Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.26 No.2 (abril - junio, 2017): 297-317


Crisis del bloque capitalista

José Agustín Silva Michelena


Nota del editor

En este número reiniciamos Separata, sección destinada a exponer documentos de calidad excepcional, reconocida mediante el otorgamiento de distinciones, o a través de las opiniones de colegas que conforman grupos especializados de trabajo, o por el número de ediciones alcanzadas, o por la cantidad de descargas en redes temáticas, etc.

Hermosa oportunidad para presentar un artículo que forma parte de la monumental obra del recordado sociólogo venezolano José Agustín Silva Michelena, de cuyo fallecimiento se acaban de cumplir 30 años. Nació en Caracas el año 1934 y formó parte del grupo inicial que en 1953 comenzó a recibir clases de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela, graduándose , summa cum laude en su primera promoción de 1956. Después de egresado participó del trabajo de campo y de investigaciones empíricas por todo el país. Con esa experiencia se fue a la Universidad de Wisconsin a cursar la maestría en Sociología Rural y al regresar en 1958 se incorporó a la ESA.

En 1960 se vinculó con el grupo promotor de Centro de Estudios del Desarrollo -CENDES- de la UCV en la convicción de que había que adelantar un programa de investigación basado en el cambio social, referido no sólo a lo económico, enlazando las teorías sociales con la realidad venezolana. En esa institución promovió y participó en numerosos proyectos entre los cuales destacan el Estudio de Conflicto y Consenso, interesado en la identidad que los grupos definen sobre el territorio específico, incluyendo su autonomía política, integración social, económica y cultural; los resultados fueron recogidos en el libro “Crisis de la Democracia”, su obra más relevante.

Entre 1965 y 68 José Agustín permaneció en Cambridge, USA, para realizar el doctorado en el MIT y al regresar a Venezuela se planteó una ambiciosa investigación cuyo propósito fue anticipar las futuras alternativas de América Latina tomando en cuenta el contexto político mundial. Los



hallazgos los presentó en libro “Políticas y Bloques de poder: Crisis del sistema mundial”, del cual el artículo de esta separata forma parte.

Luego de una intensa actividad en CENDES, el año 1975 fue como Investigador invitado a la Universidad de Sussex en Inglaterra. Se vinculó a las tareas de la Flacso, del Clacso y entre 1976 y 77 fue vicepresidente da la Asociación Latinoamericana de Sociología ALAS. Hasta su fallecimiento promovió diferentes iniciativas académicas en el país y en el exterior (puede consultarse la Biografía que redactó Heinz Sonntag para la Editora El Nacional).

José Agustín fue un pensador que no se dio tregua, cuyas observaciones probablemente contenga claves para entender el presente. Es un orgullo de haber sido su asistente de investigación en el proyecto “Formas de Violencia y Modelos de Desarrollo”, haber recibido sus orientaciones como tutor de mi tesis de maestría en Sociología del Desarrollo y haber realizado los estudios doctorales en el CENDES, la institución por la que tanto trabajó.

ARS


Introducción

La prolongada ola de prosperidad que caracterizó las economías capitalistas avanzadas después de la Segunda Guerra Mundial fue apenas perturbada por algunas recesiones menores como las de 1949-1950 y la de 1957-1958. Aparentemente lo aprendido en la depresión de los años treinta, la mayor participación e intervención del Estado en la economía y el perfeccionamiento de la política neo-keynesiana estaba dando sus frutos. Como consecuencia, surgió un exagerado optimismo con respecto a la capacidad del Estado para controlar los ciclos de la economía capitalista:


En este país, y en la mayoría de los principales países capitalistas, el gobierno puso en práctica una serie de políticas de largo alcance dirigidas a suavizar los ciclos económicos, reducir su amplitud, o incluso para tratar de eliminarlos de una vez por todas. Abundaron las teorías sobre cómo alcanzar dicho objetivo. Hacia los años sesenta se diseminó la optimista visión de que el objetivo por fin se había alcanzado, al menos desde un punto de vista práctico. Puede que haya recesiones moderadas, pero no se anticipaba que ocurrirían “depresiones” o “pánicos”. Consecuentemente, para 1960 los antes abundantes cursos sobre los ciclos económicos, habían desaparecido casi de los currícula de los departamentos de economía de las universidades. (Perlo, 1973: 7)



Ciertamente había algunas razones para fundamentar este optimismo1, sin embargo, pronto se comprobaría que los nuevos demiurgos del capitalismo estaban una vez más equivocados en sus predicciones. El primer duro golpe lo recibieron con la crisis del dólar hacia fines de la década del sesenta, que obligó al gobierno de Estados Unidos a devaluarlo dos veces consecutivas en el breve lapso de 14 meses. Los principales países capitalistas de Europa y Japón, aunque obviamente no por razones desinteresadas estuvieron de acuerdo en tomar medidas extraordinarias para mantener a flote el dólar. Así, en 1971, Alemania Federal, Suiza y Japón y otros países de moneda fuerte decidieron revaluar sus monedas. No obstante, a pesar de ello, el deterioro del dólar continuó, contribuyendo así a agudizar los conflictos entre los países capitalistas avanzados en forma tal que hasta una revista tan conservadora como Time se vio precisada a hacer el siguiente comentario:


Estados Unidos, que exporta solamente alrededor del 6% de su PNB, puede capear la tormenta con relativamente pocos inconvenientes. Pero las naciones europeas, que exportan hasta un 50% de su PNB, son altamente vulnerables a una crisis monetaria internacional. Muchos europeos argumentan que Estados Unidos actuando de una manera muy individualista, le está pidiendo a las otras naciones que resuelvan los problemas que él mismo ha causado. Si el resentimiento hacia Estados Unidos se encapilla en las políticas monetarias y comerciales europeas, es muy probable que el dólar caiga aún más. Tanto para Europa como para Estados Unidos ello sería la señal del inicio de una guerra económica en la cual ninguno de los dos lados puede esperar más que una victoria pírrica. (Revista Time, 1973: 21)

Estos problemas que confrontaba el sistema monetario internacional eran una manifestación particular de las contradicciones más generales del desarrollo capitalista las cuales, de acuerdo al ciego optimismo de los teóricos burgueses, habían sido supuestamente eliminados. Otras manifestaciones concretas de dichas contradicciones generales del capitalismo se habían hecho ya evidentes en el deterioro del medio ambiente y de la calidad de la vida y en la crisis de alimentos. Pero no fue sino hasta fines de 1973 con la explosión de la llamada crisis energética, cuando comenzó a flotar en el ambiente la idea de que se trataba de una crisis generalizada del capitalismo.


  1. “El optimismo fue reforzado por el periodo de expansión que comenzó en febrero de 1961. Para mediados de 1969 había excedido a los 100 meses, de acuerdo a los estándares de medición de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. Los récords de expansión anteriores habían sido de 80 meses, durante la segunda guerra mundial y, antes de eso, solo de 50 meses” (Perlo, 1973).



    En otras palabras, se trata de una grave crisis de acumulación la cual como toda crisis, tiene sus peculiaridades, pero es esencialmente análoga a otras anteriores2. Esto implica que para que el sistema capitalista pueda efectivamente superarla, deben producirse innovaciones tecnológicas significativas, cambios en las formas de acumulación y realizar cambios sustanciales en la división internacional del trabajo. Esto podría lograrse mediante “el desarrollo de nuevas fuentes de energía (fusión nuclear, solar, etc.), explotación de los suelos oceánicos tanto para obtener productos minerales como agrícolas, y desarrollos bioquímicos y genéticos” (Amin, 1974: 17; Gunder Frank, 1974: 2), o en otros campos donde la investigación científica se encuentra hoy día bastante avanzada.

    Bajo esta óptica fenómenos tales como la crisis monetaria internacional, la “estanflación”, la creciente competencia interimperialista, la agudización de la lucha de clases en Estados Unidos y en Europa, los realineamientos políticos mundiales y los importantes cambios que están teniendo lugar en las relaciones internacionales son vistos como manifestaciones de la crisis general de acumulación. No obstante, a fin de especificar mejor la interconexión entre todos estos fenómenos, y derivar de ellos algunas de sus consecuencias políticas internacionales, es necesario examinar con más cuidado, aunque sea muy brevemente, la naturaleza de la crisis3.


    Las contradicciones principales

    Obviamente, los ciclos económicos no se deben a una sola causa, sino que son el resultado del contradictorio y peculiar modo de desarrollo del sistema capitalista, cuya expresión más clara es el movimiento cíclico de la tasa media de ganancias la cual, después de todo, resume el desarrollo contradictorio de todos los momentos del proceso de producción y reproducción (Mandel, 1975: 3).

    Pero ¿cuáles son estas contradicciones? Todos los autores marxistas coinciden en señalar dos contradicciones principales. La primera es de carácter general, en el sentido de que es aplicable a todos los modos de producción. Es la contradicción entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y las finalidades limitadas de la producción que se deriva de la naturaleza de las relaciones de producción. Tal como ha sido señalado por Richta (1971: Cap. 1), la revolución científico-técnica ha avanzado de tal manera la


  2. Véase Perlo, 1973: Caps. 1 a 3. Samir Amin encuentra semejanzas entre la presente crisis y las de 1840-1850, 1870-1890 y 1914-1948, las cuales, como la presente, también fueron precedidas de movimientos expansivos (Amin, 1974: 9-14). André Gunder Frank también llama la atención acerca de estas similitudes, pero particularmente señala la de 1873 y 1895 que fueron testigo del nacimiento del capitalismo monopolista y del imperialismo (Gunder Frank: 1974: 1). Un punto de vista aparentemente contrario es el que adelanta Furtado quien señala que “La inestabilidad que se manifiesta actualmente guarda poca relación con la inestabilidad cíclica del pasado” debido a que, contrariamente a las depresiones anteriores, las perturbaciones actualmente se generan en el plano internacional y procuran controlarse en lo nacional, ya que es en ese plano donde existen mecanismos de control efectivo (Furtado, 1975: 13-20).

  3. Para un análisis más detallado de las características de la crisis, véase Amin, 1974; Gunder Frank, 1974; Mandel, 1975: 3-26; Quijano, s/f; Córdova, 1975: 13-56; Editores de Monthly Review, 1975a: 1-13; Boddy y Crotty, 1974: 1-17; Perlo, 1973; Kolko, 1974; Furtado 1975; Barros de Castro, 1975: 7-33.



automatización de procesos que no solamente ha afectado considerablemente todos los aspectos de la producción, sino que está llegando al punto en que los aspectos subjetivos del proceso de trabajo han comenzado a tener mayor importancia que los objetivos y está cambiando el significado de las materias primas, no solo en tanto estas son cada vez más producto del hombre y no de la naturaleza, sino que como objetos de trabajo juegan un papel activo en la automatización.

Obviamente, los procesos productivos de las sociedades capitalistas más avanzadas están aún lejos de llegar al punto en el cual pueda decirse que un desarrollo tal de las fuerzas productivas es una característica general del sistema. Sin embargo, hay ciertos sectores y ramas de la producción en los cuales la aplicación de la ciencia y de la tecnología ha alcanzado el punto en el cual puede decirse que el proceso de producción deja de ser, en forma significativa, una interrelación entre trabajo vivo y trabajo acumulado; esto es, un estadio en el cual se ha alcanzado la casi total automatización, en el sentido de que las máquinas productoras son controladas por otras máquinas y el papel del trabajo se reduce a la mera supervisión. En estas condiciones


el robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. (Marx, 1972: 228-229, énfasis propio)

Esta antítesis apunta al hecho de que el tiempo de trabajo en su forma necesaria es disminuido, al mismo tiempo que el trabajo superfluo se convierte en una condición para él necesario. En otras palabras genera una contradicción la cual puede sintetizarse de la siguiente manera:


Por un lado [el capital] despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. (Marx, 1972: 229)

Obviamente, pues, mientras bajo el impulso del principio de automatización se induce el cambio de un modelo de crecimiento extensivo a uno intensivo (uno en que aumenta la productividad integral), cambiando cualitativamente los medios de producción y de trabajo (Richta, 1971), más se agudiza la contradicción señalada: por una parte, crear



tiempo disponible y, por otra, convertirlo en excedente de trabajo, de lo que resulta una crisis de sobreproducción, interrumpiéndose el trabajo necesario “porque el capital no puede valorizar plustrabajo alguno” (Marx, 1972: 232).

No obstante, debido a que el sistema capitalista se desarrolla en forma desigual, existen otras ramas de la producción bastante más atrasadas y como los medios de producción continúan siendo propiedad privada, el capitalismo puede entonces continuar extrayendo plusvalía de las ramas automatizadas, bien realizándolas en otras

ramas menos avanzadas y valorizándolas en el resto del circuito de acumulación, bien mediante la conversión del tiempo de trabajo disponible

en tiempo de trabajo necesario, parte del cual puede entonces ser apropiado como excedente de trabajo. Esto permite matizar los efectos de la contradicción mitigando así la crisis que ella genera. Sin embargo, puede decirse que


el capitalismo estaría ingresando en un período de limitaciones crecientes a la producción de valor y de apropiación de plusvalía, lo que no por estar aún referido a algunos núcleos avanzados del sistema deja de ser menos fundamentalmente significativo para el destino ulterior, de este modo de producción. En consecuencia, esta situación está pasando a ser el basamento último de la crisis actual del capitalismo. (Quijano, s/f: 9)

Córdova ha señalado otro aspecto de esta contradicción fundamental entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y los fines limitados de la producción debido a la apropiación privada de las fuerzas productivas. Se trata de que la producción se orienta principalmente hacia los estratos sociales que tienen un mayor estándar de vida y los patrones de consumo más refinados, lo que a su vez acarrea un creciente desperdicio, tipificado en la obsolescencia planificada y en la producción de servicios socialmente inútiles, incluyendo la producción de armamentos (Córdova, 1975: 40).

Como Estados Unidos es hoy en día la sociedad capitalista más avanzada, es por tanto lógico que sea allí donde se manifiesten con mayor agudeza las consecuencias de la contradicción antes mencionada. Desde los problemas de estanflación, desempleo, crisis políticas internas, delincuencia, problemas urbanos, hasta los movimientos anticultura, alcoholismo, drogadicción y, en general, el deterioro de la calidad de la vida4.

La segunda contradicción fundamental es específica del modo de producción capitalista y se deriva del creciente carácter social de la producción, el cual entra en contradicción con el carácter privado de su apropiación por parte de la burguesía. En páginas anteriores se señaló que una de las características centrales del impresionante crecimiento de Estados


4 Todos estos problemas han recibido considerable atención tanto por parte de académicos, como por los medios periodísticos. Los problemas son tan agudos que basta con tomar al azar cualquier número de alguna de las principales revistas norteamericanas (Time, Newsweek u otras) para encontrarse con informes sobre actividades ilegales de agencias del gobierno (CIA), crisis política interna (Watergate), caos de las ciudades (Nueva York), crimen y delincuencia (Mafia) y otros problemas igualmente agudos.



Unidos y, en menor grado, de Europa y Japón durante la segunda posguerra, fue la creciente internacionalización del capital. Dicha internacionalización fue consecuencia de la tremenda acumulación de capital inducida por: primero, la derrota del movimiento obrero por los movimientos nazifascistas y luego por los social-demócratas; segundo — para Estados Unidos—, la segunda guerra mundial y, tercero, a lo largo de todo el período, por el incesante crecimiento de las fuerzas productivas como consecuencia de la revolución científico técnica.

La internacionalización de la producción es una obvia expansión del carácter social de la producción, la cual se necesita a fin de avanzar el proceso de la acumulación de capital y de su reproducción ampliada. No obstante, como se apuntó también anteriormente, tal ampliación del carácter social de la producción fue principalmente llevada a cabo por las compañías trasnacionales, las cuales cada vez más concentraron el capital tanto en un sentido vertical como horizontal. Naturalmente, el proceso de trasnacionalización del capital no se redujo a la esfera productiva, sino que abarcó todas las actividades económicas, desde el proceso de circulación de mercancías hasta el financiamiento. Una de las consecuencias más notorias ha sido el estímulo de ciertas fuerzas desestabilizadoras y en particular la inflación (Kolko, 1974: Cap. 2; Furtado, 1975: 9-26).


Inflaccion

En efecto, como lo ha mostrado recientemente Mandel (1975, passim), a fin de superar la tendencia a la sobreproducción generada por la incesante acumulación de capital y por lo tanto satisfacer la necesidad para aumentar la plusvalía, la política crediticia fue llevada casi hasta sus límites (Editores de Monthly Review, 1975b, passim). En un primer momento la creación de dinero generó una inflación moderada, lo cual efectivamente contribuyó a posponer la crisis de sobreproducción. No obstante, la utilización de este expediente a la larga condujo a la sincronización del ciclo industrial con el ciclo crediticio:


La combinación de la creación inflacionaria de dinero para mitigar la crisis y la creciente competencia en el mercado mundial le da al ciclo industrial en la primera fase “expansionista” del capitalismo tardío, la forma particular de un movimiento entrelazado con el ciclo crediticio. (Mandel, 1975: 13).

Una primera consecuencia de esta sincronización de los ciclos industrial y crediticio es la disminución de la posibilidad de contrarrestar las crisis tanto dentro como entre los países capitalistas avanzados, ya que se reduce la efectividad de ciertos instrumentos de política económica y se reduce la oportunidad de balancear la crisis en un país mediante el boom en otro. Otra consecuencia es que los sobregiros de las empresas capitalistas, al continuar creciendo, se trasformaron en un importante factor en la creación de dinero inflacionario lo cual, unido a otras fuentes inflacionarias, llevaron la inflación a las altas tasas que están experimentando hoy en día los países capitalistas avanzados.

En el caso de Estados Unidos, debido al impacto negativo que esa inflación acelerada

tuvo sobre las exportaciones, se continuó deteriorando la balanza de pagos, la cual, como es



ampliamente conocido, estaba ya bastante afectada por la creciente competencia comercial de los otros países capitalistas avanzados y por los altos gastos militares en el extranjero, necesarios para mantener a los países subdesarrollados dentro de la periferia capitalista y para continuar garantizando la seguridad de la zona de equilibrio. Lógicamente, ese continuado déficit en la balanza de pagos tenía que terminar amenazando la paridad del dólar-oro a una tasa de cambio fija. Como se mencionó anteriormente, por muchos años los principales capitalistas europeos, con la excepción de la Francia de De Gaulle y de Japón, aceptaron los excedentes en contra de Estados Unidos, sin exigirle que se les pagara en oro. Estos aparentes esfuerzos “cooperativos” entre burguesías y Estados que competían cada vez más intensamente se explica por una variedad de razones. En primer lugar, porque el principal componente de las reservas centrales de esos países era el dólar, por lo que una devaluación del mismo los afectaría negativamente. En segundo lugar, porque las naciones europeas y Japón, que tienen una alta tasa de exportación, se verían seriamente afectadas por una devaluación de la moneda clave del sistema capitalista mundial. En tercer lugar, porque después de todo Estados Unidos continuaba siendo la “sombrilla” protectora de la seguridad europea y japonesa frente a la amenaza socialista. Finalmente, porque uno de los más grandes productores de oro del mundo es la URSS, la cual obviamente se beneficiaría de cualquier incremento del precio del oro, lo que seguramente le permitiría acelerar su desarrollo económico (Perlo, 1973: 184-185) y mejorar así su posición relativa en el mundo.

No obstante la continuada influencia de las presiones inflacionarias condujo a una progresiva disminución de la capacidad competitiva de las mercancías norteamericanas, lo que a su vez significó una reducción de la demanda de dólares por parte de la burguesía internacional, exceptuando quizás para la compra de bienes de capital. Así, como lo ha señalado Mandel (1975: 17-20), la contradicción entre la necesidad de tener una moneda inflacionaria para contener la tendencia recesiva del ciclo industrial estadounidense y el papel del dólar como moneda internacional, el cual requiere un máximum de estabilidad, finalmente terminó por socavar al sistema monetario internacional creado hacia finales de la guerra en la conferencia de Bretton Woods.


La competencia interimperialista

Otro efecto importante de la contradicción entre el creciente carácter social de la producción, mediante la internacionalización del capital y la creciente concentración de su apropiación por parte de la burguesía, actuando a través de las compañías trasnacionales, es la agudización de la competencia interimperialista. En páginas precedentes se señaló la necesidad que tuvo la burguesía norteamericana de fortalecer a las burguesías europea y japonesa de la posguerra. También se mencionó que, después de un primer momento, la competencia de las empresas radicadas en Europa y en Japón, las cuales habían aprovechado las oportunidades de inversión y de comercio que se le ofrecían en el mundo, incluyendo en los países socialistas, pronto comenzó a tener efectos negativos sobre la economía norteamericana. En los párrafos anteriores se mencionó que el proceso



inflacionario que se desató en Estados Unidos tuvo mucho que ver con el debilitamiento de

su capacidad competitiva, pero como acertadamente lo señala Mandel:


Simultáneamente, la ley de desarrollo desigual continuó prevaleciendo, determinando un cambio en la correlación de fuerzas internacionales en la competencia interimperialista. El imperialismo norteamericano está gradualmente perdiendo su posición de liderazgo en materia de productividad con relación a sus rivales europeos y japoneses. Su participación en el mercado mundial está declinando. En la actualidad intenta hacer retroceder esta tendencia secular mediante el aumento de las exportaciones de capital hacia sus rivales imperialistas e incrementando la centralización internacional del capital mediante la adquisición sustancial de la propiedad de capitales dentro de las economías de sus competidores. Pero al largo plazo la más rápida acumulación de capitales en Europa Occidental y Japón — en condiciones de una acelerada devaluación del dólar— inevitablemente significa una mayor exportación de capitales de Europa Occidental y de Japón hacia Estados Unidos que la exportación de capitales norteamericanos en la dirección opuesta. El imperialismo norteamericano ha tratado de salvarse a sí mismo de sus dilemas, ejerciendo lo que hasta ahora han sido presiones exitosas sobre sus rivales para que revaluaran sus monedas, pero esto, al final, solo puede conducir a una más acelerada exportación de capitales europeos y japoneses en comparación a la norteamericana. (Mandel, 1975: 15)

No obstante, no debe hacerse demasiado énfasis en el relativo debilitamiento de Estados Unidos como una gran potencia, no solo porque continúa siendo, por un amplio margen, la economía más avanzada y poderosa del mundo, sino también porque la internacionalización del capital principalmente significa capital controlado por la burguesía norteamericana. Ciertamente, el capital no tiene nacionalidad y la burguesía busca satisfacer antes sus propios intereses privados que sus compromisos nacionales. Sin embargo, uno no debe olvidarse de que otro efecto importante del proceso de acumulación de la posguerra ha sido el incesante incremento del papel del Estado en la economía5 lo cual, por supuesto, le da muchos recursos para actuar en caso de necesitarlo6. Las acciones tomadas por Estados Unidos, en coincidencia con las compañías petroleras, en relación a la crisis energética, revelan la enorme capacidad de maniobra que tiene Estados Unidos. Los objetivos de la contraofensiva norteamericana, según Amin, serían los siguientes:


  1. Debilitar a Europa Occidental y a Japón para restablecer la situación previa a la crisis monetaria internacional;


  2. Atraerse a los países subdesarrollados, los cuales en su conjunto resultarían

    beneficiados por el aumento de los precios del petróleo y de las materias primas


    5 Véase Poulantzas, 1976: 39-83.

    6 Robin Murray (1971) argumenta que la internacionalización del capital ha debilitado al Estado-nación. Este punto de vista es refutado por Bill Warren (1971: 83-88).



    (veremos más adelante cómo este análisis debe ser modificado) y por tanto disminuir la influencia de Europa y Japón, lo cual hace que Estados Unidos se coloque en una mejor posición para desarrollar la estrategia 1984-A7 para su propio beneficio.


  3. Fortalecer la alianza con la URSS ya que como este país esmás autosuficiente que Europa y Japón, no es negativamente afectado por el incremento de los precios de las materias primas; por el contrario, probablemente se beneficiará de ello en vista de la perspectiva de exportar más y más de ese tipo de materias hacia el oeste a fin de poder importar tecnología avanzada. De este modo, la URSS ha sido forzada a jugar el papel de ser un ilustre seguidor de la estrategia norteamericana. (Amin, 1974: 23)

Tal estrategia ciertamente le ha traído algunos beneficios a Estados Unidos y particularmente a las compañías petroleras en la dirección esperada, pero también ha contribuido a incrementar las tensiones interimperialistas, lo cual —en vista de las inesperadas decisiones de política adoptada por la OPEP y la solidaridad que ha mostrado esta organización en la defensa de los intereses de los países subdesarrollados productores de otras materias primas— ha impedido que las naciones consumidoras adopten políticas más efectivas en contra de la OPEP8.


Desarrollo desigual en la zona de equilibrio

Además de los factores arriba mencionados, puede decirse que la unidad europea ha sido adicionalmente amenazada por la trasnacionalización del capital. Estos factores, en su conjunto, determinan un desarrollo desigual de los países que componen la zona de equilibrio impidiendo avances más definidos de la Comunidad Económica Europea. En relación a esto último el obstáculo más obvio con que se encuentra el proceso unitario europeo, es el relativo menor desarrollo de los países ubicados en el sur de Europa. Así, pueden distinguirse tres fuentes principales de tensiones. La primera encuentra un ejemplo en la proverbial quisquillosidad de Francia con respecto a la política agrícola de la Comunidad Económica Europea, lo cual no es sino una expresión del mayor atraso agrícola y de ciertos sectores de la industria de los países del sur con respecto a los del norte. Ello significa que esos Estados tienen que tomar en consideración los intereses de aquellos sectores de la burguesía que se oponen a una política que solamente beneficie a las gigantescas corporaciones modernas. Teniendo como trasfondo estas tensiones dentro de la clase hegemónica, está una segunda fuente de conflicto que es el temor francés de que


  1. El autor se refiere aquí a una de las dos alternativas que, según él, tendría que seguir el capitalismo en el necesario reordenamiento de la división mundial del trabajo, requerido para superar la actual crisis de acumulación. La estrategia 1984- A, llamada así en honor a George Orwell, implica que el centro se reserve para sí el desarrollo y operación de las nuevas industrias avanzadas o sectores lanza de la economía y deje a la periferia el conjunto de empresas industriales “clásicas”. Véase Amin, 1974: 17-22.

  2. Véase Sosa Pietri, 1974; y Stuurman, 1974. Más adelante se harán algunos comentarios adicionales

    sobre este asunto.



    Alemania se convierta en la nueva gran potencia europea. Como se señaló anteriormente, esto explica sus intentos de buscar un mayor acomodo con Gran Bretaña e Italia a fin de crearle un contrapeso a

    Alemania. Una tercera fuente de conflicto, que al corto plazo resulta ser más peligrosa, la constituyen los cambios políticos que están teniendo lugar en el flanco sur de los países de la OTAN. En efecto, los problemas entre Grecia y Turquía, que no parecen tener una solución fácil, pueden ser considerados como una espina atravesada en la garganta de la zona de equilibrio capitalista; pero las inclinaciones izquierdistas del Movimiento de las Fuerzas Armadas Portuguesas, ya aparentemente controladas, se consideró como una amenaza potencial mucho mayor, porque ello abriría la posibilidad de que un país de la zona de equilibrio capitalista se haga prosoviético lo cual, por supuesto, cambiaría enormemente la correlación de fuerzas con el bloque soviético. De la misma manera, ya no es impensable la hipótesis de que una coalición socialista-comunista suba al poder en Francia e Italia, como lo demuestran los resultados de las elecciones francesas de marzo de 1973 y las elecciones regionales y locales italianas de junio de 1975, las cuales aumentan la posibilidad de que el partido comunista italiano realice el llamado “compromiso histórico” de compartir el poder con el actual u otro gobierno. Finalmente, la burguesía internacional ve con cierto temor lo que está pasando en España después de la muerte de Franco, en particular por el auge que están tomando los movimientos de masas.

    Las perspectivas resultantes de que gobiernos prosocialistas asuman el poder en Europa deben examinarse en cada contexto específico; sin embargo, en términos generales puede predecirse que las repercusiones políticas serían bastante menores que lo que podría esperarse de un gobierno prosocialista en otras partes del mundo. En efecto, fueron notorios los esfuerzos que hicieron los militares portugueses izquierdistas para reafirmar sus lazos con la OTAN y declarar el carácter nacional y sui generis de la revolución aunque ello no les sirviera de mucho para detener la contrarrevolución. En el caso de Francia, si una coalición socialista-comunista subiera al poder, tendría que resolver los innumerables problemas internos que existen entre los dos partidos lo cual, dada la gran heterogeneidad interna de la coalición, probablemente los llevaría a evitar a toda costa la agudización de los conflictos con otras fuerzas sociales (nacionales e internacionales), cuyo efecto podría ser el de la ruptura definitiva de la frágil alianza comunista-socialista. Tampoco habría que descartar que las fuerzas contrarias aprovechen esas fisuras para desestabilizar al gobierno. Más aún, si se juzga en base al programa de gobierno presentado ante el electorado francés en junio de 1972, se verifica que las políticas que aplicarían la coalición socialista- comunista estando en el gobierno, no implicaban cambios estructurales tan radicales como para intranquilizar a los vecinos europeos, ni afectar seriamente a la burguesía



    francesa9. Obviamente, cualquier intento comunista de salirse del programa una vez en el poder, podría provocar una ruptura de la coalición. Tampoco habría demasiados nuevos motivos que dañaran las relaciones internacionales de Francia con el bloque capitalista. En primer lugar porque la proyectada retirada definitiva de Francia de la OTAN (Partido Comunista Francés, 1972: 172), no haría sino concluir una situación iniciada por el general De Gaulle a la cual ya más o menos se ha acostumbrado la OTAN. En relación a la Comunidad Económica Europea, ya esta también está acostumbrada a que Francia sea el más incómodo de sus miembros, ya que prácticamente en cada medida que se llega a un acuerdo han tratado tercamente de imponer los puntos de vista que aseguran sus intereses nacionales. Tampoco puede esperarse un cambio muy sustancial de política con respecto a las zonas periféricas del capitalismo. En este sentido habría que recordar las inclinaciones chauvinistas de poderosos sectores del partido socialista, que se mostraron en la actitud que tuvieron con respecto a las guerras de liberación de Indochina y de Argelia. En esas mismas oportunidades la posición del partido comunista distó mucho de ser combativa en favor de los países que libraban las guerras de liberación nacional. Obviamente, ello no quiere decir que Estados Unidos y las otras potencias capitalistas verían con beneplácito un triunfo socialista-comunista. Por el contrario, es muy probable que pongan en práctica toda una serie de mecanismos para estimular la ruptura de la coalición, impedir un nuevo triunfo electoral de la misma o, de ser necesario, estimular los cuadros reaccionarios del ejército francés a que asuman el poder.

    Al igual que en el caso francés, la subida al poder de los comunistas en Italia tampoco implicaría cambios muy sustanciales en la política gubernamental. La siguiente respuesta del líder del Partido Comunista Italiano, Enrico Berlinguer, cuando se le preguntó cuáles serían sus planes en caso de que estuviera en el poder, es muy significativa en ese sentido:

    En primer lugar, al nivel de la política interior habría reformas sociales importantes tales como por ejemplo, vivienda, educación, salud y planificación urbana. Luego presionaríamos para dar un gran paso adelante en la producción agrícola e industrial, basada en la modernización tecnológica. Segundo, y esto es de vital importancia, promoveríamos una limpieza en la vida política, social y judicial italiana. Este fue uno de los principales temas de nuestra campaña electoral —acabar con la corrupción y mal funcionamiento de la administración pública y de los partidos—. Existe un lazo entre el crimen y los desórdenes políticos, y hasta que la corrupción no sea eliminada

    —particularmente en los altos niveles— no podemos esperar grandes cambios a nivel del crimen callejero. (Revista Time, 1975a: 7)


  3. En este sentido hay que recordar que parte de los sectores de servicio, financiero e industrial ya fueron nacionalizados desde los primeros años de la posguerra. Es interesante citar lo que declara el programa con respecto a las nacionalizaciones: “Basta leer el programa común para comprobar que, contra lo que afirma la propaganda reaccionaria, allí no se prevé en absoluto ‘nacionalizar todo’. En efecto la extensión del sector público y nacionalizado solo tocará un número extremadamente reducido de las 700.000 empresas industriales que existen aproximadamente en Francia. El conjunto de este sector ocupará un poco menos de los 2.500.000 asalariados sobre un total de 15 millones con que cuenta actualmente la economía” (Partido Comunista Francés, 1972: 30-31).



En relación a la política internacional que seguirían, en la misma entrevista se pronunció por mantener las actuales relaciones con la OTAN y con el Mercado Común, a fin de no poner en peligro la política de détente entre Estados Unidos y la URSS. Finalmente, al comentar sobre las relaciones con Estados Unidos hizo énfasis en el actual carácter independiente de los partidos comunistas nacionales, del cual el italiano no es una excepción y demandó que Estados Unidos no intervenga en los asuntos internos de Italia. Obviamente, las respuestas dadas a una revista norteamericana como el Time, no es material suficiente para hacer un juicio sobre la política que seguirían los comunistas italianos una vez en el poder. No obstante, estas respuestas guardan una gran consonancia con la conducta del PCI en los últimos años. Por lo tanto, es muy probable que esas respuestas, más que un movimiento táctico, reflejen la orientación general del PCI en los actuales momentos.

Finalmente, aun cuando es cierto que los partidos comunistas europeos han adquirido mayor independencia con respecto a la URSS, esta siempre constituye un importante factor de influencia, por la estrecha relación que existe entre la burocracia soviética y la burocracia de los partidos comunistas. Además, es obvio que ningún partido comunista europeo buscaría a priori una ruptura con su aliado natural y su principal fuente internacional de ayuda económica, política y militar. Así, tanto en los casos de Portugal y Francia, como en el de Italia, es muy probable que la URSS presione fuertemente para que los comunistas actúen con moderación, a fin de no perturbar demasiado la política de détente con Estados Unidos y sobre todo para evitar encontrarse en la difícil posición de tener que abandonar a un país socialista amigo, a fin de no correr el riesgo de una confrontación nuclear con Estados Unidos10. No obstante, ello no quiere decir que la URSS no vea con simpatía una mayor influencia de los comunistas en el poder. A pesar de toda la moderación posible, la realización de esta eventualidad, sobre todo si hay simultaneidad en los casos de Portugal, Francia e Italia, la situación creada no solamente sería problemática para Europa, sino para el mundo entero. El hecho de que tales desarrollos políticos estén ocurriendo en la parte sur de Europa, no deja de estar relacionado con el relativamente menor grado de desarrollo capitalista de esos países. En efecto, ello significa que en dichos países aún no se ha logrado un balance de clases favorable a los sectores más altos de la burguesía — aquellos ligados a las corporaciones trasnacionales—, y por lo tanto no ha sido posible para el Estado actuar tan efectivamente conteniendo la lucha de clases, en países que tienen


10 No es poco realista suponer que, a pesar de la moderación de los programas y posibles políticas del gobierno prosocialista de Portugal y posibles gobiernos de Francia e Italia, Estados Unidos intervenga de la misma manera como lo hizo en Chile, ante la eventualidad de que dichos partidos lleguen al poder. Como lo señaló recientemente John Gittings: “El Dr. Kissinger, al ser preguntado sobre las ‘revelaciones’ referentes a la complicidad de la ClA en el golpe contra Allende, fríamente respondió señalando a un país de Europa Occidental en donde un viraje a la izquierda podría requerir algún día una intervención similar: ‘…Si Italia se hace comunista’, señaló, ‘se criticaría a los Estados Unidos por no haber hecho lo suficiente para salvar a ese país’. Luego indicó que estaba ‘seriamente preocupado porque el fracaso para resolver los problemas económicos del mundo podría conducir a una ruptura del tejido político de Occidente y posiblemente a la toma del poder por los comunistas en algunos países’. (Citas tomadas del lnternational Herald Tribune, 28-29 de septiembre de 1974).” Véase Gittings, 1975: 9.



una larga historia dictatorial, como Portugal, España y Grecia, o una larga tradición de

partidos comunistas fuertes, como Italia y Francia.


El papel del estado

Otro factor que dificulta seriamente el progreso hacia una mayor unidad europea, es el hecho que, debido a la internacionalización del capital a través de las corporaciones trasnacionales, el tradicional lazo entre el Estado y las corporaciones se ha hecho a la vez más complejo y contradictorio. Tal como se señaló anteriormente, debido a que la burguesía tiende a ser más leal a su capital que a su país, la trasnacionalización del capital ha significado que en su incesante búsqueda por obtener mayores ganancias, la burguesía tienda a considerar las fronteras nacionales cada vez más de una manera formal, o simplemente como otra variable en los programas de producción para la maximización de los beneficios. En otras palabras, se ha ido agudizando la contradicción entre el carácter nacional de las políticas estatales y el carácter trasnacional de sus economías. Esta contradicción, obviamente, no tiene solución dentro del actual esquema político de estados nacionales soberanos e independientes. Esto significa que la necesaria coordinación entre la burguesía y el Estado, estará siempre perturbada por los conflictos que genera dicha contradicción. Ejemplo de esto son los numerosos casos en los cuales los gobiernos europeos han contravenido o ignorado disposiciones acordadas por ellos mismos en el seno de la CEE, o también las igualmente numerosas instancias en las cuales las corporaciones trasnacionales, a fin de aprovechar mejores oportunidades de hacer negocios, o para eludir paralizantes disputas laborales, cambian sus operaciones de un país a otro sin prestarle la más mínima consideración a los intereses o compromisos nacionales.

No obstante, a pesar de todos los problemas mencionados anteriormente, es obvio que la CEE ha avanzado significativamente desde que fuera creada. Desde el punto de vista de la política de bloques, uno de sus logros más significativos ha sido el firme restablecimiento de África como su zona de influencia. Una vez que se calmaron las primeras oleadas anticolonialistas, la mayoría de los países africanos cayeron bajo el peso de la relación histórica y establecieron de nuevo estrechos lazos económicos, esta vez de carácter neocolonial, con sus antiguos colonizadores. En esta oportunidad también había que contar con la creciente presencia del capital norteamericano y con los más o menos tímidos intentos por parte de la URSS y de China de establecer lazos más estrechos con algunos países africanos; sin embargo, estos competidores aún no han logrado superar la dominación europea.

Finalmente, para concluir estos comentarios sobre el papel del Estado en las economías capitalistas avanzadas, debe mencionarse que, por encima de todo, el Estado ha sido un importante factor en los esfuerzos hechos para intentar detener la tendencia a caer de la tasa de beneficios. Así, le ha dado salida al problema de la sobreacumulación mediante el incesante aumento de los gastos públicos absorbiendo pérdidas y creando economías de escala, proveyendo adecuada infraestructura industrial, financiando costosos proyectos de investigación y desarrollo, disminuyendo los efectos negativos del desempleo sobre el consumo, mediante el pago de seguridad social y, en fin, actuando como una cámara



de contención de las presiones laborales y, en general, de la lucha de clases. Pero como bien lo ha señalado Mandel, debido a la crisis económica actual, el Estado probablemente tendrá que actuar menos como una cámara de contención —en el sentido de desmontar los antagonismos sociales, seducir e integrar políticamente a sectores claves de la clase trabajadora— y, en una alianza más estrecha con la alta burguesía, tendrá que actuar más abiertamente en contra de la clase trabajadora, permitiendo que se hinchen las filas del ejército industrial de reserva y restringiendo algunas de las libertades del movimiento laboral, particularmente el derecho a huelga; esto probablemente hará que

la lucha por la tasa de plusvalía se coloque en el centro de la dinámica de la economía y de la sociedad, tal como ocurrió en el período que va desde comienzos del presente siglo hasta los años treinta. (Mandel, 1975: 25)

Obviamente, esa tendencia a la acentuación de la lucha de clases puede ser temporalmente suavizada en la medida en que las economías capitalistas avanzadas se recuperen de la actual crisis. En el caso de Estados Unidos parece ser que esta recuperación ya ha comenzado, aunque muy lentamente. Según algunos expertos norteamericanos, es probable que la economía de ese país alcance hacia finales de 1976 los niveles previos a la recesión (1973). Sin embargo, es evidente que la tasa de desempleo tenderá a disminuir mucho más lentamente, hasta el punto que lo mejor que puede esperarse es que la tasa de desempleo descienda al 7 ó 7,5 por ciento hacia finales de 1977 (Revista Time, 1975b: 40-41; y Revista Time, 1976: 31). Según un reciente informe de la OECD, parece ser que las economías europeas también iniciaran su recuperación hacia comienzos de 1976, siguiendo un patrón más o menos similar al de Estados Unidos, aunque con las naturales diferencias que se derivan de las peculiaridades de cada país (Fabra, 1975: 22).

Sin embargo, a pesar de esta aparente recuperación, puede decirse confiadamente que ella está lejos de ser un nuevo punto de inflexión, que dé inicio a una nueva y prolongada era de prosperidad y, por supuesto, mucho menos que signifique la neutralización de las contradicciones fundamentales del capitalismo tardío. En efecto, lo que parece haber sido el motor de la recuperación fue la significativa devolución y reducción de impuestos que entre mayo Y diciembre de 1975 colocó en las manos de los consumidores norteamericanos más de 18 mil millones de dólares (Revista Time, 1975b: 40). Queda todavía por ver si los efectos expansivos de esa medida tendrán una cierta permanencia. Los indicadores publicados para febrero de 1976 eran preocupantes, al menos para un grupo de economistas liberales, quienes pensaban que las perspectivas económicas para 1977 eran las del estancamiento de la recuperación. En particular señalaban que ello ocurriría si el Congreso no modificaba el presupuesto presentado por el presidente Ford en el sentido de cubrir los 28 mil millones de dólares necesarios para permitir un crecimiento normal de los actuales programas de gastos (Revista Time, 1976: 31). De lo anterior puede deducirse que la recuperación experimentada durante el año de 1976, está muy lejos de expresar el cambio en la forma de acumulación capitalista necesario para dar inicio a un largo período de prosperidad. Por tanto mientras no haya indicios más firmes al respecto, es de espera, que se mantengan las tendencias generales antes señaladas.



Crisis en la red de pactos y alianzas

La crítica situación económica del bloque capitalista, la agudización de los conflictos interimperialistas, el “balance de terror” alcanzado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la política de détente y el traslado de los conflictos interbloques a las zonas periféricas han ido minando gradualmente la efectividad de la red de pactos y alianzas que construyó Estados Unidos en el período de formación del bloque capitalista. Particularmente, las guerras de carácter limitado o “irregular”, que se desarrollaron en las zonas periféricas produjeron importantes cambios en la doctrina militar de las potencias capitalistas y en forma muy especial de Estados Unidos, el cual desarrolló toda una teoría sobre la guerra antisubversiva basada, en un primer momento, en las experiencias que habían tenido Francia e Inglaterra y, posteriormente, en las suyas propias. Sin embargo, tanto la doctrina militar antisubversiva, como la creada para hacer frente a un conflicto convencional localizado, de aparente exitosa aplicación en América Latina a comienzos de la década del sesenta, resultaron un fracaso cuando se les aplicó en el Sureste de Asia. En Vietnam fracasaron todas las ideas creadas en torno a la guerra psicológica, la utilización de bombardeos estratégicos para quebrantar la retaguardia, el uso de tropas aerotransportadas, la utilización de “sofisticadas” bombas “antipersonal”, de aparatos electrónicos ultramodernos y de la guerra química limitada. La diferencia entre el caso latinoamericano y el vietnamita estriba en que en esta última área se contaba con un movimiento revolucionario que tenía un amplio apoyo popular, una moral óptima y un apoyo logístico que, aunque rudimentario comparado con el del enemigo, era suficiente para cubrir las necesidades esenciales de los combatientes.

Una primera conclusión que puede extraerse del fracaso norteamericano en Vietnam es que son muy grandes las probabilidades de éxito de una guerra de liberación nacional, aunque se enfrente directamente a una gran potencia, cuando se cuenta con un amplio apoyo popular y con la ayuda necesaria por parte de aliados, bien por estar ubicados en una posición geoestratégica ventajosa, bien porque tienen la capacidad militar de hacerlo.

Una segunda conclusión que puede extraerse de la guerra en Vietnam, como se verá seguidamente, es que los pactos y alianzas concebidos para oponerse a una amenaza concreta, dejan de funcionar cuando se tratan de aplicar en un momento histórico y ante una situación diferente. Así, los pactos de la OTAN, la OTSEA, la OTCEN y ANZUS fueron suscritos en una época en que el poder hegemónico de Estados Unidos era indiscutible dentro del bloque capitalista, el cual se enfrentaba al compacto bloque socialista. También en ese momento Estados Unidos contaba con una superioridad indiscutible sobre la URSS en el campo nuclear. La aviación estratégica de los Estados Unidos constituía una fuerte amenaza para el bloque socialista, pero requería de una serie de bases ubicadas alrededor de los países socialistas. Más aún, el centro de los conflictos se ubicaba en la zona de equilibrio, por lo que el choque amenazaba con ser total, es decir, con envolver al mundo en una confrontación nuclear. Como se ha señalado anteriormente, el desarrollo de la cohetería y el enorme poder destructivo alcanzado por las dos grandes potencias rivales, cambiaron sustancialmente las condiciones estratégicas y políticas que dieron origen a los grandes pactos militares del bloque capitalista. Ya para la década del sesenta Estados



Unidos había comenzado a perder su carácter de poder hegemónico absoluto en el campo económico, el peligro de una confrontación en las zonas de equilibrio parecía remoto y el bloque socialista se encontraba dividido y, por tanto, debilitado. La guerra fría estaba pasando a la fase de coexistencia pacífica o de distensión, al mismo tiempo que continuaba la confrontación, en forma indirecta, en las zonas periféricas. En estas condiciones, la razón de ser de pactos como la OTAN quedaba seriamente en entredicho y los otros pactos que incluían países de la periferia capitalista de Asia y del Medio Oriente, resultaban inoperantes y por tanto incumplidos en la práctica. Así, en la guerra de Vietnam la mayor parte de los países signatarios de la OTSEA no cumplieron con sus compromisos o lo hicieron en forma simbólica, dejando que fuese Estados Unidos quien cargara con todo el peso de la guerra y con las consecuencias del fracaso. Cuando estallaron las hostilidades entre la India y Pakistán, a consecuencia del movimiento independentista de Bangladesh, ninguno de los países miembros ele la OTCEN cumplió con lo acordado en el tratado, ni siquiera Estados Unidos se mostró con gran disposición de socorrer a Pakistán. Además, la nueva situación del Sureste asiático, creada después de la derrota norteamericana en Vietnam, unida al surgimiento de China y al nuevo papel que seguramente jugará el Japón, hicieron que el gobierno laborista de Australia reevaluara la situación, poniendo en entredicho la efectividad de ANZUS.

En el caso de la OTAN, habría que mencionar que la fría indiferencia de los países signatarios ante la participación norteamericana en Vietnam, era una desaprobación táctica de esa aventura. Mucho más significativa, sin embargo, fue la negativa de varios países europeos a que Estados Unidos utilizara las bases existentes en sus territorios, para reabastecer a Israel durante la guerra del Yom-Kippur. Allí ciertamente jugó un papel importante el deseo de no enemistarse con los países árabes, donde están ubicadas sus principales fuentes de abastecimiento de petróleo, pero es obvio también que querían disociarse de Estados Unidos en esta nueva aventura militar.

Más adelante se analizarán algunas de las consecuencias de la política de acercamiento de Estados Unidos con la URSS y con China, así como los posibles efectos de la agudización de las contradicciones entre la URSS y China. No obstante, lo dicho hasta ahora es quizás suficiente para afirmar que ha ido perdiendo vigencia la defensa conjunta del bloque capitalista, con una fuerza multinacional de mando único, dotada de un equipo homogéneo, con una doctrina militar común y sometida a una misma concepción estratégica. Muy probablemente, sin embargo, se mantendrán todavía por bastante tiempo algunos de los aspectos formales de la política militar del bloque, pero es indudable que paralelamente a ellos se irán desarrollando doctrinas militares propias, que resulten más adecuadas para enfrentarse a las alternativas que se le puedan presentar a cada uno de los países en un mundo policentrista, en el cual se está gestando un nuevo equilibrio mundial. Esto, obviamente, no descarta del todo la posibilidad de que en algunos casos especiales se tomen acciones conjuntas.

Es posible que esta situación dé lugar al resurgimiento de los pactos bilaterales en relación a problemas específicos. Como se sabe, esta modalidad que caracterizó al sistema capitalista hasta la segunda guerra mundial, responde mejor a una situación en la cual hay



intereses encontrados debido a la competencia interimperialista. No obstante, la nueva situación creada por la existencia de dos potencias socialistas, seguramente dará lugar al surgimiento de nuevas y más complejas modalidades de acuerdos.

Por último, hay que mencionar también un nuevo factor que muy probablemente influirá en el carácter de los nuevos pactos y alianzas militares. Se trata de los esfuerzos que se han estado haciendo para crear un nuevo sistema de seguridad mundial. Esta idea partió de la URSS cuando, en 1966, sugirió la conveniencia de convocar a personalidades de diferentes nacionalidades europeas para que ejercieran presión sobre los gobiernos de sus respectivos países, a fin de lograr un acuerdo de seguridad que contara con el consenso general de las naciones europeas, haciendo abstracción del campo en el cual se hallen ubicadas. En 1967, esta iniciativa cristalizó en un encuentro entre particulares polacos y belgas; a este siguió otro encuentro efectuado en Viena en 1969 con la participación de 19 países y delegaciones de 11 organismos internacionales. La idea continuó cobrando cuerpo hasta que se estableció, en 1973, un grupo de trabajo integrado por representantes de 35 naciones, con la responsabilidad de preparar el material necesario para realizar una Conferencia de Seguridad Europea. Esta conferencia tuvo lugar en Helsinki a fines de julio de 1975, con la participación de los jefes de Estado o de gobierno de las 35 naciones representadas; entre los resultados de esta conferencia se pueden mencionar la ratificación de las actuales fronteras europeas, pero dejando lugar para que puedan efectuarse “cambios pacíficos en las fronteras”, teniendo en mente una posible reunificación de Alemania y un mayor avance en la integración europea. Un segundo grupo de acuerdos supuestamente permite una mayor libertad de movimiento de personas entre el este y el oeste; un tercer conjunto de acuerdos especifica las condiciones para la notificación previa de maniobras militares, lo cual es llamado eufemísticamente “medidas para crear confianza”; finalmente, se le ofrece a los países del este el estatus de nación más favorecida, a cambio de un acceso más fácil a sus mercados (Revista Time, 1975c).

En conclusión, puede decirse que los cambios que están ocurriendo en el sistema internacional probablemente obligarán a los países capitalistas a estructurar un sistema militar que responda a las nuevas condiciones económicas y políticas mundiales. Este reajuste, sin embargo, será lento porque depende del nuevo equilibrio mundial que se logre. No obstante, es posible prever un retorno a la política militar de carácter nacional. En primer término, porque pese a la pérdida del poder hegemónico absoluto de las dos grandes potencias, ellas continúan teniendo un poderío de tal naturaleza que es prácticamente seguro que individualmente en caso de un enfrentamiento con cualquier potencia —salvo la gran potencia contraria—, saldrían fácilmente victoriosas; al mismo tiempo, es muy probable que puedan derrotar a cualquier coalición susceptible de formarse. Por otra parte, la ventaja que llevan los Estados Unidos y la URSS en materia del desarrollo de armas atómicas y de cohetes es de tal naturaleza que la brecha que separa las posibilidades de desarrollo de las grandes potencias del resto de las naciones, es prácticamente imposible de cerrar. En particular si se toma en consideración el enorme gasto que el intento supondría. Ante estas evidencias, es muy poco probable que alguna de las potencias capitalistas logre alcanzar una fuerza de tal magnitud que le permita enfrentarse a los Estados Unidos; tampoco creemos que sea muy factible que un país



capitalista desarrollado se enfrente a otro perteneciente al mismo sistema y de parecido grado de desarrollo, aun cuando este país tenga un gobierno prosoviético. Lo más que puede esperarse en este caso es que colaborenen las diversas medidas desestabilizadoras que seguramente aplicará la gran potencia.

Esto hace que la nueva concepción nacional de la defensa se oriente a crear una fuerza lo suficientemente poderosa como para evitar la intervención en una guerra contra la voluntad de cualquier país. Esta fuerza disuasiva puede tener una variable atómica como en el caso de Francia; es posible que esta tendencia se generalice en otros países, ya que tanto el costo como la tecnología para desarrollar armas nucleares y sistemas de transporte de las mismas, está al alcance no solo de países desarrollados, sino también de países subdesarrollados como la India. Aun cuando su efecto ofensivo es mínimo —ante los nuevos armamentos de ese tipo— es quizás suficiente como para disuadir cualquier intento agresivo por parte de los países situados dentro del área de acción de su aviación estratégica o de una cohetería de mediano alcance. Sin embargo, la proliferación de las pequeñas panoplias nucleares no es un hecho seguro, ya que también existe la posibilidad de que los países en capacidad de crearlas se decidan a aceptar los tratados que impedirían esta limitada carrera armamentista-nuclear.

La experiencia francesa de crear una fuerza nuclear propia, no ha tenido un éxito político significativo y este ejemplo también puede influir en la autolimitación del armamento atómico. En cambio el desarrollo de la potencia nuclear china, ha fortalecido la posición de ese país ante la URSS e infundió una cierta discreción a la escalada militar norteamericana en Asia, lo que a su vez contribuyó a aumentar su prestigio entre los pueblos asiáticos.

El verdadero interés de las potencias europeas, se centrará en organizar una fuerza de intervención flexible y ágil, capaz de actuar, cuando el caso lo requiera, en cualquier sitio de su zona periférica particular. Esta fuerza no se limitará a la concepción de una guerra antisubversiva, sino que deberá contar con un poder tal que sea capaz de vencer en un tiempo corto a cualquiera de los ejércitos nacionales de los países sometidos a su influencia neocolonialista. La fuerza norteamericana empleada en la intervención efectuada en 1965 en la República Dominicana puede servir de modelo. Para lograr este objetivo se requería una fuerte y móvil armada capaz de trasportar y apoyar las unidades anfibias y de servir de base a la aviación aeronaval encargada de lanzar en paracaídas las tropas aerotrasportadas y de operar en misiones tácticas. Para solucionar las dificultades que representa una fuerza de esta naturaleza, es posible que se recurra a las bases terrestres de otros países sometidos a la tutela de la potencia metropolitana; ello podría lograrse por medio de tratados militares encubiertos tales como misiones de entrenamiento, así han venido las misiones norteamericanas en América Latina. Esta modalidad tiene la ventaja adicional de asegurar compradores para la lucrativa venta de equipos militares fabricados en las metrópolis.

En los países periféricos, la idea de la defensa nacional se orientará a prever posibles guerras con los países vecinos por razones fronterizas. Este tipo de conflictos se mantienen latentes entre la mayor parte de los países latinoamericanos y africanos, así como en los del Medio Oriente y del resto de Asia. Es probable que esos conflictos sean estimulados



por un mundo policentrista, en el cual los intereses particulares de las potencias pueden entrar en contradicciones periféricas, aun cuando estas pertenezcan al mismo campo y que las traten de solventar en forma indirecta fomentando la lucha entre países periféricos vecinos. Por otra parte, en la medida en la cual se ha debilitado la política de bloque y la sujeción a la gran potencia, es más factible que los conflictos congelados vuelvan a recrudecer. Otro factor que también ha de influir en el fortalecimiento de los ejércitos periféricos es la aparición de países que tanto por su ubicación geográfica, potencial económico, como por las facilidades que ofrecen las inversiones foráneas, han hecho que estas afluyan en forma cuantiosa, hasta el punto de ser uno de los elementos vertebrales de su economía. Estos países son utilizados por los intereses metropolitanos para penetrar indirectamente en la economía de las otras naciones ubicadas en la misma zona y también podrían ser empleados como fuerza militar de intervención indirecta, cuando la metrópoli considere oportuno no aparecer en primer plano.


Bibliografía

Amin, Samir 1974 “Verso una nuova crisi strutturale del sistema capitalistico” en Terzo Mondo, Año VIl, Grupo IV, Nº 24-25, junio-septiembre, pp. 9-14.

Barros de Castro, Antonio 1975 “A crise atual a luz da evolução capitalista do após- guerra. Notas para discussão” en Etudos CEBRAP, enero-febrero-marzo, pp. 7-33.

Boddy, R. y Crotty, J. 1974 “Classes conflict, Keynesian policies and the business cycle”

en Monthly Review, Vol. 26, Nº 5, octubre, pp. 1-17.

Córdova, Armando 1975 “La crisis del capitalismo consumista” en Nueva Ciencia, Año 1, Nº 1, enero-abril, pp. 13-56. Editores de Monthly Review 1975a, Vol. 26, Nº 11,

abril, pp. 1-13.

Editores de Monthly Review 1975b “Banks: skating on thin ice” en Monthly Review,

Vol. 26, Nº 9, febrero.

Fabra, Paul 1975 Le Monde, 1 de julio, p. 22.

Furtado, Celso 1975 “Una interpretación estructuralista de la ‘crisis’ actual del capitalismo” en Estudios internacionales, Año VIII, Nº 30, abril-junio, pp. 13-20.

Gittings, John (comp.) 1975 The Lessons of Chile (Londres: Spokesman Books / Transnational lnstitute).

Gunder Frank, André 1974 “World crisis and Latin American international options”, ponencia presentada en el simposio “Latin America in the international system”, The Royal Institute of international Affairs, 1 de mayo, p. 1.

Kolko, Joyce 1974 America and the Crisis of World Capitalism

(Boston: Beacon Press).

Mandel, Ernest 1975 “The industrial cycle in late capitalism” en New Left Review, Nº 90, marzo-abril, pp. 3-26.

Marx, Karl 1972 Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (México: Siglo XXI) T. II.



Murray, Robin 1971 “lnternationalization of capital and the nationstate” en New Left Review, Nº 67.

Partido Comunista Francés 1972 Programme commun de gouvernement du Parti Communiste Français et du Parti Socialiste, 27 de junio, pp. 30-31.

Perlo, Victor 1973 The Unstable Economy: Booms and Recessions in the US since 1945 (Londres: Lawrence and Wishart).

Poulantzas, Nicos 1976 Las clases sociales en el capitalismo actual (México: Siglo XXI).

Quijano, Aníbal s/f Imperialismo y clase obrera en América Latina, transcripción

mimeografiada de una conferencia. Revista Time 1973, 12 de marzo, p. 21. Revista Time 1975a, 30 de junio, p. 7. Revista Time 1975b, 7 de julio, pp. 40-41. Revista Time 1975c, agosto.

Revista Time 1976, 16 de febrero, p. 31.

Richta, Radovan 1971 La civilización en la encrucijada (México: Siglo XXI) Cap. 1.

Sosa Pietri, Andrés 1974 Algunas consideraciones en torno a la llamada crisis energética (Caracas: CENDES) mimeografía, agosto.

Stuurman, Siep 1974 “A further comment on the energy crisis” en Monthly Review,

Vol. 26, Nº 5, octubre.

Warren, Bill 1971 “The internationalization of capital and the nation-state: a comment” en New Left Review, Nº 68, julioagosto, pp. 83-88.



Vol 26, N°2


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en junio de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


www.luz.edu.ve www.serbi.luz.edu.ve produccioncientifica.luz.edu.ve