Volumen 31 Nº 2 (abril - junio) 2022, pp. 121-137

ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44

¿Precariato revolucionario o las turbas del rey? Nuevos sujetos de la política venezolana y soberanía lumpen- (Notas para pensar un nuevo pueblo)

Luis Duno-Gottberg

Resumen

Este capítulo indaga en una franja gris de la política venezolana. Partiendo de una serie de experiencias etnográficas, proponemos una reflexión teórica e histórica sobre los reordenamientos al interior de eso que se ha llamado siempre imprecisamente, siempre arbitrariamente, “el pueblo”. Se proponen conceptualizaciones provisionales para pensar en nuevos sujetos sociales que se organizan en torno a lo que hemos denominado “movimientos sociales precarios” o “movimientos sociales lumpéricos” y que despliegan una compleja legitimidad que definimos como “soberanía lumpen”. Discutimos asimismo el origen histórico de estos sujetos emergentes de la política gris venezolana, identificando las transformaciones económicas y las mutaciones del estado de han generado tales formaciones sociales.

Palabras clave: Movimientos Sociales; Gobernanzas Criminales; Poder Constituido y Poder Constituyente; Lumpen; Soberanía; Karl Marx; Mikhail Bakunin; Franz Fanon; Carl Smith

Rice University.  Houston, USA. E-mail: ld4@rice.edu. ORCID: 0000-0002-7125-9488

Recibido: 22/01/2022 Aceptado; 18/02/2022

A revolutionary precariate or the king’s mob? New subjects of venezuelan politics and lumpen sovereignty. (Notes to think of a new people)

Abstract

This chapter explores a gray area of Venezuelan politics. Departing from a series of ethnographic experiences, we propose a theoretical and historical reflection on the rearrangements within what has always been called imprecisely, always arbitrarily, “the people”. We propose, provisional conceptualizations to think about new social subjects, organized around what we have called “precarious social movements” or “lumpen social movements”, which display a complex legitimacy defined as “lumpen sovereignty”. We also discuss the historical origin of these emerging subjects of Venezuelan gray politics, identifying economic factors, as well as state mutations which determine these new social formations.

Keywords: Social Movements; Criminal Governance; Constituted Power and Constituent Power; Lumpen; Sovereignty; Karl Marx; Mikhail Bakunin; Franz Fanon; Carl Smith

Nuevos sujetos de la política y viejos conceptos de la teoría social.

Este capítulo se nutre de una serie de experiencias etnográficas en la ciudad de Caracas y en una institución penal del Estado Miranda, entre los años 2001 y 20151. Sin volver a estos casos, pero a partir de ellos, propongo una reflexión sobre categorías incómodas y especulo sobre posibles reordenamientos al interior de eso que se ha llamado siempre imprecisamente, siempre arbitrariamente, “el pueblo”2.

Estas páginas son también parte de un trabajo inconcluso sobre lo que llamo “movimientos sociales precarios” o “movimientos sociales lumpéricos” y, vinculado a dichas formaciones, el tema de una legitimidad política que denomino “soberanía lumpen”.

Se trata de conceptos polémicos, vinculados a nociones históricamente determinadas, cuyo desarrollo y usos cabe definir brevemente. Advierto, asimismo, que se emplean aquí sólo momentáneamente para interrogar (o provocar en torno a) una franja gris3 de la política venezolana reciente.

Karl Marx y Friedrich Engels fueron críticos acérrimos de un grupo (desclasado) que describieron como ultra marginal y reaccionario. En La ideología alemana (1845-1847) se refirieron a “Los plebeyos, que ocupaban una posición intermedia entre los libres y los esclavos, [y que] no llegaron a ser nunca más que una especie de lumpen proletariado” (22). Un ejemplo más conocido de su valoración del concepto se encuentra en el Manifiesto comunista (1948), donde describen dicha formación social (“la clase peligrosa”) como el “producto de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, [que] puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; [y que, sin embargo,] en virtud de todas sus condiciones de vida, está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras” (166)\. Posteriormente, Marx desarrolla esta crítica en su discusión del (auto)golpe de estado del 2 de diciembre de 1851; cuando Luis Napoleón Bonaparte disolvió la Asamblea Nacional convirtiéndose en dictador. Según su lectura, Napoleón III instrumentalizó las capas más marginales (marginadas) de la sociedad francesa para reprimir a la clase obrera y otras fuerzas “progresistas”, mientras se hacía del poder absoluto. El lumpen proletariado formaba parte, en este sentido, de una reacción contrarrevolucionaria. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte explica:

Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpen proletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas. Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de Diciembre.

Frente a este criterio peyorativo se alza una lectura distinta, cuyo origen podría trazarse al anarquismo bakuniniano y que reaparece con fuerza dentro del legado de Frantz Fanon. Un punto de partida para el debate son los escritos de Bakunin, entre 1867 y 1872, en los que explica su oposición a la idea del Estado de Marx. En esos textos elaboró también su posición frente las distinciones entre “clase trabajadora” y “lumpen proletariado”; identificando este último grupo como la posible salvación del movimiento revolucionario y oponiéndose implícitamente a la idea de que el “proletariado” constituía el estrato más alto de la lucha por la transformación social.

Para mí, sin embargo, la flor del proletariado no significa, como para los marxistas, la capa superior, la más civilizada y acomodada del mundo obrero; esa capa de trabajadores semi-burgueses, que es precisamente la clase que los marxistas quieren utilizar para constituir su cuarta clase gobernante y que es realmente capaz de formar una, si las cosas no se arreglan según el interés de la gran masa del proletariado; porque con su relativa comodidad y su posición semi-burguesa, esta capa superior de trabajadores está, lamentablemente, muy profundamente penetrada por todos los prejuicios políticos y sociales y todas las estrechas aspiraciones y pretensiones de la burguesía. Se puede decir verdaderamente que esta capa superior es la menos socialista, la más individualista de todo el proletariado. Por la flor del proletariado me refiero sobre todo a esa gran masa, a esos millones de incivilizados, desheredados, miserables y analfabetos a los que los señores Engels y Marx pretenden someter al régimen paternal de un gobierno muy fuerte ... Sin duda, esto será para su propia salvación, ya que, por supuesto, todos los gobiernos, como es bien sabido, se han establecido únicamente en “los intereses de las masas mismas”. Por la flor del proletariado me refiero precisamente a esa eterna “carne” de los gobiernos, a esa gran chusma del pueblo designada de ordinario por los señores Marx y Engels con la frase a la vez pintoresca y despectiva del “lumpen proletariado”, la “chusma”. Esa chusma que, casi impoluta por toda la civilización burguesa, lleva en su corazón, en sus aspiraciones, en todas las necesidades y miserias de su posición colectiva, todos los gérmenes del socialismo del futuro, y que es la única que tiene el poder suficiente para inaugurar la Revolución Social y llevarla al triunfo (Bakunin, Cap. 5, “Revolución social y Estado)

Estas ideas resurgen el contexto de las luchas anti-coloniales del siglo veinte, en la obra de Frantz Fanon. En el segundo capítulo de Los condenados de la tierra, “Grandeza y debilidades del espontaneismo”, Fanon identifica al sujeto histórico social que llevara adelante la liberación nacional argelina. Reminiscente de las ideas que he apuntado en Bakunin, observa que el proletariado urbano de Argelia es un sector privilegiado dentro la estructura colonial, el cual no contribuye al proceso de liberación. Los movimientos, los partidos, se han dirigido exclusivamente al proletariado urbano; a las masas rurales que demandan acceso a la tierra; a los artesanos y funcionarios, dejando fuera a “los condenados de la tierra”. Por este motivo, piensa que la clase campesina desposeída y el lumpen proletariado serán quienes realmente actuarán, de acuerdo a una “inspiración espontanea”, subvirtiendo el orden colonial:

La constitución de un lumpen-proletariado es un fenómeno que obedece a una lógica propia y ni la actividad desbordante de los misioneros, ni las órdenes del poder central pueden impedir su desarrollo. Ese lumpen-proletariado, como una jauría de ratas, a pesar de las patadas, de las pedradas, sigue royendo las raíces del árbol.

El cinturón de miseria consagra la decisión biológica del colonizado de invadir a cualquier precio, y si hace falta por las vías más subterráneas, la ciudadela enemiga. El lumpen-proletariado constituido y pesando con todas sus fuerzas sobre la “seguridad” de la ciudad significa la podredumbre irreversible, la gangrena, instaladas en el corazón del dominio colonial. Entonces los rufianes, los granujas, los desempleados, los vagos, atraídos, se lanzan a la lucha de liberación como robustos trabajadores. Esos vagos, esos desclasados van a encontrar, por el canal de la acción militante y decisiva, el camino de la nación. No se rehabilitan en relación con la sociedad colonial, ni con la moral del dominador. Por el contrario, asumen su incapacidad para entrar en la ciudad salvo por la fuerza de la granada o del revólver. Esos desempleados y esos sub-hombres se rehabilitan en relación consigo mismos y con la historia. También las prostitutas, las sirvientas que ganan 2000 francos, las desesperadas, todas y todos los que oscilan entre la locura y el suicidio van a reequilibrarse, a actuar y a participar de manera decisiva en la gran procesión de la nación que despierta (63).

Aquí habría que recordar un referente histórico de la lucha contra colonial norafricana, fielmente representado en La Batalla de Argelia (1967) de Gillo Pontecovo. Me refiero al personaje de Alí Ammar; conocido como Ali la Pointe, quien se destacó como líder guerrillero del Frente de Liberación Nacional, después de una vida de pequeños crímenes y dos años de prisión.

Cierta tradición del fanonismo ha querido leer estas afirmaciones como la consagración revolucionaria de un sujeto desclasado y ultra marginal. Los condenados de la tierra advierte, sin embargo, contra lecturas simplistas: se trata de un sujeto proteico que, tal vez como advertía Marx, puede actuar de modo oportunista y reaccionario.

El colonialismo va a encontrar igualmente en el lumpen-proletariado una masa considerable propicia a la maniobra. Todo movimiento de liberación nacional debe prestar el máximo atención, pues, a ese lumpen-proletariado. Éste responde siempre a la llamada a la insurrección, pero si la insurrección cree poder desarrollarse ignorándolo, el lumpen- proletariado, esa masa de hambrientos y desclasados, se lanzará a la lucha armada, participará en el conflicto, pero al lado del opresor (68).

Frente a este debate y a partir de las experiencias de los últimos años en Venezuela, propongo conservar cierta ambivalencia en la valoración del término “lumpen”, reconociendo tanto la carga condenatoria (¿moralista?) del 18 Brumario de Luis Bonaparte, junto a su reivindicación en la obra de Bakunin, Fanon, o en los proyectos políticos de las Panteras Negras, en los Estados Unidos. Con ello no invoco necesariamente una “epoché fenomenológica” que suspenda los juicios y las presuposiciones, sino más bien una lectura que acepte un rango de posibilidades y sentidos que coexisten y, en sus extremos, resultan contradictorios.

Adopto momentáneamente el concepto de “lumpen”, reconociendo la historicidad del término y sus mutaciones en el tiempo. Sobre todo, consciente de dos particularidades: en primer lugar, la formulación decimonónica del término no puede trasvasarse al contexto del capitalismo actual, post-fordista, que ha liquidado la centralidad de la clase obrera industrial (sujeto clave del marxismo clásico). En segundo lugar, la formación socio-económica venezolana tiene una serie de características propias que, como veremos más adelante, generan una subjetividad popular específica: la de una población flotante y precarizada.

Un sujeto lumpérico de la política

Después de casi una década de contactos con grupos informales vinculados al transporte (los motorizados), al acceso a la vivienda (los movimientos de inquilinos) y experiencias organizativas en recintos penales, me pregunto: ¿abrió la Revolución Bolivariana un espacio para una práctica social y política de sujetos ultra marginales y ultra marginados? De ser así, ¿se trató de la cooptación e instrumentalización de “los arruinados (…) vagabundos (…) licenciados de presidio (…) timadores (…) rateros, (…) en una palabra, toda [una] masa informe [y] difusa”?, para citar nuevamente El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte ¿O fue más bien la irrupción y el reconocimiento de un sujeto social que emerge con la precarización del trabajo y sus concomitantes formas de sociabilidad y subjetivación?

Me interesa una serie de sujetos populares que percibo como actores políticos y que, a su vez, han desplegado acciones que podrían considerarse como “anti sociales.” Pienso en actores que oscilan entre el “bandido social” de Hobsbawm4 y la problemática noción del “lumpen-proletariado” de Marx. Actores que exhiben gestos subversivos de liberación y manifestaciones de un oportunismo reaccionario. Se trata de entender prácticas que expresan una política reivindicadora, popular e incluso revolucionaria; así como un accionar opresivo, explotador y conservador, “desde abajo5”. El ejercicio que propongo pareciera situarse en la polaridad de Marx y Bakunin; pero como he sugerido, tal cosa sería una simplificación anacrónica: ninguno de ellos conoció la actual precarización del trabajo, ni mucho menos su existencia en un petro-estado caribeño colapsado.

Una de mis tesis es que un nuevo sujeto lumpérico de la política adquirió protagonismo en cierto momento del proceso bolivariano, encontrándose, asimismo, al margen. Es decir, el aparato de estado del gobierno bolivariano reconoció el potencial político de estos sujetos y estos, a su vez, aprendieron a agenciar sus diferentes demandas. En este sentido, dos movimientos parecen potenciarse en el contexto de la interpelación populista6 que activó la Revolución Bolivariana: El Estado intentó capturar y administrar el surplus de la potencia política al tiempo que los sujetos agenciaban su voluntad por el control del territorio o el acceso a los recursos. Este compás parece haberse cerrado con un Estado que, aunque profundamente disfuncional, intenta reclamar su rol soberano.

Los signos de esta transformación se evidenciaron en gestos políticos proselitistas o no (alianzas, acuerdos, concesiones); en la creación de organizaciones más o menos fugaces (mesas de trabajo, Círculos Bolivarianos, “Colectivos”, etc.), que canalizaban o pretendían administrar los movimientos populares7; y en políticas públicas características del Estado Bienestar. Lo más notable del fenómeno fue la inclusión de actores vinculados a la economía informal, al subempleo y al mundo de lo radicalmente marginado.

Numerosos líderes emergieron en este contexto: Arquímedes Franco fue conocido como el primer gran organizador del movimiento de motorizados en Venezuela; Valentín Santana coordinó el colectivo de La Piedrita y El Niño Daza “administró” la toma de la Torre de David. Un capítulo aparte merece el tema de las gobernanzas criminales; donde los participantes en mercados ilícitos interpelan al Estado con demandas de corte “político” (es el caso de famosos “pranes” en las cárceles del país o, más recientemente, Carlos Revete, alias “Coqui”, en el barrio La Cota 905).

Una de las personas que parecía encarnar la faz más radical de este nuevo sujeto de “la política lumpérica” fue la dirigente Lina Ron. Si bien una parte de su actuación pública se correspondía con la puesta en escena de un semblante revolucionario extremo, su experiencia de vida y el espacio que construyó para sí misma parecieran haberla situado en el lugar perfecto para politizar y representar a una población lumperizada: desempleados, mendigos, ancianos indigentes y minusválidos pasaron a constituir su base de apoyo popular. En efecto, su propia experiencia con el comercio informal pudo haberla preparado para el rol que ocupó eventualmente, aglutinando a una población que nunca antes figuró dentro del imaginario de “las bases” que garantizaban la legitimidad popular del poder constituido: Juan Bimba8 devino moto-taxista y buhonero.

Dos frases de Lina Ron resultan reveladoras de un nuevo horizonte político: “Soy la cara fea de la Revolución” y “A mi Chávez me quiere como soy.” Hay aquí un doble reconocimiento del valor de una subjetividad particularmente marginal(izada) que, como he dicho antes, se constituyó en un factor de legitimación para un Estado que perseguía representar (o administrar) a un pueblo precarizado, el cual, a su vez, se reconocía como entidad política o soberana.

Uno de esos episodios que revela la reconfiguración del “soberano” fue la difusión del famoso neologismo “buenandro”, acuñado por Chávez y luego repetido por Nicolás Maduro. El contexto en el que se produce el comentario no ha sido suficientemente discutido y creo que resulta fundamental analizarlo. En el año 2011, frente a una serie de movilizaciones en barrios populares y dentro de las penitenciarías nacionales, el presidente afirma:

Presidente Chávez (...) tenemos varias propuestas [del] Servicio Penitenciario, pero más allá. Por eso a lo mejor en las reflexiones de hoy pudiera surgir otra cosa más englobante, más abarcante pero bueno, eso es como la esencia ¿ve? Y lo que explicaba la fiscal y este agregado que yo le doy ¿eh? Un ministerio que tenga redes con las madres, los padres, los hijos de los presos y allá donde viven ¿dónde viven? ¿dónde viva la mamá de este hombre que cayó preso Jean Valjean porque a lo mejor se robó no sé qué porque no tenía pa’ comer? O porque bueno, oye en un ataque de ira, una pasión le dio un golpe a alguien o porque tuvo un accidente de tránsito y bueno y salió alguien lesionado grave o porque bueno, se metió en na banda de malandros como se llaman ellos mismos ¡ah!, yo tengo un trabajo por ahí sobre los malandros doctora, los malandros, se asumen malandros ¿sabe? Hay un movimiento de malandros, tenemos con ellos enlaces, reuniones, yo no me he reunido con ellos pero hay redes y es una obligación oírlos porque se asumen a los 15 años como el malandro ¿ve? Ahora yo le decía a Elías un día hablando sobre el tema y un libro que él me trajo y que estoy estudiándolo El malandro la mayoría son muchachitos de 20 años de 15 años.

Periodista, Ernesto Villegas - Presidente, disculpe imagino que usted se refiere a unas jornadas que se hicieron en el Tiuna el Fuerte, un núcleo endógeno cultural que está en la parroquia El Valle, que justamente llevó ese nombre “Malandros” ellos editaron un libro, escuchando las experiencias de estos muchachos que han sido absorbidos por el mundo de la criminalidad ¿no?

Presidente Chávez - Sí, sí, correcto. Entonces, aunque la cultura burguesa diga lo que nos diga, que nos ataquen ¡no! importa, esos son nuestros hijos. Yo le decía a Elías: Elías por qué no inventamos un nombre para el Buenandro, porque yo no sé de donde viene la palabra malandro, voy a ponerme a buscarla por ahí etimológicamente, mal – andro pero me suena como mal – ando, mal – ando, me suena a mí nada más, Bien – andro ¿eh? Entonces mira por allá en Cumaná, recuerdo que Marta Harnecker -por aquí le mando todos mis recuerdos a esa gran camarada-, me trajo una vez unos documentos que ¡oye! (...) Entonces, bueno, las bandas, las bandas de Cumaná que eran malandros y salieron y estaban trabajando y un cura, muchos curas trabajan, muchas monjas se meten en eso y a veces pagan hasta con su vida, a veces las guerras de malandros. Entonces me decía uno de ellos y el cura que vino a hablar conmigo y Marta vino y me trajo una carpeta de las experiencias de Cumaná en el barrio Brasil que yo quiero y conozco tanto porque ahí pasé, bueno, una temporada de mi vida cuando era, andaba con una locura de que me iba a ir pa’ la guerrilla, era subteniente hace ¿qué? casi 40 años, 35 años y andaba con una locura ya de patria, de angustias y tenía un contacto casual, unos peloteros del barrio Brasil y yo jugaba pelota ahí en Cumaná, era subteniente, antiguerrillero pero era los días en que mataron a Jorge Rodríguez un día como, un día como... (“Contacto telefónico del Comandante Presidente Hugo Chávez con el programa Toda Venezuela de VTV”, 26/07/2011.

http://todochavez.gob.ve/todochavez/536-contacto-telefonico-del-comandante-presidente-hugo-chavez-con-el-programa-toda-venezuela-de-vtv)

Sin embargo, este reconocimiento supone una incorporación agónica. Por un lado, Hugo Chávez lanzó informalmente la “Operación Cosette” y ordenó la publicación y distribución gratuita de quinientos mil ejemplares, en tres volúmenes, de Los miserables de Víctor Hugo9. Dicho gesto iba de la mano con tensiones y conflictos recurrentes con líderes populares que se rebelaban y revelaban “indisciplinados” y “anárquicos”. Fue precisamente el caso de Lina Ron, fustigada públicamente y luego detenida por el Gobierno Bolivariano en el 2009, luego de atacar el canal Globovisión. En ese momento, Chávez declaró a los medios: “Ella se presentó (ante la justicia) y está detenida (…) Violó la ley y tiene que recibir el peso de la ley y los que con ella estaban. Es un acto deplorable y contrarrevolucionario y le da armas al enemigo para que me ataquen.”

Frente a estas subjetividades y sus expresiones políticas (que entiendo como cualquier tipo de demanda frente al Estado), propongo ensayar una aproximación a una “política lumpen” que trascienda, sin excluirlas necesariamente, lo que se llama “gobernanzas criminales.” Es decir, quiero pensar en una práctica política desde lo marginal/marginado, deslastrándome inicialmente de la moralina marxista del 18 Brumario para, eventualmente, regresar a alguna de sus advertencias que considero acertadas para el caso venezolano. Quiero explorar lo que, siguiendo a Auyero, entiendo como “zonas grises” de la política venezolana, en el contexto de la precarización del trabajo y la pauperización; en coyunturas populistas de cooptación y, asimismo, activación de la agencia popular.

Estas consideraciones podrían servir para evaluar, a la postre, qué tipo de proceso político y social hemos vivido en las últimas dos décadas en Venezuela.

Deslindes para nombrar al “pueblo”

La historia de La Torre de David podría encarnar el desarrollo y las contradicciones de nuestra “petro-modernidad”, tan lucidamente estudiada por Fernando Coronil en El estado mágico. También ofrece la oportunidad para explorar lo que denomino “soberanía lumpen”. Es decir, el ejercicio de una voluntad política entre actores (o soberanos) cuyas prácticas han sido catalogadas como atávicas, antisociales o incluso ilegales; actores que serían descartados como sujetos de la Revolución, si fuesen valorados desde la teoría marxista clásica; o excluidos de la vida cívica, desde las interpretaciones liberales. Para decirlo brevemente, no se trata de una clase obrera tradicional, ni de la “sociedad civil”; sino de conglomerados sociales que existen en condiciones de violencia extrema y marginación y que, reconociendo una serie de intereses y demandas comunes, se pronuncian frente al Estado y otros grupos sociales.

Me pregunto: esa formación difusa que llamamos “pueblo”; esa entidad colectiva que legitima al Estado haciéndolo soberano, a través de distintos mecanismos de representación más o menos directa (desde la democracia liberal hasta los soviets), ¿se habrá redefinido desde los márgenes de la precariedad para incluir (en una negociación ciertamente desordenada y contenciosa), una suerte de lumperato, propio de formaciones sociales del capitalismo avanzado y su acumulación por desposesión10?

En fin, me pregunto si esos “inquilinos” de la Torre de David no encarnan un sector de ese nuevo “pueblo” que sobrevive en el subempleo, en la economía informal y, a veces, en los mercados ilícitos.

Población flotante y el génesis de la precariedad (paréntesis histórico-económico)11.

La pregunta por la formación del sujeto popular de la política venezolana no puede reducirse a la identificación de las clases trabajadoras y sus transformaciones en la historia del país. Sin embargo, esta dimensión tampoco puede obviarse en nuestro intento por comprender el rol del precariato o “la soberanía lumpen” en la política nacional.

Una característica determinante de la formación Venezuela es la heterogeneidad y desigualdad de su composición estructural socio-económica; lo que la emparenta con el resto de los países de la región latinoamericana y de la periferia global, cuya inserción en el sistema mundo se hizo en condiciones de economías de enclave subordinadas a relaciones coloniales.

El país tiene, sin embargo, rasgos propios. Partimos de la premisa, ampliamente aceptada por los estudiosos del tema venezolano, de que la aparición de la industria petrolera modificó el orden tradicional, de tipo rural-agrícola, heredado de la Colonia. Con ello se inició un vertiginoso proceso de modernización, completamente dependiente de la captura del ingreso petrolero. Esta Petro-Modernidad, no logró modificar la heterogeneidad estructural (Córdova) preexistente y, por el contrario, acentuó las contradicciones en muchos sentidos.

En un trabajo célebre sobre el fracaso de la industrialización venezolana, el economista Orlando Araujo comparte datos que caracterizan de manera elocuente la heterogeneidad y desigualdad estructural del país; que los años de bonanza petrolera no lograron corregir. El autor desmonta el viejo mito según el cual no se pudo lograr una industrialización a gran escala debido al tamaño reducido del mercado interno. En efecto, dicho mercado era pequeño, pero no por razones demográficas, sino de economía política: el problema no era la poca población, sino el reparto inmensamente desigual del ingreso, en momentos en que las tasas de acumulación eran equivalentes a las de los países de la OCDE (Baptista). En Venezuela coexistían así nichos de consumo suntuario (la “Venezuela Saudita” de compras y fines de semana en Miami) con una miseria atroz.

Para la década del 60, en medio de uno de los crecimientos económicos más acelerados que haya experimentado país alguno, menos de la tercera parte de la población venezolana recibía ingresos fijos. En rigor, sólo la cuarta parte percibía ingresos, lo que significa que el setenta y cinco por ciento restante de los venezolanos dependía de aquel veinticinco por ciento que devengaba un salario. Incluso dentro de esta reducida proporción de perceptores de ingresos, las disparidades resultaban notables: el ochenta y ocho por ciento del total recibía la mitad del ingreso total, mientras que la otra mitad se concentraban solamente en el doce por ciento.

El planteamiento de Araujo coincide con diagnóstico de Asdrúbal Baptista cuando se refiere al colapso del capitalismo rentístico. Es en este cuadro de distribución desigual del ingreso, donde se origina la “estrechez” clásica del mercado, que no reside en el volumen de la población, sino en la baja escala de perceptores de ingresos; así como en los agudos contrastes de la distribución de los mismos. El caso venezolano pone además en evidencia que la marcada exclusión y desigualdad convive con la existencia de pequeños grupos de alta concentración de ingresos y de baja propensión a invertir; los cuales son en buena medida, causantes de la deformación igualmente histórica de los modos y componentes de la demanda; así como de algunos desequilibrios macroeconómicos. A partir de aquí podríamos tal vez empezar a intuir el origen estructural de sectores lumperizados que se organizan hoy más fácilmente en una cooperativa de motorizados o un colectivo de comerciantes informales, que en una fábrica.

La burocracia venezolana de mediados del siglo XX acuñó el término población flotante para dar cuenta de aquellos jóvenes atrapados en el limbo institucional de haber terminado el bachillerato, pero sin contar con cupos para acceder a la educación universitaria. El término también puede para dar cuenta de la una población marginada, “sobrante” o “redundante”; en el sentido de no encontrar formas de inserción plena en la vida económica y social del país12.

Esta población tiene su origen en las desigualdades y heterogeneidades no resueltas con el nacimiento de la nación (y sobre todo, la nación petrolera); lo que por lo demás define la inestabilidad política que caracterizará el siglo XIX venezolano y principios del XX.

La aparición del petróleo presentó la posibilidad de superar estas anomalías y, sin embargo, los arreglos políticos y económicos del siglo XX no hicieron sino profundizarlos, en buena medida. Cabe decir que la inclusión relativa y el asistencialismo de la segunda mitad del siglo XX permitieron amortiguar su impacto político y gobernarlo; al menos hasta la penúltima década del siglo XX, cuando tras el “Viernes Negro” y el colapso del capitalismo rentístico, desaparece la “Ilusión de armonía” y se reactiva un conflicto social dormido, pero siempre latente.

Hay que mencionar otro factor que influye en la población flotante de Venezuela. Se trata de un elemento que incluye y trasciende las dinámicas de clase y las formas de empleo; un elemento que perpetúa, en la nación petrolera, relaciones sociales establecidas en el pasado agrario y sus legados de la plantación. Se trata de la racialización de la “identidad nacional” dentro del paradigma del mestizaje y su papel en constitución de sujetos de la política13. Aquí cabría explorar no sólo discursos culturales (el imaginario de la Venezuela “café con leche”), sino también el efecto específico de políticas de “blanqueamiento” que fueron implementadas sistemáticamente por las elites económicas y políticas del país. Esta tendencia se observa ya durante el siglo XIX y fue, por ejemplo, el origen de la Colonia Tovar, en 1843. Sin embargo, es a partir de la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando se hace más clara dicha tendencia; que continuará en los gobiernos subsiguientes –incluyendo el Trienio Adeco (1945-48), cuando crea el “Instituto Técnico de Inmigración y Colonización”, y hasta la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, quien funda la Colonia Agrícola de Turén en 1949. En el contexto de la Revolución Bolivariana se observará una contradictoria coexistencia de los discursos del mestizaje con la celebración de las identidades de los pueblos originarios y los legados de África. Inclusión y exclusión, reconocimiento y elisión son las contantes de esta larga historia.

Cabe decir, sin embargo, que el modesto avance de inclusión social que, con sus bemoles, se observó entre 1920 y finales de la década de 1970, comenzó a retroceder a principio de la década de los ochenta. El movimiento social ascendente se clausuró para los excluidos; pero, además, una parte cada vez mayor de la población, que había experimentado diversos niveles de ascenso social e inclusión, pasó a perder sus recién adquiridos beneficios o “privilegios”. Las reformas neoliberales de los años 90 agudizaron el cuadro, mediante la desinversión estatal y la precarización del trabajo. En esta multitud de la “población flotante”, en esas colectividades depauperadas, emerge el chavismo como movimiento populista que captura (nunca de modo total) las demandas de un nuevo pueblo.

Los Okupa de la nación y el derecho a la ciudad

La Torre de David fue una creación de David Brillembourg14, quien apuesta a las promesas de flujos transnacionales de capital y la desregulación que caracterizaron los finales de los años 80. El ambicioso plan podría interpretarse como el deseo de una élite criolla que buscaba su Wall Street de la zona tórrida en tiempos de reforma neoliberal15. Como otras promesas o monumentos de nuestra modernidad (pensemos en El Helicoide), es un proyecto truncado. La obra se detuvo abruptamente debido a la muerte de su promotor y al colapso económico de los años 90. Los sueños (“La Gran Venezuela”, seguida de “El Gran Viraje”) estaban llegando a su fin. El despertar abrupto y traumático (el evento, según Badiou) llegaría con las masas en las calles y la matanza posterior. La revuelta popular del 27 de febrero de 1989 supondría una mutación en el constructo pacificado del “pueblo”. Coronil y Skurski señalaron ya la importancia de ese cambio, debido a un levantamiento que, según ellos, “cambió la anatomía de la nación cuando, desde la perspectiva de las élites, las masas ahora encarnaban la amenaza de la barbarie que aflora[ba] en cualquier parte del cuerpo político” (121).

En unos pocos años, el Centro Financiero Confinanzas se transformó en el cadáver descaecido de La Gran Venezuela y, un más tarde, fue tomado por un grupo heterogéneo de personas; incluyendo desempleados, ex-convictos y trabajadores de la economía informal. Aquellas masas que ocupan el edificio son, de alguna manera, el “residuo” de ese mismo proyecto de liberalización radical que dio origen a La Torre; pero que a su paso creó nuevas subjetividades que giran en torno al trabajo precario y mercados ilícitos. El sueño de Brillembourg terminó por significar, no sólo el fracaso de una modernidad sustentada en el petróleo, sino también, con la crítica al chavismo, la reiteración más decadente del petro-estado que pasó a sostenerse con el apoyo de una “aberración de lo popular” --las turbas, los colectivos, etc. La Torre de David llegó a significar, así, la sustancia lumpen de la Era Chávez; el alma lumpérica del proceso.

La metáfora de La Torre de David y El Niño Daza resulta engañosamente fácil. No todo se resuelve en que el edificio derruido y usurpado sea análogo a la Nación y el líder de los invasores sea el fallecido Chávez. Dicho razonamiento explica poco y resuelve menos. Propongo pensar más allá del “pánico moral” para ahondar en una zona gris de la política. Si bien el país luce, más que nunca, como una Torre de David, la política futura no podrá concebirse simplemente a partir de la elisión (“el desalojo”) de los supuestos invasores de la nación.

¿No reposa también la soberanía en aquellos sujetos sociales que emergen, como expresión de un poder constituyente, de los diversos ciclos de ajuste estructural que diezmaron a la clase trabajadora tal como la conocíamos? No podemos considerar la posibilidad de que, en términos de trabajo y subjetividades políticas, el “residuo” de la reforma neoliberal trajo consigo un “nuevo pueblo”, marcado por el desempleo y el subempleo crónicos; con vínculos más difusos que no entran dentro de la figura del sindicato o “las juntas de vecinos”. De ser así, habría una praxis política que conlleva acciones contenciosas y reafirma un derecho a la ciudad (Lefebvre), al tiempo que rompe normas de civilidad, principios de propiedad y uso que con frecuencia resultaban excluyentes.

Sostengo que este “nuevo pueblo” es distinto del que quedó subsumido bajo el pacto democrático que precedió al chavismo. Como digo en otro lugar, en esa mutación del pueblo, Juan Bimba conduce un moto-taxi. Su aparición en la arena pública oscila entre demandas revolucionarias de inclusión y prácticas que, en ocasiones, reproducen modelos opresivos (mi trabajo sobre las cárceles apunta en este sentido). Desde la organización colectiva y la protesta, hasta la violencia o las transacciones clientelares con el gobierno, estos nuevos actores tienen una clara conciencia de las relaciones de poder que sostenían al otrora dispendioso petro-estado. Son, en este sentido, actores políticos.

Soberanía Lumpen: la otra magia.

El famoso libro de Kantorowicz, The Kings Two Bodies, es un buen punto de partida para rastrear el desplazamiento de la autoridad política del monarca al pueblo y, dentro de mi argumento, del pueblo cobijado (o apaciguado) por el Estado de bienestar, al precariato. El autor explica que en una concepción cristiano-céntrica de la monarquía, modelada dentro de la lógica de la encarnación, las dos naturalezas del hijo de Dios se transfieren al Rey, que tiene su propio cuerpo mortal y un cuerpo sublime. La naturaleza trascendental del segundo cuerpo adquiere una legitimidad y resistencia cuasi divinas que sustentan la autoridad monárquica a lo largo de generaciones. El cuerpo natural del rey muere, mientras que el cuerpo político perdura. La transición a la soberanía popular conlleva un nuevo desplazamiento a raíz de la Revolución Francesa y, como explica Erik Santer, engloba una larga lucha por reconstituir la “fisiología del cuerpo político” a lo largo del siglo XIX (xi). El pueblo, en teoría, se convierte en portador de la soberanía y asume la dignidad del Príncipe. A su vez, la democracia liberal pretende reconocer la pluralidad de actores heterogéneos (los soberanos o el poder constituyente), a través de la articulación de un proyecto hegemónico del Estado (el poder constituido). La legitimidad se sustenta así en un mecanismo que captura (Deleuzze y Gatarri, Negri y Hart) el excedente de poder del pueblo. Aquí radica la crítica de la poshegemonía (Beasley Murray) a lo que se percibe como un efecto neutralizador del Estado y el populismo.

No podemos ignorar la crítica extensísima al concepto de “soberanía”. Arendt, Foucault y más recientemente, Agamben y Nancy, nos advierten de la peligrosa ficción de un macro-sujeto unitario; esa construcción opresiva del Pueblo-como-uno. Pero si vuelvo a estas fuentes conceptuales es para recordar que el poder existe en una lucha dinámica ¿Será posible pensar más allá de la poderosa máquina de captura populista? Y sobre todo, ¿qué sucede cuando la máquina de captura se vuelca hacia las clases depauperadas, hacia el lumpen? ¿Qué pasa cuando el lumpen interpela al Estado con sus demandas? ¿Puede el lumpen devenir un actor político más allá del oportunismo y la cooptación (algo rechazado por Marx pero aceptado por el primer Bakunin y luego por Fanon)? ¿O es simplemente que el Estado se vuelve lumpérico, malandro? Y, cuando el Estado involucra a este sujeto marginal (marginado) ¿está simplemente capturando la fuerza derivada de su “violencia pre-política” en aras de instituir un Estado de Excepción, o está respondiendo a un acto de soberanía que surge de los márgenes? Más cerca de Fanon que de Bakunin, creo que la segunda posibilidad se ha expresado en algunos momentos de la lucha por la representación política de nuevos sujetos políticos que buscan superar la vulnerabilidad del empleo precario, la falta de vivienda y la exclusión. Sin embargo, mis experiencias con ciertos grupos sociales sugieren también que, como advertía Marx y Fanon, las clases depauperadas pueden desplegar también actitudes francamente reaccionarias y opresivas. Es, por ejemplo, lo que he encontrado en las cárceles de Venezuela o entre ciertos grupos que ocupan propiedades urbanas.

El Estado Mágico sigue sustentándose en la lógica extractivista y rentista, pero ahora apelaba a otro tipo de poder constituyente. La fuente de su autoridad descansa en la inclusión desigual (y acaso, exclusivamente simbólica) de una clase depauperada: el pueblo precarizado o, en los extremos, lumperizado. Tal legitimación soberana es dialógica y contenciosa. El paso de la celebración de Los Miserables de Víctor Hugo por parte de Hugo Chávez, a las OLP de Maduro, sugiere esta tensión e incluso, la fractura de un pacto. En este sentido y para decirlo de otro modo, cuando los llamados “colectivos” entran y salen del juego definido por el Estado; pero sobre todo cuando se escapan a la voluntad del poder constituido, ponen en evidencia su identidad como poder constituyente, como pueblo indócil.

Para concluir, quisiera reiterar tres ideas. Primero, que, en algún momento, “la magia” del estado chavista surgió, no sólo (y luego de la caída de los precios del petróleo es obvio) de la capacidad de realizar petro-milagros; sino también de la posibilidad de captar un excedente de energía (soberana) que emanaba de esas clases lumperizadas que Marx veía, desde una posición definitivamente moralista, como inconsistente, imprevisible y excesiva. En segundo lugar, es posible que necesitemos revisar la noción del Estado como una “máquina de captura” infalible16, ya que excluye cualquier posibilidad de resistencia e ignora las instancias de negociación entre grupos sociales e instituciones. En tercer lugar, vale la pena considerar la posibilidad de que cuando “las turbas” o “el lumpen” despliegan su poder, apoderándose de espacios públicos o privados; rediseñando la ciudad mediante nuevos usos; o actuando dentro de mercados informales e ilícitos de dimensiones notables, podríamos estar presenciando una instancia de soberanía lumpen. Cuando tal cosa ocurre y el poder constituido se siente amenazado por la anomia (¿o es sencillamente contra-hegemonía?), entramos en el momento actual: el tiempo de la reacción conservadora.

Coda: soberanía y simulacro.

¿Qué pasa cuando la anomia se instala en el corazón mismo del Estado? La capacidad de gestionar esas fuerzas entrópicas, de canalizarlas o reconducirlas, desapareció con Hugo Chávez (pero, probablemente, mucho antes de su propia muerte). Pareciera que la lógica tribal de los “pranes” se hubiera apoderado de sectores del viejo Estado reproduciendo lógicas francamente reaccionarias.

Carl Schmitt leyó a Herman Melville como a un profeta del devenir mundial durante la Segunda Guerra Mundial y el período de la posguerra; observando precisamente el fin de la política y, más específicamente, el declive de una política sustentada en la soberanía nacional. Benito Cereno le ofrece entonces una poderosa metáfora.

En Benito Cereno (1855), Herman Melville narra la rebelión de un grupo de esclavos que, luego de tomar el control del barco que los transportaba, someten al Capitán y navegan a la deriva. Esta navegación sin rumbo los lleva a las costas de Chile, donde al ser descubiertos por un navío norteamericano, son abordados. Los esclavos deciden entonces poner en escena la obediencia al soberano, atando al Capitán a una silla y colocando una navaja al cuello, mientras simulan afeitarlo. La Revolución Bolivariana no contó con un Benito Cereno. No lo fue Hugo Chávez, ni mucho menos, Nicolás Maduro. Sin embargo, hasta qué punto no es posible pensar que lo que he llamado “soberanía lumpen” no es, sino, en definitiva, el reverso de la soberanía política en tanto simulacro. De ser esto correcto, el caso venezolano pondría en evidencia que el concepto de soberanía política, basado en un “pueblo” y su “voluntad general” (Rousseau), o el “soberano” (en tanto jefe de Estado concreto y personalísimo) que decide sobre el Estado de excepción, ha entrado en crisis, como lo sugiere la metáfora de Carl Schmitt.

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1 He discutido estos casos en tres trabajos anteriores: “Spiritual Life and the Rationalization of Violence: The State Within the State and the Evangelical order in a Venezuelan Prison,” In: Carceral Communities in Latin America: Troubling Prison Worlds In 21st. Century. Sacha Darke, Chris Garces, Luis Duno-Gottberg, and Andres Antillano Editors. London: Palgrave Macmillan, 2020; “Social Images of Anti-Apocalypse: Bikers and the Representation of Popular Politics in Venezuela,” A Contracorriente, Vol. 6, No. 2. Winter 2009. 144-172; y Duno-Gottberg, L. “Mob Outrages: Reflections on the Media Construction of the Masses in Venezuela (April 2000-January 2003).” Journal of Latin American Cultural Studies. 13.1 (2004): 115-135

2 ¿Quién constituye el “pueblo”? ¿Quién lo construye? ¿Cómo expresa y ejerce su voluntad? ¿Qué incluye y qué excluye dicha construcción? “Pueblo” funciona como un concepto político fundamental cuando se refiere al sujeto de la soberanía. Se trata, sin embargo, de una noción fluida y, por ello, imprecisa. Estas dificultades o esta maleabilidad conceptual lo hacen, sin embargo, de gran utilidad para nombrar (interpelar) una multiplicidad de sujetos sociales (y sus mutaciones) a lo largo de la historia. En efecto, Canovan sostiene que el concepto de “pueblo” es “esencialmente político” porque no sólo se presta a una multiplicidad de “causas”, sino que además “refleja la contingencia de la política en sí” (140).

3 Me resulta de gran utilidad la reflexión de Javier Auyero, en su estudio de los saqueos en Argentina. En su trabajo re-elabora la conceptualización de Primo Levi, “la zona gris”, convirtiéndola en un objeto empírico y una lente analítica que resiste los riesgos de dicotomías demasiado rígidas. Empíricamente, la zona gris refiere un intersticio entre empresarios de la violencia, agente del estado y elites políticas.

4 Hobsbawm desarrolla el concepto de “bandolerismo social” en dos libros, Rebeldes primitivos, estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX (1959) y, con mayor profundidad, en Bandidos (1969). Su lectura rompe con la tradición historiográfica que considera al bandido como mero delincuente. Para el historiador, este fenómeno representa una de las formas más primitivas de protesta social organizada; situándolo en condiciones rurales, cuando el oprimido no ha alcanzado conciencia política, ni adquirido métodos más eficaces de agitación social. Mis casos se distinguen, claramente, por tratarse de fenómenos urbanos y porque en mi trabajo, he rechazado la idea de un sujeto “pre-político.”

5 Abordo este problema en “Spiritual Life and the Rationalization of Violence: The State Within the State and the Evangelical order in a Venezuelan Prison.”

6 Me sirvo de la teorización de Ernesto Laclau, quien opta discutir el populismo desde la problemática noción de “pueblo”. Inscrito en el marxismo althusseriano, sostiene que “El populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante” (Laclau 1978: 201). Ahora bien, dicho discurso puede articularse desde de la clase obrera o desde de la clase dominante. La primera constituye la radicalización de la contradicción pueblo y bloque de poder y conlleva cambios revolucionarios (el socialismo, en su modelo). El segundo constituye una forma de cooptación que desmoviliza lo popular.

7 La noción de “administrar el movimiento” resulta importante. Los trabajos de Ociel Alí López y Reinaldo Iturriza son una contribución para pensar los dilemas de esta forma de la política que, bien vista, no elude, pero trasciende, la dinámica de la cooptación.

8 Juan Bimba simbolizó la población campesina desplazada por la economía petrolera. Este hombre un flaco, con pantalones raídos, calzando alpargatas y con su sombrero de paja en mano, vino a encarnar al “pueblo” cuyo voto persiguió, exitosamente, la campaña presidencial de Rómulo Gallegos en las elecciones de 1947. A partir de allí, Acción Democrática convirtió dicho símbolo en una clave iconográfica de su imagen del partido de los pobres, de los “pata en el suelo.”

9 En un acto de graduación de la Misión Robinson (28 de septiembre de 2005), el presidente se refirió a la obra en estos términos: “No olvidemos esa imagen de Víctor Hugo que es tremendamente dura, pero es real de verdad: hay un cuarto oscuro, la pobreza, es un cuarto de penumbras; pero más allá de la pobreza hay otro cuarto, tenebroso, es la miseria, y yo agrego: más allá hay otro, el infierno. ¡Tenemos que salir todos del infierno!, tenemos todo que salir de la habitación tenebrosa de la miseria y tenemos que salir todos de la habitación oscura de la pobreza”.

10 «Acumulación por desposesión» es el concepto propuesto por D. Harvey como una actualización del concepto de «acumulación originaria» de Marx. La actualización del concepto de lumpen no es, exactamente, creo, la noción de precariato. La segunda está desprovista de la carga moral de la primera. Sin embargo, mantener el término me sirve momentáneamente para llamar la atención al pánico moral que estos actores generan.

11 Agradezco al economista venezolano Luis Salas, quien compartió conmigo sus notas sobre la formación de la clase trabajadora en Venezuela.

12 El marxismo clásico hablaba de un “ejército industrial de reserva”, refiriéndose a la masa de desempleados necesaria para poder mantener los salarios dentro de una tasa de plusvalía aceptable para la clase burguesa. Lo que venimos describiendo aquí es el caso de un país con “un ejército de reserva”, pero sin industrias.

13 He discutido este problema en Duno-Gottberg, L. “The Color of Mobs: Racial Politics, Ethnopopulism, and Representation in the Chavez Era.” Venezuela’s Bolivarian Democracy : Participation, Politics, and Culture Under Chavez. (2011): 271-297.

14 David Brillembourg fue un economista y empresario venezolano, presidente de Grupo Confinanzas, diputado y principal inversionista de Centro Financiero Confinanzas.

15 Sí, juego con la referencia a Andrés Bello por el tema de lo fundacional….

16 Una de las conclusiones de este trabajo podría ser que el Estado venezolano nunca logró consolidarse como tal y, en ese sentido, nunca fue una maquina de captura infalible. El proyecto populista fue siempre, entonces, un gran esfuerzo por absorber, canalizar y pacificar lo popular.