Interacción y Perspectiva. Revista de Trabajo Social Vol. 14 N
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Julio-Diciembre 2015
Vol. 5 No. 2
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Interacción y Perspectiva Dep. Legal pp 201002Z43506
Revista de Trabajo Social ISSN 2244-808X
Vol. 14 N
o
2 259-270 pp. Copyright © 2024
Julio-septiembre
ENSAYO
La intervención social que viene: entre el “nosotros” de toda la vida y el “yo”
de nuestros días
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.10909231
Noé González*
Resumen
La ponencia lista y revisa someramente algunos desafíos para la intervención social que
profesionalmente se despliega en el contexto de los países andinos y de Centroamérica.
Desafíos venidos de un nuevo paisaje social que convive con añejas estructuras sociales
forjadoras de pobreza, desigualdad y exclusión, y con la aceleración de los tiempos
cibernéticos. Se describen en tanto que hechos sociales evidentes para poner de relieve
como incitan una relectura del trabajo social y sus dinámicas profesionales conocidas.
La síntesis se orienta hacia la identificación de neas de actuación profesional y de
formación académica que mantengan la tensión entre el “nosotrosy el yo, susceptible
de dar respuesta a tales desafíos ampliando o focalizando el alcance de la intervención
social que nos ocupa.
Palabras clave: Trabajo social; Intervención social; Estado social; Nosotros; “yo”
posmoderno.
Abstract
The upcoming social intervention: between the "us" of a lifetime and the
"me" of our days
The presentation briefly and reviews some challenges for social intervention that
professionally deployed in the context of the Andean and Central American countries.
Challengescoming from a new social landscape coexists with old social structures that
shape poverty, inequality and exclusion and with acceleration of cybernetic times. They
described as evident social facts to highlight how to encourage a re-reading of social
work and its known professional dynamics. The synthesis is oriented towards the
identification of lines of professional action and academic training that maintain the
tension between Us and “I”, susceptible of providing answers to challenges by
expanding or focusing the scope of the social intervention that concerns us.
Keywords: Social Work; Social intervention; Social State; Us; I postmodern.
Recibido: 12/02/2024 Aceptado: 29/03/2024
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* Profesor investigador del departamento Psicosocioantropológico de la escuela de Trabajo Social. Universidad
del Zulia, Venezuela. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5124-5927 E mail: noewayuu@yahoo.es
Desafíos del trabajo social para el futuro que ya llegó
A la Dra. Lucy Álvarez de Hetier.
Seguidamente trataré de argumentar alineado con las exigencias de los
organizadores del evento respecto de los desafíos que se asoman en el horizonte por
venir a quienes hemos sido formados y quienes serán formados para intervenir en lo
social y que requieren, cuando menos, revisemos permanentemente el sentido y la
orientación de nuestra disciplina profesional, su bagaje de recursos, capacidades,
habilidades y atributos que ello demanda para la intervención social.
Argumentaré en favor de estos dos grupos de ideas dando continuidad al título de la
comunicación, siempre desde la perspectiva de la intervención social que va en nuestro
código genético como disciplina profesional:
(1) El “nosotros” de toda la vida”:
La emergencia de un paisaje social cuya floresta asoma novedades y que convive
con añejas estructuras sociales generadoras de pobreza y exclusión.
La intervención social en procura de expandir las oportunidades sociales venidas
del incremento de las condiciones materiales de vida.
La intervención social para potenciar la calidad de las relaciones sociales.
(2) El “yo” de nuestros días:
La intervención social en los ámbitos del yo posmoderno.
La intervención social del yo y las raíces sociales de la intervención del trabajo
social.
El yo y las dimensiones sociales de la Inteligencia Artificial aplicada a las
dinámicas de intervención.
Preciso que entiendo el vocablo “desafío” antes que, como reto como un guiño a la
incitación, como una provocación estimulante para pensar en nuestro caso el encaje de
las capacidades, habilidades, atributos o la misma valentía de la que pudiéramos
armarnos en la confrontación de los escenarios de estos tiempos difíciles para recurrir
al tulo de la célebre novela de Charles Dickens y salir bien parados. No porque no deja
de ser una posibilidad el fracaso o el error como por la obligación de avanzar en el
agregado favorable de nuestra intervención sobre el tejido social. En el sentido más
estimulante de repensarnos y revisar si la alforja de dominios cognitivos, herramientas
de intervención, experticias y sensibilidades que profesionalmente nos acompañan son
suficientes para el porvenir inmediato. Bien sabemos que la praxis está mediada por una
idea de lo social que creemos s o menos se parece a la realidad y sobre la que,
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también creemos, se corresponden ciertas prácticas profesionales de intervención y no
otras; no obstante, como también podemos convenir sin faltar a la verdad, hay muchas
realidades sociales.
Esto no tendría mayor relevancia si se tratara del análisis con fines abstractos, pero,
ordinariamente, se nos forma para intervenir, por lo que hemos de actuar atendiendo al
mayor agregado posible de evidencias y de la comprensión de las relaciones sociales
entre estas, para intentar que la acción profesional por nosotros diseñada y dirigida
acierte en la orientación del cambio de la dinámica social intervenida. Así que estas
reflexiones que expongo en última instancia tienen fines prácticos, esto es, están
pensadas para alumbrar la bitácora o el gps con los que nos acercamos al hábitat social
más inmediato que nos ha sido dado para “arreglarlo”.
(1) El “nosotros” de toda la vida”: Posicionamiento ético y político
Estructuras sociales añejas y el nuevo paisaje social
En todos nuestros países y en neas bastante gruesas desde el sur del río Bravo
hasta la Patagonia constatamos la vigencia de estructuras sociales ejas pero
excluyentes que reproducen secularmente males como la desigualdad y la pobreza.
Baste revisar al respecto los informes anuales sobre el Panorama Social de Latinoamérica
que emite la CEPAL (varios años), para observar que cuando ha habido alguna mejora
en los indicadores de pobreza o desigualdad en alguna región, enseguida se muestra
insostenible en el tiempo. Picos coyunturales que no logran erosionar las instituciones
de exclusión en que se han convertido las estructuras sociales en las que se encajan
nuestros países.
Ahora bien, estas estructuras sociales que permanecen casi inalterables y que
parecieran de solidez geológica, conviven con realidades en las que se cuelan brotes,
que ya son por lo menos florestas, dando lugar a nuevos actores y situaciones que
marcan el espíritu de esta época: zeitgeist, para sujetarnos al vocablo alemán, en el
mejor sentido de la sociología clásica. Esto es, no solo hay que constatar la convivencia
de estructuras heterogéneas de formas de vida social que han resultado funcionales,
constituyendo un orden que no cesa de producir pobres y uno de los repartos del ingreso
más desigual del planeta. También hay que dar cuenta de follajes sociales que han venido
de la mano de la globalización, adquiriendo tal entidad que agregan una policromía social
que hasta ahora se reducía a aquellos troncos estructurales. Estas ya forman parte de
la herencia de este tiempo configurando el espíritu de nuestros días con sus actores y
dinámicas. Y, como no, retando nuestra comprensión y prácticas de intervención.
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Apuntemos brevemente aquellas que aparecen como las más representativas en
su encaje con espacios e intereses que académica y profesionalmente son afines
(González, 2022): el feminismo, el hartazgo natural de un planeta sobrepasado en sus
límites físicos y ecosistémicos, el desbordamiento masivo de fronteras por los
movimientos migratorios, la dilatación y al mismo tiempo compresión de la familia, los
movimientos hacia la conformación política de nuevas mayorías sociales, la consolidación
hasta extremos impensados del proceso de individualización humana que se inició con
la modernidad y que ha entronizado a la sombra de las redes de conectividad virtual
al “yo”, y lo que podemos llamar el estancamiento del Estado Social constatable en casi
todos los países del continente (CEPAL, varios años). En el paisaje social más inmediato
conviven pues la eterna pobreza y las nuevas sensibilidades y valores propios de hechos
sociales maduros que se enhebran conformando un tejido social que ya no es el mismo
de hace apenas unos años.
No hay tiempo para detenernos en cada uno de ellos. Mencionemos, sin embargo,
un hecho adicional para dibujar el fresco en el que han de inscribirse nuestras
intervenciones: los tiempos cibernéticos que se aceleraron con la pandemia.
Paradójicamente, mientras se congelaban los tiempos físicos y sociales la realidad
virtual que ya funcionaba velozmente se aceleraba encumbrándose como la única que
marchaba, haciendo mover el mundo mientras la otra permanecía suspendida. Un CEO
de Google advertía en el o de la peste (2020) que la explosión del consumo de
contenidos en las plataformas digitales de todo orden en aquellos as era el esperado
para el 2025. Desde entonces la explosión de consumos de contenidos digitales no para
de crecer exponencialmente. No es descabellado cerrar este primer apunte con la
afirmación de que vivimos tiempos acelerados (Rosa, 2019), algorítmicos, de
Inteligencia Artificial (IA), con su propia lógica que es algo más que el lenguaje binario
en el que se sustenta la programación. Del tiempo natural marcado por el paso de los
astros (premoderno) pasamos al tiempo industrial de las máquinas impulsadas por el
motor de combustión. De ese tiempo moderno de las máquinas que tan bien retrataron
los clásicos de la sociología pasamos a los tiempos informáticos de lo que se llamó en
algún momento las TICs. Del clic del mouse, de los impulsos efectivos del dedo índice
en los dispositivos para acceder a aquellas, pasamos a la velocidad del pulgar en el
móvil. Tal vez haya que dar por clausurada aquella realidad que nombrábamos como
“tecnologías de información y comunicación(TICs) cuando entonces eran un artilugio
auxiliar de la vida en común, porque esto que ocurre ahora mismo de manera acelerada
big data, machine learning, Internet of Things (IoT), Inteligencia Artificial (IA) poco
tiene ya que ver con el significado de aquellas (Crawford, 2023).
Así las cosas, y más allá de la reducción y homogeneización de un paisaje social
descrito de manera muy general, permanecen, sin embargo, dos elementos asociados
con nuestro espacio social de actuación. Uno evidente de orden cuantitativo que hace
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de bisagra entre el Estado y los bienes, prestaciones y servicios sociales. Otro menos
evidente de orden cualitativo que llama la atención sobre la calidad de las relaciones
sociales. Veamos ambos.
Mediación profesional entre el Estado Social y la sociedad
Nada hace pensar que dejemos de mediar profesionalmente entre el estado y la
sociedad en la transmisión de prestaciones y servicios inmanentes a un Estado Social
que, hasta ahora, fuera de la educación y la salud con sus limitados logros, no pasa de
ser “constitucionalismo social.
Cuando menciono educación y salud no desmerito la encomiable labor y los
resultados alcanzados en esos sectores en las últimas décadas; antes bien, sobre la
expansión y cobertura de ambos ha descansado la modernización social de nuestros
países. Digo, sin embargo, que el Estado Social afincado en ellos cada vez se muestra
muy limitado y sus falencias quedaron expuestas con ocasión de la pandemia. Pareciera
que se hubiera llegado al pico de gasto social posible y en el caso de la infraestructura y
del capital humano de ambos sectores la desinversión se deja ver.
Pero cuesta imaginar que el Estado Social que establecen nuestras constituciones
pueda materializarse sin la asistencia profesional del trabajo social. La mediación
profesional para contribuir a la extensión, calidad y profundidad de ese Estado Social
debe motivar la exploración para renovar la formación en las habilidades y pericias
cognitivas y de aplicación que afiancen la ocupación laboral y profesional de estos
espacios.
Luego, también ha de prepararse para abrirse al encaje administrativo de los
servicios sociales de cuidados, bien mediante la regulación, bien mediante iniciativas de
proyectos puntuales, bien mediante la promoción de estos para su legitimación social
como derechos. Su necesaria implementación prestacional como parte constitutiva del
Estado Social para que deje de ser “constitucionalismo y sea parte del cuerpo
administrativo y organizacional del Estado, requiere también de ciertos atributos
(Camps, 2021) tratándose de prácticas empíricas que, a duras penas, descansan sobre
el trabajo femenino de las familias; invisibilizado y subestimado como son casi todas las
relaciones sociales femeninas.
Por otra parte, para cerrar este aspecto no por agotamiento si no por fuerza de
las limitaciones de espacio, el Estado Social ha abandonado su actuación en las tareas
de integración y cohesión social, dimensiones seriamente amenazadas en todos nuestros
países. La informalización en el sentido de existir y legitimarse sin estar y extensión
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de las actuaciones del Estado para hacer presencia en la sociedad mediante
infraestructuras sociales de cercanía, servicios de recreación y tiempo libre, prácticas
formativas de ciclo corto y puntual en actividades de aprendizajes deportivas, culturales
o de mero esparcimiento, demandará un tipo de profesional muy parecido al perfil que
consagran nuestras escuelas de trabajo social. Ojalá la comunidad académica y de
profesionales del trabajo social aprehendamos estos vientos y nos adelantemos para que
los nuestros tengan justamente ese perfil.
Intervenir sobre la calidad de las relaciones sociales
Un último elemento del “nosotros de toda la vida, que alude a la vida en
convivencia familiar, comunal o comunitaria, social, ciudadana forjada entre los límites
de las coordenadas de las instituciones ancladas en las relaciones de producción y las
relaciones de sociabilidad propias de las estructuras de acogida, tiene que ver con la
necesaria intervención para potenciar la calidad de las relaciones sociales. Si el punto
anterior giraba en torno a la oferta cuantitativa de infraestructura, bienes y servicios
sociales como parte de un Estado Social por desarrollar, no es posible eludir las
dimensiones que se abren asociadas con la intervención sobre la calidad de las relaciones
sociales que ha sido traducido según el contexto como “buena vida”, “bien vivir”, en fin,
con esa sensación de querer vivir una vida buena, sin detenernos ahora mismo en lo que
ello significa. Pasa con estos conceptos como “vida buenay sus equivalentes en cada
contexto de país, como con “el tiempoy San Agustín cuando le preguntaban que era:
si no se nos pregunta sabemos y sentimos que es, si nos preguntan ya no lo sabemos
tanto.
Desde los inicios de la modernidad, al menos desde que los clásicos del
pensamiento social cayeron en cuenta de que estaban en presencia de un cambio
histórico de las relaciones sociales, ha anidado la preocupación sobre el malestar social
entendido como un desacople entre las expectativas individuales, las dinámicas sociales
de oportunidades de vida y la satisfacción con la vida misma o el bienestar. En las
distintas categorías resumidas históricamente para calificar ese estado de cosas se
refleja este hecho social: es la “anomiade Durkheim y, posteriormente, de Merton; es
el “desencantamiento de la vida social de Weber; es el concepto de “alienaciónen
Marx; es el temor por la colonización del mundo por la “razón instrumentalde Adorno
y Horkheimer (Rosa, 2016), o es toda la narrativa sobre la vida líquidade la segunda
modernidad o posmodernidad de Bauman, ya más cerca de nosotros. Todas estas
categorías que han hecho fortuna extendiendo su lectura más allá de los círculos
académicos relacionados, aluden a un estado de bien/mal-estar como forma de advertir
que estaba ocurriendo una suerte de disonancia en la conexión vital del hombre moderno
en su mundo social. Durkheim lo puso de relieve y le dio corporeidad empírica cuando
llamó la atención sobre el suicidio como hecho social y no solo como una desgracia
individual.
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Pues bien, ¿es posible una intervención profesional de las relaciones sociales
orientadas hacia su fortalecimiento como vínculo gregario, que sirva de dique y
protección contra esas enfermedades del alma propias de la individualización del hombre
moderno? ¿Cómo hacerlo sin invadir la esfera íntima de las decisiones personales? La
perspectiva profesional sobre el asunto pareciera ir en dirección a potenciar la calidad
de estas relaciones sociales en todos los órdenes de la vida, pero especialmente aquellas
que abordan la sociabilidad en el “mundo de la vida(Berger P., & Luckmann T., 2003)
donde la acción social no ocurre con fines instrumentales. Potenciarla es darle vigor y
ejercitarla en la resiliencia social para que construyan vida en común, convivencia,
sociedad. Fortalecer la capacidad y el alcance de las relaciones sociales de convivencia
para atender a las exigencias de la “vida buenay atenuar los fracasos en su búsqueda.
Obsérvese que hablo de potenciarla y no de mejorarla. Potenciarla es dotarla de
ciertos atributos que favorezcan sus condiciones para la vida en común, robustecerla,
ejercitarla; mejorarla es calificarla, es emitir un juicio de valor, lo que nos lleva a
adentrarnos en los ámbitos de la intimidad social, violentando esferas de actuación que
no nos pertenece profesionalmente. En cualquier caso, el debate apenas se abre.
(2) El “yode nuestros días:
Intervención social y el “yoposmoderno
Quiero plantear la resonancia a que aluden los desafíos del segundo grupo de ideas
de la manera más provocadora en los siguientes rminos: ¿Qué hacemos conmigo?
¿Qué hacemos con “yo”? Debería ser la pregunta millonaria para quien la responda.
¿Qué hacemos conmigo?, encantado como estoy con el sucio de mi ombligo mientras
me desentiendo de la basura de la calle ¿Qué hacemos conmigo? Entregado a mi “yo”
incapaz de conjugar el “nosotros”. ¿Qué hacemos conmigo? En mi comprensión del
espíritu que airea estos as esa es la gran pregunta, desde la perspectiva de la
intervención social, en tiempos de selfies y vanagloria o hinchazón de los egos. La
respuesta desde la condición relacional del homo sapiens, desde su esencia animal más
gregaria, regularmente viene de los otros. Solo que para eso, claro, tenemos primero
que quitarnos los audífonos.
No es posible estar en contra de los consejos profesionales o realengos de los
aficionados de cursillos de autoestima que destacan el valor de la autoafirmación, de la
resiliencia, del empoderamiento, de la necesidad de ser mejor y más “yo”. Pero es
imperativo hacer ver que reducir las energías vitales a la dimensión personal centrada
en el autocuidado lastra la fecundidad del tejido asociativo, rompiendo los nculos
necesarios para cuestionar y luchar por cambiar las realidades y los paisajes sociales
de dónde provienen nuestros malestares subjetivos como bien apuntaron los clásicos
mencionados antes. Yo soy el otro y me encuentro conmigo en la medida que entro en
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comunión con los otros que no son “yo”; con el prójimo
1
dirían los más piadosos y
creyentes. A estos últimos hay que reclamarles que han abandonado su religión para
creerle a los embaucadores de la autoayuda. El problema del malestar contemporáneo
es fundamentalmente de orden social y no mi psique individual.
Pero esta última afirmación no desdeña que el legítimo ascenso de la
individualización moderna como autonomía personal fundado en el valor de la libertad,
ha desplegado todo un arcoíris de servicios y prácticas centradas en las terapias, en la
autogestión, o en el acompañamiento vital a través de grupos estructurados de
intereses, afinidades o dolencias comunes. Esos espacios no paran de crecer
construyendo un mercado profesional cuyos gestores van desde los influencers virtuales
hasta los psicólogos, pasando por los llamados coaching.
Demandas del mercado de los afectos, reconocimientos, superación personal,
acompañamientos, que ha crecido sin nosotros y no parece que nos vaya a echar de
menos. Ciertamente existen meritorias experiencias de colegas venidas de iniciativas
profesionales por encajarse laboralmente en este mercado. Lo que sugiero es que ocurra
una vinculación más estructurada, más orgánica, para densificar prácticas y
conocimientos que orienten la vida profesional para el abordaje de este mercado. Lo que
sugiero es que académicamente se adecúen los planes de formación de pre y posgrado
y la formación permanente, para dar cabida a la revisión de lo que pasa y hacia donde
evolucionan esas tecnologías del “yo”
2
y dar a nuestros egresados herramientas y
atributos para su inserción exitosa. Tal vez la revisión científica de lo que sucede en esos
ámbitos nos lleve a pensar en la necesidad de abordar su inserción laboral con criterios
profesionales más aplomados y desplegar iniciativas de formación, actualización y
especialización, para atender esta demanda en expansión que corre el riesgo de ser
atendido por brujos sociales o aficionados al voluntarismo. O, en el mejor de los casos,
ser capturada gremialmente por colegas de la psicología u orientadores pedagógicos.
La intervención del yo y las raíces sociales de la intervención del trabajo social
De manera que las llamadas tecnologías del “yo”, entendidas como terapias y
prácticas de autocultivo de todo orden que potencian la emancipación individual a partir
de la primacía de ciertos atributos auto valorativos, no pueden descontextualizarse del
paisaje social en el que están encajados los individuos. Una práctica común en las
intervenciones del trabajo social siempre ha estado impregnada de esta visión de la
relación social entre el individuo y las estructuras sociales de acogida y de convivencia.
Sin embargo, se trata de prácticas que amenazan con entrar en desuso por esta
tendencia a la individualización o a su encierro en el plasma de la vida virtual.
1
“Prójimo”, ese vocablo socialmente significativo que alude al valor de la fraternidad que enarbolaba
la revolución francesa junto a los otros (libertad e igualdad) más vigentes y desarrollados, y cuyo programa
para su realización es parte de la deuda de la modernidad con el homo sapiens.
2
Sin la dimensión de poder de que dota Foucault al concepto.
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Pues bien, quizá el mayor desafío que profesionalmente incite la creatividad y la
innovación de la disciplina es atender a esos mercados del “yo” encajándolos en el
hábitat social del que forman parte. Forjar los aprendizajes y prácticas que mantengan
latentes esas tensiones entre el “yo” y el “nosotros” y que los vínculos sociales mediante
los que discurren actúen como dinamizadores de esa vida buena que se apuntaba líneas
arriba. Porque “lo social” del trabajo social ocurre en su inserción dentro de los vínculos
intangibles de las relaciones sociales de convivencia.
Mantener esta propiedad de la disciplina puede ayudar en las tareas del mismo
Estado y en las urgencias de la sociedad por mantener grados de cohesión social dentro
de parámetros de convivencia ciudadana. La progresiva individualización que potencia
el mundo virtual puede dar a luz estados generalizados de malestar que se expresan en
problemas serios de integración, de salud mental y proliferación de las llamadas
enfermedades del espíritu (depresión, ansiedad, melancolía) clínicamente tratadas, pero
socialmente ignoradas. Posiblemente alguien asome la idea de que la tasa de suicidios
en la juventud puede que tenga alguna relación con el contexto. En el análisis de un
trabajador social se da por descontado que el suicidio juvenil es socialmente
contextualizado. Lo sabemos sin que nadie nos lo recuerde. Porque el problema, insisto,
es de orden social y no la psique individual descontextualizada. La intervención sobre la
calidad de las relaciones sociales que comentamos antes potencia la resiliencia del tejido
social para la llamada “vida buena” (Rosa, 2019).
El yo”, las dinámicas sociales de la intervención social y la Inteligencia
Artificial
Si antes de la pandemia el mundo ya marchaba a una velocidad inasumible para
las mayorías, el mundo postpandemia está signado por una aceleración aún mayor del
ritmo de la vida jalonada por la fuerza volátil del universo digital. Si antes el mundo era
sensorial y más o menos razonado, con la IA ahora es táctil e intuitivo. Claro que estoy
haciendo una reducción de la complejidad social, pero justo por eso hacemos uso de
este recurso de simplificación para plantear los desafíos del trabajo social que viene ante
esta realidad que ya es presente.
Dicen los estudios más recientes que evalúan las consecuencias sobre el mundo
del trabajo de la Inteligencia Artificial (IA) que entre las disciplinas que aguantarán la
arremetida para ocupar sus espacios profesionales está el Trabajo Social. Sin embargo,
un trabajador social con dominio de las potencialidades y limitaciones de la IA estará en
mejores condiciones de gestión en el mercado laboral y en su ejercicio profesional que
otro que no ha sido formado para hacerse de ellas. Ya no hay excusas al respecto. O nos
formamos y adiestramos en ello o bien otras disciplinas que también abordan lo social
terminarán especializándose en lo que hacemos, desplazándonos de espacios
profesionales que asumimos propios, ayudados entre otras cosas por la IA (Goldking,
2021).
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Los retos podemos diferenciarlos en dos direcciones. De un lado los asociados
con los sesgos, efectos sobre la sociedad en general, de la toma de decisiones públicas
fundados en algoritmos o el big data. Por otro, los aprovechamientos que podemos hacer
de la IA para incrementar nuestro bagaje cognitivo respecto de las realidades a intervenir
o bien para alimentar los elementos de juicio en favor de la toma de decisiones, sin
mayor análisis que las alternativas que nos sugieren los modelos de IA alimentados con
información histórica. En ambos casos, hay todo un campo abierto a los estudios,
posibilidades, experimentaciones, debates, preocupaciones, temores, ansiedades, que
apenas si mencionamos aquí para resaltarlo porque no puede faltar en cualquier revisión
de nuestra relación profesional en los tiempos que corren y porque adentrarnos con
propiedad en ello requiere mayor espacio y detenimiento. Lo que está fuera de dudas es
la urgencia de su aprovechamiento avalada por varias circunstancias: : la complejidad
de lo social y la contingencia que lleva a aparejada, la singularidad de cada situación
analizada (lo que es “el casoen los escenarios clásicos de intervención) y la necesidad
de buscar respuestas eficaces que se inserten en la dimensión más práctica y utilitaria
de la disciplina como es la búsqueda de soluciones de casos o situaciones (Tambe y Rice,
2018: 10-12)
Apunte final. La familia como espacio natural de intervención
Tal vez una de las ntesis que resume buena parte de lo que aquí he expuesto
se orienta hacia sobre prevalencia de la familia como el espacio natural de intervención.
Apuntaba que uno de los hechos sociales de mayor trascendencia desde la perspectiva
de los escenarios de intervención que nos son propios se centra en los cambios ocurridos
en la familia posmoderna. Cambios que guardan su ambivalencia puesto que al tiempo
que se dilata y muestra su influencia sobre la vida contemporánea no regulada por el
estado ni el mercado, también se comprime en su membrecía y se relaja en la
formalización de sus vínculos. Los cambios en la institución humana más antigua con
raíces en nuestra misma condición animal no pueden desdeñarse y merecen toda la
atención, especialmente tratándose, como ya se ha dicho, de uno de los escenarios
naturales de intervención profesional de los trabajadores sociales.
En efecto, la familia se comprime en sus miembros, se reduce el número de hijos
y se relaja en sus relaciones de pareja que ya no son para siempre ni se regulan bajo
mandamientos religiosos. Se dilata en tanto se mantiene como la primera y primaria
estructura de acogida que regula bajo el código simbólico del amor las relaciones de
parentesco. Expone su fuerza como entidad prestadora de servicios de cuidados que en
nuestros países no presta el estado ni el mercado. Incluso, más allá, actúa como recurso
de financiamiento para alargar su brazo de auxilio y ayuda y soportar el gasto de
acontecimientos extraordinarios como el nacimiento o la enfermedad intempestiva, o,
por ejemplo, de las migraciones. Ver sobre esto último los estudios sobre el hecho
migratorio en Ecuador, Colombia o El Salvador que resaltan que no hay proyecto exitoso
de migración en ausencia de la familia. O bien, basta pensar por un instante en el
esfuerzo descomunal que ha significado movilizar a través del engranaje de la industria
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de la migración a casi ocho millones de venezolanos en apenas pocos años. Cómo hacerlo
si no al amparo de la familia que actúa como fiadora, financista, capital relacional y
recurso de apoyo emocional y afectivo para el trance migratorio.
La familia debe ser un espacio de intervención sobre la que debe entregarse la
profesión para arroparla y acompañarla en sus cambios y dinámicas y potenciarla como
lo que es: un espacio de actuación inmanente a nuestro ejercicio profesional. No hacerlo
es abandonar su terreno para el arribo de prácticas de intervención con menos visión
integral y menos bagaje crítico. Reduciéndola a un escenario clínico que de ordinario
olvida la familia es una relación social básica (suigéneris, diría Durkheim), primordial,
primaria, que en una esfera de intimidad abierta al resto del espacio social y a través
del amor como código simbólico de convivencia pone en contacto a los sexos y a las
generaciones, vincula nuestra condición biológica con la cultura, las esferas íntima y
social, lo privado con lo público. (Donati, 2006: 38-52)
Quiero finalizar con dos notas ajenas al contexto sustantivo de la ponencia, pero muy
pertinentes en el marco conmemorativo en el que ocurre:
Aprovechar la ocasión para honrar los enormes aportes que para la cultura
académica de la Escuela de Trabajo Social de La Universidad del Zulia ha
significado la Dra. Lucy Álvarez de Hetier. Chilena exiliada bien recibida en
Maracaibo donde se sembró con mucha fecundidad vital. No hay hito o salto
cualitativo en la estatura académica de la trayectoria de la escuela en los que no
esté su impronta, su huella, amén de haber sido su fundadora allá por 1974. Son
muchos estos hitos, pero es suficiente con mencionar el diseño de la primera
estructura curricular, haber sido la primera directora y, posteriormente, el diseño
y conformación de la maestría en intervención social hace ya 24 os. Honor,
mérito y reconocimiento.
Denunciar que no se puede seguir haciendo ciencia social o formando en
disciplinas de intervención con salarios de 50 USD/mes, el ingreso promedio de
un profesor universitario en su máximo escalafón. Las universidades públicas en
la lógica del gobierno nacional venezolano están condenadas a languidecer hasta
desaparecer o convertirse en un apéndice legitimador del orden. Y si una escuela
como la de Trabajo Social de la Universidad del Zulia se mantiene, arribando a
sus 50 os que a mucho orgullo conmemoramos, es porque su profesorado ha
hecho votos de apostolado social, lo que habla muy bien de su calidad humana y
compromiso académico, pero no garantiza la sostenibilidad de la misma siquiera
en el mediano plazo.
Agradecimientos:
Dra. ANA VICTORIA PARRA GONZÁLEZ con quien he platicado a pleno sol y a luna llena
estas ideas.
Dras. MAIRELY NUVÁEZ, EGLÉ VARGAS Y ANA MARÍA FERRER con quienes compartí parte
de ellas, en discusión fecunda, especialmente asociadas con el “paisaje social”, en el
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marco de las reuniones para la actualización de la Maestría en intervención social de la
Escuela de Trabajo Social de La Universidad del Zulia (LUZ).
Referencias bibliográficas
CAMPS, Victoria (2021) Tiempo de cuidados. Barcelona, España. Arpa & Alfil
editores.
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