QUÓRUM ACADÉMICO

Vol. 15 Nº 1, Enero-Junio 2018. Pp. 151-155

Universidad del Zulia


Orlado Villalobos.

Poderes, saberes y quereres (2017).

Editorial Kuruvinda, Fundación Canal Z y Editorial Tabla Insurgente, Maracaibo, Venezuela


Orlando Villalobos es periodista, profesor emérito de la Universidad del Zulia, investigador con una larga trayectoria en el estudio de los medios de comunicación, autor de varios libros, entreellos“Comunicaciónyciudadanía. La creación del tejido social de Maracaibo” (2007), “Gerencia y política de la comunicación social en la Universidad del Zulia” (1998), “Fabulario. Crónicas de la urgencia” (1993) y “Reinventar la Comunicación” (2015). También ha sido un destacado ponente para eventos científicos en países como Argentina, México, Uruguay, Brasil, Colombia, Ecuador y Cuba.

Toda esta experiencia como comunicador, docente y, especialmente, como venezolano, testigo de los cambios más profundos de las últimas décadas, se encuentra condensada en este libro en el que se establece con el lector una disertación sencilla, más cercana a lo humano que a lo formalmente académico, pero a la vez profunda, a partir de lo que él considera como sus “certezas y convicciones, y al mismo tiempo dudas e interrogantes” (p. 4) en torno a temas pendientes sobre los conflictos políticos, sociales y culturales vividos junto a sus compatriotas de la Patria Grande. También reúne reflexiones sobre la memoria y el testimonio, así como el diálogo con distintos autores sobre diversos temas en el marco de una sociedad plagada de eufemismos que enmascaran las desigualdades materiales, sociales y simbólicas, que a fuerza del bombardeo mediático y neoliberal ha forjado el olvido de una consciencia en torno a la auténtica identidad latinoamericana y que, en su arraso, se ha llevado por delante la ética.

A pesar del gran poder de la superestructura mediática, el autor defiende la acción de un poder popular articulado por el ciudadano, consciente de sus capacidades para la comunicación y la transformación cultural. Tal como lo expresa: “Una nueva sociedad no nacerá o surgirá de repente, porque se hayan ganado unas elecciones o se haya “tomado el poder”. Es un asunto tan


exigente y complejo, que requiere de una cultura diferente, de participación, organización y comunicación” (p. 18). Esta idea es rescatada por el autor al resaltar, con su pluma, a figuras revolucionarias como el Che Guevara, Carmelo Laborit, Jorge Rodríguez, Alberto Lovera, Omar Guararima y al mismísimo Alí Primera. Algunos de ellos aniquilados físicamente y otros ya fallecidos, mas no en pensamiento, por los verdugos del paradigma derechista y conservador. En sus palabras el autor expresa que sus muertes no son más que la siembra que manifiesta el vaticinio hecho alguna vez por Túpac Katari antes de morir en manos del coloniaje español : “¡Yo muero, pero volveré hecho millones!”

Estos síntomas del cambio son señalados por el autor cuando hace un recorrido histórico en el que señala el espíritu revolucionario presente en los acontecimientos del 27 de febrero de 1989 y los movimientos obreros en Guayana en décadas precedentes, sucesos o acontecimientos que se convirtieron en semilla que germinaría en el cambio de rumbo que dio Venezuela a finales de los años 90, con la llegada de Hugo Chávez al poder. En este breve pero sustancial recorrido histórico, el autor nos lleva de la mano por las cicatrices “nuestroamericanas”, un México que está muy lejos de Dios y muy cerca de Estados Unidos, un Brasil contradictorio donde el fútbol es una religión, con profundas desigualdades sociales que la izquierda apenas ha podido solventar, un Uruguay con la nostalgia de un tiempo pasado que fue mejor y que, a pulso de programas neoliberales, se ha enfermado de pesimismo. Esta revisión de las cicatrices históricas de todo un continente se entremezcla con anécdotas, mitos y creencias, cargadas de pensamiento crítico, que arrebatan sonrisas por momentos y, a la vez, un profundo mea culpa que embarga al lector cuando comprende por qué su Patria Grande no termina de crecer. Es una niña maltratada por la inconsciencia y la amnesia histórica.

En otro apartado, el autor nos habla desde el “cielo de Macondo”, sobre las raíces que Venezuela comparte con Colombia, una nación subyugada históricamente a los intereses mediáticos y del capital (que al final resultan ser los mismos). A esta sumisión se suma la acción de la parapolítica durante más de 60 años de conflicto. El espíritu contestatario que una vez encarnó Jorge Eliézer Gaitán ha sido adormecido y eso se siente, incluso, en su lenguaje cuando el colombiano “habla” con un distanciamiento que al venezolano se le hace extraño. Tal como se pegunta el autor: “¿Se hace solo por cortesía? De todos modos (este lenguaje) no deja de mostrar cierta sumisión generada desde la época colonial que una clase dominante ha sabido prolongar hasta nuestros días” (p. 59) con ayuda de los medios de


comunicación. Por su parte, Venezuela responde a un mayor sentido de igualdad, que se ha caracterizado por su espíritu solidario, ese mismo con el que acoge a los desplazados colombianos en medio de un conflicto que también ha perturbado a la patria de Bolívar.

Ambas naciones con historias comunes y con destinos diferentes siguen envueltas en un mismo proceso que demanda cambios a escala continental; en Colombia, el espíritu rebelde continúa amordazado por la parapolítica y por la dictadura mediática, con ayuda de personajes como Álvaro Uribe. En Venezuela, los cambios sociales ya han comenzado, pero es mucho el camino por recorrer. Cambios que se ven influidos por los avances y retrocesos en países como Argentina, que hoy en día vive la época post-Kirchner, donde el laissez-faire ha hecho sus promesas a una juventud que desconoce la historia de Carlos Menen, Antonio De La Rúa y de aquella Argentina neoliberal… nuevamente, la falta de memoria, esa ceguera histórica, pasará factura.

¡Latinoamérica adolece! Está en trabajo de parto. Vienen cambios que son indetenibles, incluso para los sectores más conservadores. Pero en este “alumbramiento histórico” hay demandas pendientes en muchos campos importantes; la reinvención tanto del periodismo, como también de la educación, auténticas vías para la transformación social. Así mismo, es importante encarar el problema de la despolitización de una realidad social, con la que se ha abonado el terreno para que el mercado, y su principal mercancía, la filosofía del bienestar, hagan de las suyas. Son muchos los cambios, pero todos tienen una raíz común: la transformación cultural.

En su último apartado, titulado “Diálogos”, el autor rescata la obra de importantes figuras que han sido germinadoras para las transformaciones culturales, que aún están pendientes por impulsar en la región. Una de estas figuras es Edgar Petit, cuya obra constituye un aporte valioso para conocer nuestras raíces históricas y ubicar las posibilidades de cambio verdadero en la cultura venezolana. Como parte de esta búsqueda de nuestra identidad nuestroamericana, Villalobos también rescata el aporte de Santiago Bastos, quien ha investigado sobre la forma como se configuran los “poderes” domésticos en los hogares populares guatemaltecos. En su estudio evidencia la existencia de un patrón de dominación patriarcal que, paradójicamente, no sólo ha sido ignorado sino promovido desde el seno familiar tanto del país centroamericano como en el resto del continente. Del dominio de esta cultura patriarcal han derivado buena parte de los problemas de violencia hacia la mujer que aún sacuden a la región y moldean la representación cultural que se hace de los roles de género. Como Petit, otros autores adquieren relevancia en la pluma del autor, tal es el caso de Alonso Zurita


y su arte, y Alexis Fernández y su obra sobre el legado de Manuel Trujillo Durán, en una otrora Maracaibo ya sepultada por el tiempo.

En el último capítulo de su obra, Villalobos señala que el cambio cultural necesario debe partir de la transformación del paradigma educativo. Se necesita reinventar “saberes” que giren en torno al rescate de nuestra condición humana y el auténtico ejercicio de la ética, en un mundo sumido en la vorágine de las transformaciones tecnológicas. En esta realidad, el paradigma educativo, aún imperante, ha favorecido la desaparición del espíritu crítico, de investigación y generador de conocimientos en un estudiante, cuyo rol pasivo no cuestiona ni formula interrogantes sobre los saberes adquiridos.

Como ejemplo de los males culturales que aún aquejan al país, el autor rescata el relato presente en “Buscando padre. Historia de vida de Pedro Luis Luna” escrito por Alejandro Moreno, en el que se retrata la clásica historia del venezolano promedio, dentro del entorno familiar machista de un personaje que imagina a ese padre ausente a partir de lo contado por su madre. Esta obra remite a los estudios de Santiago Bastos y nos habla, en el fondo, de unos “quereres” viciados y enfermizos dentro de una sociedad herida desde su seno más profundo: la familia, lugar donde debe nacer la transformación cultural (poderes) y, por qué no decirlo, hasta educativa (saberes).

El relato familiar de Alejandro Moreno (2002) se repite como una historia aún viva y común en la mayoría de las familias venezolanas, las cuales han inmortalizado la nostalgia de un pasado a través del retrato familiar. Este género o fomato es abordado por Alejandro Vásquez, como un objeto de estudio en el que va “desgranando las significaciones, sentidos y apuestas que se hacen presente en el acto fotográfico” (p. 109). En su ensayo titulado “Retrato fotográfico. Autorretrato y representación” se aborda el valor de este género fotográfico como herramienta para aproximarse y entender la realidad que, por lo general, desea ser recordada desde sus momentos positivos, como parte de un juego de selección y discriminación de recuerdos tanto personales como colectivos.

“Poderes, saberes y quereres” es una obra de lectura obligada que nos reencuentra con nosotros mismos como individuos, como venezolanos y como latinoamericanos en una tierra cuyas venas siguen abiertas, como diría Galeano, y cuya hemorragia, aún perenne, se ha hecho intencionalmente invisible desde los sectores de mayor poder en la sociedad. Esto continuará a no ser que nos revisemos a nosotros mismos y a nuestra historia, como parte de ese ejercicio obligado que nos sacará de la peor de las enfermedades en


nuestro tiempo: el olvido de nuestra condición humana y la falta de ética. Es así como la obra de Villalobos, “Poderes, saberes y quereres”, representa ese cafecito para el alma de un pueblo aún adormecido y que, como diría Neruda en su poema al Libertador, espera por despertar.

Deris Cruzco González / profesora en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en enero de 2018, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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