Encuentro Educacional
e-ISSN 2731-2429 ~ Depósito legal ZU2021000152
Vol. 29 (1) enero - junio 2022: 7 - 8

 

 

Editorial           

El irremisible acto de leer y escribir

 

Porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás

Umberto Eco

 

Tuve que haberlo leído alguna vez, o simplemente es una forma de decirles, tanto a mis alumnos como a todos los que llegan a mis reflexiones y poemas, que jamás hemos estado íngrimos cuando nos descubrimos como seres de carne y hueso, con savia roja y que llevamos un repaso de los años en todo el extremo superior de nuestro cuerpo. Es definitivo, el mundo está ahí para que lo aprendamos y lo sometamos a un rigor perenne de constante indagación. Es casi una sentencia desde que habitamos una realidad con múltiples y complejas manifestaciones naturales y culturales que no están preocupadas por lo que podamos llegar a ser. Estas últimas en laboriosas sofisticaciones, las primeras tratando de imponernos más difícil la tarea. En fin, no podemos simplemente existir, sin imprimirle a dicha condición, dentro de esa realidad fundamental que nos define, el arduo fin de comprenderla. Solo así, se justifica que busquemos en esa diversidad activa, los motivos para convertirla en la utopía de todo ser humano, para que al final, sea nuestra aliada en el empeño de ser felices, nosotros. Y es que, como lo revelaba Carl Sagan, vivimos atrapados en un espacio tiempo universal en donde siempre, sin que lo deseemos o esperemos, algún acontecimiento nos asecha, terriblemente, para demostrarnos que el movimiento de lo que existe es una condición inherente del mundo en el que hemos sido ubicado. Sólo nuestra disposición inquebrantable de aprenderlo y descifrarlo puede salvarnos de la sorpresa y permitirnos hacerlo parte de lo que estamos por elaborar.

Toda historia, según nos decía el poeta Oscar Wild, debe ser eternamente reescrita. Y si nos remitimos al novelista Ernesto Sábato, es en ella donde encontramos la clave para alinearnos con la libertad y, por consiguiente, identificar los datos para transformarla. O lo que es lo mismo, todo ser humano, independientemente de cuál sea su condición, vive en un incesante intercambio con su realidad. Esta le brinda el cúmulo de sus materias y él, en su empeño por poseerla, debe descifrarla, decodificarla para elaborar las herramientas propicias con las que pueda emanciparse de sus acertijos. Significarla como ruta inequívoca hacia la seguridad del ser, aunque reiteradamente pueda aparecérsenos como un cuerpo de diversas encrucijadas. Es la mejor forma para decir que el hombre, intelectual o emocional, ha permanecido en un estado perpetuo de lectura cotidiana: en una constancia de leer, aunque la formalidad del acto tuvo su registro hace aproximadamente unos tres mil quinientos años con la aparición de la escritura. Nunca ha existido un silencio frente a lo vivido en observación, porque nunca ha sido pasiva la existencia frente a lo observado. De allí que toda relación entre hombre y realidad ha significado un intercambio cuya síntesis no lo haya conducido a producir una mejor forma de comprender esa percepción. Lectura y escritura son las formas más antiguas para entender la utopía de la felicidad definitiva, que ha movido a la humanidad desde que se entendió parte fundamental del planeta que ha habitado.

Carlos Fuentes, novelista de lo americano, siempre consideró que leer y escribir eran inseparables cuando se trataba de entender su naturaleza histórica en el proceso de enriquecimiento y transformación de la cultura. Ninguna de las dos era primero que la otra. Ambas eran simultáneas, porque para escribir se debe ser un gran lector y para leer, sin el riesgo de caer derrotados por lo insignificante, debemos contribuir con nuestras certezas de haber comprendido y trascendido el simple acto de leer. Haber intensificado lo leído. Atravesado cada significado de la lectura con una especie de parto personal de escritura. No somos, simplemente, lo que escribimos; es cierto, antes hemos sido lectores. Sin embargo, si somos simplemente lectores, aunque muy apasionados, no seremos capaces de desentrañar las voces de quien escribe, si al mismo tiempo nuestra pasión no toma la forma de una voz que se entrelaza con lo que leemos. Y es que el leer nos lleva a un diálogo con el escribir. Lector y escritor se confunden en una voz múltiple de experiencias que se separan cuando la palabra adquiere las dimensiones de una realidad, cuya complejidad, ha sido resuelta.

Como docente, inicialmente, fui un lector empedernido. Mis años se fundieron en un territorio donde los libros hablaban por mí. Fue una experiencia que abarcó mis fuerzas y me enseñó a recomendar el placer. Viví esos cinco mil años que Umberto Eco le ofrecía a quienes leían muchos libros y descubrí, afortunadamente, que de no haberlo hecho, solo hubiera podido vivir más que mi propia vida. Pero hoy me doy cuenta que cada libro que leí me llevó a una compresión de la escritura, que fue tomando formas de otros libros que comenzaron a existir conmigo y me ayudaron a entender que escribir es una forma de leer lo que vendrá. Quizás no lo definitivo, puede que lo que necesito para comprender si estamos solos en el universo, o afortunadamente el tiempo nos es una simple invención del hombre.

Creo entonces, que ser docente nos confunde en una tarea de difícil solución. Leer todo lo que nos invente la imaginación, para poder escribir lo que nos exige la utopía, ese rigor epistémico que nos emparenta con la solución de vivir felices.

 

                                                                                          Ángel Enrique Madriz Boscán