¿Cómo las instituciones de educación superior deben enfrentar los nuevos desafíos del entorno?

 

How should higher education institutions confront the new challenges of the environment?

 

Araya-Castillo, Luis*

Rivera-Arroyo, Jennifer**

 

En los últimos años las instituciones de educación superior se encuentran operando en un entorno altamente competitivo, cambiante y complejo (Jiménez-Bucarey, Araya-Castillo y Rojas-Vallejos, 2020a). Esta situación se acrecentó con la pandemia del Covid-19 y que ha obligado a la educación superior a experimentar -a nivel mundial- un proceso de construcción y reconstrucción, pero sin dejar de tener presente que la educación se centra básicamente en el desarrollo progresivo del conocimiento y las habilidades de los alumnos, y también en crear un ambiente de seguridad e interacción saludable entre los alumnos, académicos y el resto de las personas que integran las instituciones (Araya-Castillo, et al., 2020).

Esto explica que la globalización de la economía ha impactado a los sectores de educación superior (Altbach, Reisberg y Rumbley, 2009), ante lo cual estas instituciones deben responder, no sólo a las amenazas de sus competidores locales (Araya-Castillo, et al., 2018), sino que también deben hacer frente a la existencia de un mercado de educación internacional en crecimiento (Martensen y Grønholdt, 2009).

Dentro de las características que definen el nuevo entorno de los sectores de educación superior, se encuentra un alto nivel de dinamismo (Bhatt y Bhatt, 2012), un rápido crecimiento de las instituciones participantes (Ganga-Contreras, et al., 2019), la aparición de nuevos tipos de instituciones (Yilmaz, 2019), el incremento en la demanda (Ivy, 2008), la expansión de la oferta universitaria (Brunner, 2008), una masificación de la educación superior (De Boer, et al., 2002), un aumento en las restricciones presupuestarias (Martínez, Blanco y Castán, 2013), la presión de recolectar fondos de capital y controlar los incrementos en los gastos de personal (Lovett, 2002), incrementos en las tasas universitarias a las que deben hacer frente los estudiantes (Mok, 2003), una elevada competencia por captar y retener a los estudiantes (Jain, Sahney y Sinha, 2013), y que tanto los responsables políticos como los agentes sociales han comenzado a exigir que las universidades justifiquen sus resultados (Chacón, et al., 2001).

Además, lo anterior puede ser explicado por una tendencia internacional hacia una población estudiantil más heterogénea (Archer, Hutchings y Ross, 2003), por el hecho de que la educación superior se ha vuelto más segmentada (Cerpa, et al., 2007), por cambios en las regulaciones (Sultan y Yin, 2014), en la importancia de la calidad de servicio (Torres y Araya-Castillo, 2010), en la influencia que la satisfacción tiene en la intención de comportamiento de los alumnos (Araya-Castillo y Bernardo, 2019), en los mayores niveles de demanda por control de calidad (Brunner y Uribe, 2007), en la llegada y rápida difusión de las tecnologías de la información y la comunicación (Buil, et al., 2012), en la importancia de la responsabilidad social (Araya-Castillo, et al., 2018), en el incremento de la movilidad de los estudiantes a los países exportadores de educación (Nhan y Nguyen, 2018).

Asimismo, en la aparición de los rankings mundiales de universidades que se presentan como una nueva imagen de la geopolítica internacional del conocimiento (Brunner y Uribe, 2007), en la conformación de consorcios académicos (Juarros, 2006), en los crecientes niveles de diversificación y privatización de los sistemas de educación superior (Espinoza y González, 2011), y en el hecho de que la educación superior presenta dinámicas similares entre los diferentes países, quizás con la excepción de aquellos de menores ingresos (Larraín y Zurita, 2008).

Por tanto, las instituciones de educación superior tienen el desafío de aprovechar en forma positiva los cambios que ha experimentado el entorno en que operan, y no sólo ver como amenazas los distintos hechos que se han presentado. Dado esto, se espera que dichas entidades se adapten a los cambios del entorno (Tamutienė y Matkevičienė, 2019), operen con una orientación al marketing (Wright, 1996) y se comparen con las instituciones de mayor reconocimiento a nivel mundial (Martensen y Grønholdt, 2009), debido a que el sector en que participan presenta características similares a las de una industria de servicio; por cuanto es intangible y heterogéneo, cumple el criterio de inseparabilidad, al ser producido y consumido al mismo tiempo, satisface el criterio de perecedero y asume la participación de los estudiantes en el proceso de entrega del servicio (Danjuma y Rasli, 2013).

Estos establecimientos tienen el desafío de responder rápidamente a las nuevas dinámicas competitivas (De Jager y Gbadamosi, 2010), innovar constantemente (Araya-Castillo y Bernardo, 2017), modificar sus propuestas de valor (Araya-Castillo y Escobar-Farfán, 2015; Jiménez-Bucarey, Araya-Castillo y Rojas-Vallejos, 2020b), enfocarse en los beneficios de sus grupos de interés (Gruber, et al., 2010) y mantener relaciones de largo plazo con éstos (Choudhary y Paharia, 2018), reformular sus sistemas de gestión (Araya-Castillo, et al., 2018), mejorar los niveles de calidad en las distintas actividades que realizan (Heck, Johnsrud y Rosser, 2000), revitalizar sus modelos de negocios (Araya-Castillo, et al., 2020), encontrar formas más efectivas para entregar sus servicios (Jiménez-Bucarey, et al., 2020a), y de responder a los cambios sociales (Araya-Castillo, 2015), por cuanto tienen dificultad para desarrollar y mantener sus ventajas competitivas (Thieme, Araya-Castillo y Olavarrieta, 2012).

Para cumplir con lo anterior, las instituciones de educación superior deben reexaminar sus estructuras, estrategias y procesos (Araya-Castillo, et al., 2018), adoptar estrategias competitivas que permitan diferenciar sus ofertas (Brunner y Ganga, 2016), enfocar sus esfuerzos en las actividades de comercialización (Ivy, 2008), ofrecer una formación profesional que responda y se adecúe a las necesidades del entorno laboral y social (Araya-Castillo, et al., 2020), y desarrollar una base sólida que les permita alcanzar altos niveles de calidad (Hota y Sarangi, 2019), a través de la creación de valor y la mejora continua de sus procesos organizacionales (Degtjarjova, Lapina y Freidenfelds, 2018).

Ello implica que las instituciones de educación superior deben implementar estrategias que les permitan diferenciarse de los competidores (Hemsley-Brown y Oplatka, 2006), seguir siendo competitivas (Martensen y Grønholdt, 2009) y fortalecer sus posicionamientos estratégicos (Araya-Castillo, et al., 2018). Para esto deben enfocarse no sólo en los indicadores de retorno de la inversión y participación de mercado, sino que también preocuparse por aquellas habilidades así como destrezas que la sociedad valora en sus egresados (Abdullah, 2006). Lo cual pasa por construir fuertes relaciones con el alumnado (Torres y Araya-Castillo, 2010), por cuanto existe consenso en considerar a los estudiantes como los principales clientes en el sector de educación superior (Lazibat, Baković y Dužević, 2014), debido a que son los principales beneficiarios de la educación (Yeo y Li, 2014) y quienes mejor pueden valorarla (Araya-Castillo y Escobar-Farfán, 2015).

Esta situación tiene repercusiones estratégicas, porque las instituciones que son percibidas con mayores niveles de calidad, logran atraer y retener a los estudiantes (Maringe y Gibbs, 2009), lo cual les permite alcanzar adecuados posicionamientos (Angell, Heffernan y Megicks, 2008) y seguir ocupando lugares de prestigio a nivel nacional y/o internacional (Abouchedid y Nasser, 2002). Además, la retención de los estudiantes tiene influencia en el desempeño financiero de las instituciones, puesto que les permite captar recursos (Angell, et al., 2008), mantener una posición competitiva en los mercados en los que participan (Abouchedid y Nasser, 2002), e influir en las intenciones de comportamiento (Hwang y Choi, 2019) y disposición a pagar de los estudiantes (Thieme, et al., 2012).

Es en este escenario, que las instituciones de educación superior tienen la problemática de servir a una población cada vez mayor de estudiantes, más diversificada social y culturalmente (Silvio, 1998). Y pueden responder a las tendencias del mercado de educación superior a través de modalidades no convencionales de educación (Araya-Castillo, 2015), las cuales representan oportunidades de una mayor equidad, expectativas de movilidad social (Araya-Castillo, et al., 2020), y de disminución en las distancias de distribución de los ingresos (García, et al., 2009).

Lo expuesto tiene importancia, no sólo para la educación superior, sino también para los sistemas de enseñanza y el desarrollo de los países, por cuanto se sostiene que de todos los servicios, el sector de educación superior es aquel que más se relaciona con el crecimiento de una sociedad y su desarrollo socioeconómico (Senthilkumar y Arulraj, 2011), puesto que para lograr un desarrollo como país, es fundamental la creación de conocimiento como un elemento central para mejorar la calidad vida y progreso (Sebastián, 2007).

Además, la riqueza o pobreza de los países depende en gran medida de la calidad de la educación superior (Hota y Sarangi, 2019), puesto que la misma es reconocida como un elemento clave para la prosperidad económica (Vnoučková, Urbancová y Smolová, 2019), favorece la mejora de los procesos productivos (Romer, 1986), es un elemento central en el proceso de desarrollo de cualquier país (Barrientos y Araya-Castillo, 2018), un aporte a la movilidad social (Urzúa, 2016), es vital para el progreso social (Batool, Nadeem y Asif, 2018), el eslabón central en el desarrollo del talento y la cultura (Chen y Fan, 2018) y fundamental para el desarrollo sostenible y la mejora en el bienestar de las personas (Choudhary y Paharia, 2018).

 

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* PhD in Management Sciences. Doctor en Ciencias de la Gestión. Doctor en Empresa. Profesor Asociado de la Universidad Andrés Bello, Chile. E-mail: luis.araya@unab.cl. ORCID: http://orcid.org/0000-0001-7574-3907

 

** Magíster en Administración de Empresas (MBA). Profesor Asistente de la Universidad Autónoma de Chile, Chile. E-mail: jriveraa@uautonoma.cl ORCID http://orcid.org/0000-0001-6201-676X