Revista
de Ciencias Sociales (RCS)
Vol. XXX, Número Especial 9, enero/junio 2024. pp. 46-58
FCES
- LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431
Como citar: Reséndez, M. A. (2024). Limitaciones de
la investigación femenina en la educación superior en México. ¿Un problema de
género?. Revista De Ciencias Sociales, XXX(Número Especial 9),
46-58.
Limitaciones
de la investigación femenina en la educación superior en México. ¿Un problema
de género?
Reséndez González, María
Angélica*
Resumen
En
el entorno del Siglo XXI, denominado siglo del conocimiento y de la
información, corresponde reflexionar en el imaginario social y colectivo, las
incidencias del género como hacedor de desigualdades en los niveles educativos,
incluida como materia de investigación. El objetivo de este estudio fue
analizar la perspectiva de género para determinar si subsiste esa
discriminación hacia el trabajo investigativo de las mujeres, si existe avance
en función del reconocimiento de sus derechos. La metodología utilizada es
descriptiva, con estudio bibliográfico-documental. Los resultados dan cuenta
que otra vertiente, deviene de la distribución desigual del trabajo doméstico en
el entorno familiar y que subsiste en los diversos roles de comportamiento en
donde intervienen preponderantemente los niveles de educación, además de limitantes
que dificultan la incorporación de las profesionistas que incursionan en la
investigación científica y humanística, áreas de suyo “masculinizadas”, tales
como ciencias exactas, física, ingeniería y arquitectura. Se concluye que es
necesario proponer programas que permitan la apertura de espacios a las mujeres
en las áreas de conocimiento “masculinizadas”, con la finalidad de lograr la
equidad de género, es decir, respetando las diferencias, que mujeres y hombres
tengan igualdad en acceso a las oportunidades en las diversas áreas de
investigación.
Palabras
clave: Investigadoras; género; Instituciones de Educación Superior;
equidad; México.
Limitations of female
research in higher education in Mexico. A gender problem?
Abstract
In the environment of
the 21st century, called the century of knowledge and information, it is
appropriate to reflect on the social and collective imagination, the incidences
of gender as a cause of inequalities at educational levels, included as a
subject of research. The objective of this study was to analyze the gender
perspective to determine if discrimination against women's research work
persists, if there is progress based on the recognition of their rights. The
methodology used is descriptive, with a bibliographic-documentary study. The
results show that another aspect comes from the unequal distribution of
domestic work in the family environment and that subsists in the various behavioral
roles in which education levels predominantly intervene, in addition to
limitations that make it difficult for the incorporation of professionals who
enter in scientific and humanistic research, inherently “masculinized” areas,
such as exact sciences, physics, engineering and architecture. It is concluded
that it is necessary to propose programs that allow the opening of spaces for
women in "masculinized" areas of knowledge, with the purpose of
achieving gender equity, that is, respecting differences, so that women and men
have equal access. to opportunities in various areas of research.
Keywords:
Researchers; gender; Higher Education Institutions;
equity; Mexico.
Introducción
En
el presente trabajo se abordan los elementos sociales, estructurales, de
género, patriarcales, que han interpuesto sólidas barreras a las mujeres hacia
la apertura de nuevos espacios de superación. En efecto, en este transitar de
las mujeres se van desentrañando los impedimentos que han mantenido a la mujer
en su status de “mujer doméstica”,
confinada al cuidado del los hijos y responsable de las tareas domésticas (González
y Cuenca, 2020; Carrillo y Novoa, 2022).
Cabe
señalar que, en las primeras luces del conocimiento, al tratar de incorporarse
las mujeres al campo profesional, ocurre entonces que las profesiones que les permitió
ingresar fueron aquellas que tienen etiquetas femeninas, tal es el caso de que
se les permite por el oficio de cuidadoras o la atención a niños, niñas y
adolescentes en educación (Mosteiro y Porto, 2017).
Ahora
bien, en este contexto se procede a desentrañar los paradigmas de género que aún
prevalecen arraigados en muchas áreas de la sociedad y que, a decir de las
especialistas de la materia, propician “una maquinaria hacedora de desigualdades”
(Keller, 1990; Buquet,
2013). En el entorno de las desigualdades las mujeres que incursionan en los
ámbitos de superación educativa y cultural se enfrentan a una estructura social
“virilizante” que ofrece una fuerte resistencia a esa superación profesional, principalmente
en las Universidades y en las Instituciones de Educación Superior, en el
entorno de las materias denominadas “duras” tales como matemática, física, medicina,
ingeniería y el área de investigación, donde el rechazo masculino es evidente.
En
el desarrollo, se abordan elementos interesantes a partir de la maquinaria
hacedora de desigualdades, tales como la estructura social, el simbolismo e
imaginario social, que actúan como “coadyuyantes” de la construcción de las
desigualdades entre hombres y mujeres, más aún en el ámbito educativo y
cultural. Al respecto, García (2004) sostiene que se trata de:
Una
estructura de relaciones objetivas entre posiciones y tomas de posición, que se
construye y dirime en distintos escenarios fundados en combinaciones
particulares de la desigualdad económica, la distancia social y cultural, la
discrepancia política e ideológica, la diferencia sexual, racial y religiosa
que caracterizan al espacio social mexicano, en diferentes momentos de su
historia. (p. 83)
En
las filas del racionalismo cartesiano, se encuentra la primera indicación de
igualdad entre los seres humanos, si bien en el siglo XVII, la herida presente
contra cualquier impresión de imparcialidad consiste en la desigualdad que
genera el sexo, expresando, en tal sentido, que el sexo condena a la mitad de
la especie humana, a una perpetua minoría de edad. Por lo tanto, tal como lo
señalan Suárez, Suárez y Zambrano (2022), las sociedades en el planeta, se interesan
por lograr que la educación sea mediadora de las problemáticas del siglo XXI,
sobre todo entre las inquietudes por la competencia e igualdad de oportunidades
para hombres y mujeres; por lo que en Colombia el plan estratégico de educación
para el período 2019-2022, tiene como lema la educación de calidad para un
futuro con oportunidades para todos.
Por
otra parte, se introducen elementos interesantes en torno a las identidades de
género a propósito de las féminas que aceptan su identidad con los roles de
género previstos y enraizados por la sociedad, mujeres a quienes les aplican el
adjetivo de “inteligibles”; y para las no adaptables, las que se rebelan, las
que quieren ser diferentes, se les emplea el término “ininteligibles”.
En
este sentido, y dado lo antes expuesto el objetivo de este estudio fue analizar
la perspectiva de género para determinar si subsiste esa discriminación hacia
el trabajo investigativo de las mujeres, si existe avance en función del
reconocimiento de sus derechos en México, utilizando una metodología
descriptiva, con estudio bibliográfico-documental.
1.
Origen de las desigualdades
1.1.
Paradigmas de género
Desde
los albores de la civilización las diferencias fisiológicas y anatómicas
generadas por el sexo, fueron generando desigualdades entre hombres y mujeres,
que al paso del tiempo y con los avances del crecimiento, así como de las
culturas hacia la civilización, fueron dando origen a un trecho muy amplio que
los especialistas han llamado “brecha de género”.
En
la declaración de la eliminación de todas las formas de violencia contra la mujer
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 2014), se señala que la violencia contra la mujer no es la
violencia por si misma, sino que se trata de la violencia ejercida hacia la
condición femenina. La función reproductora de la mujer la envió desde los
inicios de la humanidad al confinamiento de la cueva, y al cuidado de los hijos
en tanto que el hombre salía de la cueva a la recolección de frutos y en un
momento posterior a la caza de animales, por tanto al parecer la misma
naturaleza fue propiciando esta segregación, que posteriormente, la costumbres
a través de los paradigmas de género, fueron acentuando en las diversas
culturas, con el paso del tiempo, una división del trabajo entre lo masculino y
lo femenino.
González
(2001); Larrañaga, Arregui y Arpal (2004);
y, Valenzuela (2021), señalan que, entre otras premisas, es la función
reproductora la que condena a la mujer al cuidado de los hijos, por consiguiente,
a las labores del hogar, es decir que, al dar a luz a los hijos, no es un condicionante
para saber hacer las labores del hogar; a la mujer generalmente se le prepara para
atender, así como satisfacer las necesidades de los otros,
observándose diferencias de
género, producto de procesos de socialización que consideran a las mujeres comprometidas
con las funciones reproductivas y a los hombres con el trabajo productivo.
Ahora
bien, desde el nacimiento, la naturaleza ha dotado a mujeres y a hombres de los
llamados caracteres sexuales primarios o genitales tanto masculinos, como femeninos,
los cuales durante la pubertad y adolescencia les han de proporcionar las
características tanto masculinas como femeninas a las cuales biológicamente se
les denomina caracteres sexuales secundarios, por el momento de su
advenimiento, y que marcan las diferencias sexuales en la especie humana
(Bordeu, 2006; Sánchez, 2020).
Empero
dichas características de diferencias sexuales por los genitales, desde el
nacimiento, cada cultura, les atribuye comportamientos específicos a los que se
les conoce como “roles de comportamiento” y en la actualidad se les denomina
paradigmas de género, mismos que producen, generan y atribuyen conductas que
reproducen desigualdad en la sociedad, desde el núcleo social inicial, es decir
desde la familia (Bordeu, 2006; Ruiz, 2017).
De
acuerdo con Reséndez, Alfaro y Nava (2017); y, Mosteiro y Porto (2017), existe
una clara diferencia entre el sexo y género, al referir el sexo como la
diferencia anatómica, biológica y fisiológica entre el hombre y la mujer; en
tanto que el género es la construcción psicosocial sustentada sobre la base
biológica; incluyendo
roles y perspectivas que tiene la
sociedad acerca de las conductas, pensamientos, así como características
que acompañan al sexo asignado a una persona (Díez, 2020).
En
este marco de referencia, es evidente el trato desigual y discriminatorio que
ha experimentado la mujer en todos los ámbitos y las culturas, principalmente
en materia de la educación, al ser considerada como “mujer doméstica”, en las
democracias modernas, a manera de ejemplo, se puede señalar que:
Históricamente, la tasa
de analfabetismo es mayor en las mujeres; por ejemplo, en 1990 mientras la
población masculina representaba 37.4% de los analfabetos del país, las mujeres
participaban con 62.6%. Lo cual muestra que el analfabetismo femenino presenta
niveles superiores al de los varones; dicho de otra manera, mientras de cada
diez hombres uno es analfabeta, en las mujeres existe una analfabeta por cada
seis. (Aguado y Rogel, 1993, p. 117)
Este
dato basta para considerar, el lento acceso de las mujeres a la educación y a
la cultura y el sometimiento al varón por el carácter de proveedor y de
autoridad en el entorno familiar, como característica del Patriarcado, que prevalecía
en México desde su conformación como nación, denotando una falta de equidad y
de acceso a la educación de las mujeres, menos aún hacia la educación
profesionalizante y por lo tanto a la justicia de lo femenino, abriendo desde
entonces lo que hoy se conoce como ”brecha de género”.
1.2.
El patriarcado
Esta
temática, abordada por De Miguel (2005); y, Reséndez (2019), considera que la
cultura patriarcal, que se encuentra con raíces muy profundas en la cultura
mexicana, desde sus orígenes, es decir a través de la historia, conceptualiza a
las mujeres como inferiores, mediante diversos sistemas de socialización de
esos paradigmas de género, de obediencia y sumisión hacia el varón, incluida la
violencia masculina, función que tiene diversos efectos en el trato hacia las
mujeres e incluso en la propia imagen de sí mismas, aceptado como
comportamientos libremente deseados y elegidos. Al respecto, Mujica (2019)
sostiene que en la sociedad chilena: “La
masculinidad se asocia a la proyección de fortaleza y la feminidad se vincula
con el culto a la belleza” (p. 87), reproduciendo una cultura androcentrista
suscitando una educación sexista.
En
la mayor parte de las culturas al parecer existe una “justificación” para
ejercer la violencia hacia las mujeres, presentando formas específicas de
legitimación, al considerar a la mujer en una condición inferior con respecto
al varón. “Esta violencia es una manifestación de las
relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres” (Consejo
de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación, 2015, p. 87), y se refleja en considerar el cuerpo
de la mujer como “objeto sexual”, de donde provienen las violaciones; y
“propiedad del varón”, de la cual surgen los feminicidios; estas violencias
hacia la mujer se producen en todos los ámbitos donde las mujeres van
incursionando tales como educativos, laborales, artísticos y políticos (Castañeda
y Ordorika 2015), por lo cual es una explicación que no justifica esos abusos.
Las
variadas formas de violencia hacia la mujer, se practican de suyo, desde épocas
remotas justificándose por paradigmas de género, trasmitidos de generación en generación,
lo que la Sociología reconoce como violencia estructural, es donde toma esencia
el paradigma del patriarcado, dicho de otra manera, la supremacía social,
estructural, física e histórica de la virilidad del hombre, lo cual se ha
traducido en una justificación social de la violencia del varón, hacia las
mujeres.
2.
Acceso de las mujeres a la educación
Desde
la educación primaria hasta el ingreso a la educación superior el tránsito de
las mujeres en este sendero ha sido tortuoso y accidentado, toda vez que en
posiciones totalmente de desventaja y desigualdad, han tenido que avanzar,
venciendo obstáculos, mismos que en el presente trabajo se tratan de desentrañar
con algunos soportes teóricos, con el ánimo de revisibilizarlos, con el
propósito de lograr un enfoque de reconstrucción social que permita alcanzar un
avance más significativo de las mujeres en la educación superior, es decir, su
incursión en las profesiones “masculinizadas” (Steinke, 2017; Ruiz-Ruiz, Noriega-Aranibar y Pease-Dreibelbis, 2021), y en particular en
el ámbito de la investigación (Castañeda
y Ordorika, 2015).
En
cuanto al “orden de género” que emplea Buquet (2013), refiere a un orden
mediante el cual la organización social, establece y genera relaciones en las
que hay jerarquía y subordinación por parte de los hombres en relación con las
mujeres, lo cual es reiterativo en la sociedad.
A
partir de esta definición mencionada, se puede inferir que esta relación de
subordinación y jerarquía permea en la estructura social y permanece; además,
en la cultura popular se denomina con el término patriarcado, estableciendo
roles de comportamiento, de sumisión en las mujeres, así como de dominación y
mando en los varones a través de la historia, lo que se traduce en una sociedad
mexicana sin justicia y sin equidad.
Ahora
bien, se han incluido dos términos importantes en una sociedad donde ya existe un
reconocimiento formal de los derechos humanos de las mujeres en diversos
ordenamientos jurídicos mexicanos partiendo de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos de 1917, por tanto en teoría, debería existir una
aplicación justa en el reconocimiento a los derechos humanos de las mujeres y
los hombres, en tanto que la equidad, significa un trato igual en las mismas
circunstancias (Instituto Interamericano de Derechos
Humanos [IIDH], 2000; Secretaría
General, Unidad para la Igualdad de Género, 2017).
Entonces
este ordenamiento teórico de género con una estructura ancestral de relaciones
de poder, que limita de manera persistente y en ocasiones frontal el acceso de
las mujeres a los ámbitos de la educación superior, de las profesiones, y de la
investigación que subsiste en el imaginario social, ¿es posible desarticularlo?
Al respecto, Ordorica (2021) manifiesta que la desigualdad de género es
estructural al orden social mismo, lo que ocurre es que las mujeres se han
incorporado a estas instituciones sin que se dieran grandes cambios en el orden
de género, en distintos sentidos, ni tampoco en las formas de organización, ni
en las exigencias y prácticas de las universidades.
En
esta estructura social contribuyen varios factores reforzando una cultura de la
naturalidad, puesto que todo este contexto deviene de una concepción cien por
ciento natural, expuesta por Rosado (2021), al señalar que la desigualdad en el
devenir de la historia de la humanidad, deviene de la función reproductora de
la mujer y por consiguiente, en el mismo paquete de obligaciones del cuidado de
los hijos, las labores domésticas, por ser procreadoras de la especie; esta función
eminentemente natural, favoreció esa
condición de inferioridad, de sojuzgamiento y confinamiento al concepto de
mujer doméstica, la cual ha limitado su actuar en la toma de responsabilidades
en el ámbito de la educación profesionalizante en la historia temprana de la
sociedad mexicana.
Además
del concepto de naturalidad de las diferencias que se mencionan, se considera
“natural” que las mujeres tengan ciertos intereses y los hombres otros, por
ejemplo, la vocación profesional distinta entre hombres y mujeres, por tanto,
las responsabilidades sociales son distintas, incluidas las del hogar, de
acuerdo con Buquet (2013); en ese sentido, las labores domésticas van
implícitas en este paquete, en este contexto, se destacan las desigualdades.
En
este sentido Buquet (2013), establece que existen factores distintivos que
permiten la comprensión de cómo la humanidad y la cultura evolucionaron simultáneamente,
de hecho, se afirma que los seres humanos “son cultura”, puesto que actúa y se
hace con cualidades, hábitos morales, intelectuales, técnicos que en sí son
cultura, de tal manera que el código simbólico, es tanto o mas poderoso que el genético,
es decir, los simbolismos se encuentran sumamente arraigados en la especie
humana.
Al
respecto, cobra vigencia el que la sumisión de las mujeres a los hombres,
subyace en patrones culturales destacados en la especie humana que se
encuentran en el origen simbólico desde donde se construyen, como parte de la
maquinaria hacedora de las desigualdades mencionada; pues “más
allá de ciertas variaciones culturales las sociedades imponen normas, patrones
y pautas diferenciales a hombres y a mujeres, que ubican a estas últimas en una
condición histórica de desventaja y postración” (Martínez-Herrera, 2007, p. 88).
Por
todo ello, esa poderosa constructora de desigualdades tiene grandes incidencias
en ámbitos políticos, económicos y sociales; en este marco de referencia Alvarado (2010), señala que esas asimetrías,
son percibidas por los diversos grupos socioeconómicos, puesto que ya desde la
concepción socio-cultural imperante en México a finales del siglo XIX, bajo
reglas implícitas se impidió el acceso a las mujeres a la educación superior de
manera formal, entre otros aspectos, reduciendo las posibilidades de
socialización y convivencia, lo cual favorece y estimula la solidaridad
comunitaria, permitiendo la reiteración de tales actitudes que generan
desigualdades.
Por
otra parte, es de afirmarse que las desigualdades perjudican en gran medida el
crecimiento económico si se transforma en barreras para que ciertos segmentos
de la sociedad logren su potencial productivo, en virtud de que una baja
movilidad social prevé la existencia de grandes desigualdades permanentes en el
acceso a las diferentes oportunidades, en las cuales tanto mujeres como hombres
permanecen en el mismo status bien
sea de privilegios o de desventajas a virtud de posteriormente pasarlas a sus
descendientes, lo cual asegura la subsistencia de las desigualdades propiciadas
por la poderosa maquinaria en comento.
En
este orden de ideas, la precitada y la poderosa maquinaria constructora de
desigualdades, influye también en la concentración de recursos económicos en
grupos privilegiados de la sociedad (Martín, 2024), los cuales pueden potenciar
desproporcionadamente, debido a la capacidad de influencia que tienen en las
élites de las agendas gubernamentales, por lo que la desigualdad actúa en
detrimento de la estabilidad institucional y consolidación democrática en el
largo plazo.
Las
desigualdades se pueden concentrar en tres dimensiones: Educación, ingresos y
movilidad social; en este sentido, las mujeres fueron excluidas del ámbito de
la educación superior por un largo tiempo, como ya se ha mencionado
anteriormente, y pudiera afirmarse que durante siglos; al respecto, quién no
recuerda el histórico caso de Sor Juana Inés de la Cruz vestida de hombre para
acceder a la institución educativa (Alonso, 2021); la paulatina incorporación
de la mujer en ciertos espacios primero y posteriormente en ciertas disciplinas,
en tanto que en la actualidad en cualquier sitio y área de conocimiento (Avolio
y Di Laura, 2017).
No
obstante, se debe señalar el indiscutible plano de desigualdades que ostenta la
mujer en las diversas áreas de las disciplinas científicas, así como en el
ámbito de la investigación y las profesiones “etiquetadas” masculinizantes
tales como la ingeniería y la abogacía, entre otras.
Es
importante destacar, entre las dimensiones de las desigualdades, que la
educación tiene un papel importante y fundamental, por su alta repercusión en
la movilidad social, específicamente en el caso de las mujeres, así como en la
igualdad de oportunidades, a virtud de que estos elementos son credenciales
básicas para el acceso a las oportunidades laborales de puestos en trabajos
calificados.
En
este sentido, la incorporación de las mujeres resulta encontrarse con mayores
dificultades, más aun, en el marco de elementos consubstanciales a su característica
femenina precisamente por estar en condiciones de ser posibles víctimas del
hostigamiento y acoso sexual (Acevedo, Biaggii y Borges, 2009; Buquet et al.,
2016; Montoya, 2018), estas últimas acciones recientemente tipificadas como
delitos y que en el imaginario social eran consideradas como propiciadas por
las propias mujeres al acudir a sitios etiquetados exclusivos para hombres, es
decir, los centros de trabajo.
Uno
de los principales objetivos del desarrollo en las democracias modernas es el
de una movilidad alta que permita a las personas que nacieron con recursos económicos
escasos o nulos, mejorar sus condiciones de vida. En este tenor, la baja
movilidad social en México no se limita a la alta persistencia en el status socioeconómico, las mujeres
enfrentan más dificultades para mejorar su condición socioeconómica, respecto a
su condición de origen.
Bajo
estas circunstancias, la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2022), señala
que: “El trabajo decente es un
trabajo productivo que proporciona unos ingresos justos, derechos, protección
social y apoya el crecimiento económico sostenible” (párr. 1), es decir, aquel que produce ingresos necesarios para que las
personas se aseguren las necesidades básicas, dando una estabilidad económica,
que cubre también la seguridad social, y donde las condiciones otorgan un ambiente
digno para quien lo desempeña. “El contar con recursos propios
posibilita, entre otras cosas, enfrentar situaciones de violencia, dependencia,
exclusión y confinamiento, pero también aprovechar el dividendo de género que
tiene el país para impulsar el desarrollo y el crecimiento económico” (Instituto
Nacional de las Mujeres [INMUJERES], 2018, p. 17).
En
estas condiciones se refleja con meridiana claridad el trabajo efectivo y
eficaz del “mecanismo hacedor de desigualdades”, tan arraigado en la estructura
social a partir de las diferencias sexuales, que devienen desde el nacimiento, naturales
y biológicas, entre lo femenino y masculino, y cuyas consecuencias para las
mujeres han sido a través de los siglos, la sumisión, el confinamiento, la ignorancia,
la mujer doméstica y un lento, así como tortuoso camino hacia la conquista del
reconocimiento de sus derechos humanos, al igual que de su derecho a la Educación
Superior y el acceso a la investigación.
3.
Siglo XXI, siglo de las transformaciones en México
3.1.
Movimientos feministas y sus consecuencias
El
pasado siglo XX se inicia en México con una Revolución Social y culmina con
movimientos feministas que marcaron un avance significativo en el reconocimiento
de los derechos humanos de las mujeres (Álvarez, 2020). El Siglo XXI, también
llamado Siglo del Conocimiento y la Información, se inicia en México con un
Decreto de Reforma Constitucional en Derechos Humanos en 2011, a partir de la modificación
del artículo 1º, con el reconocimiento de los derechos humanos y los contenidos
en los tratados internacionales en términos de género, discriminación y
violencia, de los cuales México es Estado Parte.
En
esta reforma se incluye aquellos, en los que se reconocen los derechos humanos
de las mujeres y el reconocimiento de los mismos a través de los Tratados y
Convenciones Internacionales e Interamericanas, de donde se viene una serie de cambios,
modificaciones en la legislación, leyes tutelares de los derechos de las
mujeres, esto propicia una gran apertura en el ámbito jurisdiccional y en los
ámbitos de la educación.
No
obstante, en las instituciones de Educación Superior permean las condiciones de
“Reproducción Social” de lo masculino y lo femenino, el Pacto Patriarcal, influyendo
en las decisiones de manera evidente, donde las mujeres ocupan los sitios
secundarios, además, se planea, se diseña, se realiza el trabajo de campo y se
toman decisiones operando el status masculinizante. De acuerdo con Buquet (2013),
es en el diseño del modelo familiar, donde se percibe que subsiste de manera
reiterada, la división para el trabajo en la cual los roles de comportamiento son
diferenciados para hombres y mujeres, en tanto que se reitera sistemáticamente
este esquema en las Instituciones escolares, religiosas, así como en los medios
de comunicación, medios artísticos y científicos.
Como
puede advertirse, el arraigo de estos paradigmas de género está profundamente
entretejido en toda la estructura social, reforzado y reproducido por las
diversas instituciones que coadyuvan con la denominada maquinaria constructora
de desigualdades.
Lo
anterior, se refleja con meridiana claridad, en las Universidades y en las
demás Instituciones, en la planta docente y estructura administrativa en las
que permea la maquinaria hacedora de las desigualdades de género, las mujeres
en los puestos medios y secretariales, y los altos mandos definitivamente masculinizados;
empero ahí donde llegan escasamente las mujeres a los altos mandos como rectoras
o directoras, o se “masculinizan” o de otra parte son rebasadas o
transversalizadas sus directrices, es difícil para una mujer conservar el orden
y la disciplina en un plantel altamente “masculinizado”.
Si
bien es cierto que en teoría se ha avanzado con los movimientos feministas en
México, lo que ha obligado a las universidades y a las instituciones de educación
superior a establecer organismos relativos a cuidar la perspectiva de género,
así como a salvaguardar los derechos de las mujeres universitarias, lo cierto es
que la respuesta del patriarcado ha sido brutal, con conductas negativas tales
como el hostigamiento y el acoso tanto laboral como sexual, así como con los
feminicidios, lo cual ha provocado la respuesta violenta de algunos grupos
feministas.
En
este orden de ideas, de acuerdo con lo que afirma Cerva (2016), esta
problemática que se expone, por su relevancia desde las diversas teorías feministas,
así como masculinidades, esta visible en la política e instituciones, en
relación a su significación social e histórica en los diversos procesos de
incorporación de la perspectiva de género, en los diversos ámbitos donde permea
el feminismo. Así, en las carreras de Ingeniería, así como en la investigación,
existen materias denominadas “masculinizantes”, en las cuales el ingreso y
permanencia de las mujeres tiene un alto costo de resistencia, mismo al que se
ven sometidas estudiantes y profesionistas, lo que configura el denominado
hostigamiento y acoso laboral, y donde la falta de denuncias, provocan serios
problemas de salud física y psicológica en las afectadas.
3.2. Las vocaciones: ¿Verdad o mito?
Entre las características de lo femenino y lo masculino se
reconoce la vocación como una cualidad; en este sentido, a las mujeres se les
reconoce la vocación para ser madres es decir una aspiración para tener hijos,
cuidarlos, educarlos y asumir todas las responsabilidades que la referida
vocación conlleva, lo que llevaría a la pregunta ¿los hombres no tienen
vocación de padres?
Al respecto, también se traduce la vocación para seleccionar
la profesión que se decide estudiar para ejercerla y obtener un trabajo
remunerador; en ese sentido, Buquet (2013), ofrece una interesante reflexión,
mediante la cual las mismas mujeres reiteran la segregación disciplinaria al
escoger las disciplinas o carreras consideradas “propias de Mujeres”, y que
decantan a ellas por su propia elección, “obedeciendo” a su vocación.
En
el imaginario y simbólico social se aduce que las mujeres escogen profesiones
afines a su condición de mujeres, tales como maestra, educadora, enfermera, trabajadora
social, profesiones que aluden al papel de cuidadoras, de atención a niños,
niñas en el proceso enseñanza aprendizaje y que por su condición de mujeres que
nacen con esa vocación, esas son las profesiones que escogen (Castañeda,
2019).
No
obstante, esa explicación patriarcal, ha sido rotundamente negada por la
realidad, toda vez que las mujeres que han incursionado en materias denominadas
“duras” o masculinizantes, como las matemáticas, física, ingeniería, incluso medicina
entre otras, así como en las áreas de la investigación, han roto con el mito de
la vocación de las profesiones de cuidadoras atribuidas a las mujeres.
En
este sentido, Buquet (2013), distingue entre lo inteligible que producen las
normas previamente establecidas y las ininteligibles que apelan a una congruencia
en la persona entre sexo, género y vocación, es decir que rompen paradigmas, para
que las mujeres logren triunfar en ciencias masculinizantes, coinciden en la
cualidad de ininteligibles, que destruyen el concepto masculinizante, de que se
nace con la vocación femenina.
Luego
entonces lo inteligible es la identidad del sexo con el género, si eres mujer
debes ser recatada, estudiar mientras te casas, aspirar a casarte y tener
hijos, aspirar a ser mujer doméstica, a estar al cuidado de tu hogar, dedicada
a las labores domésticas, si trabajas deberás estar, a la doble jornada
laboral, no descuidar el cuidado del marido y de los hijos, a esto se le
considera la adecuación inteligible. Lo ininteligible es todo lo contrario, es
decir lanzar el grito de libertad. Escoger la
vocación del “feminismo a ultranza” es aceptar sumisamente los roles de
comportamiento que la sociedad tiene destinados para las mujeres en la época en
que tiene lugar su nacimiento.
4.
Acceso a la investigación: Una limitante por cuestión de género
Es
de considerarse que la investigación es una de las ramas más importantes del
conocimiento humano, toda vez que permite la generación del conocimiento; en
este sentido y haciendo acopio de la frase del filósofo griego Aristóteles en
el sentido de que no hay una verdad absoluta, ni un conocimiento último, sino
que se vive en una situación de frontera, es decir, que se van descubriendo
nuevos pasajes o etapas de la verdad, en este marco de referencia, en la
evolución de la ciencia y la cultura, cada día surgen descubrimientos que
evolucionan el conocimiento en las diversas áreas, mostrando particularmente la
participación de las mujeres en el desarrollo de la ciencia (Magallón,
2004).
En
relación al patriarcado y sus raíces, se evidencia que no obstante las luchas
feministas, los avances de la legislación, la cultura y la evolución de la
sociedades, la cultura patriarcal y el machismo tienen en México raíces muy
profundas que son alimentadas por la pobreza, la ignorancia, la falta de
oportunidades, elementos sustanciales, mismas que contribuyen con eficiencia a
la maquinaria constructora de las desigualdades, las que se muestran mayormente
en las mujeres tanto en el acceso a la Educación Superior como a la
investigación, decantando en mayores dificultades y discriminación.
Si
bien es cierto que algunos autores como Cerva (2016), consideran que los
estudios feministas en México y América Latina registran cuatro décadas de importante
presencia académica que con diversa dificultades han logrado posicionarse como
parte del conocimiento e investigación colegial, quizás el realismo desde el
análisis metodológico con enfoque cuantitativo aluden a las cifras que denotan
los obstáculos que los colegios evaluadores imponen para la calificación de las
investigadoras en los asensos correspondientes.
En
efecto Buquet (2013), señala que las mujeres de altos niveles académicos, así
como en las diversas áreas de conocimiento en los distintos ambientes
universitarios, donde toman las decisiones, tales como consejos académicos y
juntas de gobierno, se enfrentan a espacios con grandes dificultades, en los
cuales deben realizar grandes esfuerzos para mantenerse, resaltando su trabajo en
estos contextos.
En
este marco de referencia, resulta factible una adición a la Ley General de
Educación Superior de 2021, en México, en la cual en su articulado establece que,
en los altos mandos directivos y administrativos, así como en los cuerpos
colegiados, son relevantes en el proceso de toma de decisiones en las
universidades considerar la paridad de género, para establecer condiciones que
minimicen las limitaciones que desde la investigación femenina se realizan en
la educación superior en México.
Conclusiones
El siglo XIX
fue un tiempo lleno de cambios económicos, políticos y sociales en el que
surgieron movimientos feministas organizados e importantes en el mundo; en ese
contexto, se incrementó la lucha de las mujeres por el cumplimiento de sus
derechos, entre ellos, el reconocimiento como trabajadoras, la discriminación en
relación a sus salarios, el mejoramiento de la calidad de vida, entre otros. Es
el siglo en el cual se resquebró el arquetipo de mujer exclusivamente destinada
al hogar, ejerciendo el rol de hija, esposa y madre, así como las funciones
determinadas por esa condición.
En ese
sentido, la incorporación progresiva de las mujeres al sistema educativo
superior ha hecho posible su participación a nuevas esferas laborales y de
dirección política, económica, social y cultural en el país; sin embargo, la
situación de desventaja de la mujer con respecto al hombre se encuentra
sumergida en el contexto general de la desigualdad social.
Así, se evidencia que una
de las formas efectivas de promover un cambio en la situación actual de la
mujer es a través de lograr una participación activa en las labores de la
educación en general, y específicamente en la educación superior, puesto que la
educación representa uno de los medios para lograr esa integración de la mujer
en el proceso de desarrollo del país, en plena igualdad de derechos con el
hombre, así como eliminar la discriminación a causa de sexo o género.
En lo referente a la
legislación en México, actualmente no existe discriminación alguna para la
mujer en materia educativa; no obstante, existe de hecho dentro del sistema
económico-social, donde las posibilidades de participación de las mujeres son
restringidas.
Con respecto a la
participación de la mujer en la investigación en México, se encuentra que es
menor que en los otros campos, concentrándose en instituciones educativas grandes,
como importantes universidades del país. En ese sentido, como consecuencia del
reducido número de profesoras e investigadoras y de la falta de confianza en la
mujer para puestos de gran responsabilidad, pocas veces se hallan en puestos académicos
de alto mando como rectoras, directoras, directoras de escuelas o facultades. Las
causas de esta situación de la mujer en la educación superior, se deben al
sistema económico del país, así como a la estructura social tradicional
existente que condiciona al comportamiento de la mujer.
Finalmente,
se concluye que es necesario proponer programas que permitan la apertura de
espacios a las mujeres en las áreas de conocimiento “masculinizadas”, con la
finalidad de lograr la equidad de género, es decir, respetando las diferencias,
que mujeres y hombres tengan igualdad en acceso a las oportunidades en las
diversas áreas de investigación.
Referencias
bibliográficas
Acevedo, D., Biaggii, Y., y Borges, G. (2009). Violencia de género en
el trabajo: Acoso sexual y hostigamiento laboral. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, 14(32),
163-182. http://saber.ucv.ve/ojs/index.php/rev_vem/article/view/2109
Aguado, E., y Rogel, R. (1993). El
analfabetismo a fin del milenio. Convergencia
Revista de Ciencias Sociales, (3), 113-146. https://convergencia.uaemex.mx/article/view/10238
Alonso, R. M. (12 de noviembre de 2021). Sor Juana Inés, una pionera del
feminismo en el siglo XVII. Rtve. https://www.rtve.es/television/20211112/sor-juana-ines-pionera-del-feminismo-siglo-xvii/2221641.shtml
Alvarado, M. D. L., (2010). Mujeres y Educación Superior en el México del
Siglo XIX, en Tiempo Universitario,
Gaceta Histórica de la BUAP, XIII(1), 1-8. https://archivohistorico.buap.mx/?q=pdf/año-13-número-1-2010
Álvarez, L. (2020). El
movimiento feminista en México en el siglo XXI: Juventud, radicalidad y
violencia. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 65(240),
147-175. https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.240.76388
Avolio, B. E., y Di Laura,
G. F. (2017). Progreso y evolución de la inserción de la
mujer en actividades productivas y empresariales en América del Sur. Revista de la CEPAL, (122), 35-62. https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/42031/RVE122_Avolio.pdf
Bordeu, P. (2006). La
dominación masculina. Editorial Anagrama.
Buquet, A. G. (2013). El orden de género en la
educación superior: Una aproximación interdisciplinaria. Nómadas, 56, 27-43. https://doi.org/10.30578/nomadas.n44a2
Buquet,
A., Cooper, J. A., Mingo, A., y Moreno, H. (2016). Intrusas en la Universidad. Universidad Autónoma de México.
Carrillo, D. R., y Novoa, A. (2022). Estrategia pedagógica:
Plan de vida para las mujeres madres adolescentes. Revista de Ciencias
Sociales (Ve), XXVIII(4), 351-365. https://doi.org/10.31876/rcs.v28i4.39135
Castañeda, L. I. (2019). ¿Nuevas sujetas, nuevas identidades?
La vivencia profesional en la configuración de la identidad de género. Nóesis.
Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 28(55), 88-108. https://doi.org/10.20983/noesis.2019.1.5
Castañeda, M. P., y Ordorika, T. (2015). Presentación. En M. P. Castañeda y T. Ordorika
(Coords), Investigadoras en la UNAM:
Trabajo académico, productividad y calidad de vida (pp. 13-24). Universidad
Nacional Autónoma de México.
Cerva, D. (2016). Masculinidades y construcción
discursiva sobre las políticas de género en México. Cuestiones de Género: De la igualdad y la diferencia, (11), 209-226.
https://doi.org/10.18002/cg.v0i11.3606
Consejo
de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación (2015). Discriminación hacia las mujeres y su
representación en medios de comunicación. Consejo de Regulación y
Desarrollo de la Información y Comunicación. https://biblio.flacsoandes.edu.ec/libros/digital/56758.pdf
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Diario
Oficial de la Federación el 5 de febrero de 1917 (México).
Decreto
de Reforma Constitucional en Derechos Humanos de 2011. Por el cual se modifica
la denominación del Capítulo I del Título Primero y reforma diversos artículos
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en materia de
derechos humanos. 9 de junio de 2011. DOF: 10/06/2011.
De Miguel,
A. (2005). La construcción de un marco feminista de interpretación: La
violencia de género. Cuadernos de Trabajo
Social, 18, 231-248. https://revistas.ucm.es/index.php/CUTS/article/view/CUTS0505110231A
Díez, B.
(31 de agosto de 2020). Cuál
es la diferencia entre sexo y género (¿y son términos que están quedando
obsoletos?). BBC New Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias-53155899
García S. (2004). Las mujeres académicas. Un ejercicio
analítico de la dominación masculina. Cuadernos
de Educación, (3), 83-98. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/Cuadernos/article/view/674
González, I. (2001). El
proceso reproductivo. Algunas consideraciones sobre el maternaje. Revista Cubana de Medicina General Integral, 17(5), 479-482. https://www.imbiomed.com.mx/articulo.php?id=7384
González, M. J., y Cuenca, C. (2020). Nota de actualidad. Pandemia
sanitaria y doméstica. El reparto de las tareas del hogar en tiempos del
Covid-19. Revista de Ciencias Sociales (Ve), XXVI(4), 28-34. https://doi.org/10.31876/rcs.v26i4.34644
Instituto
Interamericano de Derechos Humanos - IIDH (2000). Derechos Humanos de las Mujeres: Paso a paso. IIDH. https://www.corteidh.or.cr/tablas/9993.pdf
Instituto
Nacional de las Mujeres – INMUJERES (2018). Programa
Nacional para la Igualdad de Oportunidades y No Discriminación contra las
Mujeres (PROIGUALDAD) 2013-2018. INMUJERES. https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/463499/47pe_proigualdadAyR2018.pdf
Keller,
E. F. (1990). Reflexiones
sobre género y ciencia. Alfons el Magnànim.
Larrañaga, I., Arregui,
B., y Arpal, J. (2004). El trabajo reproductivo o doméstico. Gaceta Sanitaria, 18(S-1),
31-37. https://www.gacetasanitaria.org/es-el-trabajo-reproductivo-o-domestico-articulo-13062248
Magallón,
C. (2004). Pioneras españolas en las
ciencias: Las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química. Consejo
Superior de Investigaciones Científicas.
Martín, R. (18 de enero de 2024). Máquina de desigualdades.
Informador.mx. https://www.informador.mx/ideas/Maquina-de-desigualdades-20240118-0028.html
Martínez-Herrera,
M. (2007). La construcción de la feminidad: La mujer como sujeto de la historia
y como sujeto de deseo. Actualidades en
Psicología, 21(108), 79-95. https://doi.org/10.15517/ap.v21i108.32
Montoya,
M. A. (27 de noviembre de 2018). La ética empresarial y el acoso sexual. Revista haz: Periodismo que transforma. https://hazrevista.org/rsc/2018/11/la-etica-empresarial-y-el-acoso-sexual/
Mosteiro,
M. J., y Porto, A. M. (2017). Análisis de los
estereotipos de género en alumnado de formación profesional: Diferencias según
sexo, edad y grado. Revista de Investigación Educativa, 35(1),
151-165. https://doi.org/10.6018/rie.35.1.257191
Mujica, F. N. (2019). Reglamento sexista en los centros de educación
escolar en Chile. CPU-e. Revista de
Investigación Educativa, (29), 87-107. https://doi.org/10.25009/cpue.v0i29.2634
Ordorica, T. (3 de septiembre de 2021). Académicas mujeres en la educación superior:
Situación actual [Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=kqHJ_OQcyzw&list=PLNUZJBV0eonjuUKavs12tngmDrSQuCC7z&index=4&t=31s
Organización
de las Naciones Unidas – ONU (2014). Declaratoria
y Plataforma de Acción Beijín. ONU Mujeres. https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/Publicaciones/2015/9853.pdf?file=fileadmin/Documentos/Publicaciones/2015/9853
Organización Internacional del Trabajo (7 de octubre
de 2022). El trabajo decente, base de la justicia social. Organización Internacional del Trabajo. https://www.ilo.org/global/about-the-ilo/multimedia/video/institutional-videos/WCMS_857682/lang--es/index.htm
Reséndez, M. A. (2019). Los derechos humanos de las mujeres en la legislación laboral. Universidad Autónoma de Tamaulipas.
Reséndez,
M. A., Alfaro, E., y Nava, M. A. (2017). La
equidad de género en la política y la función pública. Colofón.
Rosado,
M. J. (30 de abril de 2021). La desigualdad entre
los sexos: ¿Cuál es su origen? Fundación iS+D. https://isdfundacion.org/2021/04/30/el-origen-de-la-desigualdad-entre-los-sexos/
Ruiz,
C. A. (2017). Análisis crítico de la
violencia psicológica desde una perspectiva de género [Tesis doctoral,
Universidad de Jaén]. https://ruja.ujaen.es/bitstream/10953/1019/5/9788491593362.pdf
Ruiz-Ruiz, M. F., Noriega-Aranibar, M. T., y
Pease-Dreibelbis, M. A. (2021). Brecha de género en la graduación de ingenieras
industriales peruanas. Revista de Ciencias Sociales (Ve), XXVII(4),
341-360. https://doi.org/10.31876/rcs.v27i4.37277
Sánchez,
T. (2020). Sexo y género: Una mirada interdisciplinar desde la psicología y la
clínica. Revista de la Asociación Española
de Neuropsiquiatría, 40(138), 87-114. https://dx.doi.org/10.4321/s0211-573520200020006
Secretaría
General, Unidad para la Igualdad de Género (2017). Los derechos humanos de las mujeres: Ejercicio y exigibilidad.
Secretaría General, Unidad para la Igualdad de Género. http://biblioteca.diputados.gob.mx/janium/bv/uig/lxiii/cua_der_hum_muj.pdf
Steinke,
J. (2017). Adolescent girls’ STEM identity formation and media images of STEM
professionals: Considering the influence of
contextual cues. Frontiers
in Psychology, 8, 716. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2017.00716
Suárez,
M., Suárez, L., y Zambrano, S. M. (2022). Esquemas interpretativos de los
actores en la escuela. Comprensiones desde el análisis del cambio
organizacional. Revista de Ciencias
Sociales (Ve), XXVIII(3), 175-188. https://doi.org/10.31876/rcs.v28i3.38460
Valenzuela, Z. (2021). Trabajo, economía del cuidado y maternidad en la
posmodernidad: Mujeres arañando el tiempo
[Tesis de pregrado, Universidad Externado de Colombia]. https://bdigital.uexternado.edu.co/entities/publication/cd1f5677-87bc-4e41-8822-f0ab7b848222
* Doctora en Derechos
Humanos. Docente en la Universidad Autónoma de Tamaulipas, Tamaulipas, México.
Candidata a Investigadora Nacional del Sistema Nacional de Investigadores en
México. E-mail: maresendez@docentes.uat.edu.mx
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1986-4995
Recibido: 2023-12-20 · Aceptado: 2024-03-08