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El arte en el espacio público
Carmen Velásquez M. y Victor González L.
Introducción
El arte público no es un concepto fácil de denir.
El hecho de estar asociado a la ciudad y a la sociedad
lo enmarca en una complejidad estructural. Tal vez la
explicación de esta controversia, desde su aparición e
institucionalización, es la unión de dos palabras que se
conguran de tal manera como “problemáticas”, porque el
término fue acuñado justamente en el siglo en que el “arte”
y “público” no eran compatibles (Miles 1997, p. 85).
El arte público evidencia espacios socio-políticos
y se constituye a través de relaciones sociales que describen
recorridos expresivos-receptivos. Por lo tanto, adquiere
una nueva dimensión ligada inevitablemente a un factor
ideológico, pero que supone la comprensión de la ciudad
como un contexto sociopolítico.
Fernando Alves (2008) establece dos
características que determinan la inclusión de las obras
de arte como miembros de este campo; la primera, es la
ubicación de las obras de arte en espacios de circulación
públicos y, la segunda, la transformación comprometida del
público en público de arte.
Para reforzar esta línea conceptual, consideramos
necesario presentar diversas terminologías sobre arte
público, a partir de dos líneas genealógicas; por un lado,
el arte público a la contextualización espacial, que surge
cuando los artistas se plantean consideraciones con
relación al entorno y, por el otro, un arte crítico y político
que plantea, no solo la relación con el contexto, sino
implicar intereses para la gente. En ambos casos se apunta
a una conceptualización emergente y eminentemente
cívica para la construcción de un concepto. Así pues, el
arte público subrayado por los teóricos está en priorizar la
ciudadanía como parte de la concepción y ejecución de la
obra, tal como lo expresa Siah Armajani:
El arte público no trata acerca de uno mismo, sino
de los demás. No trata de los gustos personales,
sino de las necesidades de los demás. No trata
acerca de la angustia del artista, sino de la felicidad
y bienestar de los demás. No trata del mito del
artista, sino de su sentido cívico. No pretende
hacer que la gente se sienta empequeñecida e
insignicante, sino de gloricarla. No trata acerca
del vacío existente entre la cultura y el público,
sino que busca que el arte sea público y que el
artista sea de nuevo un ciudadano. No estamos
interesados en el mito creado en torno a los
artistas y por los artistas. Lo que nos importa
es la misión, el programa y la obra misma. Por
medio de las acciones concretas, en situaciones
concretas, el arte público ha adquirido un cierto
carácter. Una de las creencias fundamentales
que compartimos es que el arte público es no-
monumental. Es bajo, común y cercano a la gente.
(Siah Armajani, 1986 en Maderuelo, 2008)
Con estas palabras, el autor plantea una
democratización del arte en donde adquiere una función
especíca el ciudadano, es decir, la resignicación de
nuestra condición de ciudadanos y del espacio público
como espacio de interrelación y contacto entre los
ciudadanos. En este orden de ideas, el planteamiento
moderno de arte reposiciona al ciudadano como actor
sumando compromiso con la ciudad, y como destinatario
nal de los trabajos urbanísticos y obras de artes que
se ubican en ella; entonces, la obra debe tener una
cualidad educadora que ayude a extender los límites de
la sensibilidad de los ciudadanos. El término “arte público”
diere sustancialmente con las funciones e intenciones del
monumento urbano.
El espacio público, soporte y condición
sine qua
non
del arte público, debe ser entendido en su sentido
amplio, es decir, comprende los espacios de libre acceso.
Javier Maderuelo (1994), dene claramente sus rasgos
determinantes.
Una plaza, un edicio público, un jardín o un
monumento son elementos del vocabulario
estético de la ciudad, pero también son signos de
la ideología dominante que aparecen cargados de
connotaciones y valores. El compromiso del “arte
público” con la ciudad está no tanto en seguir
generando este tipo de signos ideológicos, como
el de pretender ser un reejo de la actividad social
de la ciudad. Su signicado no hay que buscarlo
en su capacidad paradigmática, sino en la forma
en la que la obra convierte el espacio urbano en
lugar y le sirve, dotándole de carácter. La obra
de “arte público” debe conferir al contexto un
signicado estético y también social, y, además,
debe ser comunicativa y funcional. En una
palabra, debe contener esas características de
las que carecen aquellas obras que son ubicadas
arbitrariamente en los espacios públicos.
Con la frase “obras que son ubicadas
arbitrariamente en los espacios públicos”, Maderuelo
expresa lo que sucede en la mayoría de los casos, en
donde el ciudadano que comparte el espacio no establece
ninguna relación con la obra “impuesta”, por ende no hay
incidencia positiva en la ciudad, ni compromiso con y para
el ciudadano. Fernando Gómez Aguilera (2004, p. 46) lo
plantea así:
El arte público es un arte sin estilo, fuera de
paradigma, esté vinculado con contextos
públicos físicos y/o socio-culturales concretos
a los que aporte signicados estéticos, cívicos,
comunicativos, funcionales, críticos, espaciales
y emocionales especícos y en términos de
presente. Y quizás deba también poner en relación
esos contextos con la vida (deseos, necesidades,
problemas...) de las personas de la comunidad