoco se lanza a una interpretación puramente alegórica; se esfuerza por hacer una interpretación abierta pero seria.

Con esto tendremos, para la actualidad, una hermenéutica que no se quede en el precepto incumplible de una comprensión unívoca y definitiva de un texto, como en la modernidad; pero que tampoco se abandone a la comprensión equívoca e interminable del mismo, como en la posmodernidad;


porque es acabar con la interpretación misma. Nos queda el camino analogista, de una hermenéutica analógica, la cual nos podrá asegurar un terreno más fructífero. Sobre todo, uno que no deseche la ontología, que es la que la ayuda a tener límites.


LA OBJETIVIDAD EN LA INTERPRETACIÓN


En la hermenéutica actual se encuentra esa polarización que he señalado entre univocistas y equivocistas a propósito de la verdad o la objetividad interpretativas. Mientras que en la pragmática que va por la línea de la filosofía analítica se busca el sentido literal, en la hermenéutica, que ha sido el instrumento de los filósofos posmodernos, se nota un desencanto de alcanzar el sentido literal y sólo se busca el sentido alegórico.

En esta línea fue célebre una discusión que sostuvieron Umberto Eco y Richard Rorty acerca de la interpretación (Rorty: 1995, pp. 9-.118). Mientras que Eco, bastante proclive a la filosofía analítica (a pesar de su formación estructuralista), sostenía la posibilidad de alcanzar el sentido literal de los textos, Rorty, neopragmatista y posmoderno, negaba el sentido literal y decía que sólo existe el alegórico. Por eso se hace necesaria una mediación, que la puede dar la hermenéutica analógica, colocándose en el centro, es decir, aceptando que hay textos de los cuales se puede rescatar el sentido literal, pero que, en la mayoría de los casos, para no caer en el solo sentido alegórico, se tiene que procurar un sentido analógico.

También ha sido notoria la polémica en torno a la verdad. Mientras que en la filosofía analítica hay

quienes sostienen un realismo científico, en las filas posmodernas se ha debilitado demasiado la verdad. Es famoso el libro de Vattimo que lleva el nombre, precisamente, de Adiós a la verdad (Vattio: 2010, p. 21ss). Otra vez se necesita una mediación, y es la que nos hace ver que la verdad es un concepto analógico, que se dice de muchas maneras, y es como se puede tener una idea más abierta de la verdad sin que se nos diluya entre las manos.

Recordemos el famoso dictum de Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”. Si lo interpretamos desde una hermenéutica unívoca, nos parecerá que el filósofo alemán negaba la realidad; y, si lo interpretamos con una hermenéutica equivoca, nos parecerá que tenía un idealismo muy refinado. Pero si lo interpretamos con una hermenéutica analógica, veremos que no está negando la realidad, ni instalándose en un idealismo absoluto; está negando lo que los positivistas endiosaban, a saber, los hechos, pero no por ello podía caer en la postura de los románticos, que sólo admitían interpretaciones. Estaba diciendo que hay hechos interpretados, en los cuales confluyen los hechos y las interpretaciones, es decir, que hay realidad, pero está cribada por la hermenéutica (Beuchot: 2008a, pp. 5-21).

En efecto, al principio Nietzsche se unió al movimiento romántico, ya tardío, con Richard Wagner, pero después se apartó de él, con resentimiento. Incluso en el prólogo a la segunda edición de El origen de la tragedia se burla de los románticos, por considerarlos blandengues y muy alejados de su ideal del superhombre. Después sonó a positivista, de la mano de Darwin y Spencer, pero eso fue por poco tiempo, pues, aunque le parecía que exaltaban la fuerza biológica, tenían un cientificismo demasiado cerrado y burdo. Es decir, criticó al positivismo de los hechos puros; mas no por eso se puede pensar que recayó en el romanticismo de las solas interpretaciones, sino que trató de ir más allá del romanticismo y del positivismo.

A esto nos ayuda una hermenéutica analógica, a rescatar la verdad y la objetividad para la hermenéutica, pensando que la interpretación tiene que ser abierta pero exigente; no pretender una verdad completa, una objetividad absoluta, pero tampoco despeñarse en la ambigüedad a ultranza. Tiene que sortear el Escila del absolutismo epistemológico y también el Caribdis del relativismo excesivo. Ambos destruyen la interpretación. Por eso ha hecho falta una postura intermedia, la de una hermenéutica analógica.


CONCLUSIONES


Después de haber considerado la hermenéutica, y en seguida de ella la analogía, llegamos a una hermenéutica analógica, que se beneficia de varias características de la analogicidad o iconicidad. Conjunta extremos y aun opuestos, acerca la univocidad y la equivocidad, sin caer en sus inconvenientes, sino sacando lo mejor de cada una. Reduce la dicotomía entre la metonimia y la metáfora, y oscila entre ellas, enriqueciendo el texto con perspectivas de una y de otra. Abre el abanico de las interpretaciones, sin hundirse en una interpretación que no termina. Se trata de enriquecer la interpretación, de hacerla más fina y adecuada, más comprensiva y explicativa. Pero sin renunciar a cierta verdad y objetividad, que no será la pretenciosa del univocismo ni la derrotada del equivocismo, sino equilibrada y situada, como es propio del analogismo.

Ahora que estamos atorados (y ya llevamos tiempo así, y ya se siente el cansancio) entre el univocismo de los positivismos y el equivocismo de los posmodernismos, se necesita una salida a un campo diferente, en el que el diálogo filosófico pueda prosperar. Esto lo podremos hacer con una hermenéutica analógica así, que sea mediadora entre esos dos extremos y que ayude a rebasarlos y encontrar una manera diferente de interpretar y de hacer filosofía. Es preciso dinamizar la actividad filosófica, pues ya ha durado mucho en el impasse, el bloqueo, y no puede seguir así, hay que buscar terrenos más promisorios.

Abrigo la convicción de que esta propuesta filosófica que es la hermenéutica analógica será útil para el pensamiento contemporáneo, que ya está cansado de las polarizaciones entre positivismos y posmodernismos, y que se abre a una postura intermedia y mediadora, que es la que estamos necesitando.


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