Revista de Ciencias Sociales (RCS)
Vol. XXIX, No. 1, Enero - Marzo 2023. pp. 432-445
FCES - LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431
Como citar: Ríos, N., y Rocha, J. J. (2023). Decisor
racional: Objeciones y perspectiva sociológica. Clave de una disconformidad.
Revista de Ciencias Sociales (Ve), XXIX(1), 432-445.
Decisor racional: Objeciones y perspectiva sociológica.
Clave de una disconformidad
Ríos Lugo, Nello*
Rocha
Florez, Juan José**
Resumen
En
las últimas décadas el enfoque de la elección racional ha despertado creciente
interés en las ciencias sociales, constituyéndose en una alternativa teórica
reconocida y atractiva. Sin embargo, su aceptación ha ocurrido en medio de una
larga confrontación de variable intensidad que para muchos es inconclusa. El
modelo del decisor racional, axioma de la economía neoclásica, es su matriz
fundamental y ha sido fuente de muchos cuestionamientos desde varias
disciplinas. Para la sociología, el desacuerdo con los postulados del decisor
racional, y, por ende, la elección racional, no ha sido suficientemente
dilucidado. En el presente estudio se busca hacer un aporte al esclarecimiento
de tal disconformidad, conocerla desde el punto de vista de la sociología y
establecer qué implicaciones relevantes conllevaría para ella. Se parte de
algunos antecedentes históricos que revelan una tensión originaria entre ambas
concepciones. Luego se hace una revisión de las más conocidas objeciones hechas
al modelo del decisor racional que tocan lo ontológico, epistemológico y la
naturaleza de lo social. Finalmente, se esbozan ciertos principios teóricos
elementales de la perspectiva sociológica y se hace un ejercicio ilustrativo de
contraste para mostrar la incidencia de contenidos presuposicionales
esencialmente divergentes con la perspectiva de la elección racional.
Palabras clave: Elección racional; individualismo metodológico;
sociología; ontológico; divergencia teórica.
* Magister en Desarrollo Social. Sociólogo, especialista en
Teoría Social. Profesor Asociado de la Escuela de Sociología en la Universidad
del Zulia, Maracaibo, Venezuela. E-mail: nellorios٦٠@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2225-6862
** Magister en Informática Educativa. Licenciado en Educación Básica con énfasis en Matemáticas. Docente Tiempo Completo en la Corporación Universitaria Reformada, Barranquilla, Colombia. E-mail: j.rocha@unireformada.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4205-9265
Recibido: 2022-09-15 · Aceptado: 2022-12-02
Rational decision maker: Objections and sociological perspective. Key to a disagreement
Abstract
In recent decades, the rational choice approach has aroused growing interest in the social sciences, becoming a recognized and attractive theoretical alternative. However, its acceptance has occurred in the midst of a long confrontation of variable intensity that for many is inconclusive. The model of the rational decision maker, axiom of neoclassical economics, is its fundamental matrix and has been the source of many questions from various disciplines. For sociology, the disagreement with the postulates of the rational decision maker, and therefore, the rational choice, has not been sufficiently elucidated. The present study seeks to make a contribution to the clarification of such discrepancy, to know it from the point of view of sociology and to establish what relevant implications it would entail for it. It starts from some historical background that reveals an original tension between both conceptions. Then a review of the most well-known objections made to the model of the rational decision maker that touch the ontological, epistemological and the nature of the social is made. Finally, certain elementary theoretical principles of the sociological perspective are outlined and an illustrative exercise of contrast is made to show the incidence of essentially divergent presuppositional contents with the rational choice perspective.
Keywords: Rational choice; methodological individualism; sociology; ontological; theoretical divergence.
Introducción
En las
últimas cinco décadas, el creciente desarrollo de la Teoría de la Elección
Racional (TER) ha transcurrido en medio de una viva polémica en torno a la
validez de sus premisas esenciales. Esta teoría, que algunos consideran un
paradigma (Coleman, 1994) o más aún, “una perspectiva teórica general de las
ciencias del comportamiento humano” (Vidal, 2008), deriva de los postulados del
modelo del decisor racional de la economía neoclásica y representa una propuesta
vigorosa e inquietante en el ámbito científico-académico de la sociología y de
otras ciencias sociales.
Pese a
que la TER se considera hoy un miembro con derecho propio dentro del conjunto
de enfoques teóricos con que cuenta la sociología, para muchos autores y en la
práctica disciplinaria, pervive una tensión implícita en cuanto a su plena
aceptación. Tal inclusión ha sido abalada y aceptada con entusiasmo por un
amplio número de seguidores, pero también cuestionada por un buen número de
detractores.
Uno de
los hitos originarios en esta larga tensión es el llamado individualismo
metodológico. Como se sabe, éste es el fundamento epistemológico de la TER y de
su modelo axiomático conocido como el decisor racional, preferidor racional u homoeconómicus, que se refiere aquí con las siglas
MDR (Modelo del Decisor Racional), modelo paradigmático de la TER o simplemente
“el modelo”, consustancial a los principios de la economía política liberal del
siglo XVIII (Álvarez-Uría y Varela, 2004).
La
contraposición entre holismo vs individualismo, marcó una intensa disputa en
las ciencias sociales desafiando el nacimiento de la sociología. Para
constituirse en una disciplina diferenciada, dotarse de un objeto de estudio
propio y definir su naturaleza específica, la naciente “ciencia de la sociedad”
debió responder a esta difícil oposición, así como también a la planteada entre
nominalismo vs realismo. Todo lo que representa su bagaje cognoscitivo, así
como la fundamentación predominante de su teoría, se fue consolidando enfrentando
estos dilemas (Giddens, 2000). El individualismo característico de la TER a
través de su modelo axiomático el MDR, ha sido una reedición radical de uno de
los polos de estos viejos dilemas, lo cual lógicamente ha estimulado el
resurgir de su intrínseca tensión.
Por lo
antes señalado, el presente ensayo intenta apuntar de forma sucinta algunas
claves para dilucidar aquello implicado en la disconformidad que desde hace
cinco décadas han sostenido importantes autores hacia la matriz teórica del enfoque
de la elección racional en las ciencias sociales, pero centrándolas en su
significado para la sociología. Pese a que desde años atrás autores de varias
ciencias sociales han hecho serias objeciones al enfoque de la elección
racional en escritos muy conocidos, por ejemplo, en la ciencia política Green y
Shapiro (1996), entre otros; en la epistemología y la filosofía con autores
como Bunge (2000); y desde la misma economía con el muy referenciado texto de
Sen (1986), hay una particular dificultad para con la sociología.
Cabe
entonces la clarificación en lo que a ésta atañe identificando ciertos
principios referenciales de su bagaje disciplinario, que son polémicos porque,
al decir de algunos autores, teóricamente quedarían comprometidos en su validez
a partir de los supuestos matrices del MDR. Se busca entonces ayudar a
responder si puede afirmarse que dicha disconformidad es de una particular
relevancia para la sociología, por qué, y si la misma, de algún modo, sigue aún
solicitando respuesta con miras a una posible convergencia superadora.
1. Una
tensión histórica raigal
El
predominio indiscutible de las ideas de la libertad individual y del
utilitarismo fue el contexto epocal del cual surge la sociología. Al inicio de
la industrialización, la desigualdad, la pauperización generalizada y la
conflictividad socio-política, azotaban a los países más desarrollados.
Mientras que la filosofía política liberal y la economía, respondían a este
caos profundizando la búsqueda del propio interés y el afán de lucro, la
naciente sociología apostó a la armonización de “las pasiones” competitivas y a
la cooperación colectiva para el orden acordado (Steiner, 2003). Nutriéndose
del conservadurismo (Nisbet, 2001), la naciente disciplina partió de la premisa
de que “el cuerpo social”, y no sus partes o individuos, es lo que importa como
objeto de estudio (Zeitling, 1982; Pellegrini, 2004).
La
nueva disciplina desmitificó la libertad individual como algo natural e
incontrolable y planteó como fin último de la sociedad el moldeamiento social y
el control institucional, necesarios para la convivencia ordenada de ese
individuo. Buscaba una solución no autoritaria y pacífica a la contradicción
entre individualismo competitivo (asociado a las ideas de libertad, poder,
interés), y justicia (asociada a las ideas de igualdad, solidaridad e
inclusión) (Álvarez-Uría y Varela, 2004).
La
sociología, surgió como una respuesta colectivista al problema del orden de la
convivencia, confiada por entonces al individualismo egoísta. Era primordial
establecer leyes científicas que, más allá de los intereses individuales,
particulares, posibilitaran el orden basado en efectivos lazos e intereses
comunes, pero sin sacrificar la libertad personal. Así, la sociología se debe,
en gran parte, a una sensibilidad que luchó por demarcarse de los postulados
esenciales de la filosofía utilitarista y la economía política liberal
encarnados en el homoeconómicus (Pellegrini,
2004; Alvarez-Uría y Varela, 2004; Cristiano, 2006).
Esta
tensión involucraba otras ciencias sociales y desembocó en una reactualización
del antiguo debate escolástico, transformado en ontológico a fines del siglo
XIX, entre “nominalismo y realismo”. Lo importante de esta discusión era
dirimir si la sociedad no es más que un agregado de individuos que interactúan
volitiva e intencionalmente, o una entidad supraindividual con una “naturaleza”
propia.
Si lo
primero era cierto, todos los conceptos acerca de lo social no serían más que
representaciones mentales anidando en palabras, construcciones semánticas
carentes de realidad, mientras que, en el otro caso, esas nociones reflejarían
una realidad fehaciente. Lo cual implicaba otra cuestión más radical: ¿Es el
individuo quien hace la sociedad o es ésta quien le hace a él? La sociología
naciente se apertrechó principalmente en las dos últimas opciones de estas
cuestiones para afianzar ontológica y epistemológicamente su objeto distintivo.
Subrepticiamente,
en la segunda mitad siglo XX, antiguas voces fueron reivindicadas para la
reformulación de un paradigma, el del “individualismo
metodológico”. En el mismo impulso, un grupo de economistas liderados por la
Universidad de Chicago e influidos por el marco de la guerra fría,
perfeccionaron el enfoque neoclásico decimonónico dentro de la rama de la
economía microeconómica echando las bases de la Teoría de la Elección Racional.
En su propuesta defendieron la pretensión de establecerlo como nuevo modelo
rector de la ciencia económica y probablemente de las demás ciencias sociales(1). En ella se
concibe al humano y su comportamiento de acuerdo a un modelo muy particular,
conocido como el decisor o preferidor racional, que, de acuerdo a Castro,
Castro y Morales (2015) es un correlato depurado del homoeconómicus.
La TER
surge de estos principios. Así, según esta teoría, la realidad social es el
resultado, en último término, del juego de intereses (de otro modo,
intenciones) inherentes a las decisiones racionales autónomas que los
individuos toman en cada situación (Baert, 2001). Este individualismo
metodológico es radical y se expresa en el privilegio del individuo que actúa
volitivamente, considerando que su acción y comportamiento es la única realidad
de lo social, es decir, el átomo constitutivo de todos los fenómenos.
2. Las
más conocidas objeciones al Decisor Racional, modelo matriz de la TER
El
decisor racional, es una figura abstracta emblemática de la que se sirvió la
teoría económica de la utilidad marginal. En contraposición a los autores
clásicos, esta propuesta representó una alternativa sobre el origen de la
demanda y los precios. Ella establece una conexión indisoluble entre la
intención de elegir, la utilidad deseada de un bien, la probabilidad de
elegirlo y el precio. Esta fórmula se concentra en la intención de elegir para
calcular el resultado de dicha elección. Con esta relación, expuesta con una
fórmula abstracta de una integralidad lógica y axiomática compacta, se
convenció de que la capacidad eleccionaria del individuo él mismo la porta como
una cualidad externa y universal dada que le es inmanente (racionalidad), y que
se expresa como su interés egoísta (preferencias).
Así
mismo se identificó un móvil o predisposición también inherente a los
individuos, según la cual y siguiendo la filosofía utilitarista, éstos buscarán
maximizar la cantidad de satisfacción o bienestar que provoca un bien al ser
consumido: Se trata de la “utilidad” buscada con cada elección o preferencia
(Castro et al., 2015). De estas premisas se afirma que, ante un contexto de
medios escasos, el individuo ordenará sus preferencias y elegirá buscando
obtener con menor costo una determinada combinación de resultados o cualesquiera
opciones útiles que resulten en mayor provecho para él; o sea, que le permitan
maximizar su beneficio o utilidad y minimizar sus costes.
En
resumen: La acción racional implica que los individuos tienen preferencias
estables que son capaces de priorizar, y además presentan información completa
en relación a los costos y beneficios de los potenciales cursos de acción que
pueden emprender (Garvía 2003). Esta matriz concebida en la ciencia económica,
representa el modelo básico desde el cual se ha desarrollado todo el paradigma
de la elección racional, el modelo del decisor o preferidor racional (MDR).
En las
revisiones bibliográficas del presente ensayo se pudo distinguir varios tipos
de argumentos utilizados al cuestionar al MDR. En el tiempo en el que estas
críticas se han hecho, la TER ha sufrido modificaciones autocorrectivas
parciales al responder a fenómenos antes reservados a otras ciencias sociales
(Vidal, 2008). En este trabajo se hace referencia breve a las críticas más
consensuadas y conocidas que se refieren a la matriz teórica originaria
estándar del MDR y, por consiguiente, a la versión convencional de la TER, por
lo que no son totalmente válidas para sus más recientes versiones modificadas.
Se
encontró que básicamente existen dos tipos de objeciones según sus argumentos:
1) Aquellas basadas en razones exógenas, es decir, derivadas de apreciaciones
extracientíficas o externas al modelo; y, 2) aquellas que lo hacen refiriendo
fallas intrínsecas al modelo teórico desde parámetros científicos. En este
último tipo se encuentran dos subtipos: 2a) Los que le objetan cuestiones de
naturaleza lógico-metodológicas; y, 2b) los que señalan deficiencias de
aprehensión de la realidad.
En el
tipo 1, predominan razones ideológicas, políticas, filosóficas o éticas desde
las cuales se le imputa al modelo una marcada postura ideológica, explícita u
oculta; dentro del tipo 2, el subtipo 2a señala inconsistencias del modelo
desde un punto de vista lógico-formal o metodológico y el modo de razonamiento
general es abstracto; el subtipo 2b, destaca la falsedad o idealismo del modelo
al señalarle profundas deficiencias de veracidad, es decir, que la realidad
empírica que pretende develar es muy diferente a sus axiomas y en consecuencia
lo desaprueba; aquí el modo de razonamiento es más bien concreto. En este caso
se habla de reduccionismo refiriéndose a la existencia de otras dimensiones
imposibles de aprehender por el modelo y que representan alternativas
comprensivas de realidad a las que el modelo es ciego.
3.
Objeciones al modelo básico de las TER de acuerdo al tipo de argumentación
Las
objeciones al modelo pueden ser endógenas y exógenas, estas últimas a su vez
pueden ser lógico-metodológicas y empíricas. El principal argumento de las
objeciones que se denominan exógenas,
cuestiona el carácter injustificadamente arbitrario del modelo según el cual,
el individuo es intrínsecamente egoísta calculador. El marco argumentativo de
esta tendencia principalmente es de tipo axiológico o ideológico, puesto que se
ocupa en denunciar la incapacidad y desdén del modelo hacia los problemas de la
integración social, justicia y bienestar político (Bunge 2000; Follari, 2014).
En tal sentido, se le señala una oculta justificación ideológica que desde el
individualismo y tras una formulación aparentemente neutra, expresa un
incuestionable compromiso con los principios doctrinarios del liberalismo
económico-político (Gómez, 2002; Alexander, 2008; Barrera, 2019).
Dentro
del tipo de objeciones endógenas se
encuentran las denominadas lógico-metodológicas,
las cuales hacen referencia a los problemas de inconsistencia o imposibilidad
formales del modelo y se enfoca en sus premisas fundantes. Se suelen señalar
varias contradicciones que desmienten las pretensiones epistemológicas que éste
presenta como afirmaciones y supuestos de una coherencia, así como
exhaustividad incontrovertible. En este tipo de objeciones, lo que la mayoría
de los críticos coinciden en señalar es que el núcleo o esquema básico del
decisor racional tiene una fuerte tendencia hacia lo infalseable, hacia la
circularidad o tautología, así como también el idealismo intrínseco de muchos
de sus supuestos (apriorismo) (Bunge, 2000; Baert, 2001; Castro et al., 2015).
El
sesgo de circularidad o tautología que le señalan es uno de los más acusados y
desemboca en la imposibilidad de falsación. Se afirma que, en esencia, esta
falla formal nace de presuponer que cualquier acción debe explicarse,
necesariamente y en último término, por la racionalidad, la que se considera
principio normativo y a priori.
La
conducta, o sea, la decisión, es la única que objetivamente va a realizar la
confirmación de tal supuesto de racionalidad. Por lo que, por principio, todo
actor racional actuará de una manera racional (“si A es racional, A actuará de
determinada manera” y luego “si A actúa de determinada manera, A es racional”)
(Castro et al., 2015). Ante esta objeción muy extendida, sus teóricos y
seguidores responden que la racionalidad maximizadora no puede ser desmentida
de cara a los resultados empíricos concretos pues representa un axioma
estrictamente metodológico, un parámetro analítico de comparación similar a un
modelo tipo ideal weberiano (Coleman, 1994). Contrariamente, sus críticos se
apoyan en esta circularidad para concluir que el modelo termina siendo débil e
idealista. Luego de un minucioso análisis, Bunge (2000) concluye:
La
pretensión del teórico de la elección racional, según la cual puede deducir
intereses e intenciones de los individuos a partir de los resultados de sus
acciones, es pura presunción. (…) Considérese, por ejemplo, una acción
empresarial o política. Si tiene éxito, puede afirmarse que se tomó a la luz de
una correcta evaluación de probabilidades y utilidades. Si se malogra, puede
suponerse que la evaluación fue errónea. En otras palabras, la acción somete a
prueba a las personas, no a la teoría. Por lo tanto, cuando algo vaya mal,
dispara contra la persona responsable. (p.158)
Para
muchos autores, el núcleo de la TER (el MDR) también es hipergeneralizable. Han
sido sus propios autores quienes han afirmado su convicción de poder
fundamentar con él todas las realidades sociales (Baert, 2001). Becker y
Coleman, por ejemplo, son autores afamados y emblemáticos de esta pretensión.
Según Baert (2001), el enfoque del decisor racional “proporciona un valioso
marco unificador para comprender cualquier comportamiento humano” (p.199). Este
pretendido universalismo epistemológico privilegiado encuentra su fundamento en
la reducción radical de toda realidad al individuo. En tal sentido, Castro et
al. (2015) sostienen:
Expresado
de un modo más intuitivo, la completud indica la capacidad de un modelo para
encontrar acomodo explicativo en su seno para cualquier fenómeno del campo
empírico al que se refiere dicho modelo, sea éste cual sea. Efectivamente, el
preferidor racional resulta (si se permite la expresión) hipercompleto, pues
permite analizar la conducta de cualquier sujeto en tanto que preferidor
haciendo abstracción de circunstancias histórico-sociales, culturales,
lingüísticas, simbólicas, etc. (p. 314)
Hay
una postura excluyente implícita en dicha exhaustividad o completud, la cual ha
sido muy cuestionada porque le permite al modelo ignorar cualquier otra lógica
del actuar humano. En la economía actual este desdén por lo que sea distinto al
modelo es una tendencia predominante que se reproduce institucional e
inercialmente (Mallorquín, 2002).
Por
otra parte, con el señalamiento del carácter inconsistente del modelo se alude
a lo insostenible de algunas de sus afirmaciones. Una de las más controvertidas
es la de las preferencias (Baert, 2001; Jaime, 2005; Castro et al., 2015). El
modelo las considera previas y dadas para el individuo, esto es, que no
dependen de variaciones subjetivas particulares, además de ser proclives a jerarquizarse
y ordenarse, ser completas, estables y no contradictorias (en conjunto es
llamada “función de utilidad”). Sin embargo, a este principio se le ha
cuestionado su falta de realidad puesto que las preferencias de las personas no
son un sistema jerarquizable, continuo y completamente lógico “pues no sin
dificultades puede el sujeto empírico desembarazar sus preferencias de
conflictos motivacionales difícilmente dirimibles, siquiera analizables en
términos racionales y conscientes” (Castro et al., 2015, p.316).
A modo
de conclusión, para este tipo de objeciones, la infalseabilidad y la
hipergeneralización que se derivan de las premisas axiomáticas del modelo,
metodológicamente acusan fallas de fundamentación y plausibilidad debidas a su
carácter apriorístico y tautológico, las que oculta tras una lógica
aparentemente consistente e irrefutable. Smelser (1998), concluye: “Si te
esfuerzas lo suficiente, todo se convierte
en racional” ( p.160).
Las
objeciones que se denominan empíricas, son
aquellas que se centran en demostraciones de hechos históricos, culturales y/o
sociales que inciden, condicionan o niegan una suerte de supremacía de la
racionalidad en las elecciones y comportamientos. En consecuencia y de cara a
estas demostraciones, al modelo se le cuestiona, dígase así, una profunda
indiferencia de veracidad, esto es, el no permitir darles cabida a innumerables
dimensiones de realidad explicativas de lo social distintas a la suya.
Como
ejemplo de esos múltiples factores o dimensiones consideradas como
constitutivas y/o causales de lo social, se mencionan la desigualdad
estructural, la dominación, el conflicto y la violencia, la desadaptación
social, la alienación, las luchas simbólicas, la movilidad social, el control
institucional, entre otros. Éstos son excluidos por el modelo desde una
unidimensionalidad axiomática que no les reconoce su estatus ontológico.
Cristiano (2006), menciona este tipo de críticas como “objeción de la
inadecuación” (p.141).
Muchos
autores han hecho importantes cuestionamientos al modelo desarrollando estos
argumentos. De los más referenciados, Boudon (1981); Hirschman (1986); y,
Pizzorno (1989), son críticos que han probado la existencia de otros móviles,
otras lógicas que impulsan los comportamientos individuales y colectivos
distintos a los del modelo económico que privilegia el interés egoísta (Gil,
1993). Sen (2003); y Elster (2009), son otros muy renombrados autores que desde
la misma economía hacen minuciosos análisis críticos al modelo estándar en
cuanto a este reduccionismo inherente y proponen una visión más heterodoxa de
la TER.
En
suma, se objeta que para el modelo todo se reduce a preferencias, motivos,
deseos y cálculos individuales (Bunge, 2000), pero no a causas, realidades
estructurales, moldeamientos culturales, desigualdad o poder, circunstancias
históricas, entre otros, en resumen, a “hechos” (Mandelbaum, 1976). Cristiano
(2006), lo resume al señalar: “No sólo se ha aceptado, sino que se ha
enfatizado que el privilegio de la elección racional no responde al supuesto de
su ajuste empírico a la realidad sino a razones metodológicas” (p.141).
Al
respecto, es elocuente la afirmación de Coleman (1994), uno de los fundadores
de la TER en la sociología: “Mi supuesto implícito es que las predicciones
teóricas que hago aquí son las mismas tanto si los actores actúan
racionalmente, tal y como se concibe comúnmente, como si se desvían en los
modos observados” (p.370). Después de todo, coinciden sus críticos más
radicales, las pretensiones del modelo de invalidar la cualidad fáctica de la
realidad social es manifiesta (Mandelbaum, 1976; Bourdieu y Wacquant, 2005).
4. ¿Es
esta controversia particularmente relevante para la sociología? Perspectivas
contrastadas
Para
fijar algunas claves de lo esencial implicado en esta esquiva cuestión de las
razones que dan relevancia a la disconformidad entre los principios
convencionales de la sociología y la concepción del MDR, importa comparar los
supuestos subyacentes que hacen el contraste entre ambas perspectivas. Por
supuestos subyacentes, se refiere aquí al cúmulo de saberes no explícitos que
forman lo dado aproblemático y que la misma tradición disciplinaria ha moldeado
en el tiempo: Se reseña lo que Alexander (2008) denomina el nivel
presuposicional de la teoría. En palabras escuetas, se trata de los
“componentes básicos” (p.17), que constituyen una suerte de sentido común
consensualmente aceptado de nociones elementales que definen la disciplina en
cuanto a su quehacer y a la naturaleza distintiva de su objeto.
La
perspectiva microeconómica de inspiración neoclásica es suficientemente
conocida y en páginas anteriores ya se esbozó su matriz axiomática general (el
MDR). Para el caso de la sociología, esta cita es un buen ejemplo de lo que
puede considerarse como su perspectiva corriente:
Lo que
identifica a la sociología es el hábito de considerar las acciones humanas como
elementos de elaboraciones más amplias, es decir, de una disposición no
aleatoria de los actores, que se encuentran aprisionados en una red de
dependencia mutua (siendo la dependencia un estado en que la probabilidad de
que se realice la acción y la posibilidad de su éxito cambian en relación con
lo que los actores son, hacen o pueden hacer). Los sociólogos se preguntarán
qué consecuencias tendría esa interdependencia para el comportamiento real y
posible de los actores humanos. (Bauman, 1994, p.13)
Uno de
los supuestos ontológicos y epistemológicos esenciales para la sociología es
“explicar lo social por lo social” (Durkheim, 2001). En correspondencia a éste
axioma, se exponen los siguientes dos principios teóricos elementales
frecuentemente utilizados en el análisis sociológico:
1.
Mayormente, las posibilidades de desenvolvimiento, alternativas, formas de
respuestas y expectativas de las personas y grupos están preestablecidas,
condicionadas o constreñidas por estructuras de organización o relaciones
sociales y por su posición o situación dentro de un contexto cultural y
socio-económico; por lo cual, dichas posibilidades, como tendencia general, no
obedecen simplemente a una intención autónoma o voluntad deliberada que se
responde a sí misma y tampoco se pueden explicar satisfactoriamente
prescindiendo de las condiciones y circunstancias que dicho contexto impone.
2. Las
estructuras societales, ambientes socio-culturales y red de relaciones, no sólo
condicionan, sino que, en gran medida, modelan la subjetividad, patrones de
comportamiento o “conciencia” de las personas (personalidad) y los grupos. Esto
lo hacen desde la formación de los agentes (socialización) junto a otros
mecanismos y procesos, cuya eficacia se debe a que por lo general son opacos a
la reflexión consciente. Así, para la sociología, aquello que se cree, desea,
piensa, se está dispuestos a hacer y se siente, normalmente, es un producto
social incorporado como impronta no consciente de diversos mecanismos,
experiencias y significados sociales.
Tal
forma de ser y pensar es elaborada desde y ajustada a un contexto social de
pertenencia y a una posición dentro de estructuras consolidadas. Por lo cual,
estas pautas de comportamiento preconformadas externamente, transmitidas y
efectivamente incorporadas en el “interior” de cada cual, anteceden a una
aparente autonomía o propiedad de conciencia de los individuos actuantes.
Estos
dos principios forman parte de una forma de entender lo social correspondiente
al paradigma de “los hechos sociales”
(Rodríguez, 2001), uno de los tres principales de la sociología, el más
preeminente en su tradición y que le permitió el estatus de ciencia. Desde
otras ópticas, el mismo ha sido criticado como de un exagerado determinismo
social (Blumer, 1982; Morrow y Torres, 2002; Ritzer, 2010). En sus versiones
más extremas la idea del individuo autodirigido y dueño de sí se considera un
mito(2).
Frente
a toda esta perspectiva, el MDR se encuentra, por así decirlo, en un extremo
conceptual y ontológico opuesto. La matriz teórica fundacional de la TER,
presuposicionalmente, representa las antípodas de la perspectiva sociológica.
Para ilustrarlo, valgan estas dos problemáticas sociales cuyas explicaciones
son muy conocidas y que permiten hacer una reflexión comparativa:
Problemática
1: En ciertas poblaciones y áreas, los embarazos adolescentes representan un
grave problema social. En base a numerosos estudios, la sociología (pero
también otras disciplinas como Trabajo Social) ha demostrado la decisiva
influencia de la posición socio-económica y del ambiente familiar-cultural en
su incidencia. Las jóvenes pertenecientes a los estratos más bajos donde
predominan familias desestructuradas son las más proclives a vivirlo y
padecerlo. Hay modelos explicativos e investigaciones de diversos formatos
metodológicos que lo confirman (Santillán y Ortega, 2012).
Problemática
2: Uno de los más fecundos aportes que la sociología ha hecho a la educación es
el haber revelado la correlación entre el rendimiento estudiantil, la
extracción social y la posición socio-económica. Al indagar sobre las
aptitudes, actitudes y demás componentes de los desempeños de los alumnos, se
constata que los desiguales resultados en el rendimiento escolar no se deben
tanto a las ofertas educativas o a la calidad de la enseñanza como a las
desiguales condiciones materiales de vida y al ambiente sociocultural de origen
de los alumnos (Feito, 2001; León y Collahua, 2016).
En
sociedades modernas en las que los modos de vida están marcados por la
desigualdad de las posiciones, las disposiciones (incorporadas a la
personalidad psíquica como pautas de comportamiento, entendimiento y emoción)
predominantemente se transmiten y refuerzan en los niños ajustadas a sus
posibilidades objetivas (Bourdieu, 2008).
De tal
modo, la correlación entre la variable socio-económica y los embarazos
adolescentes, en la explicación de la primera problemática confirmaría
empíricamente el primero de los dos principios expuestos, el de la primacía del
condicionamiento socio-económico y socio-cultural sobre el comportamiento;
mientras que la explicación de la segunda problemática confirmaría el segundo
principio, el del origen social de la
subjetividad o de los patrones de comportamiento individuales y grupales.
Con
todos estos elementos, se permite avanzar haciendo un simple ejercicio
imaginario y comparativo. Si se supone que dichas problemáticas fueran
abordadas por la TER con plena fidelidad a sus axiomas fundantes de inspiración
económica, el MDR; de acuerdo a dichos principios sus respuestas no serían
difíciles de imaginar. Ante ellas, cabe preguntar: Al entendimiento sociológico
de las problemáticas expuestas ¿le será admisible la respuesta del MDR que
lógicamente no podría ser otra que los embarazos adolescentes, el bajo
rendimiento o fracaso escolar son resultado de una elección previa de las
jóvenes y los alumnos, que expresan sus preferencias, propias de una
intencionalidad individual que obedece a una racionalidad utilitaria
maximizadora e independiente del contexto social? Evidentemente y por
principio, no.
Aunque
esto se haya presentado con mucha simpleza o, en el caso del modelo, forzado
desde una suposición, la respuesta que se atribuye imaginariamente al MDR es en
su fundamentación presuposicional similar a la que se encuentra en análisis
clásicos de aplicación de la TER, como por ejemplo en Becker (1973); Coleman
(1994); y, Coleman, Menzel y Katz (2003). La consecuencia más plausible de esta
disconformidad sociológica es poder mostrar que en lo
presuposicional y de cara a una naturaleza de lo social, existen nudos de
incompatibilidad, zonas de discrepancia de difícil conciliación entre ambas
perspectivas. Detrás de esta incompatibilidad explicativa subyace una
contraposición sustancial de envergadura. En el siguiente Cuadro 1, pueden
verse estos elementos.
Cuadro
1
Comparación
entre los postulados de la elección racional y la sociología
Categorías |
Elección racional |
Sociología |
*Fuente última de realidad |
Individuo |
Sociedad |
*Epistemología |
Individualismo |
Holismo |
*Ontología |
Nominalismo |
Realismo |
*Cualidades definitorias del ser humano |
Interés propio, conveniencia, egoísmo. |
Relación, vínculo, interdependencia. |
*Lógica generativa de la acción |
Externa, instrumental, esencialmente racional. |
Intersubjetiva, normativa, significativa, múltiple. |
*Valores |
Autonomía, libertad individual. |
Integración, compromiso, Complementariedad. |
*Relación entre lo social y lo individual |
El individuo precede y es utilitario para con lo
social. El individuo es una condición inmanente y constante. |
Lo social precede y es preeminente al individuo. El
individuo es un producto social contingente. |
Fuente: Elaboración propia, 2022.
Esta incompatibilidad refleja la antagónica y original tensión entre la visión individualista vs holista de lo social, entre el “voluntarismo” y el “determinismo”, así como entre la concepción externa e instrumental vs la intersubjetiva y normativa del comportamiento humano. La visión que ha formado la tradición, el ethos canónico de la sociología, se corresponde con una perspectiva que ha dado más peso a las segundas opciones mientras que el MDR (TER) lo hace sobre las primeras.
Por otra parte, el linaje económico del enfoque de la elección racional, su autopostulación como paradigma privilegiado y un nacimiento marcado por un poco disimulado plegamiento ideológico-político al liberalismo, son factores que contribuyen a exacerbar las distancias entre él y la perspectiva sociológica dificultando una superación definitiva de la añeja tensión(3).
No se pueden soslayar los resultados provechosos del esfuerzo autocorrectivo y los ajustes flexibilizadores de la TER. Pero, desde el nivel presuposicional, esas concesiones teóricas no son ilimitadas. En un punto se enfrentan al riesgo de avanzar modificando aún más algunos supuestos que exigen negar postulados constitutivos, con lo que tal apertura a nuevos elementos amenaza con desdibujar la teoría, convirtiéndola en una amalgama inconsistente y estéril. Es lo que Alexander (2008), refiere como “la inclusión de categorías residuales (…) ante la presión de la realidad” (p.150).
Por ello, el predominio de una lógica de rígido formalismo axiomático que deviene en un apriorismo tautológico e hipergeneralizable, así como la inherente unidimensionalidad presuposicional del MDR, le imponen sus propios límites. Es decir, sus hipótesis y reacomodamientos analíticos se enfocan, ante todo, en el ámbito del interés maximizador (economicismo), y parten invariablemente de la lógica instrumental e individual; lo cual hoy se mantiene y reproduce de hecho en la práctica académica como tendencia predominante (Mallorquín, 2002).
Así, pese a interesantes reelaboraciones y autocríticas, la TER es aún señalada desde sus propias filas por “importantes anomalías empíricas asociadas con este enfoque” (North, 1990, p.18). La lógica fundante del decisor racional fuerza a la TER a mantenerse dentro de un marco presuposicional cerrado y autosuficiente frente a la sociología, obstaculizando la eficaz traducción a esta perspectiva, así como una posible convergencia superadora de la distancia que las separa.
Conclusiones
Dado los hallazgos discutidos en el presente ensayo, se tiene que el individualismo metodológico es radical y se constata en el privilegio del ser humano que actúa por su propia voluntad, evidenciando que su actuar y comportamiento es la única realidad de lo social. Por lo tanto, la elección o preferencias del individuo buscando alcanzar la mayor satisfacción a menor costo, matriz concebida en la ciencia económica, constituye el modelo básico desde el cual se ha desarrollado todo el paradigma de la elección racional.
Asimismo, se evidenció que existen algunas objeciones, referentes entre otras a las premisas axiomáticas del modelo, metodológicamente se atribuyen fallas de fundamentación y plausibilidad debidas a su carácter apriorístico y tautológico, las que oculta tras una lógica aparentemente consistente e irrefutable, y, además, se objeta que para el modelo todo se reduce a preferencias, motivos, deseos y cálculos.
Finalmente, la consecuencia más laudable de la disconformidad sociológica se refiere a poder mostrar que en lo presuposicional y de cara a una naturaleza de lo social, existen nudos de incompatibilidad, zonas de discrepancia de difícil conciliación entre ambas perspectivas. Por lo tanto, la lógica fundante del decisor racional fuerza a la TER a mantenerse dentro de un marco presuposicional cerrado y autosuficiente frente a la sociología, obstaculizando la eficaz traducción a esta perspectiva, así como una posible convergencia superadora de la distancia que las separa.
Actualmente, sobre la raigal discrepancia entre la perspectiva del decisor racional y la sociología sólo puede concluirse que la TER se considera parte del stock de teorías de aquella, pero nada decisivo sobre la solución de esa disconformidad que pervive a nivel de las fundamentaciones.
Notas
1 Los nombres más conocidos de los economistas que formularon el enfoque de la TER son Kenneth Arrow, el cual se considera importante pionero en la formalización del modelo del decisor racional, John Nash, Thomas Schelling, Robert Axelrod, Anatol Rapoport, Gary Becker, entre otros.
2 Es cuestión aceptada por la sociología el
entender que lo social es plural, no poseyendo una visión delimitada con
precisión y plenamente unánime de su objeto. Tal variabilidad de definiciones
ha originado enfoques teóricos diferenciados y muchas veces confrontados.
Básicamente se los ha agrupado en tres paradigmas: El de los hechos, el del
sentido y el de la conducta (Ritzer, 2010). La TER no es totalmente ajena a la
sociología si se considera su afinidad con el paradigma de la conducta. Aún con
su diversidad paradigmática, un denominador común sociológico es que no se
concibe al individuo separado de lo social y su acción sólo es posible en y por
un contexto de relaciones. Así, el individuo no puede comprenderse desde alguna
naturaleza inmanente externa a su condicionalidad social e histórica.
3 Los éxitos cosechados por la TER son contundentes y su influencia sobre la comprensión sociología, insoslayable (Aguiar, Criado y Herreros, 2003; Vidal, 2008; Ermakoff, 2019). No se propuso ofrecer una visión de los autores influyentes, los avances y tendencias actuales de economistas y sociólogos que suscriben este enfoque, lo cual excedería este estudio. Caben apenas algunas observaciones:
Algunos
desarrollos enmarcados en la Elección Racional tanto de la economía, la
politología o de la sociología, son hitos importantes. Por su alto valor como
aportes al avance interdisciplinar, son de obligada mención los hallazgos
seminales de Granovetter (2003) con su noción de “incrustación”, así como los
de Olson (1971) que han originado enriquecedores análisis. Desde el ámbito
económico, y más allá del preferidor atomizado, hoy se le reconoce un papel
importante a las redes sociales y a los contextos institucionales (Gil, 1993).
Por otra parte, amplias disquisiciones han dado relevancia analítica a aspectos
no antes considerados por la matriz estándar microeconómica, como la confianza,
la cooperación, y el papel del aspecto normativo de los acuerdos informales e
institucionalizados (Mallorquín 2002; Aguiar et al., 2003; Ermakoff, 2019). En
suma, la TER ha demostrado una alta capacidad adaptativa para ampliar su
eficacia explicativa (Vidal, 2008). Desde el ámbito sociológico, son valiosos
los aportes de la nueva Sociología Económica ofreciendo hallazgos
clarificadores acerca de los complejos mecanismos en que lo social incide sobre
lo económico y ciertas lógicas alternativas al mercado que lo complementan
(Pérez, 2009). Sin embargo, este panorama puede llevar a conclusiones
engañosas.
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