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ENSAYOS

UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 23 , n° 81 (ABRIL-JUNIO), 2018, pp . 119-127 REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL

CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA. ISSN 1315-5216 / ISSN-e: 2477-9555


Las antinomias de Francisco Delich: el intelectual orgánico y la sociología como ciencia en América Latina1

The Antinomies of Francisco Delich: The Organic Intellectual and Sociology as Science in Latin America


Esteban TORRES2

esteban.tc@conicet.gov.ar

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6040-562X Universidad Nacional de Córdoba, Argentina


Este trabajo está depositado en Zenodo:

DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.2253461


RESUMEN


En el marco del reconocimiento del legado de Francisco Delich, el presente artículo ofrece un encuadre sociológico e histórico de la práctica intelectual del cientista social argentino. Junto a ello analiza los rasgos centrales del método sociológico clásico que emplea el autor para explicar los procesos de mutación social en América Latina, así como el modo en que tales coordenadas metodológicas inspiran y van modificando su concepción de la democracia desde fines de los 70 hasta su partida en 2016. El texto permite observar como Delich, desafiando el escepticismo científico y político imperante, mantuvo viva hasta el final la creencia en el desarrollo de una razón sociológica que posibilite la reforma intelectual, moral y política de las sociedades latinoamericanas.


Palabras clave: teoría sociológica; democracia; desarrollo; América Latina; Francisco Delich.

ABSTRACT


In the context of the recognition of Francisco Delich´s legacy, this article offers a sociological and historical framework of the intellectual practice of the Argentinian social scientist. It also analyzes the central features of the classical sociological method used by the author to explain the processes of social mutation in Latin America, as well as the way in which such methodological coordinates inspire and modify his conception of democracy from the late 1970s to his decease in 2016. Among other aspects, the text allows to observe how Delich, defying the prevailing scientific and political skepticism, kept alive until the end the belief in the development of a sociological reason that makes possible the intellectual, moral and political reform of Latin American societies.


Key words: Sociological Theory; Democracy; Development; Latin America; Francisco Delich.


Recibido: 10-05-2018 ● Aceptado: 06-06-2018


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Utopía y Praxis Latinoamericana publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported (CC BY-NC-SA 3.0). Para más información diríjase a https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es_ES


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  1. Quisiera agradecerles a Fernando Calderón, Juan Pablo Gonnet, Oscar Pacheco Failache y Ramiro Nicolás Chalamán por la lectura atenta y los comentarios al presente texto.

  2. Investigador del CONICET. Profesor de sociología en la UNC. Director del Programa Teoría Social y Realidad Latinoamericana,

    CIECS-CONICET-UNC, y Coordinador del GT CLACSO “Teoría Social y Realidad Latinoamericana”, junto con Edelberto Torres Rivas.


    EL ENCUENTRO


    A diferencia de sus amigos y compañeros de ruta, de los colegas de su propia generación, con Francisco Delich construimos una relación tardía. La marcada distancia generacional que nos separa, el carácter en gran medida azaroso de nuestro encuentro en los últimos años de su vida, y los motivos que consolidaron nuestra corta e intensa amistad, marcan el reconocimiento que estoy en condiciones de ofrecerle, pero sobre todo el tipo de reconocimiento que me interesa compartir con ustedes y con el mundo actual de las ciencias sociales. El hecho de no haber sido alumno ni discípulo de Francisco, de no haber estado bajo la órbita de sus ideas ni de sus quehaceres políticos en mi etapa formativa, incidieron también en la naturaleza del vínculo que establecí con él. Fue a partir de nuestras llamativas coincidencias intelectuales, de una experiencia de reconocimiento mutuo, que me sentí atraído por su figura y posteriormente motivado a leer sus textos3. Tal experiencia de lectura termina de conformar la idea que actualmente cobijo de Delich. Si bien atesoro múltiples y extensas conversaciones con Francisco, creo finalmente que la recreación y el dimensionamiento de su legado los establezco principalmente como lector.

    Es a partir de las circunstancias mencionadas que mi texto adoptará una forma menos anecdótica, retrospectiva y personalísima, y más analítica, proyectiva y generalizable. De este modo, las preguntas centrales y duraderas que se me presentan en relación con Delich son las siguientes: ¿Por qué prestar atención a la trayectoria y a la obra de Francisco para un proyecto de desarrollo de las ciencias sociales en América Latina? ¿Cuál es el valor de Delich hoy para las ciencias sociales? Iniciare la respuesta a tales interrogantes a partir del esbozo de un encuadre sociológico e histórico de su práctica intelectual.


    LA PRIMACÍA DEL SOCIÓLOGO


    Creo que la trayectoria y la obra de Francisco exhiben la potencia que acarrea el encuentro directo de una práctica intelectual y una práctica política, así como las incomodidades, las contradicciones, los claroscuros y las limitaciones que suelen traer aparejados aquellas experiencias vitales que pretendieron llevar adelante ambas pasiones sin descuidar ninguna, con la antigua y noble ilusión de poder encarnar una síntesis en la figura del intelectual total o del político estadista. Pese al desarrollo vigoroso, en simultáneo y en diferido, de una trayectoria intelectual y de una carrera política, entiendo que la pulseada entre ambos espacios de experiencias, entre su proyecto político, su proyecto político-académico y su proyecto sociológico, la batalla entre el político y el científico, en gran medida la ganó este último. Ahora bien, la afirmación de esta primacía sociológica merece algunas precisiones para el caso de Francisco, dado que adopta una forma específica y bastante singular.

    En tanto intelectual y sociólogo, me atrevo a definir a Delich a partir de dos rasgos que se combinan y relacionan con acentuadas contradicciones. En primer lugar, entiendo que Francisco encarnó la figura del intelectual heroico, o en los términos de Bauman, del intelectual legislador, dispuesto a marcar el rumbo de la Historia4. Tal heroísmo demanda comúnmente, como ustedes saben, una relación orgánica con la política. Ahora bien, junto con ello, Delich personificó la figura del científico-social, del sociólogo moderno,


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  3. De la alquimia acumulada de nuestros encuentros fue cobrando forma a principios de 2016 la ambiciosa idea de armar un Grupo de Trabajo en CLACSO destinado a una misión que ambos considerábamos urgente: la experimentación y la construcción de nuevas teorías sociales que nos permitan comprender en mejores términos los grandes cambios producidos en América Latina en las últimas décadas. Este proyecto, que se interrumpe drásticamente con la partida de Francisco, finalmente sale adelante con el apoyo de Edelberto Torres Rivas, quien acepta ocupar el lugar dejado por Delich como co-coordinador. Para llevar el proyecto a buen puerto también resultó de capital importancia la participación y el generoso involucramiento de Fernando Calderón, a quien Francisco invitó a participar del Grupo desde un primer momento.

  4. La disposición heroica de Delich queda patente, por ejemplo, cuando recuerda en 1994 el momento de la creación de la Revista Critica y Utopía. Allí Francisco afirma: “Habíamos desafiado a la dictadura de Onganía con Jerónimo, habíamos contribuido a derrotarla. Habíamos reunido la razón y la acción. El futuro no se nos escaparía. ¿No se nos escaparía?” (Delich: 1994, p. 11).


    dispuesto a conocer objetivamente el mundo para descubrir los secretos de su movimiento. Para hacer posible esta segunda función Francisco hizo propia la necesidad de tomar distancia de los particularismos políticos de su propio espacio y tiempo, y muy en especial de las presiones que emanaban de los vaivenes y de las inclinaciones de su propio partido político5. Si el primer rasgo mencionado, el heroísmo intelectual, resulto ser un atributo común entre sus pares generacionales, constituyéndose en una marca de época, no sucedió lo mismo con el compromiso que asumió Francisco con una cientificidad sociológica. Entiendo que esta última inclinación dejó a Francisco en una situación de profunda soledad local y nacional que nunca llegó a extinguirse. Experimentó la soledad en los 70, en tiempos de politización ascendente y de supeditación de la razón sociológica a un proyecto político revolucionario. Luego su soledad se actualizó en la década del 80, en tiempos de retracción política culturalista del campo intelectual progresista, movimiento que se apaga con la desilusión y la derrota del alfonsinismo. Finalmente una tercera fuente de soledad, posiblemente la más aguda y persistente, emana de la estigmatización de los propios políticos profesionales de su partido, para quien Francisco nunca dejó de ser “el sociólogo”, “el intelectual” o “el profesor”6, caracterización que lo convertía en un Otro de menor cuantía. Como es de saber común, a partir de los 70 la encarnación de un proyecto racionalista y moderno en las ciencias sociales en la Argentina queda representada paradigmáticamente por la experiencia marxista. Luego de la dictadura militar, con el retorno de la democracia, las expectativas racionalistas no se recuperan en ninguna ciencia social, a no ser bajo la forma de un empirismo estrangulado por una nula autoconciencia teórica. En aquel entonces, la actualización del marxismo como ciencia tuvo su epicentro en la ciudad de Córdoba, en el espacio intelectual de Pasado y Presente, el proyecto editorial encabezado por Pancho Aricó. Para Francisco, a diferencia de Aricó, el rescate de las ciencias sociales y la política de masas pasaba menos por una revisita crítica del marxismo que por una apuesta reformista y modernizadora que encuentra una primera compañía moral en la obra de Durkheim7.

    En cualquier caso, a lo largo de la encendida trayectoria de Delich, la pugna entre el heroísmo intelectual-político y el distanciamiento sociológico no se resuelven para cada momento en una misma dirección ni adoptan una intensidad constante. Observando su trayectoria de punta a punta me atrevería a afirmar que esta ecuación vital se resolvió a favor de un compromiso más sociológico que político- orgánico. Tal registro se opone a la percepción generalizada en el campo universitario nacional, y particularmente a la aguda representación que recrea el progresismo universitario cordobés, inspirada en cierto rechazo a las gestiones de Francisco como rector de la Universidad Nacional de Córdoba (1989- 1995). El supuesto de la primacía del sociólogo ofrece a su vez un punto de observación privilegiado para dilucidar su modo de entender la política y la historia de América Latina, así como para observar el tipo de vínculos que construyó con el grupo de Pasado y Presente, con Gino Germani y su red académica inmediata, así como, en un plano regional e internacional, con la comunidad sociológica comandada por Alain Touraine.

    De este modo, creo poder observar en la trayectoria de Delich la puesta en acto de una doble supeditación: supeditación del político al intelectual heroico y supeditación del intelectual heroico al sociólogo moderno. La figura que emerge de esta doble sujeción dista de ser típica. No se trata de la mezquina figura bourdieana y liberal que reclama para sí la autonomía de una sociología crítica liberada del supuesto patoterismo intrusivo del Partido Comunista y su ejército de intelectuales. Tampoco se ajusta


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  5. A modo de ejemplo, Delich sostuvo que “Si la buena medicina no identifica al médico con su paciente la buena sociología tampoco identifica al sociólogo con su objeto de análisis, ni con la acción ni con sus actores cualquiera sea su marco de valores” (Delich: 2011). Otra manifestación de su distanciamiento sociológico se puede observar, por ejemplo, cuando decide ponerse “más allá” de la derecha y de la izquierda, considerando en primera instancia toda cultura política como una tribu. En referencia a la cultura política de las izquierdas y de las derechas, de los autoritarios y de los anti-autoritarios, de los populistas y los antipopulistas, dirá: “Cada una de esas tribus tiene su propio estilo, sus propias reglas, a partir de las cuales interpreta las reglas explícitas. La acción política entonces es la resultante de la utilización de estos estilos en los límites de las reglas de juego explicitas del sistema” (Delich:1985, p. 6).

  6. Conversación personal con Francisco Delich, mayo de 2016.

  7. Parte de la discusión que mantuvo Delich con Aricó fue a propósito de Mariátegui. Mientras que Aricó era un gran admirador de éste último, Delich lo era principalmente de Haya de la Torre. Según nuestro autor, Haya de la Torre entendió mejor América Latina porque tenía una mejor respuesta al problema de la indianidad (ver Calderón: 2016).


    a la figura del intelectual desarrollista, al estilo de Prebisch, familiarizado con la función del técnico, del experto o del asesor en políticas públicas. Se trata más bien de un tipo extraño de intelectual orgánico dispuesto a anteponer una sociología científica y universalista, de propensión reformista y latinoamericanista, al interior de un espacio político-partidario reacio en los hechos a las prácticas reformistas y una proyección política traccionada por un horizonte de expectativas autonómicas para la región. Si bien Delich se identificó en términos sociológicos e ideológicos con las empresas de Gino Germani y de Don José Medina Echavarría (este último particularmente en su momento cepalino), a diferencia de ambos Francisco fue militante y funcionario todo terreno de la Unión Cívica Radical (UCR) de la Provincia de Córdoba, espacio político potencialmente abierto por tradición a las ideas y las utopías reformistas, pero marcado en su devenir contemporáneo por una impronta adaptativa y mayoritariamente conservadora.

    Ahora bien, a partir de los elementos contextuales expuestos, quisiera retornar a las preguntas con las

    cuales inicié este texto. ¿Por qué prestar atención a la obra de Francisco? ¿Cuál es su valor en función de los desafíos que actualmente tienen por delante las ciencias sociales en América Latina? Y la respuesta que tengo para ofrecer es sencilla: su valor principal reside en el compromiso con la construcción de una perspectiva sociológica general, atenta a los grandes interrogantes del pensamiento social clásico y consecuentemente apegada a un conjunto de parámetros metodológicos elementales de la misma teoría sociológica creada en la transición del siglo XIX al XX. Antes que una teoría social propia, innovadora y sistemática, incluso antes que una narrativa sociológica rigurosa, Delich nos deja como legado una serie de escritos en los cuales se exhibe con nitidez un tipo de compromiso sociológico racionalista, totalizante, historizador, que a mi modo de ver lo convierten en uno de los intelectuales y cientistas sociales argentinos metodológicamente mejor orientados. Mi impresión es que su talento, la capacidad que lo diferenció positivamente de la mayoría de los colegas de su tiempo, se asoció fundamentalmente con una intuición analítica muy desarrollada para actualizar los interrogantes esenciales atendiendo a los elementos novedosos del presente nacional y regional, y con una creatividad sociológica y una fuerza prospectiva llamativa para esbozar respuestas provisorias a tales preguntas. Se trata de un conjunto de atributos que emanan de una conciencia sociológica clásica, de un aparato de captura holístico, de lo que el propio Francisco llamó “una pasión completa”. A ello habría que sumarle un tipo de rebeldía, de orgullo y de irreverencia que lo instaban a no aceptar como propias las ideas de otros, y en particular las ideas dominantes de sus propios espacios de pertenencia intelectual y político.

    Situados ante la necesidad de hacer frente a las tendencias actuales de las ciencias sociales en América Latina y en el mundo, sostendré que Francisco no debería ser considerado en primera instancia por los servicios prestados como propulsor regional de los procesos democráticos en América Latina, o bien como un hacedor del giro democrático de la intelectualidad progresista en tiempos de dictadura y posdictadura. Creo más bien que debería ser apreciado como aquel intelectual y político que aun estando comprometido ideológicamente con la expansión de la democracia política, o dicho en sus términos, con la democracia como condición y como necesidad para el desarrollo económico y social, sometió la pregunta por la democracia a un principio de cientificidad sociológico clásico. La idea de una imaginación política motorizada y regulada por una sociología de propensión científica aparece continuamente en sus trabajos. En una de sus formulaciones más vistosas, Francisco sostiene que “la más dramática y fascinante revelación de la Argentina por mi generación es que teníamos una sociedad por descubrir, una identidad y una política por construir, una identidad nacional por realizar” (Delich: 1986, p. 15. La cursiva es mía). Creo que la afirmación expresa con fuerza ese ansiado movimiento de retroalimentación entre el descubrimiento sociológico y la construcción político-identitaria. Al afirmar que el principio de descubrimiento en Delich se orienta por reglas clásicas quiero simplemente indicar que se ajusta a un conjunto de coordenadas metodológicas compartidas por autores ideológicamente tan dispares como Marx, Weber, Durkheim y Simmel. Si bien Francisco se inmiscuye directamente con esta literatura, su lectura se agudiza y se vuelve más penetrante a partir de la influencia que ejercen sobre él dos grandes


    autores con los que entra en relación y admira profundamente: José Medina Echavarría y Barrington Moore. Si la salida ofrecida por Oscar del Barco y otros intelectuales ex marxistas duramente golpeados por la Dictadura Militar fue un rechazo virulento de toda pretensión científica del pensamiento social crítico

    -por considerarlo una manifestación totalitaria sujeta a la dominación del Sistema8-, Delich por su parte

    nunca renunció a la “sisífica tarea de comprender y explicar las acciones humanas y sus consecuencias” (Delich: 1999, p. 55). Contra el escepticismo político y científico imperante, Delich mantuvo viva hasta el final la creencia en la posibilidad de una razón científica puesta al servicio de la reconstrucción de una sociedad política y ética, actualizando con ello un horizonte de expectativas modernas desde la mejor tradición realista y antiprofética.

    Ahora bien, el apego de Francisco Delich a una sociología con pretensión científica, identificada con la explicación del devenir socio-histórico de América Latina, o en los términos exactos de nuestro autor, con la explicación de la mutación social contemporánea (Cfr. Delich: 1986, p. 11; 1999, p. 56; 2002, pp.18-20), permite entender, entre otras cuestiones, los cambios que experimentó su visión de la democracia a lo largo de los años, desde aquellos primeros números de Crítica y Utopía, la emblemática revista de CLACSO que Francisco dirigió entre los años 1978 y 1989. El carácter preponderante que adquiere su compromiso con un método sociológico clásico ayuda a comprender el creciente desencanto que va experimentando respecto a la capacidad regeneradora y transformadora de la política democrática en el país y en la región, desencanto que llega a su máxima expresión en los últimos años de su vida, reviviendo y actualizando el pesimismo del último Germani.


    MUTACIÓN SOCIAL, DEMOCRACIA Y MÉTODO SOCIOLÓGICO


    El modo de aproximación de los intelectuales y los científicos sociales progresistas a la cuestión de la democracia en América Latina a partir de la década del 80 se puede resumir en dos posiciones prototípicas que suelen enfrentarse en el campo de las discusiones teóricas. La primera conlleva un rescate a priori del valor de la democracia, sea en los términos ya establecidos o apelando reformulaciones normativas, mientras que la segunda apunta a la consideración del valor de la democracia en función de una teoría sociológica del cambio social, y por lo tanto a partir del conocimiento emergente del análisis y la eventual explicación de los cambios socio-históricos acaecidos en América Latina desde fines de los 70. Si la primera posición supedita la investigación social al golpe normativo de un ex ante democrático, la segunda hace pivotear la democracia como valor en relación a un método de análisis sociológico que incluye la jerarquización de un principio contemporáneo de realidad. En este último caso la democracia como valor no es un elemento ex ante ni ex post sino un vector definido y calibrado a partir de un recorrido de mutua afectación entre ambos registros. Creo que esta segunda posición es la que asume Francisco Delich. La primera posición no acepta o es reacia a revisar los valores que orientan la investigación a partir de los resultados de la propia pesquisa, mientras que la segunda todo lo contrario. Francisco parte de un apego férreo a la democracia como valor, pero acepta cuestionar tal registro a partir del output de su análisis sociológico. Lo que el campo de las ciencias sociales en América Latina pone en juego en este punto es la disputa por el vector que domina el modo de compromiso del intelectual: si en la primera posición el vector dominante es el ideológico o el ético, en el segundo el vector que prevalece es el científico. De este modo, podríamos decir que la concepción de la democracia de Delich se define en primera instancia a partir de un compromiso sociológico. Si en la


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  8. El texto principal de la gran derrota de Oscar del Barco, que atestigua un escepticismo político y científico radical, es su libro El otro Marx, publicado en 1983, y cuya posición el autor actualiza sin grandes cambios en el post-scriptum y el nuevo epílogo que redacta a la edición de 2008 (ver Del Barco: 2008 [1983]). La impotencia, el escepticismo y la reclusión de Del Barco tuvo un impacto notable en la formación de toda una camada de filósofos políticos en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. A mi entender estos últimos no supieron o bien no estuvieron en condiciones de tomar la distancia suficiente para poder crear un nuevo proyecto de encantamiento generacional, vigoroso, expansivo y contemporáneo. Un proyecto que permitiese romper con una derrota y una posterior reclusión culturalista, comunitarista y reactiva que por una cuestión generacional nos les pertenecía directamente y que se trasladó a un modo de entender la filosofía y las ciencias sociales.


    primera posición el valor de la democracia es un postulado normativo, inamovible y abstracto, en la segunda es una hipótesis a corroborar a partir de una investigación sociológica atenta a principios metodológicos clásicos.

    Cuando la teoría de la democracia se supedita como en el caso de Francisco a una visión de la mutación social general, a una sociología del movimiento (Delich: 1988b, p. 2), la clásica y polémica relación entre desarrollo económico y democracia política asume para cada caso la forma de un nudo problemático y no puede resolverse por una dictaminación normativa inicial. Ahora bien, lo que Francisco parece no aceptar en ningún caso es la completa extinción de la democracia como valor. De este modo, la democracia política no solo es para Delich un hecho social y un valor, sino que es en primera instancia una energía y un impulso que anida en todo proceso social desde tiempos pretéritos. Entiendo que este horizonte de intelección ampliado, que integra un registro evolutivo de la civilización como un todo, convierte a nuestro autor en un gran observador de la modernidad. Si para Wallerstein y para Manuel Castells el flujo histórico de la modernidad se dirime en la lucha entre fuerzas de dominación y de autonomía, para Francisco esta se define en la pugna entre fuerzas democráticas y fuerzas autoritarias. Dicho, en otros términos, Delich fija una relación de inmanencia entre la democracia como hecho y la democracia como valor desde el momento que la fuerza democrática está sociológicamente presente de forma manifiesta y/o latente en todo proceso social. Ahora bien, el reconocimiento de este componente ontológico-social de la democracia no implica para Francisco el apego a una forma democrática específica, institucional y/o jurídica, ni su aceptación en cualquier circunstancia.

    A diferencia de tantas mentes extraviadas que continúan haciendo de sus propias debilidades una

    epistemología y una postura intelectual, Francisco Delich tenía un método para observar la realidad social, para reflexionar sobre la democracia y eventualmente para imaginarla a futuro.

    Entre los principios metodológicos clásicos a los que suscribía nuestro autor destacan el principio relacional, el principio multidimensional, el principio procesual y el principio holístico9. Respecto al primero, podemos constatar que para Delich la visión de la democracia se supedita en lo inmediato a una teoría relacional del Estado, al estilo poulantziano, y en términos más generales a una teoría socio-relacional del poder. De este modo, nuestro autor dirá que “la discusión inicial sobre las condiciones de la democracia, mirada desde la sociología, necesariamente es una discusión sobre el poder” (Delich: 2013, p. 147). En cuanto al principio multidimensional, podemos observar que su visión de la democracia se resuelve igualmente al interior de una lógica de articulación entre economía, política y cultura, y más en concreto asociado a lo que Delich llama “coeficiente de articulación”. Si bien dicho coeficiente no asume en sus textos una forma conceptual sistemática, es constatable que se trata de un dispositivo socio-causal que señala el grado de interpenetración y los niveles de autonomía y de supeditación entre los cuatro subsistemas o dimensiones que organizan su teoría de la sociedad: el Estado (lo político-nacional), la sociedad (lo social-nacional), el mercado (lo económico-global) y la nación (lo cultural-nacional) (Delich: 2002, p. 38). Este esquema se pone en movimiento, por ejemplo, cuando Delich identifica los fenómenos principales del fin de siglo XX: “la crisis de una forma de Estado (el Estado-nación de bienestar), la interpelación de la nación por la globalización, la expansión de los mercados y la mutación de los valores tradicionales en la sociedad civil” (Ibíd.: p. 79). Antes que reclamar a priori más y mejor democracia para un procesamiento superador de tales fenómenos, Francisco sostiene que estos demandan en primera instancia un replanteo de la relación entre el Estado-nación, la sociedad civil y el mercado (Ibídem). En cualquier caso, el coeficiente de análisis multidimensional de Francisco termina priorizando una lógica de articulación entre economía y política, bajo la premisa no declarada de que la cultura es una variable en gran medida dependiente de la interacción entre el par mencionado.

    La apuesta de Delich por definir y por redimensionar la democracia como hecho y como valor a partir del apego a una lógica de articulación entre economía y política lo distanció de la perspectiva de Touraine,


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  9. Para un desarrollo de estos principios ver Torres (2017).


    con quien mantuvo una rica polémica en torno a este punto (Touraine, Delich, Mora & Araujo: 2004, pp.189-217). Contra toda aproximación estática, y contra toda comodidad normativista e institucionalista, Delich concebía la democracia supeditada a un principio socio-procesual que incluía el registro de una larga duración, desplegando un modo de historización ambicioso que deja entrever la influencia de Barrington Moore. De este modo, Francisco incubó desde siempre la idea de que la democracia y el autoritarismo, las fuerzas que propulsan la historia, “no son ni modelos ni circunstancias históricas sino procesos sociales que cristalizan en instituciones, que solemos designar, conforme a la mayor o menor preponderancia de uno u otro elemento (o conjunto de elementos) autoritario o democrático” (Delich: 1979, p. 1). Para Francisco ambos procesos, el autoritario y el democrático, son formas de orden y de cambio social (Ibídem). Es muy interesante observar como su idea de democracia como proceso se define a su vez al interior de una historia social que entrelaza el conjunto de las escalas espaciales, ya que su historia es simultáneamente local, nacional, latinoamericana y global, y a su vez que atiende y desborda una historia de la modernidad.

    Entre los principios metodológicos a los que Delich recurre para reflexionar sobre la democracia y su perfeccionamiento, posiblemente el principio holístico sea el más determinante. El recurso a un principio de totalidad social lo inscribe de lleno en las coordenadas pre-disciplinares del pensamiento social clásico (y no solo del marxismo). Francisco solía decir que solo cuando miramos el conjunto somos capaces de advertir el cuándo y el cómo del movimiento, y por tanto el cuándo y el cómo de la democracia como proceso (Delich. 1988b, p. 2). El heroísmo intelectual de Francisco se deja ver particularmente en relación con este principio. Al igual que para Aricó, para Francisco no se podía pensar la democracia sin pensar como un todo el fin de siglo latinoamericano, lo cual a su vez implicaba una forma de repensar el globo, ya que para nuestro autor “no hay rincones en el planeta ajenos a la historia común de los hombres” (Delich: 2007, p. 22).


    DELICH Y LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI


    Al permanecer constante en la obra de Delich el modo de aproximación analítica a la cuestión democrática, así como la propia definición de esta última, no es de extrañar que la consideración misma de la democracia experimente modificaciones sustantivas. Una teoría de la mutación social atiende a los cambios concretos producidos en la relación entre economía y política, y a partir de ello intenta percibir las mutaciones de la democracia. De este modo, la democracia como proceso, tal como Delich la define en abstracto, se conforma en su sociología nacional y latinoamericana más contemporánea atendiendo a un hecho estructural clave: la tendencia general a la creciente supeditación de la política a la economía y más en concreto a la creciente supeditación de la política estatal a la economía globalizada. Para Francisco esta tendencia se afirma principalmente en América Latina en la década del 80 a partir del impactante crecimiento de la deuda externa. Ya por esos años Delich va a reconocer que la deuda externa no corresponde a una coyuntura, aunque tengan como origen una coyuntura, sino que forma parte de la estructura económica y social de la región, y por lo tanto no está bajo control real del Estado. Para Francisco, se trata de un condicionamiento de tal magnitud que se convierte en la base del orden social y de la definición de sus tensiones principales. Nuestro autor dirá que el orden político-democrático no puede escapar al impacto del cambio estructural contenido en esta nueva dependencia económica (Delich: 1985, p. 1). Aquí Delich expresa con todo dramatismo la creciente impotencia del programa reformista del alfonsinismo, al mismo tiempo que deja en evidencia el error de aquella fracción de la intelectualidad progresista que creyó ver su principal desafío en el intento de democratizar la cultura política nacional desentendiéndose de la reforma de la economía. En cualquier caso, el reconocimiento del fracaso económico de la democracia se registra en los años 80 –y Delich no es una excepción a ello- bajo el temor del posible retorno a un gobierno dictatorial más exitoso económicamente, haciendo con ello realidad las peores elucubraciones de Medina Echavarría.


    La mayoría de las veces que Delich se refiere a la tendencia a la creciente supeditación de lo político a lo económico, opta por desagregarla en dos procesos, uno político y otro económico. En concreto se refiere a la tendencia al colapso del Estado-benefactor y a la tendencia a la creciente globalización y financiarización del mercado económico capitalista. Las inclinaciones durkheimnianas de Delich lo llevarán a insistir principalmente en la primera tendencia. Su idea del colapso del Estado-benefactor se ajusta sin inconvenientes a la tesis del declive tendencial e irreversible del poder soberano de los Estados-nación, del modo en que circula por el mainstream de la teoría social contemporánea global. A medida que se van profundizando las reformas neoliberales en Argentina y en América Latina compruebo que Delich se va desplazando del reconocimiento de la primacía de lo político-democrático a la primacía de lo económico- global, en sintonía con el diagnóstico de Giddens y con las hipótesis causales del materialismo histórico contemporáneo. A medida que se acentúa en la obra de Delich el reconocimiento de la creciente supeditación de lo político-estatal a lo económico-global, y a medida que nuestro autor observa cómo las desigualdades sociales estructurales se profundizan bajo los propios regímenes democráticos de la región, se va debilitando también su apuesta normativa por la democracia. Con el cambio de la realidad social en América Latina cambiará para Delich el sentido y el valor de la democracia. La esperanzada discusión respecto a la democracia como necesidad y condición de fines de los 8010 va mutando hasta convertirse, en las reflexiones finales de Francisco, en una puesta en cuestión de la deseabilidad misma de la democracia como forma política del capitalismo de principios del siglo XXI.

    Con el ingreso en el siglo XXI el problema número uno de la sociología de Delich pasó a ser el incremento de las desigualdades sociales bajo el capitalismo neoliberal, desplazando del podio al autoritarismo, que ocupaba el centro de sus preocupaciones normativas y sociológicas desde fines de los

    70. El desencanto con la democracia política realmente existente, junto con el férreo sostenimiento de la creencia en la razón sociológica, parecen reprimir de algún modo sus fantasías democráticas. Si a partir del apego a su método sociológico nuestro autor llega a la amarga conclusión que la democracia como principio de organización general de la sociedad es estructuralmente imposible en la actualidad, no queda claro hasta qué punto está dispuesto a sostener la democracia como una utopía. Para Francisco la imaginación utópica debe regularse por el principio de realidad que provee la sociología. Desde el momento que la utopía democrática deja de ser una utopía fundada sociológicamente, la democracia como valor corre el riesgo de desvanecerse. En cualquier caso, la gran pregunta de Delich, que hereda de Raúl Prebisch, continúa más vigente que nunca: “¿Es posible la acumulación de capital dentro del orden democrático para países de condición periférica?” (Delich: 1988b, p. 6). En sus últimos años, hundido en cierto pesimismo, nuestro sociólogo cordobés comparte la visión de Wolfgang Streeck: si el reloj ya está corriendo para la democracia, tal como la hemos conocido, nada nos invita a pensar que también esté corriendo para el capitalismo (Streeck: 2013, p. 9). La vida de Francisco se extingue en un momento de plena incertidumbre, en el cual este parece no poder imaginar cuáles serán las utopías que encenderán a América Latina en el futuro. La única certeza que nos deja nuestro amigo es que no habrá un futuro promisorio sin la apuesta por el desarrollo de una sociología científica, de inspiración clásica, comprometida con el destino de nuestras sociedades.


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  10. El hilo rojo de la discusión de los primeros números de Crítica y Utopía pasaba por dilucidar en qué medida la apuesta por la democracia se ceñía a un proyecto de recomposición ideológica y ética colectiva que había que sostener aún a costa de la retracción del crecimiento económico, o bien la propalación de la democracia era a su vez una condición social necesaria u optimizadora de la expansión económica. Las discusiones de aquel entonces incluían análisis comparativos entre gobiernos democráticos y autoritarios respecto a su salud económica (ver Delich: 1986, p.16; 1988a, pp. 1-8; 1988b, p. 7).


Referencias bibliográfícas


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