Revista de Ciencias Humanas y Sociales
© 2022. Universidad del Zulia
ISSN 1012-1587/ ISSNe: 2477-9385
Depósito legal pp. 198402ZU45
Portada: S/T. De la serie “RETORNO”
*La obra que se publica es un fragmento del original, y se le ha dado
un giro de 180° por motivos editoriales. Su original va en horizontal
Artista: Rodrigo Pirela
Medidas: 40 x 70 cm
Técnica: Mixta sobre tela
Año: 2009
Año 38, Especial No.30 (2022): 7-13 ISSN
1012-1587/ISSNe: 2477-9385
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7527484
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
EDITORIAL
Como gusano tenaz que corroe el fruto de la democracia
.
Sobre el valor y la utilidad de la ética y la filosofía en tiempos de
cambios políticos y de
emocionalidad de la acción
Que estemos atravesando tiempos difíciles es una de las más
estremecedoras verdades evidentes de la actual época de
incertidumbre política, diría el filósofo francés Marc Crépon. Estos
tiempos que experimentamos parecen estar deambulando por
nuestros intersticios sociales como si se tratara del aire que baña
nuestra corporalidad, internalizándose así en cada uno de nuestros
pensamientos como si estos fueran poros de nuestro órgano vital del
pensamiento y de la acción.
Ciertamente, el cerebro nos produce una gran provocación
acerca de los signos del tiempo al hacer que lo “transpiremos” y de
entrada se nos acelere el paso, en consecuencia, en nuestro camino
hacia la convivencia que vemos perdida, esto último al punto que
también queda al descubierto que esos “poros cerebrales” transpiren
angustias, miedos y temores, por causa del ritmo extenuante que
ocasionan los cambios acelerados de la existencia. Los tropiezos son
encontrados en el camino como piedras con las que topamos,
trayendo riesgos de caídas desconcertantes en los entornos
convivenciales. De allí que “andar por la vida” se haya transformado
también en riesgo de supervivencia.
Este caminar metafórico por los escampados de la vida en
sociedad, produce la ilusión de que el vivir lo es en un mundo en el
cual nuestra libertad se encuentra fortalecida porque es autocuidada y
heterocuidada a la vez, como diría CRÉPON (2021), para asegurarla a
todo coste; sin embargo, esta ilusión eleva, paradójicamente, los
signos de decadencia política, a pesar de nuestra experiencia de ser
libres: la libertad, producto de las ilusiones deslumbrantes por demás
apasionadas y racionales de vida buena, se desvanece a la misma
velocidad que la idealizamos, s allá de nuestras propias
circunstancias. De esta manera, la libertad se convierte en la principal
víctima de nuestros propios deseos y anhelos en el tránsito de querer
vivir una vida compartida. Y digo “querer vivir”, porque la vida es
justamente la intención de perpetuarse como ser viviente, individual y
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singular, más allá de la racionalidad que nos caracteriza, y más acá de
la pluralidad característica del ámbito social.
Y es que este último rasgo es el que nos hace seres sociables y
existentes en torno del sentido de la vida misma, pues con la
evanescencia del sentido de libertad, también se desvanece el sentido
de convivencia. Todo ello es consecuencia, lógicamente, de los signos
de los “tiempos difíciles” que estamos viviendo, no solo por los
efectos pospandemia, sino por los efectos de las mismas urgencias y
necesidades que van surgiendo mientras tratamos de perpetuar la vida
sobre la faz de este muy deteriorado planeta. No es capricho el hecho
de generalizar el análisis de estas circunstancias, puesto que la
localidad de la vida ya no es una característica común a todos los
seres; de ninguno. En el caso del humano, somos “ciudadanos
planetarios”, como expresa apasionadamente MORIN (2005), ese
otro pensador francés que tanto nos ha legado para la comprensión de
nuestros tiempos de complejidad. Por tanto, al poseer el instrumento
de la razón, este nos hace responsables para con el resto de los seres,
quienes solo poseen el ánimo de supervivencia, para pensar en sentido
aristotélico.
En virtud de esa generalización planetaria de nuestra existencia,
esta se ve cada vez más vulnerable a los signos de decadencia de las
instituciones políticas, por vías de las siempre emergentes intenciones
de poder que caracteriza a cualquier modelo de convivencia social que
se haya elegido, justamente. Al parecer, el modelo político por
excelencia que hemos escogido en Occidente está haciendo aguas
precisamente producto de la emergencia de las pasiones que vienen
ganado espacios en este mundo de vida compartido, el cual, como se
aprecia, es menos racional que emotivo. La emotividad de la vida ha
ido sustituyendo el modo de vida de ser racional, como diría ese otro
filósofo de nuestro tiempo, quien ha dedicado páginas memorables
para pensar la democracia como principio, en términos de teoría del
discurso.
En efecto, Habermas nos está legando un valioso entramado de
reflexiones sobre esta convivencia política que hemos intentado
perfeccionar en Occidente; sin embargo, esa misma intencionalidad de
acción y de la racionalidad que se supone la caracteriza, se ha estado
diluyendo por los designios de nuestro tiempo: las emociones se han
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viralizado al extremo de transformarse en quinta-columna de la
democracia. Son las que el mismo Crépon cataloga como nocivas para
la convivencia política, puesto que transforma las instituciones de tal
manera que al permearse en ellas la emocionalidad de la acción, el giro
democrático se ve desdibujado del mapa político por vías de la
atención “urgente” de las peticiones del ciudadano necesitado de
asistencia, creando con ello un Estado asistencialista, a tal extremo
que es redefinido como “procurador de la existencia”, según plantea
el pensador coetáneo de Habermas, Enrst Forsthoff (SPECTER,
2013); según esta concepción, el valor no es para el Estado de forma
directa ni en si mismo, sino que lo es de aquél que acude tímido y
cabizbajo a extender la mano receptora de proventos: esta concepción
eleva la emotividad al grado de teoría política.
En el sentido indicado, la emocionalidad de la acción es
prolífera al reproducirse al ritmo de las necesidades urgentes, que los
mismos actores políticos, los agentes de la emocionalidad de la acción,
son capaces de reconstruirla y de hacerla regenerar a la velocidad que
estos agentes lo necesiten, y así sea detectado por el sector estratégico
de la acción político-emocional. Las emociones al pasar al plano
político transforman toda la estructura geoestratégica de la política,
pues es más fácil gobernar al oído y al corazón que gobernar por la
razón. Las pasiones son entonces un caldo de cultivo, para el gobierno
basado en la emocionalidad de la acción, cuestión que cada vez se
viene expandiendo por todo el Globo Terráqueo.
Los argumentos anteriores, dan pie a la fundamentación del
llamado “populismo”; el mismo se convierte en depredador de las
instituciones democráticas al extremo de socavarla y poner en riesgo
al mismo régimen político que la sostiene; o para decirlo según se
expresa en las palabras del francés parafraseadas en el título de este
comentario: las emociones políticas y el populismo que fundamenta,
son gusano que devora el fruto que lo aloja, es decir, la democracia se
trastoca en dulce y jugosa fruta madura lista para ser engullida por la
pequeña oruga antes de transformarse en bella mariposa. En otras
palabras, la política permeada por las emociones es la que hace que el
régimen democrático, que se supone es el más viable para la
convivencia política pacífica (HABERMAS, 2010; DAHL, 2021)),
dadas las intenciones de resguardo que contempla, se transforme en
búmeran que luego golpea las bases mismas que sostienen la
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democracia, hasta derribarla estrepitosamente y yacer inmóvil ante los
fieros depredadores del inhóspito bosque en el cual se encuentra la
peor de las vidas salvajes. La emocionalidad en la política inaugura un
estilo de sociedad que es nociva a si misma.
A todas estas, la emocionalidad de la acción viene siendo
justificada en el ámbito de la política, la cual, en el contexto de la
teoría procuradora de la existencia, viene avanzando hasta tal punto
que los regímenes más estables desde el punto de vista democrático,
se han visto movidos en sus cimientos, más allá de los intereses
políticos que se supone ostentan los liderazgos democráticos, con los
consabidos fines determinados de alcanzar el poder a toda costa, y lo
más grave, reconfigurar los cimientos jurídicos de la democracia con
el fin de dejar las puertas abiertas a los intereses procuradores de
existencia; estos siempre acechan detrás de los procesos de
manipulación de las emociones con fines políticos. Por todo ello, la
teoría de la emocionalidad de la acción vista desde la perspectiva de la
justificación del poder abarca aspectos éticos y filosóficos del ejercicio
de la política.
Con referencia a los aspectos éticos, la teoría de la
emocionalidad de la acción que se deriva de la teoría del Estado
procurador de la existencia no es más que un entramado discursivo
que hace intentos por captar las emociones del ciudadano, quien
demanda justamente lo que es contemplado en las ofertas políticas de
solución de problemas. La teoría de la acción desde las emociones
reconstituye y le da vida a una estructura psíquica concebida para el
dominio político, fundando con ello una psicología política basada
justamente en las necesidades urgentes, las cuales son usadas como
sustento del paquete de ofertas que es diseñado con fines de control
de emociones. A ello, ya Foucault le ha dado respuestas,
especialmente en lo que respecta al control de la corporalidad, pero
ampliada a los extremos de dominación desde todos los ángulos del
sistema político.
La cuestión ética medular está, entonces, en el hecho del
manejo de las emociones para el control del poder, aprovechando la
oferta de encontrarse el oferente con un clientelismo ávido de
promesas y de sed de ilusiones, siempre bienvenidas con el fin de
alimentar esperanzas, las cuales son las últimas que se pierden; pero se
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pierden. La pobreza y la ignorancia son dos elementos esenciales para
un buen diseño de promesas de cambio político “destinado” a atacar
la pobreza y transformar el malestar del ciudadano en bienestar y
riqueza individual y social, no solo material sino también espiritual:
este es el sueño de todo ciudadano sometido al ejercicio puntilloso del
poder. La emocionalidad de la acción, desde la perspectiva de Crépon,
es un arma destructora de los valores éticos al deslizarse
subrepticiamente y asumir compromisos que no puede llevar a cabo,
con las consiguientes desilusiones y de pérdida de la tranquilidad y paz
social. Sin embargo, sin cumple con el objetivo de control del poder.
Con respecto a la cuestión política derivada de esta
emocionalidad de la acción, el agente emocional sabe perfectamente
que sus ofertas deben hacerse conforme las quiere escuchar el
ofertado, por lo cual, los mecanismos de diseño y control del discurso
están articulados de manera coherente para lograr captar el favor
político de aquél quien más necesita del apoyo de un tercero para salir
de la pobreza y la exclusión. El agente de la emocionalidad de la
acción sabe perfectamente el sentido que habrá de dársele al discurso,
para sostenerlo, y si es posible, “jugarse la vida” en favor de los
pobres y excluidos. El representante de la agencia procuradora de la
existencia, se especializa en diseñar discursos para ser escuchado en
los mismos términos de las necesidades de aquél a quién se dirige. El
ofertado entonces entrará en sintonía con quien suene la música de
sus oídos.
No hay razones para pensar que desde esta perspectiva política,
el agente de la emocionalidad de la acción mantendrá siempre abierta
la concha acústica política donde hace sonar la música que lo
mantiene en el poder. De allí los peligros que comporta este sentido
de la política, pues su trabajo no consiste en valerse de la democracia
para resolver los problemas de la sociedad en su conjunto, sino para
mantenerse en el poder, lógicamente a cualquier coste. Por esa razón,
allá donde las reglas de la democracia son débiles, se impone un
sentido democrático de pocas fortalezas. Y es el momento cuando
aprovechan los agentes de la emocionalidad de la acción. Por eso, esta
última siempre va a depender de las cualidades histriónicas de quien
ejerce la política en tanto actores teledirigdos hacia caminos de
dominación, los cuales, por la misma razón, son siempre sinuosos,
escarpados y poco confiables.
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Estas son las razones por las cuales la ética y la filosofía
siempre van a estar preordenadas en función de entregar herramientas
de análisis que permitan esclarecer a los actores de la política, en
especial, a los blancos objetivos de la teoría de la emocionalidad de la
acción, las cuestiones medulares desde donde se pretende controlar
sus emociones con fines políticos. La ética y la filosofía sirven a los
propósitos de establecer ciertas líneas de demarcación de la acción
política en términos de las pasiones, en especial cuando estas son
desenfrenadas. El gusano que es la emocionalidad de la acción engulle
paulatinamente la carnosidad de la democracia como fruta madura
hasta devorarla y destruirla. Transformado en Estado procurador de la
existencia, el populismo es un arma de destrucción democrática. Esos
son los signos de nuestro tiempo para los cuales debemos estar
preparados.
Dr. José Vicente Villalobos-Antúnez / Editor Jefe
ORCID:http://orcid.org/0000-0002-3406-5000
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REFERENCIAS
CRÉPON, Marc. (2021). Tiempos difíciles, Ediciones Universidad
Católica del Maule, Santiago de Chile.
DAHL, Robert A. (2021). La democracia, Editorial Ariel, Barcelona
(España)
HABERMAS, Jürgen. (2010). Facticidad y validez. Sobre el
derecho y el estado democrático de derecho en términos
de teoría del discurso. Editorial Trotta, Madrid (España).
SPECTER, Matthew G. (2013). Habermas: Una biografía
intellectual, Avarigani Editores, Madrid (España).
MORIN, Edgar (2005). Introducción al pensamiento complejo.
Editorial Gedisa, Barcelona (España)
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Esta revista fue editada en formato digital por el personal de la Oficina de
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