Revista de Ciencias Sociales (RCS)
Vol. XXX, No. 2, Abril - Junio 2024. pp. 376-386
FCES - LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431
Como
citar: Vásquez-Shimajuko, M. T., Ramírez-Figueroa, K. P., Sebastiani-Elías, Y.
D. F., y Urquiza-Zavaleta, R. E. (2024). Dimensión ético-política de la
formación ciudadana en la educación superior. Revista De Ciencias Sociales,
XXX(2), 376-386.
Dimensión ético-política de la formación ciudadana en la educación
superior
Vásquez-Shimajuko, Manuel
Takeshi*
Ramírez-Figueroa, Karin
Patricia**
Sebastiani-Elías, Yvonne
de Fátima***
Urquiza-Zavaleta, Roxana
Elisa****
Resumen
La formación ciudadana es un
tema de interés ético y político, con notable presencia dentro de las
discusiones universitarias, que tienen como fin hacer frente a escenarios
asimétricos presentes en el siglo XXI. Partiendo de estas premisas, el artículo
fija como objetivo analizar la dimensión ético-política de la formación
ciudadana en la educación superior, considerando los siguientes aspectos: Una
breve síntesis sobre el significado conceptual de ciudadanía; señalar la
dimensión ético-política de la educación superior, lo que incide en la
formación del ser humano integral, que incluye la capacitación axiológica,
deontológica y el carácter político de la acción participativa dentro de la
colectividad; e indicar la relevancia de la formación ciudadana en la educación
superior, reconociendo la importancia que tiene para el progreso material de
los pueblos. El diseño de la investigación es de tipo cualitativo, aplicando el
método hermenéutico-documental. Entre los principales resultados, se distingue
que la formación ciudadana impulsa los encuentros comunitarios, fomenta la
inclusión, el respeto, activismo político, teniendo en miras la transformación
de la sociedad. Se concluye en la urgencia de replantear la dirección de la
educación superior, encaminándole hacia la lucha contra contextos sociales
adversos, homogeneización del saber, velando por la formación de ciudadanos
libres.
Palabras clave: Educación superior; formación
ciudadana; dimensión ético-política; transformación social; democracia.
Ethical-political
dimension of citizen training in higher education
Abstract
Citizen
training is a topic of ethical and political interest, with a notable presence within
university discussions, which aim to address asymmetric scenarios present in
the 21st century. Starting from these premises, the article aims to analyze the
ethical-political dimension of citizenship training in higher education,
considering the following aspects: A brief synthesis of the conceptual meaning
of citizenship; point out the ethical-political dimension of higher education,
which affects the formation of the integral human being, which includes
axiological and deontological training and the political nature of
participatory action within the community; and indicate the relevance of
citizen training in higher education, recognizing the importance it has for the
material progress of people. The research design is qualitative, applying the hermeneutic-documentary
method. Among the main results, it is distinguished that citizen training
promotes community meetings, encourages inclusion, respect, and political
activism, with the transformation of society in mind. It concludes with the
urgency of rethinking the direction of higher education, directing it towards
the fight against adverse social contexts, homogenization of knowledge,
ensuring the formation of free citizens.
Keywords: Higher education; citizen education; ethical-political dimension;
social transformation; democracy.
Introducción
Dentro del
ámbito educativo, la formación ciudadana representa un pilar fundamental para
el desarrollo de la sociedad, para la promoción de los valores, la cultura y
para las interacciones entre individuos. Lograr consolidar la integración de la
formación ciudadana con la educación y, específicamente, con la educación
universitaria, es un paso hacia adelante en lo tocante a la prevención de
patologías sociales, manifestadas en la xenofobia, racismo, machismo,
violencia, corrupción y demás anomalías que condicionan el desenvolvimiento
diario de la región latinoamericana.
Concebido
así, la formación ciudadana ha de tenerse en consideración más allá de una
unidad curricular o de un programa de estudio, representa una necesidad
apremiante, un eje transversal de la formación universitaria, donde convergen
estrategias, métodos, planes y prácticas para ejercicio de la ciudadanía
democrática, libre y pensante, capaz de hacer frente a las demandas del
contexto actual.
Atendiendo
a lo anterior, la formación ciudadana amplía su campo de actuación hacia la
promoción de prácticas alternativas, inclusivas, simétricas, democráticas, que cohesionen
las demandas de la colectividad con las urgencias de crecimiento económico. Frente
a esta realidad, se toma en consideración los esfuerzos académicos que, desde
distintas vertientes de pensamiento, se han venido desarrollando recientemente,
lo que devela el papel vital de la formación ciudadana en el siglo XXI.
De acuerdo
a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO, 2015), la educación ciudadana es un recurso indispensable para
afrontar los desafíos globales, simultáneamente que se promueve una
participación democrática proactiva, pacífica, tolerante y sostenible. Con
ello, se emplaza a la transformación radical de la sociedad y de la educación,
mediante el reconocimiento de la identidad individual y colectiva, de los nexos
que constituyen a las comunidades, haciendo de estas participes de la
formación, de la transformación y de la aplicación de valores positivos, enfocados
en la defensa de los derechos humanos.
En lo
tocante a esta temática, destacan investigaciones centradas en la formación
para el trabajo colaborativo, dentro y fuera de la universidad, donde se hace
énfasis en el respeto a la diversidad, a las diferencias y a la resolución de
conflictos asociados a la cultura, religión y política (Martínez et al., 2022);
también en lo concerniente a la responsabilidad de las universidades para la
formación de profesionales a insertarse dentro de las organizaciones laborales
(Condori, Villavicencio
y Reyna, 2022).
Asimismo,
resultan fundamentales las investigaciones en torno a la lucha por el
reconocimiento de un modelo educativo vinculante a los objetivos del desarrollo
sostenible, el diálogo intercultural y la diversidad ciudadana (Martelo,
Marrugo y Franco, 2021), así como en la relevancia de la formación no formal de
la ciudadanía para lograr cambios permanentes, democráticos y activos en la protección,
cuidado del medioambiente, impulsando una ciudadanía ecológica (Ninalaya et al.,
2022), en la consolidación de la relación universidad/comunidad, como medio de
impulso del pensamiento crítico, la democracia y la formación permanente de la
ciudadanía (Suarez, 2023).
Además, el
papel de la universidad para las transformaciones democráticas dentro de la
sociedad y para la transmisión de valores necesarios para la formación ética y
ciudadana, centrados en respeto, la equidad, los derechos humanos y el
desarrollo sostenible (Chamorro-Maldonado et al., 2023).
En virtud
de lo anterior, la presente investigación centra su atención en el análisis de
la formación ética de los ciudadanos dentro de los espacios universitarios,
teniendo como finalidad contribuir en esta nutrida discusión, ofreciendo, bajo un
diseño de investigación cualitativa, aplicando el método hermenéutico-documental,
herramientas para la evaluación de estos conceptos, a la luz de la reflexión
filosófica y de consideraciones epistémicas divergentes.
Por esta
razón, se aplica la revisión de textos desde diversas perspectivas y
orientaciones temáticas, buscando los significados implícitos en ellos,
comprendiendo la profundidad de los temas inmersos en la discusión. Para la
recopilación de datos, se tomaron en cuenta importantes motores de búsqueda
especializados, como Scopus, Dialnet, Google Académico, RevicyhLUZ, entre otros.
1. Aproximación al concepto de ciudadanía
En la
historia de la humanidad, el concepto de ciudadanía ha sido evolutivo, no
abarcando a todos por igual, estando limitado el derecho a ser ciudadano a
aquellos que poseyesen las condiciones materiales, étnicas y racionales para
serlo. Es Aristóteles (2015), el pionero en ofrecer una teoría política
completa sobre la ciudadanía, donde señala que ciudadano es aquel cuyos
condicionamientos racionales, políticos y, sobre todo, su condición de hombre
libre, le permite gobernar, dividiendo la actividad política de la polis
en gobernantes y gobernados.
Partir de
esta definición implica la comprensión del hombre como animal político, nacido
para la asociación en comunidad (zoon politikon), para la socialización
y para la adopción de normas emanadas desde la polis a sus ciudadanos,
quienes, en primera instancia, estaban unidos por lazos consanguíneos (Giraldo-Zuluaga,
2015).
La
conceptualización de asociación política de Aristóteles cambió drásticamente
con la aparición del Imperio Romano, quienes concebían la ciudadanía como un
acto de libertad, donde sólo era ciudadano el hombre libre, capaz de contribuir
de forma económica, política o militar al crecimiento del imperio. En efecto,
la ciudadanía, al igual que en la polis griega, no era extensible a los
extranjeros ni a los esclavos, era una cualidad única y exclusiva determinada
por la ley natural para Aristóteles (2015), y por el poder y la actuación
política para los romanos.
La
ciudadanía se presenta como un concepto político, cuyas consideraciones y
orientaciones afectan los ordenamientos sociales y el desenvolvimiento de la vida
dentro de la comunidad política; por tanto, se encuentra determinado por las
circunstancias históricas, por el surgimiento de la democracia y por los
condicionamientos existentes a nivel territorial, civil, políticos y económicos
del momento.
Se trata de
un concepto evolutivo, que se integra a las discusiones filosóficas, éticas y
políticas, que alcanza su cúspide con la conformación del Estado Moderno, donde
el ciudadano se torna el centro de las discusiones sobre el derecho civil, la
ley natural, la teoría del gobierno, significando una transición de las
consideraciones políticas antiguas y medievales, hacia la ciudadanía moderna,
determinada por las diversas interpretaciones sobre el Estado (Herrero, 2006).
El Estado se
abre paso al escenario político, integrándose a las definiciones de igualdad,
derechos civiles, progreso, haciendo evidente la necesidad de regulación de las
relaciones sociales, donde el ciudadano se integra a estas dinámicas, dejando
de ser un habitante más de la ciudad, para convertirse en un ciudadano de la
misma, sujeto de derechos, integrante de las funciones sociales estables y
estructuradas. Así, el Estado moderno flexibiliza la definición de ciudadanía y
la integra a otras categorías esenciales como la economía, el comercio, el
cambio, los desequilibrios financieros, las clases sociales, la burguesía, el
capitalismo, la lucha de clases, entre otros aspectos. Sin embargo, se da
prioridad a la formación de ciudadano libre, de buen ciudadano, proclive al
orden y el progreso social (Herrero, 2006).
En
contraste con lo anterior, Anaya, Jorge y La O (2024), considera que la
formación ciudadana propiciada por el Estado, trasciende los escenarios
económicos y políticos, convirtiéndose en un imperativo social, que inicia en
la familia, pasa por la comunidad, la escuela, las instituciones, hasta llegar
a consolidar un prospecto de buen ciudadano, que encaje con las demandas del
Estado y de las sociedades actuales. Esto sin perder de vista las dimensiones
psicológicas, cognitivas, afectivas, necesarias para integrarse efectivamente
en sociedad.
Como tal,
la ciudadanía se origina de la capacidad de autogobierno y de apertura de la
comunidad hacia el exterior, siendo elementos esenciales el comercio, la
cultura, las transacciones económicas, la concentración de personas,
edificaciones, la diversidad étnica, las relaciones sociales diversas. Es en
las ciudades donde se instauran procesos de cohesión social, pautas culturales
que regulan a los grupos colectivos, que brindan identidad material y
simbólica, además de permitírsele al ciudadano a participar en los asuntos de
políticas públicas, siendo esencial para el ejercicio libre y democrático de la
política dentro del Estado.
De esta
forma, el Estado se convierte en signo distintivo de evolución de la
ciudadanía, de protección de los derechos de sus integrantes, de instituciones
políticas capaces de garantizar los derechos individuales y colectivos, ceñidos
por la igualdad y la inclusión, promoviendo el sentido de pertenencia de sus ciudadanos
(Borja, 2002). Hecho que, de acuerdo a Jara, Sánchez y Cox (2023), cohesiona la
sociedad, al otorgar un sentido de identidad común, que va en búsqueda del
involucramiento de los ciudadanos en la defensa de sus derechos, hecho que solo
puede ser posible mediante una adecuada educación y formación en competencias
ciudadanas, que incluyen la capacidad de razonamiento libre y participación
política activa.
En tal
sentido, ciudadanía se relaciona con la pertenencia de determinadas
colectividades hacia el Estado o territorio que ocupan; dicho sentimiento
cohesiona, une e integra a los ciudadanos, mediante elementos que le diferencia
del resto de colectividades, lo que hace articular el concepto de ciudadanía al
de colectividad soberana. No obstante, esta conceptualización no deja de
involucrar problemas semánticos de trasfondo, en tanto se concibe la ciudadanía
como elemento diferenciador de las colectividades, pero al mismo tiempo, como
totalidad de los integrantes de una colectividad, lo que denota una concepción
amplía y una restringida de ciudadanía, que excluye una parte en beneficio de
la identificación de los colectivos (Lizcano, 2012).
No
obstante, las definiciones actuales de ciudadanía tienden a diferenciar el
sentido de colectividad y el de totalidad, en tanto se consideran a los
habitantes de un país o territorio, ciudadanos del mismo. Esta identificación
es política, lo que confiera el estatus de perteneciente a una región
determinada, sujeto de derechos y de deberes para con su nación y colectividad
(Lizcano, 2012).
Expresado
de este modo, la ciudadanía forma parte de procesos políticos dialécticos,
caracterizados por el diálogo, pero también por la confrontación, lo que
conduce a: 1) La aparición de instituciones sociales diversas, movimientos
sociales, signo de luchas por las libertades personales y comunes; 2) la diversificación
del poder del Estado; y, 3) la territorialización de la ciudadanía, lo que ha
conducido a la definición de estratos sociales o centro y periferias dentro de
las definiciones de ciudad y ciudadanía (Borja, 2002).
Para De
Battista (2022), lo anterior corresponde a procesos confrontativos que llevan a
justificar la necesidad de la ciudadanía, estableciendo así sus límites y
fronteras, que están condicionados por las relaciones paradójicas, por las
formas de universalización o exclusión de los individuos, siendo signo efectivo
de los avances de la modernidad y de sus principios universales, que llevan a
una mutación permanente del concepto de ciudadanía, problematizando la
conceptualización de la democracia, dejando de manifiesto la crisis de las
instituciones sociales y del Estado. Estos escenarios dan lugar a la aparición
de tensiones sociales, a movimientos de resistencia que reclaman el derecho a
la identidad y la participación política efectiva (Alvarado, 2023).
Por su
parte, González (2019) sostiene que la ciudadanía es un concepto clave, que
evoluciona de acuerdo a los enfoques histórico-culturales, por las
determinaciones, relaciones y medios de acción humanos. En atención a lo
anterior, la preeminencia del sujeto es relevante para la comprensión de la
ciudadanía, en tanto esta se encuentra determinada por los vínculos
establecidos entre los ciudadanos y el Estado, dichos vínculos son permanentes
y dejan en evidencia el desenvolvimiento cotidiano de la vida dentro de la
asociación política; por lo tanto, no se puede desconocer la relevancia del
hombre en la formación del concepto de ciudadanía, ni de los medios sociales
despegados para hacer eficiente esta relación material y simbólica.
Esto
conduce a la aceptación de que, en el contexto del siglo XXI, la ciudadanía se
maneje como un concepto polisémico, no exento de complicaciones conceptuales,
al incluir asuntos materiales, pero simbólicos, tradiciones diversas, pero
realidades tangibles. Dicho así, la ciudadanía es una actividad común, que ha
evolucionado como una forma de vida, donde los ciudadanos se ejercitan para la
participación democrática activa y permanente en la sociedad.
En el día
de hoy, es dentro del Estado donde se puede hacer ejercicio de la ciudadanía,
al tener plena dotación de derechos ciudadanos y protección de los mismos o, en
otros términos, es el lugar donde se obtiene un posicionamiento ontológico,
político y epistémico estable, donde los individuos pueden tener acceso a los
recursos necesarios para la vida, para ejercitarse en sus derechos democráticos
y en sus deberes hacia la comunidad política, siendo un horizonte permanente a
seguir (Giraldo-Zuluaga, 2015).
Las
distintas consideraciones sobre la ciudadanía plantearán la influencia del
Estado, la evolución de la sociedad y cómo las prácticas sociales han servido
para diversificar este constructo teórico, que va desde una racionalidad
totalizadora, hasta la búsqueda por la superación de condicionamientos
adversos, asociado a conductas civiles, que procuran el bien común, la
democracia y el respeto. Visto así, la ciudadanía, en el contexto actual, se
concibe como una comunidad organizada, con sentido crítico, dialógico, presta a
la resolución de conflictos comunes, orientadas hacia el bien colectivo.
2. Dimensión ético-política en la educación
universitaria
Es conocido
que la universidad es una institución social que ha ido evolucionando
progresivamente desde la Edad Media, donde ha persistido la idea de pluralidad,
universalidad, reinvención, reinterpretación e ilustración, cúspide del
pensamiento racional y crítico de los individuos, que ha proyectado los deseos
de la humanidad por la autonomía de la razón y el progreso material de los
pueblos. No obstante, no debe perderse de vista el componente ético-político de
la universidad, que ha estado sujeto a continuadas luchas por definir lo
pedagógico y el sentido de pertenencia que tienen las instituciones de
educación superior dentro de la colectividad.
Aceptar la dimensión de lo político y lo ético, implica reconocer
el carácter formativo que ha de prevalecer dentro de las universidades, como
condición necesaria para la formación ciudadana. Desde su fundación, la
universidad ha sido sinónimo de espacios de aprendizaje, profesionalización,
humanismo, de evolución permanente del pensamiento crítico, de la ética y de
las teorías morales suscitadas en torno a esta. Ahora bien, resulta esencial
considerar que esta presencia de lo ético y lo político brindan el sentido de
la universalidad a la educación superior, como un espacio de interacción para
sus educadores y educandos, como medio para garantizar la presencia de una
sociedad democrática, plural y libre.
Estas premisas coinciden con las propuestas de Caira, Sánchez y Lescher (2021), que coinciden al afirmar que la universidad tiene como
reto mantener la libertad, la autonomía y la democracia, dentro de sus
espacios, así como para toda la ciudadanía y, aunque pese a sus limitaciones en
los escenarios actuales, mantiene la tendencia de renovar el conocimiento,
promocionar cambios, de mejorar la calidad de vida de los individuos,
incentivando la formación ciudadana. Esto, dando lugar a educandos que tendrán
como fin, no sólo el ejercicio profesional, sino la inserción dentro de la
sociedad, como sujetos críticos y racionales.
Desde la perspectiva de Martínez (2006), dentro de la universidad
pueden identificarse la urgencia de la formación ética integral, que incluye la
formación y capacitación deontológica, a la vez que la formación ciudadana
integral. Con ello se asume la preeminencia de formar profesionales eficientes,
comprometidos con el progreso material de las naciones, pero sin dejar de
percibir la necesidad de formación ciudadana, ética e integral de los individuos, haciendo de la universidad una fuente
permanente para la formación formal e informal en valores, que pueden ser
aprovechados al máximo y transferidos a la comunidad.
Lo anterior
devela la importancia de mantener discusiones permanentes sobre la dignidad de
los individuos, la libertad, la justicia, la equidad, la inclusión,
contrastando los programas académicos, los enfoques curriculares con la
capacidad que tienen las universidades de insertarse en los escenarios sociales
y promover cambios estructurales en la colectividad.
Al
suscitarse cambios dentro de la sociedad, la universidad se ve en la obligación
de adecuarse a estos cambios, de promoverlos y de velar porque los mismos sean
llevados a cabo desde una visión ética y política que beneficie a la comunidad.
Estos cambios han de ser continuados, sujetos a los movimientos vertiginosos de
la globalización, que emplaza a la universidad a formar profesionales
integrales, ciudadanos con objetivos definidos, con compromiso ético, moral y
político, lo que justifica la presencia y existencia de las universidades en el
siglo XXI.
Visto así,
no sólo se hace referencia a la profesionalización de los individuos, sino de
la construcción de conocimientos beneficiosos para los cambios sociales, para la
formación ciudadana, para dar paso a nuevos paradigmas sociales, donde se
busque hacer frente a las demandas de las economías globales, que apuestan por
la homogeneización del saber y por subsumir identidades (Martínez, Buxarrais y Esteban, 2002). Como alternativa a
este contexto de occidentalización acelerada, se procura entablar diálogos de
saberes desde las fisuras producidas por la racionalidad homogeneizadora e
instrumental, procurando el bienestar ciudadano, el reconocimiento de la
diversidad y las mejoras que, a partir de proyectos educativos, puede
presentarse dentro de la sociedad (Alvarado, 2023).
Desde este
punto de vista, la universidad ha de establecer lineamientos efectivos para la
formación ética, haciendo uso de los recursos disponibles para la construcción
de la ciudadanía. Como tal, se busca la creación de condiciones deseables para
la práctica de la ciudadanía, para la formación axiológica, deontológica y
política integral, que devele las competencias necesarias para el ejercicio
profesional, como también la capacidad de incidir efectivamente en el marco de
democratizar y pluralizar las sociedades, la educación, optimizando los
beneficios del saber, interviniendo en las dinámicas políticas, en el ejercicio
del poder, la distribución de la riqueza, en la promoción de la equidad, del
diálogo intercultural y de valores necesarios para la formación ciudadana
(Martínez et al., 2002).
Formación
que contempla las prácticas sociales alternativas, incluyentes, de
incorporación política de sujetos desplazados, de ordenamientos jurídicos y
políticos democráticos, pero también de universidades activas, dispuestas a
comprometerse con la formación de los educandos como eje transversal, no
focalizándose en lo unidimensional de la educación, sino en la adquisición de
competencias útiles para la transformación de la sociedad (Alvarado, 2023).
Como puede
apreciarse, la dimensión ética y política de la educación universitaria se
complementa con la formación ciudadana, al procurar la promoción de la cultura,
a la vez que a las asimetrías dentro de sus espacios. Compete a la universidad
comprometer a su estudiantado y a los docentes a la construcción de un sentido
amplio de ciudadanía, determinada por la inclusión, el respeto, la tolerancia,
la equidad y la justicia social, no desde una mirada curricular o cátedra
teórica, sino desde un eje transversal, que, de comienzo a fin de la formación
académica, contemple la formación ciudadana, como un asunto de interés público
creciente.
3. La educación superior y la formación
ciudadana
La universidad se convierte así en el espacio idóneo para la
formación ciudadana, para la activación y comunicación con la comunidad,
promoviendo la inclusión de sus estudiantes, docentes y personal hacia los
espacios comunitarios, como expresión de activismo político, conducido bajo
estrictos lineamientos éticos, que tienen en mira la transformación de la
sociedad. Estas posturas, aunque cargadas de matices utópicos, plantean la
urgencia de desarticular los patrones hegemónicos implícitos en los recintos
universitarios, asociados a la colonialidad del ser, del saber y de poder,
reajustando los cimientos de la educación superior (Alvarado, 2015).
La
preocupación por descolonizar la educación proviene de los intereses de la
democracia, por su debilitamiento por la globalización occidental, por las
circunstancias políticas y éticas desarrolladas en los escenarios globales y
latinoamericanos, donde son negados los derechos colectivos y se implanta la
racionalidad instrumental como condición necesaria para la educación superior,
retrocediendo así en las conquistas sociales, en las luchas políticas,
económicas y sociales por la reivindicación de los pueblos.
El avance
del proyecto modernizador, de la episteme totalizadora, acentúa las
desigualdades sociales, las problemáticas educativas, la violencia, pobreza y
demás anomalías sociales (Jasso, Villagrán y Rodríguez, 2022), atentando contra
el sentido de pertenencia de los pueblos, contra su pluralidad y definición
autóctona de ciudadanía (Martelo et al., 2021).
Producto de
esta realidad, se da el declive de la educación, la desconfianza de los
participantes de la educación universitaria hacia a la universidad, en tanto no
encuentran en esta la oportunidad de subvertir procesos hegemónicos que atentan
contra la dignidad de los individuos y contra la educación en su carácter
liberador. Con ello se marca una serie de estrategias que pretenden retornar el
rumbo de la educación superior hacia la liberación de los oprimidos, hacia la
solidaridad, la cooperación y el compromiso social, cohesionado diversos
actores dentro de una misma institución: La universidad (Jasso et al., 2022).
Con esto,
se busca la superación de las condiciones impuestas por la racionalidad
occidental, a la par que se promueve una educación superior incluyente, con
proyección hacia la sociedad, donde se visualicen los sujetos invisibilizados y
víctimas de la modernidad, procurando la confección de una sociedad más humana.
Empero, esto no es posible de lograr sin el impulso de valores éticos acordes a
las necesidades sociales y sin la aplicación de políticas públicas que
conduzcan a la resolución de conflictos reales dentro de la ciudadanía.
En efecto,
la educación superior se encuentra determinada por dimensiones éticas y
políticas, por la urgencia del reconocimiento de la igualdad, de
condicionamientos axiológicos precisos y de elementos políticos que se integren
a las dinámicas permanentes entre la universidad y la colectividad (Martelo et
al., 2021).
Visto así,
la formación ciudadana representa el incremento de las posibilidades de
inclusión, de equidad social, de participación consciente y democrática, de
sociedad que evoluciona hacia la sostenibilidad y sustentabilidad, que concibe
que la democracia es más que el ejercicio electoral o la filiación
político-partidista, sino que ve en la ciudadanía la capacidad de movilización,
de actuación, de agentes de transformación social, orientados hacia el bien
común e integral. La formación ciudadana, en consecuencia, busca la
identificación de los individuos con su entorno, fomentando la capacidad
crítica de toma de decisiones con incidencia dentro de la comunidad, cuyos
efectos a nivel micro puedan trascender y afectar a niveles macro políticos
(González, 2019).
Bajo estos
condicionamientos, educar y educando no se definen como actores pasivos en las
relaciones sociales, sino que tienen participación protagónica, identidad, voz
y posicionamiento epistémico alternativo. Supone un cambio en los paradigmas de
la educación, en la toma de decisiones y en la superación de la visión
eurocéntrico-moderna de la realidad, donde se pasa de los intereses
individuales al bien colectivo, al encuentro entre subjetividades y saberes,
dinamizando los espacios de actuación pública (Alvarado, 2016).
Por esta
razón, la formación ciudadana se constituye en preocupación permanente para la
educación superior, puesto que a través de esta se puede avanzar hacia la
consolidación de la democracia, de proyectos de interés social, ayudando a la
formación integral del ser humano, desde diversos planes de estudios
pertenecientes a la educación formal y de actuación pedagógica no formal,
vinculándose a la comunidad, apoyando las propuestas de políticas públicas
orientadas hacia el fortalecimiento de la democracia y el desarrollo social
productivo. Estos postulados orientan la formación ciudadana con el diálogo
crítico, con las demandas sociales por el progreso material de los pueblos, por
la búsqueda constante de condiciones mínimas para garantizar el bienestar de la
sociedad (Pirela, Pérez y Pardo, 2022).
Se aspira,
además, superar los modelos formativos conductivos y cognoscitivistas (Pirela et
al., 2022), marcados por estructuras tradicionales, normativas, trasmisoras y
reproductoras de conocimiento, desarticuladas de la realidad social
latinoamericana (Cano y Ordoñez, 2021), buscando la interpretación de la
realidad, de modelos pedagógicos alternativos, no convencionales, adecuados
para la participación democrática y activa de la ciudadanía.
Estas
tendencias se compaginan con el crecimiento de la sociedad digital, de los
avances socio-culturales surgidos a través de las tecnologías digitales, sin
perder de vista la presión ejercida para el avance y las brechas tecnológicas
existentes entre América Latina y el Caribe con respecto a los países
céntricos, lo que da pie a nuevas asimetrías sociales. Por ende, se postula la
formación ciudadana como una educación necesaria, inclusiva, de calidad,
equitativa y con compromiso social, ajustada a las demandas de la sociedad y a
los planes de acción del desarrollo sostenible, lo que obliga a la educación superior
a reconfigurarse, a plantear nuevos modelos éticos y políticos, necesarios para
promover la ciudadanía democrática (Pirela et al., 2022).
Dicho de
otro modo, la formación ciudadana emplaza hacia el reconocimiento de las
comunidades, de los grupos sociales que reclaman el reconocimiento de sus
derechos, a romper con patrones estructurados dentro de la educación superior,
que repudian la diferencia, a la vez que se proponen condiciones distintas para
la interacción con las comunidades, con la diversidad de creencias religiosas,
políticas, de valores. En esencia, se trata de reconocer la diversidad, de
convivir, reconocer al otro, de actuar en concordancia a los derechos humanos,
al pensamiento liberador, democrático, con marcos epistémicos distintitos, cimentados
en valores distintos a los promovidos por la racionalidad instrumental
(Martínez et al., 2022).
En otras
palabras, se procura la formación de un ciudadano emancipado, capaz de
cuestionar e interpelar la razón totalizadora e instrumentalizada, que cosifica
la existencia humana, limita su progreso a lo económico, dejando de lado su
componente humanístico, pensante y libre. La comprensión de la vinculación de
la formación ciudadana con las luchas sociales, con la transformación de la
sociedad, es relevante para establecer relaciones complejas, para acentuar el
carácter democrático y autónomo de la universidad, de los individuos, cuyo fin
es la integración a escenarios sociales como agentes de cambio.
Conclusiones
Si bien el
contexto actual está determinado por el distanciamiento de la universidad con
la colectividad, por los valores instrumentales, incompatibles con el vivir
bien, con el diálogo entre individuos, con el pensamiento crítico, la educación
superior ha de replantearse desde una mirada ética y política transformadora,
desde una visión humanística, donde las diferencias y la alteridad se
conviertan en parte esencial de la actividad democrática, signo distintivo de
la ciudadanía.
Bajo estos
lineamientos, la universidad puede desenvolverse efectivamente dentro de la
sociedad, formando ciudadanos activos, participativos, tolerantes, no formados
para la inserción en el mercado laboral, sino para tender puentes para la
transformación social, para conducir hacia vivencias democráticas,
participativas, que potencien la dignificación de los ciudadanos.
Atendiendo
al objetivo central, esta propuesta investigativa tiene como mayor fortaleza
conectar la formación ciudadana con su dimensión ética y política,
comprendiendo que, más allá de la formación profesional, la universidad es
forjadora de individuos que se integrarán a las dinámicas sociales, que exigen
comprensión de la diversidad cultural, la democracia, la justicia, el respeto,
la tolerancia, la equidad, entre otros aspectos esenciales para hacer frente a
las demandas del siglo XXI.
Este
artículo no pretende sentar posiciones definitivas sobre el tema, sino que se
encuentra limitado o circunscrito a la reflexión teórica-cualitativa, aspirando
servir de referente teórico a futuras investigaciones, a líneas de
investigación sobre ciudadanía y formación ciudadana, en tanto se sigue
persiguiendo una ciudadanía conectada con lo social, participativa,
protagónica, capaz de enfrentarse a los escenarios turbulentos propiciados por
la globalización y la nueva era global.
Referencias bibliográficas
Alvarado, J. (2015). Pensar la
educación en clave decolonial. Revista de Filosofía, 32(81), 103-116. https://produccioncientificaluz.org/index.php/filosofia/article/view/21018
Alvarado, J. (2023). Las
resistencias interculturales como cuestionamiento a los supuestos coloniales de
la modernidad. El Banquete de los Dioses. Revista de Filosofía y Teoría
Política Contemporáneas, (13), 213-236. https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/ebdld/article/view/9165/
Alvarado, J. A. (2016). Pensar la
universidad en perspectiva decolonial. Revista de Filosofía, 33(84), 116-128. https://produccioncientificaluz.org/index.php/filosofia/article/view/31007
Anaya, C. I., Jorge, L. M., y La O,
J. R. (2024). La formación ciudadana en el nivel educativo Preuniversitario. Un
desafío actual. Didáctica y Educación, 15(1), 130-149. https://revistas.ult.edu.cu/index.php/didascalia/article/view/1849
Aristóteles (2015). Ética a Nicómaco. CreateSpace
Independent Publishing Platform
Borja, J. (2002). Ciudadanía y
globalización. Documentos, (29). Centro de Documentación en Políticas
Sociales.
Caira, N.
M., Sánchez, J. G., y Lescher, I. S. (2021). Universidad autónoma venezolana: Perspectiva gerencial de una
organización social. Revista de Ciencias Sociales (Ve), XXVII(1),
399-413. https://doi.org/10.31876/rcs.v27i1.35322
Cano, M.
C., y Ordoñez, E. J. (2021). Formación del
profesorado en Latinoamérica. Revista de Ciencias Sociales (Ve), XXVII(2),
284-295. https://doi.org/10.31876/rcs.v27i2.35915
Chamorro-Maldonado, M. A., Avalos-Chicata,
J. M., Flores-Calderón, R. E., y Zavala-Espino, L. A. (2023). Perspectivas de
la investigación universitaria y su vinculación con la democracia. Revista de
Filosofía, 40(105), 313-325. https://doi.org/10.5281/zenodo.7861932
Condori,
M., Villavicencio, A. C., y Reyna, G. A. (2022). Responsabilidad social universitaria: Percepción de docentes y
autoridades de universidades públicas peruanas. Revista de Ciencias Sociales
(Ve), XXVIII(E-6), 314-328.
https://doi.org/10.31876/rcs.v28i.38848
De Battista, G. (2022). Fronteras. Más allá del
paradigma de la ciudad y la ciudadanía. Cuestión
Urbana, 6(12), 127-142. https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuestionurbana/article/view/8625
Giraldo-Zuluaga, G. A. (2015). Ciudadanía: Aprendizaje
de una forma de vida. Educación y Educadores, 18(1), 76-92. https://doi.org/10.5294/edu.2015.18.1.5
González, B. M. (2019). Retos de la formación ciudadana para la educación superior. Universidad
y Sociedad, 11(4), 341-349. https://rus.ucf.edu.cu/index.php/rus/article/view/1311/
Herrero, M. (2006). Ciudadanía y Universidad. Estudios sobre Educación, 10, 155-173 https://doi.org/10.15581/004.10.25567
Jara, C., Sánchez, M., y Cox, C.
(2023). Liderazgo Educativo y Educación Ciudadana: Evidencia del caso chileno. REICE.
Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 21(3), 5-22. https://doi.org/10.15366/reice2023.21.3.001
Jasso, D., Villagrán, S., y
Rodríguez, M. (2022). Práctica docente y ciudadanía en educación superior. RIDE.
Revista Iberoamericana para la Investigación y el Desarrollo Educativo, 12(24), e322. https://doi.org/10.23913/ride.v12i24.1134
Lizcano, F. (2012). Conceptos de
ciudadano, ciudadanía y civismo. Polis, 11(32), 269-304. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-65682012000200014
Martelo, R. J., Marrugo, Y., y
Franco, D. A. (2021). Educación y formación ciudadana: Dimensiones filosóficas
para su consideración. Revista de Filosofía, 38(99), 602-612.
https://doi.org/10.5281/zenodo.5676414
Martínez, C. Y., Alzate, N. A.,
Gallego, A. M., y Meriño, V. H. (2022). Educación en la diversidad: Un espacio
de relaciones en la comunidad estudiantil universitaria. Revista de Ciencias
Sociales (Ve), XXVIII(E-6),
79-94. https://doi.org/10.31876/rcs.v28i.38820
Martínez, M. (2006). Formación para
la ciudadanía y la educación superior. Revista Iberoamericana de Educación, 42, 85-102. https://doi.org/10.35362/rie420763
Martínez, M., Buxarrais, M. R., y Esteban, F. (2002).
La universidad como espacio de aprendizaje ético. Revista Iberoamericana de
Educación, 29, 17-43. https://doi.org/10.35362/rie290949
Ninalaya, M., Huaranga, H. V.,
Lavado, C. S., y Astohuaman, A. D. (2022). La educación no formal en la
formación de actitudes hacia la conservación del medio ambiente. Revista de
Filosofía, 39(101), 522-541. https://doi.org/10.5281/zenodo.6789933
Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura - UNESCO (2015). Educación para la ciudadanía mundial: Temas
y objetivos de aprendizaje. UNESCO. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000233876
Pirela, J., Pérez, L. E., y Pardo,
L. E. (2022). Tendencias y retos de la formación docente en Iberoamérica. Revista
de Ciencias Sociales (Ve), XXVIII(4), 315-334. https://doi.org/10.31876/rcs.v28i4.39133
Suárez, W. (2023). Labor docente
universitaria: Ética y compromiso social. Revista de Filosofía, 40(103),
470-480. https://doi.org/10.5281/zenodo.7601532
** Magister en Derecho de
Empresa. Docente en la Universidad Privada Antenor Orrego, Trujillo, Perú. E-mail: kramirezf3@upao.edu.pe ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9344-6831
*** Doctora en Gestión Universitaria.
Doctora en Ciencias de la Educación. Post Doctorado en Didáctica de la
Investigación Científica. Docente Principal a Dedicación Exclusiva en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, Lambayeque,
Perú. E-mail: ysebastiani@unprg.edu.pe ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1971-4807
**** Doctora en Psicología. Docente en la Universidad
Cesar Vallejo, Trujillo, Perú. E-mail: urquizazavaleta@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6090-6360
Recibido: 2023-12-02 · Aceptado:
2024-02-19