Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.26 No.1 (enero - marzo, 2017): 5-26
Santiago Poy*
Durante la última década, y en contraste con la experiencia neoliberal de los años noventa, la Argentina experimentó una recomposición de varios de sus indicadores socioeconómicos. Sin embargo, diversos autores señalan la existencia de niveles altos de pobreza en términos históricos y de desigualdades estructurales aún en el marco de una activa política estatal en materia laboral y de gasto social. En esta línea, el artículo aborda la evolución y las características de la fuerza de trabajo en condiciones de marginalidad económica bajo dos regímenes económicos diferentes en la Argentina: el ciclo neoliberal (1992-2001) y el post- reformas estructurales (2002-2012). Para ello, se retoman los aportes de la teoría social latinoamericana acerca de la noción de marginalidad, la cual permite inscribir al fenómeno entre los rasgos estructurales del patrón de desarrollo. El artículo adopta una metodología cuantitativa y la evidencia presentada se construye a partir de la Encuesta Permanente de Hogares de la Argentina. La hipótesis es que los mencionados rasgos de “larga duración” del régimen de acumulación se asocian
–si bien ello no agota el fenómeno– a la existencia de un grupo de trabajadores en condiciones de marginalidad económica cuya evolución se mantendría pese a los cambios de políticas macroeconómicas. Los resultados muestran que, si bien la evolución de la marginalidad no fue insensible a los ciclos y a las crisis, su incidencia se expandió y cambió su composición: en los años post-reformas ganaron peso las ocupaciones de subsistencia frente al desempleo tecnológico y estructural que primó en el ciclo neoliberal.
Recibido: 25-07-2016 / Aceptado: 06-11-2016
Universidad de Buenos Aires. Argentina E-mail: santiago_poy@uca.edu.ar
Social Features of Economic Marginality: an Approach to its Evolution in Argentina during Different Economic Regimes (1992-2012).
During the last decade, and in contrast to the neoliberal experience of the 90’s, Argentina had a recovery in its main socio-economic indicators. However, several authors have pointed out the high levels of poverty –in historical terms– and structural inequalities even in a context of an active labor policy and growing public social expenditure. In this vein, the article tackles the evolution and the features of the part of the work force in marginal conditions under two different economic regimes: the neoliberal phase (1992-2001) and the post-reforms (2002- 2012). In order to do this, the article uses Latin American social theory, which binds marginality the economic development pattern together. The article is based in a quantitative methodology and evidence is based in Permanent Household Survey (EPH). The hypothesis is that those ‘long-term’ features of the accumulation regime are associated –even if this is not enough to explain the whole phenomena– to the existence of a group of workers in conditions of economic marginality whose incidence remain despite changes in macroeconomic policies. The article shows that, even if marginality evolution has changed in different periods and during the crises, its incidence expanded and its composition changed: during the post-reforms period, are more relevant the subsistence employments, and during the neoliberal phase the structural unemployment was the key factor.
Durante la última década, la Argentina experimentó una recomposición de varios de sus principales indicadores socio-laborales. De esta manera, se transitó desde un modelo de ajuste estructural orientación neoliberal, que produjo un marcado deterioro socio-laboral
durante los años noventa, a otro de orientación más “heterodoxa” con fuerte crecimiento del empleo (Beccaria y Maurizio, 2012; Salvia y Vera, 2012). Sin embargo, distintos autores han llamado la atención acerca de la persistencia de niveles de pobreza y desigualdad elevados en términos históricos, aún en el marco de una activa política estatal en materia laboral y de un incremento significativo del gasto público social (Arakaki, 2015; Groisman, 2013; Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2014). La explicación de estos fenómenos de “larga duración” implica abordar algunos factores estructurales en el mercado laboral que darían cuenta de la insuficiencia del crecimiento económico y de las propias políticas públicas para asegurar una duradera reducción de las inequidades sociales.
En este sentido, las transformaciones en el modo de funcionamiento de los mercados de trabajo resultan comprensibles a la luz de los procesos de globalización. Entre los principales emergentes se destacan el incremento de la precariedad (Mota Díaz, 2002; Standing, 2011) y la existencia de trabajadores que son pobres pese a tener empleo [in- work poverty] (Fraser et al., 2011). Estos aspectos fueron agrupados por Wacquant (2008) en la noción de “nuevo régimen de marginalidad avanzada”, para señalar la desarticulación de la relación salarial, el incremento de la desigualdad, la metamorfosis del Estado de Bienestar y la segregación espacial. En este trabajo retomamos un uso más específico del concepto de marginalidad, tal como fuera formulado por la teoría social latinoamericana. Esta aproximación permite asociar la marginalidad económica al tipo de desarrollo prevaleciente en la región, caracterizado por un patrón heterogéneo, desigual y combinado (Nun, 1999; Salvia, 2012) que no consigue absorber al conjunto de la fuerza laboral, por lo que una parte de ella, en ausencia de sistemas universales de protección al desempleo, se vuelca a actividades de subsistencia marginales al régimen de acumulación1. Estos rasgos se habrían profundizado a partir de la globalización desde mediados de los setenta (Salvia, 2012).
En esta línea, la hipótesis que organiza este trabajo es que los mencionados rasgos de “larga duración” del régimen de acumulación argentino se asocian –si bien ello no agota el fenómeno– a la existencia de un grupo de trabajadores en condiciones de marginalidad. El estudio de dos períodos con reglas macroeconómicas diferentes permite avanzar sobre las rupturas y continuidades de este fenómeno bajo estas fases. Al respecto, durante los años neoliberales de ajuste estructural, cabe suponer la expansión de la marginalidad económica más asociada al desempleo estructural como resultado de la reconversión productiva y la destrucción de empleos en los estratos de productividad intermedios afectados por la apertura comercial. De igual forma, cabe suponer una expansión particularmente aguda durante la crisis económica de fines de los noventa y comienzos de la nueva década. Por su parte, es posible conjeturar que durante el ciclo post-reformas, en el cual no se registró un cambio estructural de la matriz productiva pero tuvo lugar una renovada importancia del mercado interno y la ampliación de los niveles de empleo, pudo haberse dado una retracción del ritmo ascendente previo, pero sin que ello implique una completa o significativa reversión de la incidencia de la marginalidad económica sobre la estructura del trabajo.
1 Recientemente, algunos autores han revisitado los aportes de la teoría latinoamericana de la marginalidad por su capacidad analítica para entender la dinámica de la desigualdad social. Véanse Auyero (1997), Delfino (2012), Cingolani (2009), Schulze (2013) y especialmente Salvia (2007 y 2012).
Para evaluar esta hipótesis y los cambios verificados en cada período, en este artículo aplicamos una metodología cuantitativa a partir de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que releva el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de la Argentina, para el período 1992-2012. Por una cuestión de disponibilidad de la información y comparabilidad, se utilizaron las bases correspondientes al Área Gran Buenos Aires2.
El artículo se organiza del siguiente modo. La próxima sección reconstruye el debate teórico sobre la noción de marginalidad y su lugar en la teoría social latinoamericana. A partir de una reconstrucción crítica, se plantean las dificultades metodológicas y la propuesta de medición. Una tercera sección caracteriza la evolución del mercado laboral argentino y los principales indicadores socioeconómicos bajo los regímenes neoliberal y post-reformas. La cuarta sección presenta la evolución de la incidencia de la marginalidad con énfasis tanto en la comparación histórica de los sub-períodos estudiados como en el cambio (o continuidad) registrado en los perfiles sociales de esa parte de la fuerza laboral. El trabajo concluye con un conjunto de reflexiones finales sobre la evolución de la marginalidad económica en Argentina.
El concepto de marginalidad ha carecido, desde los inicios de su utilización en las ciencias sociales, de un sentido teórico unívoco. Como señalan Gatzweiler y Baumüller (2014) la permanencia de esta noción pareciera indicar la necesidad de registrar ciertas observaciones que persisten en diferentes países y en distintos momentos históricos3. Sin embargo, tal como indicó Nun (2003: 19), la noción de marginalidad “tienta al uso por su sencillez aparente cuando, en rigor, su significado resulta siempre complejo pues remite a otro que le da sentido: sucede que sólo se es marginal en relación con algo”. Es decir que el concepto de marginalidad debe inscribirse en un esquema teórico que vuelva inteligible aquello que se designa.
El enfoque que Salvia (2007) denomina marginalidad económica, constituyó un aporte en la teoría social latinoamericana en esta dirección. Este enfoque se encuentra asociado principalmente a los trabajos de Nun et al. (1968), Nun (2003 [1969], 1999), y puede contraponerse a las aproximaciones basadas en el paradigma de la “marginalidad
2 Debe señalarse que el Gran Buenos Aires incluye, con variaciones a lo largo del período, a alrededor de un tercio
de la población total del país.
Los primeros usos de este concepto en los países más avanzados se asocian a los trabajos de R. E. Park y E. Stonequist en los años treinta, a partir de la teoría del “hombre marginal”. Como en el caso de América Latina, el análisis de la marginalidad estuvo asociado a los problemas originados por la urbanización.
social” (Salvia, 2007)4. La perspectiva de la marginalidad económica funda el concepto en la relación que se establece entre la marginalidad y el sistema económico, y su premisa básica es la diferenciación entre los conceptos de superpoblación relativa y ejército industrial de reserva.
De acuerdo con Marx, el capitalismo tiene una tendencia estructural a generar excedentes de población, por un mecanismo intrínseco a su propio progreso: el incremento de la composición orgánica del capital (1867 [2008]). En efecto, “cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva” (1867 [2008]: 803. Énfasis original). El incremento de la composición orgánica del capital llevaba a la formación de una población obrera sobrante. Esta sobrepoblación tenía dos funciones en la acumulación del capital: brindar los recursos humanos necesarios para las expansiones súbitas del capital y operar como un límite al incremento de los salarios (1867 [2008]).
Ahora bien, de acuerdo con Nun (2003 [1969], 1999), el capitalismo en general, y de los países de América Latina en particular, tiene un desarrollo desigual y combinado que implica la coexistencia de procesos de acumulación diferenciados. Retomando las ideas originadas en la CEPAL acerca de la heterogeneidad estructural (Infante, 2011; Pinto, 1976) y otros enfoques sobre el desarrollo desigual, este autor señaló la existencia de un sector concentrado dinámico y un sector capitalista competitivo de muy baja productividad. La insuficiente absorción de fuerza de trabajo por parte del capital más dinámico daba origen a la marginalidad o “masa marginal”. Las funciones de los excedentes de población –que, como indicamos, en el caso del ejército industrial de reserva se asocian a la regulación del salario y a la provisión de fuerza laboral en las expansiones súbitas de la acumulación– pasaban a vincularse con el proceso de acumulación tomado como referencia. Los trabajadores marginales pasaron a ser “esa parte afuncional o disfuncional de la superpoblación relativa” respecto del sector hegemónico. “La categoría implica así una doble referencia al sistema que, por un lado, genera este excedente, y por el otro, no precisa de él para seguir funcionando” (2003 [1969]: 87. Énfasis nuestro).
En el debate europeo reciente sobre la “exclusión social” –una categoría ampliamente difundida para tematizar la cuestión social– han reaparecido estos argumentos planteados
Este segundo enfoque se compone de un conjunto de aportes que puso el acento en la cuestión de los roles y los valores sociales internalizados para entender la marginalidad (CEPAL, 1963; DESAL, 1967; Germani, 1972). Fue Germani (1972) quien mejor desarrolló este paradigma al insertar la cuestión de la marginalidad en el “proceso general de transición” hacia la modernización. La transición suponía una “liberación” (o disponibilidad) de grupos sociales desde sus antiguas posiciones, una “movilización” entendida como el cambio en valores y aspiraciones, y finalmente la “integración a las estructuras modernas”, definida como “la participación legítima y aceptada (o no conflictiva) en las estructuras de la sociedad nacional moderna” (1967: 389. Énfasis original). De manera que, si bien no descartó la existencia de otros factores explicativos, Germani subrayó que “el hecho fundamental que genera la marginalidad y su percepción como problema es el carácter asincrónico o desigual del proceso de transición” (1972: 20. Énfasis nuestro).
décadas atrás por la teoría social latinoamericana5. Frente a una diversidad de enfoques alternativos y a la polisemia implícita en el concepto, Byrne (2007: 40) hizo una contribución significativa al ubicar a la exclusión social en términos del ejército industrial de reserva y la población excedente tal como fueran definidos por Marx. Byrne (2007) caracteriza a los “excluidos” como el resultado de un proceso de reconstitución del ejército de reserva en las sociedades post-industriales. En una discusión con Bauman (1998) –para quien los excluidos eran una superpoblación sobrante que no cumplía ninguna función en el capitalismo contemporáneo–, Byrne (2005) enfatizó el papel que éstos juegan al proveer fuerza de trabajo para un capitalismo de servicios en el que el sector que requiere “trabajadores pobres” se encuentra en expansión (2005: 47).
Sin embargo, esta visión de los excluidos fue criticada por Kennedy (2005), para quien la conformación de una sobrepoblación obrera y su rol como ejército industrial de reserva son, desde el punto de vista teórico, dos tendencias distintas cuya operación debe analizarse históricamente. De un modo que remite en diversos aspectos al planteo formulado por los teóricos de la marginalidad económica, este autor enfatiza el hecho de que son diversos los elementos que inciden en el surgimiento de una población sobrante y su papel como ejército industrial de reserva, entre los que se cuenta el grado de desarrollo económico, el conflicto entre las clases, y el rol del Estado (2005: 100). En otros términos, la sobrepoblación relativa puede exceder su función como ejército industrial de reserva en determinados momentos históricos (2005: 102), ya sea por las tendencias intrínsecas del capital como por elementos políticos específicos.
En este trabajo nos aproximamos a la marginalidad económica a partir de la siguiente descripción de Nun:
“[La masa marginal está compuesta por] a) una parte de la mano de obra ocupada por el capital industrial competitivo; b) la mayoría de los trabajadores que se refugian en actividades terciarias de bajos ingresos; c) la mayoría de los desocupados; y d) la totalidad de la fuerza de trabajo mediata o inmediatamente fijada por el capital comercial (…) No cabe duda que una proporción de esa masa marginal –correspondiente a los grupos b), c) y d)– es, a la vez, conceptualizable como ejército de reserva respecto del mercado de trabajo del capital industrial competitivo (…) En otras palabras, este concepto puede usarse en un sentido amplio o restringido. En el primer supuesto constituye su criterio de referencia el mercado de trabajo del capital industrial monopolístico. En el segundo, en cambio, el eje de análisis será el mercado de trabajo del capital industrial tout court.” (Nun, 2003 [1969]: 134-135. Énfasis original).
Una parte fundamental de los desafíos metodológicos derivan de la cuestión de la funcionalidad de la fuerza de trabajo marginal en el contexto de regímenes de acumulación
De acuerdo con Nun (2003), la teoría social europea comenzó a discutir en los años noventa, a partir de la difusión del concepto de “exclusión social”, una temática que el pensamiento social latinoamericano había abordado desde los tempranos años sesenta.
heterogéneos6. La gran relevancia que asumen los sectores de baja productividad y sus eslabonamientos con el sector dinámico (Cacciamali, 2000) suponen que diversas actividades económicas consideradas marginales pueden ser vistas como subsidiarias del capital más concentrado, o ser “funcionales” al proveer bienes baratos a la fuerza de trabajo que se emplea en otras actividades productivas (Bienefeld, 1975). Es por ello que resulta importante modificar el referente para localizar como marginal exclusivamente a aquella porción de la fuerza de trabajo que resulta redundante para un régimen de acumulación heterogéneo, lo cual supone un enfoque más restrictivo en el análisis de la marginalidad.
Por otra parte, si bien la definición de la marginalidad parece remitir a “trayectorias” o a la “acumulación de desventajas” el enfoque seguido aquí propone una mirada transversal que da cuenta de las posibilidades que ofrece el régimen de acumulación para generar o absorber fuerza de trabajo. Es decir, se centra en las “estructuras de oportunidades” que genera el proceso de acumulación y no en quiénes ocupan tales posiciones disponibles (Salvia, 2012). Como señaló Nun:
“Lo que debe quedar claro es que la distinción [entre una parte funcional de la SPR y otra no funcional] es puramente analítica (…) Sin perjuicio de que estudios concretos puedan determinar quiénes tienen una probabilidad mayor o menor de hallar empleo –por razones de sexo, de edad, de educación, de experiencia, de calificación, de vinculaciones, de localización espacial, etc.– aquí se categoriza a las relaciones entre la población excedente y el sistema, y no a los agentes o soportes mismos de esas relaciones” (2003 [1969]: 88. Énfasis nuestro).
En el caso argentino, existen pocos trabajos de abordaje cuantitativo de la marginalidad siguiendo esta tradición teórica7. En el presente artículo continuamos con la metodología propuesta por Salvia (2012) pero introducimos algunas modificaciones a partir de las definiciones de Nun (2003 [1969]). Por ello, para definir a la marginalidad económica nos hemos enfocado en los siguientes grupos:
Desocupados estructurales (larga duración) y desocupados “friccionales” de muy bajo nivel educativo (desempleo tecnológico): se considera que este es un indicador
A este punto se dirigieron algunas de las críticas más importantes que se hicieron al concepto en el momento en que fue formulado. Al respecto, véase Cardoso (2003 [1970]) y especialmente Villavicencio (1979).
Se reconocen otros intentos de medición, como el de Chitarroni (2005) que dio al concepto un carácter longitudinal, al incluir como marginales a desocupados de largo plazo y fuerza de trabajo ocupada que alternó desempleo y ocupaciones frágiles (definidas como cuentapropismo no profesional, ayuda familiar y planes de empleo). Esta metodología es claramente restrictiva y no se deriva de forma clara de la teoría que hemos presentado, por cuanto excluye a la fuerza de trabajo que participa regularmente de actividades de muy baja productividad. Otra propuesta de medición, llevada adelante por Salvia (2012) para los años noventa y más elaborada que la anterior, incluyó dos metodologías. Un primer abordaje incluyó a todos aquellos trabajadores que percibían un ingreso inferior a una Canasta Básica Alimentaria (la cual define la línea de indigencia) y a todos los desocupados, así como a los beneficiarios de planes de empleo. Un segundo método propuesto incluyó a trabajadores indigentes del sector informal de la economía, a los beneficiarios de planes de empleo y a los desocupados de bajo nivel de calificación (Salvia, 2012: 249).
de las dificultades para acceder a un empleo tanto en el sector más estructurado o dinámico de la economía como en el sector microempresario/informal8. A partir de estos criterios se busca definir a aquella parte de la fuerza de trabajo que no cumple una función de “ejército de reserva”, tal como fuera apuntado por Nun en la cita referida más arriba.
b. Trabajadores asalariados o no asalariados del sector de baja productividad (“informal” o microempresario) cuyo ingreso por su ocupación principal se encuentra por debajo del correspondiente a la Canasta Básica Alimentaria (empleos marginales en el sector microempresario). Con la delimitación de este grupo se aspira a definir un sector “refugio”, marginal para el proceso social de acumulación que al mismo tiempo se diferencie del concepto clásico de “sector informal”. El ingreso, en combinación con el tamaño del establecimiento o la ocupación –tomados como criterios de definición del sector informal– actúan como un indicador de la productividad (Tokman, 2000).
c. Los empleos públicos de subsistencia son aquella parte de la fuerza de trabajo que recibe algún tipo de programa con contraprestación laboral por parte del Estado.
MARGINALIDAD | Desocupados estructurales y tecnológicos | Desocupados desalentados (aquellos que dejaron de buscar por no creer poder encontrar), desempleo de 12 meses o más de duración y desempleo friccional (menos de 12 meses) de la fuerza de trabajo con hasta primaria completa. |
Empleos marginales en el sector microempresario | Ocupados en empleos del sector microempresario informal (establecimientos de menos de 5 ocupados para los asalariados y calificación no profesional para los cuentapropistas) cuyo ingreso horario percibido no alcanza para cubrir los gastos alimentarios de una familia tipo (Canasta Básica Alimentaria) | |
Empleos públicos de subsistencia | Ocupados en empleos de indigencia del sector público y beneficiarios de planes sociales de empleo. |
Las definiciones operativas se encuentran en el Esquema 1. Abordamos la evolución de la marginalidad económica en el Área Gran Buenos Aires durante el período 1992-2012, a través de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de
El concepto de sector informal o microempresario alude al “último eslabón” de la heterogeneidad estructural; es decir, es el estrato de más baja productividad de la economía (Infante, 2011: 259). Se trata de una definición que toma en cuenta las características de los establecimientos productivos. Desde la decimoséptima Conferencia de Estadísticos del Trabajo (2003) la OIT realiza una distinción entre el empleo en el sector informal y el empleo informal que incluye los empleos extralegales que puedan existir también en el sector formal. Dado que un término alude a las unidades productivas y el otro a las relaciones laborales, en este trabajo, la informalidad a la que aquí se hace referencia es el empleo en el sector informal, mientras que para aludir a la calidad de tales inserciones se apela a la noción de precariedad (Beccaria, Carpio y Orsatti, 2000; Standing, 2011).
Estadística y Censos (INDEC) de Argentina9. En la próxima sección esbozaremos los rasgos de las dos fases macroeconómicas involucradas y el comportamiento de la marginalidad en cada una de tales fases.
Cuando en los años sesenta y setenta se debatía en América Latina sobre la cuestión de la marginalidad, la Argentina aparecía como un caso de excepción. El modelo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), que se expandió a partir de los años treinta, permitió evitar la conformación de contingentes marginales urbanos de dimensiones similares a los observados en otros países de la región (Llach, 1978). La configuración de una “estructura productiva desequilibrada” (Diamand, 1972) implicó la coexistencia de estratos de productividad diferenciados asociados a la heterogeneidad estructural. No obstante, no sólo esta heterogeneidad era moderada en términos comparativos con otros países de la región (Pinto, 1976) sino que, además, un conjunto de actividades industriales de productividad intermedia aunque sin capacidad exportadora, que prosperó bajo fuertes medidas de protección estatal, demostró una importante capacidad de absorción de fuerza laboral (Llach, 1978; Marshall, 1978).
Este modelo económico entró en crisis a partir de los años setenta, luego de sucesivos “cuellos de botella” originados en una persistente restricción externa (Basualdo, 2010). Los años ochenta fueron escenario de crisis hiperinflacionarias que culminaron con el desmantelamiento del modelo de la ISI. Así, durante los años noventa se inició un ciclo de reformas estructurales más ambicioso en sus objetivos e instrumentos de política que los programas de estabilización que se habían ensayado anteriormente en el marco del Consenso de Washington de inspiración neoliberal (Cantamutto y Wainer, 2013). Luego de implementar una importante reforma del Estado, abrir la economía a través de un cambio de la política de comercio exterior, y proceder a la privatización de empresas públicas, el gobierno argentino instrumentó un régimen de caja de conversión con sobrevaluación cambiaria.
Estos cambios inauguraron una reestructuración global del capital que, si bien dio lugar a un nuevo ciclo de inversiones, tuvo efectos negativos sobre la dinámica laboral. Como se observa en la Tabla 1, entre 1992 y 2001 el desempleo abierto pasó de 7% a 17,4%, mientras que el subempleo (esto es, aquella parte de la fuerza de trabajo que, trabajando hasta 35 horas semanales, desearía trabajar más horas) trepó de 8,2% a 15,6%. Esto tuvo lugar en el contexto de un sostenido incremento de la tasa de actividad, que pasó de 40% a
9 La Encuesta Permanente de Hogares sufrió distintas modificaciones a lo largo de su historia, siendo la más significativa la que tuvo lugar a partir del año 2003, cuando se cambió la modalidad de relevamiento y en el cuestionario pasándose de la EPH “Puntual” (dos relevamientos anuales) a la modalidad “Continua” (cuatro relevamientos anuales y cambios en la estructura de solapamiento muestral). En este trabajo se utilizaron las bases de microdatos correspondientes al mes de mayo de la EPH “Puntual” y del segundo trimestre de la modalidad “Continua” y se llevó adelante un empalme de series cuyos antecedentes se encuentran en la metodología implementada en Salvia, Comas, Gutiérrez, Quartulli y Stefani (2008).
42,5%, como expresión de las necesidades de los hogares y sus estrategias de reproducción. Como resultado de las políticas implementadas, la proporción de la población bajo la línea de pobreza –que se había incrementado a lo largo de los ochenta– pasó de 19,3% a 32,7%.
La reestructuración económica estuvo acompañada de un incremento del empleo no registrado o precario (Beccaria y Maurizio, 2012). Por otro lado, algunos estudios consignaron el cambio de rol del sector informal durante esta década. Hasta comienzos de los ochenta, el importante peso del trabajo por cuenta propia en la estructura ocupacional no fue un proceso asociado directamente con la pobreza: se trataba de un “cuentapropismo satisficer”, caracterizado por la búsqueda de unos ingresos adecuados antes que por la intención de maximizar los beneficios. Este sector comenzó su deterioro en los años ochenta y mostró, durante los noventa, una incapacidad sostenida para actuar de forma contracíclica por un efecto de “saturación” y empobrecimiento durante los años previos (Beccaria, Carpio y Orsatti, 2000; Monza, 2000; Persia, 2010).
1992 | 1994 | 1998 | 2001 | 2004 | 2007 | 2012 | |
Tasa de actividada | 40,0 | 41,0 | 42,2 | 42,5 | 45,9 | 46,1 | 46,2 |
Tasa de empleoa | 37,3 | 36,3 | 36,8 | 35,2 | 39,7 | 42,1 | 42,9 |
Tasa de desocupacióna | 7,0 | 11,4 | 12,9 | 17,4 | 13,6 | 8,5 | 7,2 |
Tasa de subocupacióna | 8,2 | 10,3 | 13,5 | 15,6 | 15,1 | 8,7 | 8,7 |
Población bajo la línea de pobreza (%)b | 19,3 | 16,1 | 24,3 | 32,7 | 42,7 | 27,9 | 24,5 |
Población bajo la línea de indigencia (%)b | 3,3 | 3,3 | 5,3 | 10,3 | 15,2 | 8,4 | 4,5 |
Fuente: Elaboración propia en base a Encuesta Permanente de Hogares del INDEC y Observatorio de la Deuda Social Argentina (2014).
Notas: (a) Refiere al total de aglomerados urbanos relevados por la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC en ese momento / (b) Refiere al Aglomerado Gran Buenos Aires. Fuente 1974-2007: INDEC-MECON / Para 2007- 2012: Observatorio de la Deuda Social Argentina (2014: 57). La información de pobreza e indigencia de 1974-2007 y 2007-2012 no es directamente comparable (por ello las cifras se indican en cursiva). La necesidad de utilizar fuentes alternativas se basa en la falta de confiabilidad de las cifras de pobreza e indigencia presentadas por el Instituto de
Estadística y Censos (INDEC) a partir del año 2007.
El creciente endeudamiento externo y la fuerte dependencia de los flujos financieros internacionales condujeron a la crisis del modelo neoliberal y a la salida del régimen de convertibilidad (Gaggero, Schorr y Wainer, 2014). En el marco de la crisis socioeconómica más profunda de la historia argentina, tuvo lugar una gran devaluación que promovió una sustitución de importaciones favorecida tanto por el abaratamiento relativo del costo laboral frente al capital como por la capacidad ociosa preexistente. Al mismo tiempo, las políticas económicas de carácter más “heterodoxo” aplicadas a partir de entonces se dieron en el marco de un contexto mundial favorable para las exportaciones argentinas,
que permitió sostener el superávit externo y aliviar las presiones de balance de pagos que habían condicionado históricamente el crecimiento económico. De todas formas, de acuerdo con distintos autores, el tipo de crecimiento económico durante el ciclo post- reformas no se tradujo en un cambio sustantivo en el perfil productivo de la economía argentina en relación con la década anterior, en la medida que siguió siendo fuertemente concentrado y muy dependiente de la exportación de commodities (Fernández Bugna y Porta, 2008; Gaggero, Schorr y Wainer, 2014).
Más allá de estas continuidades, uno de los cambios más significativos de la nueva fase macroeconómica en comparación con la anterior tuvo que ver con la recuperación de los niveles de empleo favorecida por los cambios macroeconómicos referidos. En este sentido, la Tabla 1 exhibe que, entre 2004 y 2012, la tasa de desempleo abierto pasó de 13,6% a 7,2%, y el subempleo se redujo de 15,1% a 8,7%. Esto se dio en el marco de una tasa de actividad elevada si se compara con los años noventa (46,2% en 2012). Es decir que si bien no existió un cambio estructural en el patrón de desarrollo, el ciclo post-reformas permitió una amplia absorción de fuerza de trabajo10.
En este sentido, la Tabla 1 también permite observar que la pobreza, que se había incrementado sensiblemente entre 2001 y 2002 por el efecto de la brusca devaluación que siguió a la salida de la crisis de la convertibilidad, tuvo una tendencia a la retracción durante la década post-reformas. Sin embargo, para el año 2012 se mantenía en niveles elevados en términos de su cobertura. Si bien se trata de información no estrictamente comparable, involucraba a 24,5% de la población urbana11.
En este contexto, la próxima sección se dirige a examinar cómo evolucionó la marginalidad económica en dos contextos diferentes: por un lado, en una etapa de reconversión productiva y destrucción de empleos; y, por otro lado, en una fase de fuerte crecimiento económico con importancia del mercado interno y aumento del empleo, aunque con persistencia de niveles históricamente elevados de pobreza por ingresos (Arakaki, 2015).
¿Cómo interpretar las relaciones entre los cambios en el régimen macroeconómico y lo ocurrido con la marginalidad económica? El ciclo de reformas iniciado en los años setenta y profundizado en los noventa indujo una profundización de la heterogeneidad estructural y el desarrollo desigual en la Argentina, al propiciar la apertura al comercio exterior y la
Estas afirmaciones enfatizan el carácter contrapuesto de las tendencias socioeconómicas registradas durante el período. Cabe agregar la expansión del empleo “protegido” (registrado en la seguridad social), la recomposición de los sectores de clase obrera calificada y la recuperación de ingresos durante del período (e.g., Chávez Molina y Sacco, 2015); junto con un aumento de la labor de contralor, por parte del Estado, lo que permitió la reducción de la precariedad laboral (Beccaria y Maurizio, 2012).
Cifras alternativas ofrecidas por el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (2015) señalan para el año 2012 una tasa de incidencia de la pobreza por ingresos de 18,8%.
desregulación de la economía (Salvia, 2012). En esta línea, cabe suponer, de acuerdo a la teoría, un incremento de la generación de posiciones de marginalidad económica. El ciclo más orientado al mercado interno y al crecimiento del empleo que tuvo lugar en el período post-reformas habría operado en sentido contrario, hacia una reducción de la heterogeneidad estructural (Chena, 2010). Pero, como se adelantó, en la medida que no implicó un cambio sustantivo en la matriz productiva, es de esperar que, si bien no se hayan incrementado las posiciones marginales, el propio crecimiento económico no haya bastado para revertir lo ocurrido en la década anterior.
Para dar cuenta de esta hipótesis nos preguntamos: ¿qué ocurrió con la marginalidad económica? ¿Cuál fue su comportamiento bajo dos fases macroeconómicas muy diferentes en términos de la dinámica del empleo y qué relación guarda con la persistencia de la pobreza por ingresos en el caso argentino?
En porcentaje de la Población Económicamente Activa.
1992 | 1994 | 1998 | 2001 | 2004 | 2007 | 2012 | |
Desempleo estructural / friccional de bajo nivel educativo | 3,8 | 5,8 | 11,2 | 12,1 | 10,1 | 5,9 | 3,8 |
Empleos marginales en el sector microempresario | 2,9 | 4,4 | 6,6 | 7,3 | 14,6 | 13,2 | 10,8 |
Empleos públicos de subsistencia | 0,4 | 0,2 | 0,9 | 0,7 | 4,1 | 1,6 | 0,8 |
Total masa marginal | 7,0 | 10,4 | 18,7 | 20,1 | 28,8 | 20,7 | 15,4 |
PEA | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 |
Nota: para los años 1992-2001, se utilizaron los datos de ondas Mayo de EPH-Puntual. Para 2004-2012 se utilizaron datos del Segundo Trimestre de EPH Continua.
La Tabla 2 presenta la incidencia de la marginalidad económica –tal como la definimos operativamente en la segunda sección– sobre el conjunto de la fuerza de trabajo urbana del Gran Buenos Aires, durante los dos períodos político-económicos examinados.
En primer lugar, observamos que durante la fase de ajuste y reformas estructurales, la incidencia de la marginalidad económica pasó de 7 a 20,1% sobre la fuerza de trabajo en el principal aglomerado urbano argentino. Un análisis detallado muestra que, detrás de este fuerte aumento, se esconden al menos dos comportamientos. Por un lado, un incremento del desempleo estructural y friccional de bajo nivel educativo que habría estado asociado tanto a los trabajadores adicionales que los hogares debieron volcar al mercado ante el deterioro de ingresos en los noventa, como a los trabajadores despedidos en los procesos de modernización y reconversión productiva que tuvieron lugar. Por otro lado, se observa un
incremento sostenido de los empleos marginales en el sector microempresario informal. Esta dinámica es consistente con las evidencias presentadas anteriormente acerca del deterioro y saturación de dicho sector durante el período de reformas estructurales. En efecto, diversos estudios han mostrado el despliegue de estrategias domésticas de reproducción en contextos de profundización de la pobreza durante los años neoliberales, así como el empobrecimiento significativo del sector informal urbano de la economía como resultado de las dificultades para enfrentar el nuevo contexto de apertura económica (Persia, 2010; Salvia, 2012).
Al comienzo de los años post-reformas, la marginalidad económica tuvo un crecimiento que se explicó, principalmente, por un incremento de los beneficiarios de programas de empleo. Esto estuvo asociado a la vigencia y amplia cobertura del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados, que procuró paliar los efectos de la devaluación sobre los hogares más empobrecidos durante la gran crisis económico-social que atravesó al país12. De esta forma, en el año 2004, casi 3 de cada 10 trabajadores en el Gran Buenos Aires ocupaban posiciones marginales al régimen de acumulación dominante. A ello contribuyó, en el marco de una caída general de los ingresos, un aumento de los empleos marginales en el sector microempresario informal. Se trata de lo que la literatura ha registrado como una expansión de diferentes actividades de subsistencia durante los años más profundos de la crisis: venta callejera, “changas” (empleos temporarios), pequeña producción mercantil para la subsistencia, etc. (Chávez Molina, 2005; Chávez Molina y Raffo, 2005)13. Entre 2004 y 2007 la incidencia de la marginalidad comenzó su retracción, pasando de 28,8 a 20,7% de la PEA, y lo mismo ocurrió entre 2007 y 2012, cuando volvió a decrecer, pasando de 20,7 a 15,4%. En esta reducción, se destacó principalmente lo ocurrido con el desempleo estructural y con los beneficiarios de planes de empleo. Con respecto al primero de estos elementos, y tal como se discutió en la sección previa, se comprueba la mayor capacidad de absorción de fuerza laboral de un régimen de acumulación más orientado al mercado interno en el contexto de una economía heterogénea o con un patrón de desarrollo desigual. Por su parte, los planes de empleo cambiaron su composición, y las transferencias económicas del Estado a los hogares dejaron de basarse en un paradigma de workfare para pasar al welfare14, lo que también se tradujo en la reducción de esta fracción de la marginalidad económica.
Ya a mediados de los años noventa se había lanzado el programa “Trabajar” que tuvo distintas etapas y llegó a tener 200.000 beneficiarios. Ante la fuerte crisis económico-financiera de 2001-2002, fue reemplazado por el Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados. Este programa llegó a incluir a 2 millones de hogares en todo el país en el año 2003, cuando fue cerrado a nuevos beneficiarios.
Cabe conjeturar que una parte de este incremento puede deberse a la inicial falta de actualización de ingresos que siguió a la devaluación, además de la proliferación de actividades de subsistencia en el nuevo contexto económico.
Los programas de transferencia de ingresos desplegados por el Estado pueden dividirse en aquellos de tipo workfare y de tipo welfare. Mientras que los primeros incluyen a los programas de empleo que exigen una contraprestación, los segundos se vinculan con la promoción social y suelen requerir algún tipo de condicionalidad. Durante el ciclo post-reformas estructurales coexistieron ambos, pero el paradigma pasó de los primeros a los segundos. Algunos programas de empleo mantuvieron su importancia, entre los cuales se destacó el Programa Ingreso Social con Trabajo – “Argentina Trabaja”.
De todas formas, un hallazgo de esta investigación es que el análisis en clave comparativa permite observar que, si bien durante el segundo período estudiado se detuvo la tendencia ascendente de la incidencia de posiciones de marginalidad económica, al término del período duplicaba a la que se verificaba a comienzos del ciclo de ajuste estructural. Al mismo tiempo, se explicaba por factores distintos a los de los años noventa: mientras que en el ciclo neoliberal la marginalidad se debió principalmente al incremento del desempleo, en el período reciente obedeció al mayor peso de los empleos marginales en el sector microempresario informal. En otras palabras, entre ambos períodos tuvo lugar un cambio de composición de la marginalidad económica, la que pasó de estar asociada a una expulsión de fuerza de trabajo en el contexto de reestructuración productiva a la proliferación de empleos que funcionan como “satélites” del proceso global de acumulación de capital y que se asocian a empleos de pobreza extrema15.
¿Cuáles son las actividades económicas en las que se inserta la fuerza de trabajo ocupada en condiciones de marginalidad económica? La Tabla 3 permite observar la estrecha asociación que existe entre las inserciones marginales y las ramas de actividad vinculadas a actividades de “refugio” o subsistencia económica. Se observa que la población ocupada en posiciones de marginalidad económica se empleaba principalmente –a lo largo de los dos períodos analizados– en actividades de servicios y comercio minorista. Entre los primeros, se destaca la participación en actividades del servicio doméstico y una amplia gama de servicios personales, pero también en ocupaciones de transporte. La investigación cualitativa ha dado cuenta de este fenómeno a partir de la descripción de las inserciones laborales de una amplia gama de feriantes, trabajadores ocasionales del comercio, remiseros en empleos precarios, entre otros (Chávez Molina y Raffo, 2005; Pregona, Stefani y Tinoboras, 2007). Pero la Tabla 3 permite observar que, a lo largo de la serie, cerca de 3 de cada 10 trabajadores marginales se desempeñaban también en la industria y en la construcción: se trata, probablemente, de peones de albañil, ocupados ocasionales y trabajadores de talleres de confección textil, que han sido descriptos por algunos autores (cfr. Salvia Ardanaz, 2005). Se advierte una relativa estabilidad entre los años neoliberales y post-reformas en cuanto a la distribución de la fuerza de trabajo en condiciones de marginalidad económica según ramas de actividad. No obstante, puede subrayarse que la rama de comercio minorista incrementó casi 10 p.p. su peso en la marginalidad económica.
Si bien señalamos anteriormente que el enfoque de la marginalidad económica no busca definir a los individuos que son “soportes” de las ocupaciones marginales, resulta adecuado incluir una descripción de esta parte de la fuerza de trabajo. Ello es así debido a que, como señala Salvia, “de acuerdo con la evidencia, los sectores que dominan el nuevo escenario de la marginalidad socioeconómica han acumulado dos o más generaciones de miembros
Estos hallazgos contribuyen alargumento de Salvia (2007) quien, en discusión con las teorías de la modernización, que veían a la marginalidad como un fenómeno “transicional”, postula que se ha pasado a una marginalidad persistente “económicamente asistida”. Esto último se debería a la configuración de un régimen de acumulación crecientemente concentrado que requiere menos fuerza de trabajo en sus actividades más dinámicas.
impedidos de acceder a efectivas oportunidades de movilidad social” (2005: 32)16. Para que esta comparación permita componer una descripción del perfil sociodemográfico de estos trabajadores, se los compara con el quintil más pobre de los trabajadores ocupados.
En porcentajes.
1992 | 1994 | 1998 | 2001 | 2004 | 2007 | 2012 | |
Industria y construcción | 31,5 | 30,6 | 32,2 | 32,0 | 26,1 | 25,8 | 29,5 |
Comercio | 23,9 | 21,2 | 20,0 | 25,2 | 29,7 | 32,3 | 32,6 |
Servicios | 18,7 | 24,3 | 21,6 | 22,0 | 19,6 | 17,1 | 15,4 |
Servicio doméstico | 13,8 | 14,5 | 12,6 | 11,2 | 12,9 | 18,3 | 13,3 |
Otros | 12,0 | 9,4 | 13,6 | 9,6 | 11,7 | 6,5 | 9,3 |
Total masa marginal | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 | 100,0 |
Nota: para llevar adelante este análisis se compatibilizaron los clasificadores de ramas de actividad utilizados a lo
largo del período.
Uno de los primeros elementos relevantes que surge del análisis es que alrededor de 4 de cada 10 trabajadores en condiciones de marginalidad económica eran jefes de hogar (Tabla 4). Esto supone que si bien la mayoría eran trabajadores adicionales o secundarios de los hogares, una parte no desdeñable de la fuerza laboral ocupada en posiciones marginales era, en rigor, quien tenía a su cargo a la unidad doméstica. Al mismo tiempo, se advierte una tendencia incremental en este indicador a lo largo de toda la serie, dado que la proporción de trabajadores marginales jefes de hogar pasó de 38,7% a 42,9% entre puntas del período.
En la Tabla 4 se advierte que el número de perceptores de ingresos (tanto laborales como no laborales) de las unidades domésticas en las que había trabajadores marginales tendió a variar de acuerdo con el ciclo económico. En los años neoliberales, tuvo lugar una retracción del número de perceptores, que marchó a la par de lo ocurrido con los ingresos. De acuerdo con la literatura, este comportamiento fue característico de la década de reformas: los hogares no pudieron incrementar de manera significativa sus perceptores de ingresos pese a un escenario de caída del poder adquisitivo (Poy, Vera y Salvia,
Por su parte, investigación cuantitativa reciente para el caso argentino muestra evidencias acerca de las tendencias de la movilidad laboral de la población marginal. De acuerdo con Vera (2015: 104), “la intensa y permanente articulación entre situaciones de desempleo, inactividad por desaliento, percepción de planes de empleo y la inserción en la informalidad da cuenta de la conformación de un núcleo duro de marginalidad que difícilmente logre alcanzar empleos de calidad e ingresos suficientes para el proceso de reproducción social”.
2015). En los años post-reformas estructurales, en cambio, se advierte que las unidades domésticas en las que había trabajadores en condiciones de marginalidad económica pudieron aumentar su número de perceptores de ingresos, a lo cual contribuyó tanto la ya mencionada recuperación del mercado de trabajo cuanto una expansión del sistema de transferencias económicas por parte del Estado. Al respecto, las capacidades de captación de ingresos de los hogares donde hay trabajadores marginales y los del conjunto de los trabajadores más pobres no exhiben diferencias significativas.
1992 | 1994 | 1998 | 2001 | 2004 | 2007 | 2012 | ||||||||
TM | Q1 | TM | Q1 | TM | Q1 | TM | Q1 | TM | Q1 | TM | Q1 | TM | Q1 | |
Jefes de hogar (%) | 38,7 | 52,3 | 37,2 | 51,7 | 39,0 | 52,1 | 38,5 | 52,0 | 41,0 | 52,5 | 40,8 | 51,5 | 42,9 | 51,0 |
Promedio de perceptores por hogar | 2,1 | 2,2 | 2,1 | 2,2 | 2,0 | 2,2 | 1,9 | 2,1 | 2,0 | 2,2 | 2,2 | 2,3 | 2,2 | 2,3 |
En hogares con presencia de menores de 10 años (%) | 48,4 | 40,8 | 43,4 | 39,1 | 43,7 | 38,0 | 45,8 | 37,9 | 43,0 | 37,5 | 45,5 | 38,2 | 41,0 | 38,6 |
Promedio de edad | 35,6 | 37,9 | 36,2 | 38,0 | 37,7 | 38,8 | 38,9 | 39,1 | 37,9 | 39,8 | 39,3 | 40,0 | 38,0 | 40,4 |
Mujeres (%) | 43,1 | 35,8 | 45,8 | 36,5 | 44,5 | 38,5 | 42,0 | 39,3 | 52,0 | 42,1 | 53,3 | 41,6 | 46,7 | 42,5 |
En hogares con hacinamiento (%) | 18,0 | 8,4 | 16,2 | 7,9 | 14,1 | 7,1 | 17,0 | 8,5 | 16,5 | 9,9 | 14,5 | 7,7 | 14,8 | 7,9 |
Nota: el quintil más pobre surge de la distribución del ingreso por la ocupación principal descartados los ingresos cero
Si consideramos la presencia de menores de 10 años como un indicador del ciclo vital del hogar, es posible observar que, en general, la fuerza de trabajo en condiciones de marginalidad habita en hogares de ciclo más joven, esto es, en los que suele haber menores con mayor frecuencia. Esto supone no sólo mayores requerimientos económicos y de cuidado, lo que supone la necesidad de arreglos laborales más “flexibles” y estrategias domésticas que permitan afrontar las responsabilidades familiares. Por lo demás, existen sobradas evidencias de que el Estado argentino no garantiza condiciones de acceso suficientes –en cantidad y calidad– para el cuidado de niños/as, lo que afecta particularmente a familias numerosas y de bajos recursos (Tuñón, 2015).
Estos hallazgos son consistentes cuando se consideran diferencias por género y edad de los trabajadores marginales. Si se toma al conjunto de los trabajadores pobres como parámetro de comparación, se advierte que los trabajadores en condiciones de marginalidad económica tienden a ser más jóvenes que aquellos y que tal tendencia se mantiene en el tiempo. Es posible conjeturar que, así como a nivel agregado los jóvenes muestran una propensión a la precariedad laboral más alta que los adultos, aquellos que provienen de
familias que han permanecido en empleos en el sector informal reproduzcan con mayor frecuencia inserciones en ocupaciones marginales. Cuando se considera el género, observamos que más de 40% de los trabajadores marginales, a lo largo de toda la serie, son mujeres. Se advierte, en este sentido, una mayor “feminización” de los trabajadores marginales en relación a los ocupados del quintil más pobre. En América Latina se encuentran evidencias acerca de un proceso general de feminización de la exclusión social (Pérez-Sáinz y Mora Salas, 2006). Las mujeres se encuentran particularmente expuestas a las desigualdades en el mercado laboral, no sólo en términos del tipo de ocupaciones que cubren, sino también en relación con las remuneraciones y los empleos de calidad. En este sentido, esta “feminización” de la marginalidad estaría dando cuenta no sólo de tal desigualdad a nivel global, sino de algunos aspectos ya analizados: en particular, el hecho de que una parte de los trabajadores en condiciones de marginalidad son ocupados “secundarios” –papel típicamente relegado a las mujeres según el momento del ciclo familiar– y en actividades como el servicio doméstico o el comercio.
Por último, tomamos en cuenta la situación de hacinamiento (esto es, residencia en hogares en los que viven tres o más personas por cuarto habitable), para aproximarnos a las condiciones de vida de los trabajadores marginales. Al respecto, observamos que estos trabajadores más que duplican los niveles de hacinamiento del quintil más pobre de los ocupados. Si bien esta situación de desventaja se mantuvo entre 1992 y 2012, se advierte una clara mejoría hacia el fin de la serie. Esto se puede deber tanto a un incremento del bienestar como a un cambio de la composición interna de los trabajadores en condiciones de marginalidad económica.
A lo largo de la última década, la Argentina logró recomponer algunos de los indicadores socioeconómicos tras un período de deterioro social registrado en los años noventa. Este artículo inscribió sus preocupaciones en uno de los hechos actualmente señalados por diversos autores: la persistencia de niveles elevados de pobreza por ingresos, aun cuando tuvo lugar una importante política pública en términos de intervención sobre el mercado laboral e incremento del gasto público social.
La hipótesis de este trabajo ha sido que una parte de estos fenómenos de “larga duración” tiene su origen en la conformación de un núcleo de trabajadores en condiciones de marginalidad económica. De acuerdo con la teoría, se trata de una parte de la fuerza de trabajo que ocupa posiciones laborales redundantes al régimen de acumulación o bien que directamente no consigue ocupación. La insuficiente absorción de fuerza de trabajo, que es un rasgo de las economías heterogéneas y desiguales como la argentina, se habría potenciado durante el ciclo de reformas estructurales de inspiración neoliberal, dando lugar a una expansión de la marginalidad económica. Por su parte, la ausencia de un significativo cambio estructural en relación con la matriz productiva durante los años post-reformas explicarían que el crecimiento económico por sí solo no permitiera disolver la existencia de un conjunto de trabajadores ocupados en posiciones marginales.
Este artículo permitió observar la existencia y perdurabilidad de un núcleo “duro” de la fuerza de trabajo en condiciones de marginalidad en el caso del Gran Buenos Aires (restricción debida a la disponibilidad de información). Sin embargo, entre la fase neoliberal y la post-reformas tuvo lugar un cambio en la composición de la marginalidad: de estar centrada en el desempleo estructural, pasó a estar explicada principalmente por los trabajos de subsistencia del sector microempresario/ informal. Otro de los hallazgos ha sido la relativa “invariabilidad” de las ramas o sectores de actividad económica en la que tienen lugar las ocupaciones marginales: se trata de sectores tradicionalmente considerados como “refugios”, tales como el pequeño comercio, la venta callejera, los servicios personales y el servicio doméstico.
Asimismo, el artículo evidenció algunas peculiaridades de la fuerza de trabajo marginal. Una parte relevante de la misma está compuesta por trabajadores secundarios de los hogares, lo que explica también una relativa mayor presencia de trabajadores más jóvenes –tomando en cuenta como referencia a los trabajadores pobres en su conjunto– y de mujeres. De esta manera, los resultados aquí presentados han aportado evidencias al nuevo ciclo de reproducción de la marginalidad económica en el caso argentino. En una etapa caracterizada por la globalización, se trata de una posible explicación para entender la persistencia de la pobreza y la desigualdad, y las razones por las que el crecimiento económico no es suficiente para superarlas. Si bien en próximos trabajos se espera continuar indagando acerca de los perfiles de trabajadores que son más proclives a encontrarse en condiciones de marginalidad, tanto por medio de técnicas multivariadas como de análisis longitudinales (trayectorias), los hallazgos del presente artículo permiten fortalecer los argumentos acerca de las dificultades que afronta una parte de la fuerza de trabajo argentina para garantizar sus condiciones de reproducción.
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Vol 26, N°1
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en marzo de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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